18/9/15

UN ÁNGEL EN CONSTANTINOPLA

EL SITIO DE CONSTANTINOPLA: LA CAÍDA DEL IMPERIO BIZANTINO

EL ANGEL SOMBRÍO
Johannes Angelos, (1955)

MIKA WALTARI

EDHASA, 1994

El ángel sombrío se publicó en 1955, y su título original es Johannes Angelos. Al reeditarse la novela en España e incluir pasajes que fueron censurados en la edición de 1975, el título de la obra pasó a ser El sitio de Constantinopla: La caída del Imperio bizantino. Esta costumbre de cambiar los título originales al traducir las novelas (al doblar las películas, que también) es francamente deplorable. Pero, entremos ya en materia.
La novela es una espectacular recreación de la caída de Constantinopla  bajo el imperio turco, en 1453. La toma de esta ciudad, símbolo y baluarte de la Cristiandad, representa el desmoronamiento de la civilización occidental, de ahí que se haya tomado esa fecha para marcar la entrada en la Edad Moderna. Mika Waltari describe una situación desesperada: si la prometida ayuda papal no llega –y no llegó- las murallas aparentemente inexpugnables de Constantinopla no podrán resistir el constante bombardeo de los turcos, que tienen en sus filas a un excepcional artillero húngaro, Orban, constructor de una bombarda letal. El emperador Constantino XI será el último de los Paleólogos, sin descendencia y minado su prestigio popular desde que se firmó la unión de las dos iglesias, latina y griega.
La novela sumerge al lector en la vorágine de una catástrofe anunciada. La caída de la ciudad se ve venir y hay posiciones políticas contrapuestas. Las dos facciones, griega y latina, están enfrentadas, y difícilmente se puede preparar la defensa de una ciudad cuando un sector piensa que es mejor “estar bajo el turbante turco que bajo la mitra papal”, mejor con el enemigo que con los aliados, mejor la sumisión que la libertad. Este conflicto se ha repetido y sigue repitiéndose tantas veces en la Historia, es tan actual…
La novela, narrada en primera persona, es el diario del misterioso personaje Johannes Angelos o Jean Ange, desde que llega a la ciudad procedente de la corte del sultán. Angelos quiere morir defendiendo la ciudad de su abuelo griego, de hecho, tiene el convencimiento de que ha de ser así, que su destino está marcado. A lo largo de la narración el lector irá descubriendo el pasado turbulento y atormentado del protagonista, lleno de puertas abiertas, escapatorias imprevistas, que le irán conduciendo irremisiblemente a su destino; poco a poco el lector comprenderá la razón de su retorno y defensa de la causa griega, aunque él sea considerado un latino, incluso un posible espía turco.
Nacido en Avignon, hijo y nieto de griegos, secretario en su juventud del cardenal Cesarini en Florencia, cruzado en Hungría, hecho prisionero en la batalla de Varna por el sultán Murad, que lo conservó como tutor de su hijo Mehmet, el actual sultán, la vida de Angelos parece seguir una ruta marcada, que le lleva ineludiblemente a Constantinopla.
Pero hay más: desde el comienzo de la narración, Angelos tiene un encuentro perturbador con una mujer, Ana, que le trastornará sentidos y razón, y no podrá parar hasta conseguirla. Pero Ana es la hija de un político jefe de la facción afín al turbante, que preferiría el apaciguamiento a la lucha. La amada de Angelos mantiene con él una relación de amor-odio, una pasión que hasta el último momento no sabremos si es juego o realmente amor, si hay traición encubierta, por encargo de su padre, o si es a éste al que traicionará. Esta tensión se ve muy bien reflejada en la novela, perfectamente imbricada con el resto de la trepidante acción.
Ante la inminencia de la muerte, los hombres sacan de sí lo mejor y lo peor. Toda la novela es pura tensión entre contrarios: vida-muerte, amor-odio, fidelidad-traición. Y está llena de simbolismos, como el de los borceguíes de pórfido/púrpura, imagen que Angelos conserva desde su infancia y que le acompañará hasta el final. Los personajes centrales y secundarios tienen rasgos fuertes: Angelos, su devoto criado Manuel, la bella Ana, el genovés Giustiniani, el germano Grant, el megaduque griego Notaras, los jefes venecianos, el patriarca Genadios, el emperador Constantino, y Mehmet, el sultán turco. Todos ellos están definidos en relación a su papel en la tragedia.
Waltari crea unos personajes enérgicos, arquetípicos, e introduce en ellos creencias milenarias. Johannes Angelos, en su diálogo consigo mismo (con su otro ángel), plasma dudas,  miedos, reflexiones ante la vida y la muerte, ante el amor que crece en su interior, destrozando la razón y dando rienda suelta al cuerpo. Angelos reúne en sí todas las características del Creyente, al sumar las herencias griega, latina e incluso mahometana. Waltari lo expresa de modo genial por boca del protagonista: “¿Quién soy yo? Soy el Occidente y el Oriente, soy el pasado irrevocable, soy la fe sin esperanza. Soy la sangre de Grecia en las venas de Occidente.” 
Ideas recurrentes son las de la predestinación, el eterno retorno, el fin de la civilización… El sentimiento de que lo vivido por sus ancestros vuelve a manifestarse en su persona, y que en el futuro retornará, cual ave fénix. La predestinación, el fatum, está asimismo presente en la narración y en el protagonista, que ya ha recibido en Varna el aviso de su ángel (“Nos volveremos a encontrar en la Puerta de San Romano”).
Mika Waltari
El fin del mundo cristiano, idea central: la civilización occidental se verá destruida entre otras causas por los ataques de bárbaros y musulmanes, por su degradación y debilitamiento, por el enfrentamiento de las diversas facciones: latinos/griegos, genoveses/venecianos, pro-cristianos /pro-musulmanes… Y por la traición, que sobrevuela toda la narración. “Esta ciudad –dice Angelos a Ana- es como una vieja urna de oro, cuyas piedras preciosas se han desprendido, mellado y desgastado sus ángulos y aristas. Pero aún guarda el encanto de lo que fue. (…) Antes destruida y anegada en sangre. Esta es la última Roma. En vos y en mí alientan los milenios. Antes, pues, la corona de la  muerte, la corona de espinas de Cristo, que el turbante turco, ¿lo comprendéis?”
Escrita desde un único punto de vista, pero de modo ágil, ameno, pasional, impacta al lector, que vivirá la suerte de la ciudad y de sus protagonistas como si de él mismo se tratara. Emotiva, dramática, y a la vez bien documentada y ambientada sin que ello se note, lo cual es un verdadero mérito. Novela imprescindible para todo amante de la literatura histórica y la literatura en general.


