7/1/11

TOLSTOI PÓSTUMO

EL CUPÓN FALSO-JADZHI MURAT/ ED. NORDICA
Reseña publicada en:
http://www.elplacerdelalectura.com/2011/01/especial-tolstoi-4-el-cupon-falso_02.html


Se aúnan en esta edición dos relatos cortos del gran escritor ruso, escritos en su última etapa (1904) y publicados póstumamente, en 1911 y 1912. El conde Lev Tolstoi (Yasnaia Poliana 1828-Astápovo, 1910), un clásico de la literatura mundial, cuyos máximos exponentes literarios son Ana Karenina y Guerra y Paz.  La vida de este gran hombre, de este inmenso escritor, discurre en tres periodos: su juventud, turbulenta, peligrosa, arriesgada, apasionada; su madurez, creativa, productiva, canalizando toda su fuerza impetuosa, su torrente vital en la literatura, plasmando su vida por medio de historias; y su vejez, donde la pasión, que continúa en este león humano, se dirige hacia la mística religiosa, hacia un amor a la humanidad, desbarrando por derroteros problemáticos, que le sitúan en un estado de guerra entre la familia y ciertos grupos que quieren aprovecharse de su genial senilidad. Es en esta última etapa donde se ubican los textos que analizamos.

El cupón falso, que es como decir el cheque falso,  es la historia de cómo un pequeño y aparentemente poco relevante hecho, una travesura adolescente, para conseguir un poco del dinero que el padre le niega, deriva en una cadena de delitos y de crímenes que van subiendo de tono hasta alcanzar el asesinato a sangre fría, la violencia  gratuita y el odio en las entrañas.
Así mismo, en la segunda parte del texto introduce el tema religioso: las pesadillas diabólicas  del recluso, el remordimiento y el recuerdo de sus crímenes, así como el contacto con los sectarios del primitivismo cristiano, que postulan el hermanamiento, el amor a la humanidad, y a la vez el igualitarismo: la idea robinhoodiana de robar al rico para darlo al pobre como una igualación a la fuerza,  todo esto dentro de un juego de posiciones, en el que las historias van pasando de un personaje a otro, encadenadas, y vemos la evolución de los que han delinquido a partir de aquella primera estafa juvenil. Como en un juego de sillas, donde cada jugador ocupa el lugar que antes ocupaba el vecino y viceversa, en la narración los personajes van cambiando de posición, hasta cerrar la historia con el personaje del comienzo, Mitia. De carácter y forma parabólicas, en cierto modo ejemplarizante, pero con una forma literaria impecable, Tolstoi abre y cierra la historia, anudándola.

Jadzhi Murat, el segundo relato, espléndido texto en el que el narrador nos introduce en  sus recuerdos de los años pasados en el ejército, concretamente la campaña rusa en Chechenia, mediado el siglo XIX. Una historia sucedida en Cáucaso- nos dice Tolstoi- hace muchos años, que en parte contemplé en persona, en parte conocí por boca de testigos presenciales y en parte completé con el apoyo de mi propia fantasía. Hay, por tanto, un equilibrio feliz entre la parte histórica, con personajes reales, incluyendo al propio Jadzhi Murat, lugarteniente del cabecilla musulman Shamil,  el zar Nicolás I, el príncipe Voróntsov, el príncipe Chernishov...y otros muchos.

Murat, por discrepancias con el jefe Shamil, decide pasarse a los rusos y negociar con ellos, tratando de recuperar a su familia, retenida por Shamil. Los generales rusos mantienen ciertas discrepancias sobre cómo manejarle, que la intervención del zar  en persona deja zanjadas. Pero Murat pertenece a otra cultura más atávica, no se aviene a los hábitos civilizados de los rusos. El viejo conflicto entre chechenos y rusos, musulmanes y cristianos, dos culturas antagónicas, en fin, estalla constantemente.
Tolstoi va saltando de un campo a otro, entretejiendo la narración de un soldado ruso y la de Murat y sus seguidores, la del príncipe Voróntsov y el hilo de pensamiento del propio zar, y vuelta a Murat, la intervención de Butler, soldado que en mi opinión representa al propio Tolstoi, en su juventud. La magnífica imagen de Murat a caballo, nos deja una huella indeleble: una presencia majestuosa, erguida como el cardo florido pero rodeado de espinas que origina los recuerdos del autor. Principio y final bellísimamente engarzados, con la metáfora del cardo mutilado en medio del campo yermo. 



