1/3/11

NUEVA YORK: HISTORIA DE UNA CIUDAD

Nueva York /Edward Rutherfurd /Roca editorial
Nos encontramos ante una ambiciosa narración que abarca cuatrocientos años. La mezcla de la cultura holandesa y británica, origen y sustrato del desarrollo posterior de la ciudad, fecunda el terreno indio sobre el que surgirá la gran metrópoli. A través de las páginas de este atractivo e interesantísimo libro, nos parece ir rememorando a los grandes autores que nos han hablado de diferentes etapas de Nueva York, ciudad sobre la que tantos han escrito. Edith Wharton, Henry Roth, Djuna Barnes, J.Dos Passos, Capote, Doctorow, Auster,  por sólo nombrar a unos pocos, son nombres que nos surgen mientras vamos leyendo. Historia de historias, que podrían leerse independientemente aunque tengan como eje e hilo conductor la propia ciudad, el libro contiene, pues, muchas narraciones a la vez.  
El eje de la ficción es la saga de los Master, apellido que no es azaroso, sino buscado por su  simbolismo, dada la elevada posición social y de poder de la familia elegida por el autor para desarrollar su historia.  Familia en torno a la cual giran otra multitud de secundarios, pero imprescindibles para mostrar los distintos sectores sociales. También hay un elemento cuyo simbolismo recorre toda la obra: el wampum, cinturón que la hija india del primer van Dyck le regala y que se transmite generación tras generación, como un recordatorio de los orígenes de la ciudad y sus habitantes, como un deseo de que la fortuna acompañe a sus poseedores, simbolizando el pasado de la ciudad, la inocencia perdida y la libertad buscada.
La edición incluye varios planos de la ciudad en sus distintas fases y algún mapa de la zona, lo cual es muy de agradecer. Lo que se echa en falta es un índice de capítulos, en una obra tan larga en la que a veces queremos volver atrás a recordar algo y nos resulta francamente complicado encontrarlo sin la ayuda de un índice.

Bajo el seudónimo de Edward Rutherfurd, escribe el británico Francis Edward Wintle, (Salisbury, 1948), autor de la presente novela, también reseñada aquí. Preguntado en una entrevista por su propósito al escribir este libro, el autor explica que su intento ha sido el de sintetizar la historia de la ciudad de Nueva York, una ciudad tan variada en cuanto a población, ideas y usos se refiere, y que, consciente de la imposibilidad de abarcarla por completo, se ha atenido a seguir el desarrollo de una familia principal, a la que se añaden otras secundarias, como muestra de las distintas comunidades socioculturales que componen la ciudad. ¿Cuál ha sido su idea básica o central? ¿Cuál podría ser, tratándose de Nueva York? La libertad, por supuesto. Si hay una ciudad que personifica el espíritu liberal, en su sentido más clásico, ésa es Nueva York.

En cuanto a la estructura caleidoscópica de la obra, vemos que los capítulos, de irregular longitud, se van alternando: a veces continúan correlativamente de un año a otro o a distintos meses dentro del mismo año; otras veces hay saltos generacionales, pasan treinta y cinco años de golpe y nos encontramos con dos generaciones más adelante, nietos de los precedentes y breves noticias de qué pasó en el intermedio. Los personajes tienen una función simbólica, son encarnaciones de la problemática de cada época y de los hechos que el autor ha elegido como más relevantes no para la historia del país, -aunque, a veces, también- sino  para la historia de la ciudad, verdadera protagonista del libro, como ya hemos señalado.
Hasta el  décimo capítulo, en que comienza la Guerra de Independencia, y los  posteriores en que se desarrollan los años de la guerra y la conmoción ciudadana subsiguiente, asistimos a la más o menos pacífica transferencia de la sociedad holandesa a la sociedad  británica, con el consiguiente cambio paulatino de costumbres, usos religiosos, y leyes. De llamarse Nueva Amsterdam a llamarse Nueva York, de regirse por la ley holandesa a regirse por la británica, que implicaba unos cambios importantes en la herencia y en las relaciones de propiedad familiares. Hay dos generaciones, dos ciclos narrativos: el holandés y el británico. Caso aparte es la historia de la población negra, ejemplarizada con el personaje del esclavo Quash, (que narra en primera persona, cuando el resto de la narración lo hace en tercera) y sus descendientes, los múltiples Hudson, cuya historia va ligada a los VanDick-Master hasta que poco a poco  se difumina, con el final de la esclavitud. 
Asistimos, junto al resto de las colonias,  a la deriva de la sociedad neoyorquina hacia la idea de independencia y ruptura con la madre Inglaterra: en suma, a la guerra, lo que implica el consiguiente posicionamiento de toda la sociedad: las clases populares, afines mayoritariamente a la independencia, y las clases altas, con negocios ligados a la metrópoli, leales al rey Jorge. Pero incluso así, en el seno de las familias también se abre una brecha entre partidarios del rey y los “patriotas”, como se llamaban a sí mismos los independentistas.