Ariodante

Agosto 2015

13/9/15

CASTILLOS TURCOS

EL CASTILLO BLANCO

                         ORHAN PAMUK
                 DEBOLSILLO, 2008




El Castillo Blanco, publicado anteriormente en España como  El astrólogo y el sultán, título que creo le conviene mucho más que el que se la ha dado en esta edición de Mondadori. Ignoro cuál es realmente la traducción del título original,  Beyaz Kale.
Es una novela ambiciosa; pero en mi opinión, fallida. Se la comenta como novela histórica porque está ambientada en el siglo XVII en Turquía, pero no es, propiamente una novela histórica, sino que tiene un marcado carácter psicológico. El tema es la identidad, la relación casi hegeliana entre amo/esclavo, de tal modo que nos recuerda la película El Sirviente, de Joseph Losey: el sirviente que se va convirtiendo en señor, apropiándose  de la casa, la mujer, la vida del amo. Y el amo pasa a depender del sirviente. Pero entre tanto, un millar de referencias literarias nos bombardean y un continuo rizar el rizo en la relación entre el cristiano y el musulmán llega hasta el paroxismo.
Un veneciano ilustrado y con conocimientos científicos es abordado en un viaje por mar por una galera turca y hecho prisionero; para intentar salvarse de condiciones penosísimas, el veneciano se hace pasar por médico y consigue un cierto nivel en la prisión, hasta que es llamado para atender a alguien en la corte del sultán y es reconocido por un personaje, el Maestro, astrólogo y científico, que se interesa por él. Tras sufrir un simulacro de decapitación para hacerle rechazar su fe (que por otra parte, no se entiende que la tenga, ya que no sigue ni sus prácticas ni siquiera su moral) y sobrevivir, el sultán lo entrega como esclavo al astrólogo, que se lo lleva a vivir con él.

A partir de ahí, se establece una relación incomprensible entre ambos. Páginas y páginas en las que las discusiones, los razonamientos y los larguísimos momentos en los que no pasa nada, más que la repetición de lo mismo: el astrólogo le hace contar una y otra vez su vida, le pregunta incansablemente por sus conocimientos, por el modo de vida de los cristianos (ellos), los occidentales. Y el autor se concentra en describirnos un proceso de identificación del uno en el otro; incluso los describe como muy parecidos físicamente. La onírica escena de  ambos ante el espejo, tratando de ver su parecido y de saber quién es quién, es casi surrealista. Y los interminables días sentados ante la mesa escribiendo sus maldades, uno frente a otro, insultándose y golpeándose, llegan a hacerse francamente aburridas y repetitivas en exceso
Ambos tienen también una extraña relación de veinte años con el sultán, que de niño al que le cuentan historias extravagantes, va pasando a joven, que sigue interesado en que le interpreten sus sueños y le cuenten cómo es el mundo que no conoce, le hablen de astrología y le hagan predicciones y, cuando se declara la peste, le adviertan qué ha de hacer para prevenir contagios y disminuir la extensión de la plaga.

