7/5/10

PRINCESAS / VON KEYSERLING


Eduard Graf von Keyserling (Castillo de Paddern, hoy Letonia, 1855- Munich, 1918), es un escritor alemán, de una antigua y noble familia germano-báltica y primo del filósofo Hermann Keyserling. Inició sus estudios en Dorpat, pero se vio obligado a abandonarlos por un incidente social. Con 23 años marchó a Viena a estudiar filosofía e historia del arte. A finales de siglo se trasladó con sus hermanas a Munich, posteriormente quedó ciego como consecuencia de la sífilis que padecía. Se le considera un exponente del impresionismo literario.
La novela discurre como un río atravesando un llano: lento, cantarín, inmerso a la vez en el paisaje que le circunda: naturaleza pura. La princesa viuda von Neustatt-Birkestein, retirada en un pequeño principado en la campiña, lejos de la vida cortesana y ciudadana, vive plácidamente entre ensueños y la dulce admiración contenida que le ofrece el conde Streith, su solitario vecino y consejero, que, por ser de un nivel inferior, nunca podría ser admitido como su igual. Vigilante de sus tres hijas, Roxane, Eleonore y la pequeña Marie, para que su educación, lejos de la corte, se pueda realizar sin tropiezos y su futuro matrimonial pueda arreglarse adecuadamente, como es de esperar en una familia principesca. Es la joven Marie la que concentra el interés del autor; la dulce niña, ingenua, inocente, y mantenida entre algodones por una supuesta delicada salud; lo que más desea es vivir como el resto de jóvenes, disfrutar de correr y saltar, perderse entre los bosques y comer fresas salvajes. Irradia amor por todos sus poros, cualquier presencia la inmoviliza, la atrae, la enamora. Ha de luchar contra su deseo constante de vivir y el mantenimiento del protocolo, las convenciones, la vida regulada y el sendero trazado en el que se ve aprisionada, como en una jaula de oro. Pero no sólo es ella la que vive en jaula dorada: pronto vemos que su madre, la princesa viuda, así como el amable y contenido conde Streith, están todos enjaulados, limitados socialmente y por sus propios vínculos del honor y la dignidad. Valores nobles condenados a desaparecer, y que nos muestran su crepúsculo, como el canto del ruiseñor en la noche.

El autor estaría, pues, en la línea de Hugo van Hoffmanstahl o de Stefan Zweig; de Baudelaire y Verlaine; o de Selma Lagerloff, por dar unos breves toques que nos sitúen literariamente. Prima en esta obra la manera como está escrita que la narración, propiamente. Porque apenas si hay acción en ella, es un leve discurrir, absorber olores, sonidos y colores del paisaje maravilloso que rodea a los personajes, que viven plácidamente en un mundo decadente abocado a la desaparición brutal tras la Gran Guerra. Según la definición del insigne filólogo J.A. Pérez-Rioja, el gusto de lo incompleto; el recrearse con una realidad evocada sensorialmente antes que profundizada y objetivada en sus relaciones espirituales; y, en fin, la captación de lo fugaz, de la luz, del color o del sonido son otras tantas características típicas de ese modo o actitud permanente que se llama impresionismo, concepto que podría aplicársele como estilo literario a este autor. Este estilo supone una reacción frente al frío academicismo así como al romanticismo sentimental. Utiliza, pues, una sencillez de lenguaje para describir lo cotidiano, tanto en las escenas humanas como en el paisaje, que nos evoca con pinceladas muy coloristas, y con breves trazos emotivos y sensuales. La sensualidad es uno de sus rasgos más destacados. Incluso las escenas más dramáticas, están descritas con tal delicadez que apenas suponen un sobresalto, las leemos como lo más natural del mundo: el movimiento de las finas cortinas con el aire vespertino, el olor de los tulipanes, la enumeración de las rosas del jardín...y la visión del amado en brazos de otra, haciendo añicos los sueños y las ilusiones que cada una ha imaginado en soledad.

Tras una primera parte de cotidianeidad, donde podemos impregnarnos de la vida campestre y relajada de los nobles protagonistas, en la segunda parte el conflicto se desata, después de verlo venir como un pequeño navío en la distancia, que de un punto minúsculo en la distancia pasa a convertirse en una gran embarcación que finalmente se estrella en las rocas ante nuestros ojos sin que nada podamos hacer salvo observar, entristecidos, cómo se dirige a su final anunciado.
Conmovedora es la escena de la excursión al ruiseñor: recuerda la merienda campestre de El Gatopardo, obra muy similar en algunos aspectos, aunque superior, lógicamente. El ruiseñor sólo canta al anochecer, y en esos momentos en que la hora se vuelve azul es cuando, ante el silencio del crepúsculo campestre, vibran los trinos. Cuando todo está silencioso y tranquilo a nuestro alrededor, -dice un personaje- suele venirnos a la mente una idea en la que podemos pensar una y otra vez.

La edición es cuidadísima, la prosa elegante y una traducción impecable, como no podría ser de otro modo con Carlos Fortea. Una deliciosa lectura de tarde primaveral, para leer en una terraza ajardinada o cómodamente relajados en nuestro sillón preferido, mientras el olor a azahar nos impregna y el run-rún del mar se escucha a lo lejos. No es lectura de metro.




2 comentarios:

Arturo dijo...

Muy interesante, Ario, gracias como siempre por tus estupendas reseñas. La traducción de Carlos Fortea es toda una garantía, me encantó conocerlo en los actos del V Aniversario de Hislibris. Un gran tipo.
Un abrazo.

Gonzalo Muro dijo...

Coincido con Arturo en que es una estupenda crítica puesto que al acabar de leerla he salido informado del autor, de este libro y hasta he podido cerrar los ojos y escuchar el rumor de las olas. Lástima que en Madrid no haya mar y el olor a azahar sea tan sólo una metáfora lejana...

Por otro lado la referencia que haces a El gatopardo es interesante porque me recuerda la enorme cantidad de novelas escritas sobre esa transición entre el siglo XIX y el XX (por generalizar) y el cambio brutal que supuso en el modo de vivir, la pérdida de privilegios para algunos y cómo esto influyó notablemente en el arte, y no pienso sólo en la Literatura.

Un abrazo.

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