4/3/11

MADAME DE : una bella historia


MADAME  DE
LOUISE DE VILMORIN
Trad.:Julia Escobar
Postfacio: Laura Freixas
Cronología y bibliografía: Débora Puig-Pey
Ed. Nortesur

Apenas unas ochenta páginas cubre este relato, pero desprende una emoción de tal modo concentrada que no hay una palabra de más. Heredera, aunque lejana, de las heroínas de Madame de Lafayette, o de Cloderlos de Laclos, Madame de es  una versión descarnada y dura de Bovary o incluso Karenina. Ambas, también esposas de. El enfrentamiento entre el papel masculino y femenino es tan tremendo que despide chispas, aunque casi podríamos decir que son chispas de hielo, astillas heladas capaces de destrozar una vida. Entre hombres, marido y amante se entienden a la perfección. Entre mujeres, también señora y nodriza o tía y sobrina, comprenden inmediatamente cuál es su posición. Pero cuando se enfrenta al amante o al marido, Madame De pierde los papeles y se desmaya, balbucea, miente, es incapaz de explicar lo que le pasa y acaba por rendirse para evitar el contacto con los que la hacen sufrir. Es incapaz de afrontar la vida, ingenua e infantil, necesitada siempre de la dirección y control masculinos. Ante el esposo, sólo cabe la sumisión o el engaño- nos dice Freixas-, o ambos.

Louise Lévêque de Vilmorin (Verrières-le-Buisson,1902-1969), fue una escritora francesa más conocida por su vida que por su obra, por sus esposos y amantes, (Saint-Exupéry, Malraux, Cocteau, etc.) así como por las personas con quienes se relacionó en su salón, que, como buena aristócrata, mantuvo durante años. Aún así, son más de una decena sus obras de ficción publicadas, más seis publicaciones de poesía y otras tantas de artículos y correspondencia.
En el acertado postfacio de Laura Freixas, destaca la buscada ausencia de nombres de los protagonistas, puesto que, como resalta la autora catalana, los personajes son símbolos, como simbólico es el complicado itinerario de la joya que pasa de mano en mano, volviendo siempre a su origen, Monsieur De: el esposo, el amo.

Madame De es una dama/niña que vive su madurez en una infancia prolongada por la ausencia de hijos, pendiente únicamente de caprichos y  jóvenes admiradores, siempre a la sombra del marido/padre, que se ocupa y preocupa por guardar las formas y mantener su prestigio a toda costa. No hay amor entre ambos, es la típica relación de conveniencia, tan habitual en el siglo XIX, donde se ambienta la acción.
En su ingenuidad, Madame De trata de cubrir el pago de sus deudas –porque no sabe siquiera controlar la asignación que recibe de su esposo- vendiendo unos valiosísimos pendientes de diamantes, regalo de bodas, que, al no estar ligados ya a una relación amorosa, le son prescindibles. Pero es incapaz de hacerlo discretamente y miente a su esposo, como los niños mienten por miedo al castigo paterno: la mentira lleva a que Monsieur De se entere del asunto...y vuelva a comprar los pendientes, que a su vez, regala a una amante despreciada como despedida y pasaporte a otro país.

Pero la fortuna tiene sus caminos insondables, y los pendientes reaparecen de la mano de un nuevo admirador de Madame De: un embajador que cae prendido de sus encantos y del que ella se enamora desesperadamente. Vuelve a recurrir a las mentiras, lo que provoca el despecho del embajador y su alejamiento. Y la nueva intervención del esposo, que garante de las apariencias y conveniencias sociales, recompra de nuevo los pendientes, pero obliga a su infantil esposa a regalarlos a una sobrina. Ahora sí sufre al desprenderse de los pendientes, porque son la prueba del amor perdido. Sigue rodando la fortuna, y los pendientes vuelven a ser puestos en venta, por lo que el esposo vuelve a adquirirlos; pero esta vez ya no habrá quien los pueda lucir.

En 1951, la autora presentó el relato a un tertuliano de su salón, Max Ophüls, dando origen más adelante a una bellísima película homónima, donde el gran director pone imagen y voz a los personajes sin nombre de este brevísimo texto, del mismo modo que lo puso al también breve de Stefan Zweig Carta de una desconocida. Es uno de esos casos en los que un buen director extrae todas las posibilidades contenidas en una narración, incluso algunas más de las que se intuyen pero no se explicitan en el texto. Ciertamente, Ophüls introduce variaciones en la historia, estéticamente relevantes, si bien se mantiene la línea básica y los principales hitos narrativos, encarnados por unos impagables Danielle Darrieux y Charles Boyer, aunque Vittorio de Sica deja en duda cuál es exactamente la posición del amante embajador, que en el libro queda muy clara.

