17/8/14

TIEMPO DE VERANO II

 CRONICAS PLAYERAS  II


Continúo con mi imaginario recorrido por los lugares habituales en una localidad que en verano se inunda de turistas.

EL SUPERMERCADO
Al cabo de unos días he de visitar el supermercado de nuevo, ―tengo la mala costumbre de comer― pero no caigo en que es sábado...en vacaciones los días pasan sin darnos cuenta, con lo que aquello estaba que no cabía un alfiler. Tal y como está la economía, el turista cada vez más tira de supermercado que de restaurante. Pero ya que estoy aquí...Lo cierto es que un guardia de tráfico no hubiera venido mal: el aparcamiento es un continuo entrar y salir, en los pasillos no hay quien pase, familias tanto británicas como autóctonas al completo, arrastrando carritos absolutamente cargados hasta los topes, algunos con los niños dentro, además; otros se hacen la visita en pleno cruce de pasillos, y se dedican a contarse la vida, mientras los niños corretean, tocándolo todo, y los padres, ajenos, buscan entre las bebidas alcohólicas algo que les haga más llevadero el mes. Es impresionante lo que les atrae la bebida a estos británicos...aunque tampoco los alemanes le hacen el feo a una buena cerveza. 
Una sexagenaria extranjera, que trata infructuosamente de discernir entre un producto y otro, pide ayuda a un empleado, que le contesta en la lengua local, aunque en un tono de voz muy alto, como si así consiguiera que le entendiese mejor, creándole aún más confusión a la pobre señora. Porque eso sí, los empleados del súper son del pueblo, y en el pueblo se habla el valenciano, variante alicantina. Con lo que se originan divertidas demostraciones lingüísticas y algunos intercambios emocionales. Estoy tan entretenida que sin dame cuenta me he llevado los danones y el bimbo pasados de fecha y he de volver a cambiarlos. Y  olvido el spray anti-hormigas, que con la invasión a la que estoy sometida, me lo cepillo en cuestión de días, a falta de un Charlton Heston. Me tocará volver mañana.
De todas formas, en esta localidad si hay algo que no falta son enormes, gigantescos (y algunos pequeñitos, aunque quedan ya pocos) supermercados. De todas las marcas y colores. Y el problema es que, aunque tenga uno muy cerca, resulta que hay productos que me gustan de uno distinto, con lo que el recorrido puede hacer se agotador: el pan de molde de alli, los rollitos integrales de allá, el te twinnings que solo lo tienen en acullá, ...y las mermeladas que abundan de las que me gustan en otro distinto. En suma, que el recorrido por los súper se hace a veces interminable...eso sí, muy entretenido.

EL PASEO NOCTURNO
Las noches suelen ser frescas, cuando sopla la brisa marina. Me bajo al Paseo del Arenal y deambulo por allí, entretenida con el ajetreo nocturno. Sentarse en un café o una heladería es divertidísimo. Por el paseo van desfilando toda una colección interminable de personajes, habituales del mundillo playero. Familias al completo: los padres en camiseta y bañador, las madres en pareo, o en esas camisolas semi-transparentes que son tan comunes en las playas, y que disimulan un tanto los volúmenes no deseados y a la vez dan esperanzas de posibles encantos escondidos. Los niños, chupando caramelos, helados, y otras sustancias pringosas, o manipulando esos objetos fosforescentes que tanto éxito tienen entre el personal infantil, o esos rayos láser con los que se regodean machacándonos los ojos, bajo la mirada tolerante de los padres, que mientras tanto se paran en los sempiternos e inevitables puestos de artesanía, orfebrería, bolsos, cerámicas u objetos variopintos, o se sientan a tomar una cerveza o un helado. Las paradas donde hacen retratos a lápiz o a rotulador, o caricaturas, no están demasiado concurridas, aunque siempre hay algún ingenuo que se siente tentado a verse a sí mismo con otros ojos.
 También desfilan los septuagenarios, de los que en esta población hay un altísimo porcentaje, sobre todo extranjeros, instalados aquí buscando un clima más benevolente con su reuma que el húmedo y lluvioso de sus países de origen. Es por ello que aquí florecen como setas las ortopedias, los podólogos, geriatras, fisioterapeutas y hay farmacias por todas partes. Pero ellos, ajenos a su edad, o quizás precisamente a causa de su edad, visten de  colorines, pantalones cortitos y camisetas luminosas, las señoras portan colgantes llamativos o escotes desmesurados, que nos muestran un panorama desolador, por otra parte.
Los adolescentes, usan el uniforme habitual: ellas, camisetas varias tallas menores, el hueco ventral al aire, pantalón ajustadísimo, tatuajes piercings por todas partes; ellos, camisetas zarrapastrosas, bermudas, sandalias de goma y pelos desmadrados, que harían horrorizarse a cualquier peluquero que se precie. Su tono de voz les delata a distancia.  También gritan los hooligans, que van apandillados, montando bronca y tratando de llamar la atención lo más posible. Todos, unos u otros, portando visiblemente su iPhone último modelo, como una pieza más del uniforme.
En menor cantidad se pueden ver sudamericanos: ecuatorianos, sobre todo, colombianos y bolivianos también. Aunque la población argentina es enorme, ellos montan negocios, sobre todo textiles, de muebles, artesanía, y restaurantes, y están absolutamente asimilados a los autóctonos, delatándoles solamente su acento, que son incapaces de olvidar, por mucho tiempo que vivan lejos de su país.  Los ecuatorianos, colombianos y bolivianos, más relacionados con el sector servicios, y suelen formar un grupo aparte, porque aun no están demasiado integrados. Son gente bastante tranquila y pacífica, que disfrutan de sus horas libres después de un día de trabajo. Los magrebíes suelen pasear más por el Puerto, en grupos masculinos, o con sus familias. Y a los chinos, como siempre, no se les ve en la playa, (de hecho, apenas se les ve ) aunque ya han invadido prácticamente todo, desplazando a muchos pequeños locales y ocupando manzanas enteras con sus tiendas, abiertas a todas horas.
LAS FIESTAS