Los capítulos dedicados a esta guerra –comparados con los dedicados a la otra, la de Secesión- son más numerosos, lo cual indica la importancia que Rutherfurd le concede. No sólo se entretiene largo y tendido con los detalles de la vida familiar, terriblemente truncada por la oposición entre padre e hijo, aunque los lazos permanecen en la distancia. Solapada a la trama familiar, las batallas se suceden. En un largo capítulo titulado  precisamente Amor, describe el autor los movimientos generales de la guerra, incluyendo una detallada batalla, la de Yorktown, en la que los aliados (americanos y franceses) triunfan frente a las tropas británicas, y a partir de esta inflexión se decide el final de la guerra. Finaliza este ciclo narrativo con unas reflexiones sobre la Constitución y la Primera Enmienda, al tiempo en que la capitalidad se desplaza, con la construcción de una nueva ciudad al lado del río Potomac; la futura capital llevará el nombre del general que los lideró en la guerra.

El siguiente salto generacional nos coloca en 1825 y nos habla de la construcción del canal Erie y de su enorme influencia en el desarrollo del comercio y la vida neoyorquina, con un breve recuerdo a los indios, primero pobladores de la isla de Manhattan.

Volvemos a saltar veinticinco años y dos generaciones; Nueva York ha cambiado radicalmente debido a la masiva inmigración, principalmente irlandesa, pero también judía y centroeuropea. Al sur, los barrios de inmigrantes, superpoblados y con condiciones penosas, se organizan en bandas, y surge la sociedad Tammany y Five Points. La población de los barrios altos, como Gramercy Park, donde se asienta la familia Master, comienzan a desplazarse hacia el norte de Manhattan. Aparecen, junto a la línea dinástica de los Master (ya en su novena generación) nuevos personajes; ahora irlandeses, alemanes, y finalmente italianos como los O’Donnell,  los Heller y los Caruso.

A lo largo de los nueve capítulos que abarca esta etapa, desde 1849 a fin de siglo y  luego hasta 1925, se nos narran los orígenes de la guerra de Secesión, el posicionamiento de la población blanca ante el problema de la esclavitud, y el autor recoge y relata los grandes disturbios que produjo en Nueva York el reclutamiento forzoso de 1863. Otro llamativo suceso que nos cuenta es el de la gran nevada, la Ventisca de Dakota, que cubrió la ciudad en 1888 bloqueándola de tal modo que hizo resaltar a sus habitantes las carencias en cuanto a equipamientos y defensa frente a catástrofes naturales.

La parte dedicada a los primeros veinticinco años del nuevo siglo, tiene varios hitos destacados: la masiva entrada de italianos y los comienzos a su vez, de los camorristi; el primer pánico bursátil de 1907; el famoso incendio en la fábrica textil Triangle, cuyas trabajadoras murieron abrasadas o defenestradas por las malas condiciones del taller, (hecho que se ha tomado como hito para la celebración del Día de la Mujer Trabajadora); el crack del 29, mostrado muy atinadamente a la par que la rapidísima edificación del Empire Estate Building; la entrada de EE UU en la guerra europea y finalmente, la Ley Seca.

