27/4/09

MATAR A UN RUISEÑOR: MUERTE DE LA INFANCIA

(Este texto fue publicado anteriormente en www.ciberanika.com)
No soy capaz de recordar el primer libro que leí, aunque mis recuerdos primeros vayan asociados a un enorme libro de tapas bermejas con preciosas ilustraciones sobre la vida de un elefantito. Se llamaba Babar. Y ese recuerdo va a asociado a mi padre, que me ayudaba a leer las líneas, que eran breves y en una escritura muy grande, en letras como de caligrafía. Mi padre, que me inculcó el amor a los libros y a la lectura.
Pero de lo que quiero hablar aquí, es del libro de Harper Lee, Matar un ruiseñor, publicado en 1960. Asocio ese libro, que me impactó profundamente cuando lo leí, a muchas cosas que ya no existen: la casa de mi infancia, mi familia agrupada, la salita de estar donde yo ponía mis vinilos en el pick-up y escuchaba a los Beatles mientras hacía los deberes para clase, y donde pasaba horas y horas leyendo en el sofá, en las más inverosímiles posiciones mientras imaginaba mundos y vivía otras vidas.
Matar un ruiseñor, que posteriormente fue llevada al cine con gran éxito, es una obra que trata de muchas cosas, pero sobre todo del conflicto entre el mundo de la infancia y el mundo real. Entre la alegría de vivir y el drama de vivir. Relata la tranquila vida de unos niños, Scout y Jem, hijos de Atticus, un abogado en un pequeño pueblo sureño norteamericano, y cómo esa vida se ve alterada por un suceso, la supuesta violación de una chica blanca, por un hombre negro. El juicio, las presiones que recibe el abogado que defiende al negro, los sucesos que presencian los niños...todo ello me impactaba, porque yo también vivía en un mundo especial, imaginario, el de la adolescencia, y sin embargo, poco a poco tendría que ir abandonando aquello para entrar en el mundo real. Y lo recuerdo con nostalgia, porque aquella habitación y aquella casa desaparecieron hace ya muchos años, como también desaparecieron mi infancia y adolescencia felices. En suma, desaparecí yo, aquel yo que era una niña saltarina, parlanchina y juguetona, y que el libro y la película me recuerdan cada vez que vuelvo a ellos, identificándome con la Scout que fui y que ya pertenece al pasado.

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