12/1/12

HEMINGWAY EN FEMENINO

MRS. HEMINGWAY EN PARÍS
PAULA McCLAIN
Ed. Alianza, 2011

Esta no es precisamente una novela sobre la vida de Hemingway, ni sobre Hadley Richardson (la que fue primera esposa del escritor), sino más bien, sobre la vida en común de ambos, si bien contada por ella, desde la perspectiva femenina, desde el momento en que se conocen, en Chicago, hasta el día en que deciden bifurcar sus vidas.
Hadley fue la primera esposa a la que siguieron otras cuatro a lo largo de la vida de Hemingway, además de diversas amantes. Cuando se conocen, él tiene diecinueve, apenas hace dos años que volvió de la guerra europea, con las piernas llenas de metralla, después de haberse separado de un primer amor, la enfermera que le cuidó en el  hospital de Milán y a la que recordará durante años. Hadley, sin embargo, tiene veintisiete, está soltera y algo chapada a la antigua. Ambos han sufrido padres conflictivos y suicidios en la familia, y se sienten muy unidos al encontrarse. Dos años después de casarse, en 1922,  se marchan a París, donde Hemingway espera poder triunfar como escritor, y son los cinco años de esa estancia, hasta 1927, reflejados en varias de las primeras novelas de Hemingway, lo que cuenta en estas imaginarias memorias la primera esposa.
Hasta el nacimiento de Bumby, el único hijo habido en esta unión, llevan una existencia llena de grandes estrecheces pero feliz, muy apoyados el uno en el otro, aunque la vida de Hadley está siempre en función del esposo, de su trabajo, su carrera literaria; ella no ha sido educada más que como mujer de casa, sólo toca el piano y lee a Henry James. No es moderna, no es estrafalaria, como muchos de los que la pareja frecuenta en los ambientes parisinos. Ella es una chica “normal”, fiable, que hace equilibrios con el corto presupuesto familiar para salir adelante y procurar que su conflictivo esposo pueda dedicarse a la literatura, mientras trabaja de corresponsal para varios periódicos. Conflictivo porque Hemingway es ardiente y compulsivo, además de bebedor, y tiene una pertinaz tendencia a crearse enemigos allá donde se acerca. Mientras Hemingway se relaciona con los otros autores y artistas, en cafés  de Montparnasse o tertulias en casa de Gertrude Stein, que le acoge al principio bajo su protección, Hadley ha de mantenerse al lado de las “esposas”, las que “no hacen nada” creativo, simplemente están en casa, y apoyan a sus maridos. Hablan de moda y de vaguedades, mientras vigilan que sus esposos no se emborrachen demasiado.

Por la novela desfilan, pues, toda una colección de famosos y otros que aún no lo eran o que estaban en vías de serlo: Ezra Pound, F. Scott Fitzerald, Ford Madox Ford, Joyce, etc. El ambiente de los frívolos años veinte, esa locura intelectual, erranbunda y despreocupada, que se extendió por Europa para apagar los terribles recuerdos de la guerra, está bastante bien reflejado en la novela, en las múltiples conversaciones típicas de bohemios, bebedores, aristócratas que tiran el dinero pero les gusta verse rodeados de creadores y artistas, en fiesta permamente. Pero sobre todo, lo que también plasma muy bien la autora es la visión personal de Hadley, que no pertenece a ese mundo, apreciando la paulatina deriva de su esposo de un escritor ingenuo, inseguro y amante ardoroso que necesita el apoyo incondicional de su mujer, hacia un potente creador, cargado de orgullo, que se permite despreciar a quien le protege en sus comienzos, porque se sabe o se cree superior, y a la vez, un hombre que sigue necesitando ayuda pero la necesita de más mujeres, así como la admiración de todos. Hemingway necesitaba animado público, así como soledad para escribir y conflictos para motivarse: de todo ello hubo en la vida que compartieron. Los conflictos que no encontraba, se los ganaba a pulso, los buscaba.
Hemingway era un enamorado de la fiesta taurina. Cuenta la autora la emoción sentida ante los toros y los repetidos viajes a España, en aquellos años parisinos, en los que descubren los encierros de Pamplona y las corridas en distintas ciudades. Hadley le acompaña en los primeros contactos con este mundo, e incluso comprende su emoción. La llegada del hijo le crea un primer fuerte conflicto, pues lo que Hemingway necesita es centrarse en su trabajo: en 1922 es un joven escritor de veintiún años, mientras que su esposa ronda ya una edad en la que tener el primer hijo empieza a ser problemático. Sin embargo, el nacimiento de Bumby hace la luz para Hadley, cuya vida empezaba a estar un tanto vacía, siempre a la espera del marido y sin actividad propia. Se dedica en cuerpo y alma al bebé, y a calmar a la vez las ansias del esposo. Hasta que este comienza a desear más calmantes: otras mujeres comienzan a aparecer y ocurre lo inevitable.