El siguiente salto se produce veinticinco años más tarde: 1953, donde se introduce a otro grupo social, del que hasta ahora se ha hablado de refilón: los judíos, muy relacionado con el mundo de la cultura y las artes. Comprobamos cómo, a pesar de todo lo ocurrido hasta el momento y de las guerras europeas, la posición de los judíos como grupo mantiene siempre unas distancias, y a su vez, la sociedad goyim les mira con recelo. Los capítulos van saltando de década a década en esta parte, y el siguiente grupo social insertado es el hispano, que es el último que ocupa una posición importante en la Ciudad, el último en llegar, aunque su expansión haya sido enorme hasta la actualidad.

Como hechos a destacar en esta parte: el gran apagón de 1977 y los violentos disturbios que asolaron Nueva York, sobre todo en Harlem y el Barrio, ambos muy degradados y desatendidos por los ayuntamientos sucesivos, donde se había acumulado una población con gravísimos problemas, en un continuo clima violento, con la marcación de una frontera, situada en la calle 96, tras la cual se abría otro mundo, muy distinto del tranquilo y elegante situado al sur, la Milla de los Museos, donde la alta sociedad residía.
En estos últimos capítulos van atándose varios cabos sueltos en la ficción, en cuanto a que personajes que habían aparecido y olvidado después, resurgen en la figura de sus nietos o bisnietos, que acaban relacionándose con aquellos otros que han figurado como hilo central de la historia. El libro termina con el paso del milenio y, obviamente, con los luctuosos y dramáticos ataques terroristas a las Torres en septiembre de 2001;  un breve epílogo fechado en 2009 pone punto final, retomando la idea central: ante todo, la libertad. En suma, una gran novela.


Reseña publicada en http://www.la2revelacion.com/?p=2251

4 comentarios:

Zambullida dijo...

He leído tu reseña emocionada ¿No sabías que NYC es la ciudad de mis sueños y que algún día viviré en ella? No sé si de por vida, pero sí durante un par de años. La adoro, pese a su dureza. He estado tantas veces allí que ya ni recuerdo las fechas. Cualquier escrito ambientado en la ciudad me apasiona. Leo desde 1994 a Auster, cuando lo descubrí en una librería de la Gran Manzana, y hace un par de veranos me leí "Un árbol crece en Brooklyn" de Betty Smith, in English, of course.

Me encanta lo que cuentas del libro. Había oído hablar de él vagamente, pero tras tu post no me quedará más remedio que comprarlo. Por tu culpa, voy a acabar incurriendo en toda clase de delitos a fin de procurarme lectura. Es broma.

Un abrazo y..., ¡gracias!

Fuensanta Niñirola dijo...

Me alegro que te haya gustado tanto, Zambullida. Yo sólo he estado dos veces en NY, pero las dos veces las aproveché al máximo. Para mi fue tambien visitar la ciudad de mis sueños: soy cinéfila y he visto tantas partes de Nueva York en el cine que cuando estuve alli casi me parecia andar por casa. Ya será difícil que vuelva, soporto mal las horas de avión. Pero tengo muchos recuerdos para revivir esos días.Y tengo libros, no sólo éste. Tengo los de Auster, los de Roth (Henry y Philip), Edith Wharton, Dos Passos...tantos y tantos escritores que nos han contado cosas de la Gran manzana. Pero si tú puedes, no dejes de cumplir tu sueño.

Zambullida dijo...

A Philip Roth tengo ganas de hincarle el diente. Como no soporto las traducciones,tendré que esperar a mi nivel de inglés aumente. Es difícil de leer, al menos en su lengua materna; ya lo he intentado varias veces.

Fuensanta Niñirola dijo...

Pues yo leo traducciones. Mi nivel de inglés sólo da para películas y si no hablan muy rápido. Hay que jorobarse.
Únicamente cuando tengo duda de una frase o una expresión voy al original. Pero he leído traducido a Roth y en general se deja leer muy bien. Hablo de Philip. Podría empezar por La conjura contra América. A mi es una de las suyas que más me han gustado.

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