Estos días se celebra la inevitable fiesta de moros y cristianos, muy tradicional en estas comarcas, y muy atractiva por la vistosidad de los trajes y la sonoridad de sus músicas, con dominio de timbales y tambores. He decidido acercarme por la noche al puerto, a ver el desfile y  sentir un poco el ritmo de las bandas de música que van detrás, marcándoles el paso. Los trajes son brillantes y llamativos, sobre todo los de los moros; este año han introducido filaes de cristianos con trajes de bandoleros siglo dieciocho, lo cual parece algo fuera de lugar, además les acompaña una música muy sandunguera y sus movimientos parecen más de discoteca. 
Aparecen los moros, puro en boca, como es tradicional, moviéndose como Dios ―o Alá― manda, en una especie de desplazamiento pendular con las caderas, muy, muy despacio y al verdadero ritmo de los timbales y el bombo, a un volumen que el corazón casi se sale del pecho y  tiemblan las rodillas. Aunque deben de ir bastante sonados, lo hacen muy bien. Reciben fuertes aplausos del público turístico y el residente, además de otras interjecciones y comentarios no muy reproducibles. 
Algunos magrebíes, ellos con ropa occidental y ellas con el kaftán y pañuelo en la cabeza, lo observan todo desde una cierta distancia y sin demasiado sentido del humor. Los cristianos, que vienen al final, están potentes: hay cuatro jinetes, muy bien puestos sobre sus caballos enjaezados muy elegantemente, y una carroza con los reyes y su corte. Y la banda de música, muy original, recuperando instrumentos populares, produce un sonido muy peculiar. Curiosamente son señoras de edad, que tocan flautas, rascadores, triángulos, panderos y otra serie de objetos no identificados pero que suenan adecuadamente medievales. Llevan todas una especie de uniforme consistente en unas batas o túnicas naranja, lo que les da un aire muy a lo Hare Krishna. Tras la última carroza, desfilan los puestos móviles de chucherías, globitos, helados, y la obligada camioneta de la Cruz Roja...por si las moscas, que siempre hay a quien le da un achuchón entre timbal y tambor. En fin, finaliza el desfile con la inevitable traca y castillo de fuegos artificiales.


La noche es de una temperatura fresca muy agradable y me vuelvo paseando hasta donde he dejado el coche, algo somnolienta ya, pero contenta, y con un cierto movimiento pendular en mis caderas. La luna llena resplandece como una moneda de oro, colgada en el cielo, sobre el mar oscuro, donde se destaca un pequeño barco de vela, que va dejando una estela blanca ondulante. Se escucha el fragor del oleaje sobre las rocas. 
¡Mmmm....el mar, el mar! Suspiro.



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