23/5/12

SANGRE ARDIENTE


EL ARDOR DE LA SANGRE
IRÈNE NÉMIROVSKI
ED. SALAMANDRA, 2007


“Si supiéramos lo que recogeremos por adelantado, ¿Quién sembraría su campo?”
Sylvestre a Hélène, Pág.34


Es ésta una novela corta, como casi todas las de Némirovski, autora que, desgraciadamente, no pudo llevar a término su magno proyecto, comenzado con Suite francesa, ya que su detención, confinamiento y posterior muerte en Auschwitz, a causa de su origen judío, se lo impidieron dramáticamente.  
Decimos que es corta, como su vida, pero muy densa. Muy intensa en cuanto a emociones se refiere. En ella vibra su alma, y se nos revela, precisamente en lo breve, que es lo más difícil, como una grandísima escritora.  Es, a la vez, un retrato de la Francia profunda, la población de provincias, de pequeños pueblos, la gente del campo, retrato que probablemente se podría extrapolar, en esencia, a las profundidades de cualquier país europeo. Pero en este caso, y como en sus otras novelas, Némirovski, a través de su mirada de extranjera (nacida en Kiev, en 1903), francesa de adopción, es  Francia, pero también es la naturaleza humana, la que es analizada, diseccionada, y expuesta con breves pero certeras pinceladas, que denotan una observación intensa y acertada. Con poco, sabemos de sus personajes, sabemos de sus ardores, pasiones y dramas.
Y es terrible lo que vemos: pasiones, amor, amistad,...pero a la vez violencia, traición, envidia, delación...el horror. La otra cara del espejo, oscura, palpitante, agazapada como tigre en acecho, y que a la primera oportunidad salta y emerge a la luz. Las aparentemente pacíficas e incluso aburridas relaciones familiares, la también aparente paz y vida tranquila del campo, la cara oculta de esta vida feliz e inmanente,  irrumpe de pronto, como un tifón devastador que arrasa violentamente todo lo que encuentra a su paso.
La composición de la obra, a modo de diario irregular, relatada en primera persona por el protagonista, nos va proporcionando datos sobre la vida cotidiana, salpicados de comentarios y recuerdos, de imágenes que le asaltan y le hacen sumergirse en las aguas profundas del pasado,  de donde salen a flote, como una mancha de aceite o como un ahogado, hechos o imágenes ya olvidados o que, al menos, parecían estarlo. Este tema, el de la muerte en el agua, la imagen del ahogado enredado entre las hierbas del río, muy ofeliana, se repite en sus obras, como un leit-motiv o una obsesión que angustia a la autora.
También la estructura del relato recuerda las muñecas rusas, ya que cada personaje esconde en su interior otro y a su vez otro, a cual más oscuro e impensable. Cada drama guarda la semilla del siguiente.
El narrador, Sylvestre/Silvio, un viejo trotamundos que se refugia en su ya pequeña propiedad cuando encara la última etapa de su vida, lleva un nombre que se le ajusta a la perfección, que lo define, ya que en su juventud no se aviene a lo que se espera de él  y parte en busca de otros mundos, otras sociedades, otros países, llevando una vida trashumante y salvaje, haciendo un poco de todo, hasta que, finalmente, viejo y solo, ha de recluirse en su madriguera para el invierno de su vida, guardando para sí sus recuerdos, hasta que una situación inesperada y dramática irrumpe y salpica a todos, haciendo tambalearse el delicado edificio de naipes en que se había convertido la vida social del pequeño pueblito provinciano.
“¡Extraña locura!-dice Sylvestre –El amor a los veinte años se parece a un acceso de fiebre, a un delirio. Cuando termina, cuesta recordar otros...El ardor de la sangre, que se apaga pronto...Ante aquella llamarada de sueños y deseos, qué viejo, qué frío, qué sensato me sentía...” (pág. 48)
La autora tiene unas agudas dotes de observación y de reflexión sobre la vida, propia y ajena, teniendo en cuenta su relativa juventud (sólo vivió 39 años). La repetición, e eterno retorno de los errores entre una generación y la siguiente, de padres a hijos, resulta inevitable, por más que se esfuercen los padres en evitar que sus equivocaciones se repitan, los hijos, incluso ignorándolos, caen en ellos por decisión propia, desean aprender a golpes, en los mismos sitios donde los padres ya fueron heridos. Sylvestre se da cuenta de ello, pero no puede ser más que un espectador impotente de un destino inexorable.
“Me pregunto si esas dos criaturas saben, o sospechan...Pero, no: la juventud sólo se ve a sí misma. ¿Qué somos para ella? Pálidas sombras. ¿Y ella para nosotros?” (pág. 67)