La lectura del libro es amena y ágil, las quinientas y pico páginas se leen con fluidez, y nos sumergen en la vida parisina, codeándonos con los grandes escritores del momento, al mismo tiempo que mostrándonos la fatuidad de esos grupos, que vivían al margen del mundo real, ahítos de alcohol y otras sustancias que les ponen en el trance creativo. Ricos potentados les invitan a sus fiestas, les pagan viajes y les usan como divertidos bufones de corte. Y ellos participan porque les conviene el sustento que les prestan, y los contactos que descubren en su compañía. Pero es una vida falsa y superficial, y la autora lo cuenta por boca de Hadley, que se mantiene distante de esos fastos, porque no los necesita y sólo participa como espectadora: un papel secundario, actriz de fondo en ese teatro de las vanidades que fue el París de entreguerras.
Paula McLain es doctora en Literatura, especializada en poesía. Imparte clases en  el New England College y en John Carroll University de Cleveland.
 





6 comentarios:

Trecce dijo...

Desde luego, su visión del París de la época puede resultar muy interesante, por su particular posición: Tiene acceso al interior, pero a la vez, lo ve como espectadora.
En cualquier caso, no sé cómo sería su vida con D. Ernesto, que no debía ser una persona nada fácil.

Fuensanta Niñirola dijo...

Nada fácil, Trecce, una vida complicada y llena de sobresaltos,sí. Pero también convivir con una personalidad como la de Hemingway tendría su encanto.

Gonzalo Muro dijo...

Estupenda reseña Ariodante. La verdad es que el París de esa época debió resultar fascinante porque, como señalas, en él vivían muchos artistas y escritores que terminaron por resultar muy relevantes. En cierto modo, esta novela parece el reverso de París era una fiesta.

Es una compra para tener en cuenta.
Saludos.

Anónimo dijo...

Lo más fascinante me parece cómo la autora se acerca, desde dentro, al proceso creativo de Hemingway. Sus tribulaciones como escritor, los temas que toca como reportero y que luego aparecerán en sus novelas, cómo va depurando su estilo y buscando esa voz propia que hará tan característica su escritura... Y resulta curioso como Paula McLain llega a "reproducir" el estilo hemingwayano. A veces tienes la sensación de estar leyendo, desde el otro lado del espejo, "París era una fiesta". Una delicia

María dijo...

No sé...con ese libro siento contradicciones...no sé si quiero leerlo y quedarme con lo bien que lo cuentas, o "pelearme" con él mientras lo leo. Creo que con lo adapto en mi vida...posiblemente me enfadaría mucho con Hemingway...a pesar de considerarle un escritor maravilloso, y que parte de eso se lo debemos a su forma conflictiva de ser.
No sé...ya veremos...Tu reseña, como siempre, explendida!! He disfrutado mucho leyéndote.
Un abrazo grande!!

Fuensanta Niñirola dijo...

Hola, María! Qué gusto leerte por aquí! Mira, a mi nunca me ha gustado especialmente Hemingway, fíjate, siempre he pensado que era un pelín borde. Y sin embargo en este libro he visto la parte humana desde el punto de vista de la mujer, que la verdad, es bastante indulgente. Yo de ti lo leería. No creo que te tuvieras que pelear con nadie. Al fin y al cabo, ambos siguieron con sus vidas despues de separarse.

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