Es desesperante la reacción del astrólogo frente a la peste, mientras que el veneciano está aterrorizado y trata de evitarla, el astrólogo no sólo no la teme, sino que gasta crueles bromas al respecto, convencido de que si ha de morir, morirá, y si no, no ha de preocuparse.
Es incomprensible la atracción entre ambos y aunque el pobre esclavo sueñe durante años con volver a su Venecia natal, sólo al cabo de mucho tiempo, y como resultas de un fuerte enfrentamiento y aprovechando la enfermedad del amo, hace un único intento de escapar; intento absurdo y por supuesto, fallido.
El proceso de interrelación que siguen ambos es increíble. Y no parece interesarle al autor contarnos apenas nada más, con lo que no sabemos casi nada sobre la vida cotidiana,  ni del sultán ni de ellos, de qué viven, cómo viven, por qué esas relaciones tan distantes con las mujeres, siendo como son los dos heterosexuales, pero es un tema que queda al margen, supeditado al proceso de identificación.
Hay muchas referencias literarias, a autores turcos, e internacionales, incluso a Cervantes, y a veces recuerda ciertos procesos de confusión de identidades en Paul Auster, sobre todo en La ciudad de cristal. O los de Philip Roth en muchas de sus obras.

Y así pasan la vida: investigando cosas sin sentido para el sultán, y no se nos explica cómo saben de esas cosas: le divierten creando castillos de fuegos artificiales, inventando máquinas diversas, y finalmente le convencen de que les financie la creación de una máquina de guerra que, según ellos, les hará ganar a todos sus enemigos. La máquina les lleva años de intentos, fallos, destrozos, y mientras tanto, van alternando su relación con el sultán, que también es un personaje que queda desvaído y desatendido. Interesado más en la caza que en la guerra, es incomprensible cómo acepta la máquina infernal de los dos enloquecidos, astrólogo y esclavo, que intercambian su papel constantemente en su relación con el sultán, el cual está convencido que es el infiel el que lleva la iniciativa en todos los procesos que inician, y el que le ha proporcionado a su amo, el astrólogo, todas las ideas que éste exhibe.
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Pamuk resuelve la novela recurriendo a un personaje que prologa la narración diciendo, como un eco cervantino de Cide Hamete Benengeli, que ha encontrado el texto por casualidad. Y al final en un epílogo, el propio autor nos explica sus alusiones literarias, gracias a lo cual entendemos algo del proceso seguido, para mi gusto demasiado retorcido y complicado, con lo que la historia pierde frescura y se hace pesada y plomiza. Si de la relación Oriente y Occidente se trata, como algunos han comentado, Occidente sigue quedando en tinieblas, mirado desde Oriente. No sabemos nada de Occidente, salvo que ellos son diferentes. Pero el veneciano, como representante occidental, desarrolla un proceso de asimilación tan fuerte que finalmente puede intercambiar su papel con el astrólogo turco. Aprende su idioma  a la perfección, sus costumbres, y lo único que no abandona es su fe, que por otra parte no practica y a la que nunca hace referencia. No entendemos por qué insiste en mantenerla, a menos que sea un símbolo más de Occidente, como otras cosas. Tampoco sabemos el por qué y el cómo de las campañas turcas que les llevan hasta tierras polacas, y hasta el misterioso castillo blanco que frena su avance. Deduzco que también es un símbolo de la fortaleza occidental, pero es tal la manera de presentarlo, que no sabemos bien cómo interpretarlo.
Al parecer, esta novela fue la que le hizo más famoso, por ser objeto de grandes elogios por parte de John Updike. Como no soy lectora de Updike, no puedo saber qué le hizo entusiasmarse con esta novela. Mi entusiasmo, desde luego, no lo tiene.
Resumiendo, una novela que quiere abarcar más de lo que abarca, decir más de lo que realmente dice, y que llega a aburrir en muchos tramos y en otros, nos deja a mitad camino, proponiendo ideas muy atractivas que quedan sin desarrollar. Le sobra metraje y le falta concisión.

 Orham Pamuk, (Estambul, 1952), escritor turco que recibió el premio Nobel en 2006, ha publicado diversas novelas y ensayos, estudió periodismo y arquitectura, y a raíz de sus opiniones y denuncias políticas, es persona non grata  para los fundamentalistas turcos, e incluso estuvo implicado en un proceso judicial con amenaza de cárcel, por lo que abandonó su país y ha estado viviendo en Europa y pasado largas temporadas en EE.UU., antes de regresar en 2007 de nuevo a su país.
  

Ariodante

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