Como colofón del libro, se incluye en esta edición una nota de los biógrafos, O. Philipponnat y P. Lienhardt, en la que cuentan la trayectoria de la obra, metida en una maleta y salvada y conservada por las hijas de la autora, que supervivieron gracias a diversas personas que, con grandes riesgos, les prestaron su protección y consiguieron despistar a sus persecutores, cambiando incluso su identidad para no ser reconocidas.
Los manuscritos no ven la luz hasta 2004, en que se publica la Suite Francesa. (ver reseña en Hislibris), pero El ardor en la sangre aún tarda más, ya que en principio sólo se disponía de las primeras páginas, mecanografiadas por su marido, Michel Epstein, abandonadas probablemente a raíz de su detención, y no es sino cuando aparecen el resto de páginas manuscritas de su puño y letra, traspapeladas entre todos sus otros manuscritos,  -contenido de la famosa maleta- tras muchas investigaciones llevadas a cabo por los biógrafos, cuando se puede componer la obra.
En 1937  es cuando Némirovski relee  a Proust, y comienza a darle vueltas al tema de la obra que nos ocupa.  Este texto le llama la atención:
“La sabiduría no se aprende; tenemos que descubrirla por nosotros mismos tras un viaje que nadie puede hacer en nuestro lugar ni puede ahorrarnos, porque es un punto de vista sobre las cosas. Las vidas que admiras, las actitudes que consideras nobles, no nacieron de la previsión de un padre de familia o el preceptor; las precedieron comienzos muy distintos y sufrieron la influencia de todo lo malo y banal que había a su alrededor. Representan un combate y una victoria.”(A la sombra de las muchachas en flor)
Según los biógrafos, “ese azaroso viaje de la juventud por la penumbra de la vida es lo que Irène Némirovski llama el “ardor de la sangre”. Es el orgullo de los genes, ese fuego que a veces permanece latente bajo la ceniza durante años antes de aniquilar una vida pacientemente forjada. Otra forma de llamar al amor, “esa llamarada de sueños” que calcina sus propios dominios.(...) Es la misteriosa avidez de vivir, el “penoso y vano trabajo de la juventud”, el enigma del deseo, que sabotea las decisiones virtuosas y da al traste con las resignaciones enfermizas e incluso con la paz de los sentidos.”
La vida de Némirovski podría ser también una formidable novela. Después de haber tenido que huir del bolchevismo en Rusia, huyendo desde S. Petersburgo, a través de Finlandia hasta Suecia, en condiciones penosísimas, y llegando finalmente a Ruan, luego de residir en París, casarse y tener dos hijas, destacando pronto en la vida literaria francesa, hubo de ser nuevamente perseguida, esta vez por el nazismo y el colaboracionismo francés, que consiguió su deportación a Auschwitz, donde murió, en la enfermería, incapaz de sobrevivir en aquel medio. Su marido siguió su mismo camino y sólo las hijas sobrevivieron gracias al esfuerzo de amigos que las ocultaron. A través de ellas conservamos su obra y podemos gozar de una autora a la que no hemos podido conservar viva.


Reseña publicada en:http://www.la2revelacion.com/?p=268  

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