5/1/11

NOCHE DE REYES

El nombre ya es bonito, sugerente: Noche de Reyes. A cada uno le sugerirá cosas distintas, según su edad, principalmente; pero creo que a todos esta noche nos produce ese cierto picorcillo, esa tensión interna, esa inquietud difusa, recuerdo de nuestros años infantiles, cuando aún teníamos muy borrosa la línea entre ficción y realidad, y soñábamos con magos y regalos venidos de no-sé-dónde. Cuando hay niños en casa, al menos, se mantiene la tradición, el secreto, el misterio. Y nos sentimos dichosos asistiendo a la emoción de los pequeñuelos, que nos trae ecos de nuestras propias emociones y de nuestra ya lejana infancia. 
Con qué prisa nos acostábamos, tratábamos inútilmente de dormirnos, pero estábamos atentos a cualquier ruido o sombra deslizándose por nuestro cuarto. Con qué placer saltábamos de la cama a primera hora, y comenzábamos a buscar los regalos. Y con qué placer miramos después a nuestros hijos pequeños observando sus ojos y su deseo. 
Cuando todo esto pasa, y los hijos crecen, quedamos a la espera de una nueva generación que mantenga la tradición. No nos interesan los desfiles, ni el bullicio. Lo que nos interesa es la emoción, los deseos, la imaginación, la espera de alguien pensando en nosotros,  trayéndonos algo. Lo de menos es el algo, sino la complicidad. Cuando no lo hay, queda el silencio...y los recuerdos. Noche de reyes, noche de deseos, noche de sueños.

4/1/11

MME. DE LAFAYETTE: DESDE FRANCIA CON AMOR

Reseña publicada en: http://www.hislibris.com/la-princesa-de-cleves-madame-de-lafayette/

La obra que nos ocupa trata de una historia de amor. Pero, obviamente, no al modo contemporáneo que estamos acostumbrados, dos miradas apasionadas y directos al lecho, no; se trata de una historia ejemplar, relatada por una dama de la nobleza que vivió la época que relata –siglo XVII- y que debió conocer muchas historias de amor, semejantes aunque probablemente con distinto final. 
La autora, Madame de Lafayette, (París, 1634-1693), nacida Marie-Madeleine Poichet de la Vergne, nació en una familia de la pequeña nobleza adinerada, del entorno del Cardenal Richelieu. Nieta del médico real, su madre estaba al servicio de la duquesa d’Aiguillon y su padre era caballerizo del rey. Ella misma fue dama de honor de la reina Ana de Austria y adquirió una educación literaria con el escritor Gilles Ménage como maestro, que a su vez la introdujo en los salones literarios que ya empezaban a funcionar: el de Mme. de Rambouillet, y otros. Al casar en segundas nupcias su madre con Renaud de Sevigné, inició una íntima amistad con Mme. De Sevigné, sobrina de su padrastro, y posteriormente autora de las famosísimas Cartas a mi hija. A los 22 años desposó al  conde de Lafayette, trasladándose a vivir a sus dominios de Auvernia; le dio dos hijos, tras lo cual, el matrimonio de distanció y ella estableció su residencia en París a partir de 1659, el año en que muere Enrique II, y que tienen lugar los hechos narrados en su novela. Amiga de La Rochefoucauld, frecuentadora de los salones, conoció a Racine y Boileau, y comenzó a escribir  e incluso publicar novelas bajo seudónimo o anónimas, como La princesa de Montpensier, publicada anónimamente dieciséis años antes de La princesa de Clèves.  Esta última tuvo un impacto fortísimo en la sociedad de su época, no sólo por el argumento de la obra como por la manera como lo aborda. Está considerada como la primera novela francesa y precursora de la novela psicológica. No es, propiamente, una novela histórica, ya que la autora sitúa la acción en una época vivida por ella, contemporánea a ella.


Una joven dama, poseedora de gran belleza, ingenuidad y virtud, es presentada en la corte parisina de Enrique II  e inmediatamente se convierte en el centro de atención, la novedad, de toda una tropa de jóvenes caballeros, que caen rendidos a sus pies y compiten por lograr sus favores. Sin embargo, es desposada con joven Príncipe de Clèves, hijo del Duque de Nevers, que la ama y desea profundamente. El desposorio se realiza como era habitual en aquella época: planificado por la madre de la dama en cuestión, Madame de Chartres, noble viuda que quiere colocar a su hija en una buena posición, en la corte de Francia. Pero la joven dama, aunque aprecia y respeta a su marido, no le corresponde en su amor. Sin embargo, desde que ve por primera vez al duque de Nemours, se ve inmersa en una violenta pasión por él, y es correspondida a su vez.  Ella es virtuosa y el Duque, trastornado, la respeta. En ningún momento hay trato amoroso ni físico entre ellos, ni siquiera una declaración, salvo en un último momento, momento que leemos con verdadera delectación, porque es todo un tratado de filosofía.

Ambos viven inmersos en una corte licenciosa donde abundan las relaciones ilícitas, comenzando por el propio rey, que mantiene a una amante, Diana de Poitiers, casi al nivel de la reina, Catalina de Médicis. La misma reina delfina, una jovencísima María Estuardo, tiene sus favoritos y sus confidentes; el vídamo de Chartres, tío de la Princesa de Clèves, mantiene unas redes intrigantes y complicadas, oscilando entre la delfina y otras amantes. El Príncipe de Clèves, el esposo, es un hombre amable y cortés, que sólo tiene ojos para su esposa, que espera con el tiempo conseguir de ella una correspondencia a su amor...hasta que es informado de la situación, destapando la caja de los truenos, o el demonio de los celos. El duque de Nemours, caballero galante y gallardo, conocido por su afición a las mujeres y a la vida desordenada, se transforma de la noche a la mañana en un corderito con una única y mórbida pasión, tornándose monógamo repentinamente y obsesionado por obtener al menos la confirmación de ser correspondido.
Toda la trama gira alrededor de este triángulo, manteniendo unos niveles de tensión dramática casi explosivos, cuando la acción propiamente es casi inexistente.Como telón de fondo, la vida cortesana sigue, se planifican las bodas de la infanta Isabel con Felipe II, y la de la hermana del rey con el Duque de Saboya; se organizan continuamente bailes, fiestas, torneos,...la vida sigue.  El juego de intereses, el disimulo, los malentendidos creados por el intercambio de información entre unos y otros intermediarios, las situaciones conflictivas en que llegan a encontrarse, el peligro de ceder a la presión del deseo, todo ello magníficamente relatado, consigue que la novela sea un modelo de obra psicológica interesantísimo, planteando una serie de reflexiones filosóficas sobre el deber y la pasión, el amor y la amistad, la traición y los celos.

En aquella sociedad cortesana, donde todo llevaba a la consecución compulsiva de los deseos y la pasión sexual, a la vez que se implicaban intrínsecas relaciones de poder, unidas a los amantes; se desarrollaba toda una parafernalia de metalenguajes, simbologías, alusiones y connotaciones, donde nada resulta lo que parece y lo que parece resulta ser falso. La emoción contenida, la fuerza del deseo es tal que aumenta progresivamente conforme el objeto de amor se aleja de él. La Princesa, asustada de la enormidad de su pasión y por respeto a su deber como esposa, intenta alejarse, poner tierra entre su amado y ella, se refugia en su marido, que, ignorante de todo, no es capaz de protegerla. Finalmente el Príncipe conoce por boca de su esposa lo que ocurre pero imagina que ha ocurrido algo más, hundiéndose en la tristeza y la ira. La trama va in crescendo hasta situaciones límite, conseguidas con una parquedad de lenguaje increíble. La escena nocturna en el jardín despide fogonazos, nos tiene en vilo. Y poco a poco vemos que la lucha entre la razón y la pasión que la princesa sostiene, con gran quebranto, empieza a escorarse. El sentimiento de culpa asciende en la Princesa, perturbando toda su alma hasta el punto de hacerle tomar una decisión insospechada.

Es una obra corta -180 páginas- pero muy densa; una carga de profundidad terriblemente ácida; una defensa, al modo de Montaigne, de la razón frente a la pasión, de la vida equilibrada y razonable, frente a la vida caótica de las pasiones. De la amistad frente al amor. Repito, una novela ejemplar, con la que pretende refrenar y proteger el honor y la paz de las damas frente al terremoto de los sentimientos desbocados. Una magnífica descripción del miedo y la culpa, del trastorno en que se sitúa nuestra mente cuando está turbada por pasiones tan fuertes que desprecian incluso la vida. Porque la autora consigue penetrar hondamente en el alma humana, sobre todo la de la mujer, y sabe transmitir el vértigo  y la terrible atracción del deseo, del amor, de la unión entre una pareja que lo ansía por ambas partes; y la tortura de los celos, y también de imaginar la desesperación del abandono y la traición, pasando de un sentimiento a otro con tal virulencia como si de una enfermedad se tratase.

Una bella edición esta de Mondadori, aunque echamos en falta un prólogo o introducción, que nos sitúe en el marco de la época, ya bastante confuso de por sí y que la autora, concentrada en el tema, descuida el escenario, dando por descontado que sus lectores conocen perfectamente, por ser contemporáneos. Para ello, es ilustrativo recurrir a la edición de 1983 de Clásicos Universales Planeta, que incluye una magnífica introducción de Caridad Martínez. También la traducción de Nicole D’Amonville tiene algunas palabras que inducen a confusión y que hemos tenido que apoyarnos en la traducción de la edición del 1983 para aclararnos, sobre todo en el primer capítulo, muy abigarrado de nombres, títulos y otros detalles.
Clásico no obstante de obligada lectura, La Princesa de Cléves es, sobre todo, una novela psicológica y  moral. Una reflexión sobre la naturaleza humana y sus valores morales, a la vez que un fresco de la corte francesa y una ácida y corrosiva crítica de la misma.

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