Novela que describe deliciosamente la futilidad del matrimonio sin amor con pinceladas precisas, la relación amorosa que se desvanece, unas relaciones sociales donde lo que cuenta es lo aparente, un mundo femenino irracional e ingenuo en un ambiente aristocrático donde las mujeres han de ser bellas, han de callar y dejar que el paternal esposo –representante de la racionalidad y el honor- se ocupe de todo lo demás, mientras ellas cortan rosas o toman el té...cuando no hay hijos de los que ocuparse, manteniéndose en un estado de virginal infantilismo y dependencia emocional. Una historia de amor triste, contada con una delicadeza exquisita. Y el acento moral del relato lo pone el par de pendientes con forma de corazón, que exhiben su carácter de mercancía circulando de mano en mano como un lacerante aunque brillante símbolo.




reseña publicada en:
http://www.elplacerdelalectura.com/2011/03/madame-de-louise-de-vilmorin.html

1/3/11

NUEVA YORK: HISTORIA DE UNA CIUDAD

Nueva York /Edward Rutherfurd /Roca editorial
Nos encontramos ante una ambiciosa narración que abarca cuatrocientos años. La mezcla de la cultura holandesa y británica, origen y sustrato del desarrollo posterior de la ciudad, fecunda el terreno indio sobre el que surgirá la gran metrópoli. A través de las páginas de este atractivo e interesantísimo libro, nos parece ir rememorando a los grandes autores que nos han hablado de diferentes etapas de Nueva York, ciudad sobre la que tantos han escrito. Edith Wharton, Henry Roth, Djuna Barnes, J.Dos Passos, Capote, Doctorow, Auster,  por sólo nombrar a unos pocos, son nombres que nos surgen mientras vamos leyendo. Historia de historias, que podrían leerse independientemente aunque tengan como eje e hilo conductor la propia ciudad, el libro contiene, pues, muchas narraciones a la vez.  
El eje de la ficción es la saga de los Master, apellido que no es azaroso, sino buscado por su  simbolismo, dada la elevada posición social y de poder de la familia elegida por el autor para desarrollar su historia.  Familia en torno a la cual giran otra multitud de secundarios, pero imprescindibles para mostrar los distintos sectores sociales. También hay un elemento cuyo simbolismo recorre toda la obra: el wampum, cinturón que la hija india del primer van Dyck le regala y que se transmite generación tras generación, como un recordatorio de los orígenes de la ciudad y sus habitantes, como un deseo de que la fortuna acompañe a sus poseedores, simbolizando el pasado de la ciudad, la inocencia perdida y la libertad buscada.
La edición incluye varios planos de la ciudad en sus distintas fases y algún mapa de la zona, lo cual es muy de agradecer. Lo que se echa en falta es un índice de capítulos, en una obra tan larga en la que a veces queremos volver atrás a recordar algo y nos resulta francamente complicado encontrarlo sin la ayuda de un índice.

Bajo el seudónimo de Edward Rutherfurd, escribe el británico Francis Edward Wintle, (Salisbury, 1948), autor de la presente novela, también reseñada aquí. Preguntado en una entrevista por su propósito al escribir este libro, el autor explica que su intento ha sido el de sintetizar la historia de la ciudad de Nueva York, una ciudad tan variada en cuanto a población, ideas y usos se refiere, y que, consciente de la imposibilidad de abarcarla por completo, se ha atenido a seguir el desarrollo de una familia principal, a la que se añaden otras secundarias, como muestra de las distintas comunidades socioculturales que componen la ciudad. ¿Cuál ha sido su idea básica o central? ¿Cuál podría ser, tratándose de Nueva York? La libertad, por supuesto. Si hay una ciudad que personifica el espíritu liberal, en su sentido más clásico, ésa es Nueva York.

En cuanto a la estructura caleidoscópica de la obra, vemos que los capítulos, de irregular longitud, se van alternando: a veces continúan correlativamente de un año a otro o a distintos meses dentro del mismo año; otras veces hay saltos generacionales, pasan treinta y cinco años de golpe y nos encontramos con dos generaciones más adelante, nietos de los precedentes y breves noticias de qué pasó en el intermedio. Los personajes tienen una función simbólica, son encarnaciones de la problemática de cada época y de los hechos que el autor ha elegido como más relevantes no para la historia del país, -aunque, a veces, también- sino  para la historia de la ciudad, verdadera protagonista del libro, como ya hemos señalado.
Hasta el  décimo capítulo, en que comienza la Guerra de Independencia, y los  posteriores en que se desarrollan los años de la guerra y la conmoción ciudadana subsiguiente, asistimos a la más o menos pacífica transferencia de la sociedad holandesa a la sociedad  británica, con el consiguiente cambio paulatino de costumbres, usos religiosos, y leyes. De llamarse Nueva Amsterdam a llamarse Nueva York, de regirse por la ley holandesa a regirse por la británica, que implicaba unos cambios importantes en la herencia y en las relaciones de propiedad familiares. Hay dos generaciones, dos ciclos narrativos: el holandés y el británico. Caso aparte es la historia de la población negra, ejemplarizada con el personaje del esclavo Quash, (que narra en primera persona, cuando el resto de la narración lo hace en tercera) y sus descendientes, los múltiples Hudson, cuya historia va ligada a los VanDick-Master hasta que poco a poco  se difumina, con el final de la esclavitud. 
Asistimos, junto al resto de las colonias,  a la deriva de la sociedad neoyorquina hacia la idea de independencia y ruptura con la madre Inglaterra: en suma, a la guerra, lo que implica el consiguiente posicionamiento de toda la sociedad: las clases populares, afines mayoritariamente a la independencia, y las clases altas, con negocios ligados a la metrópoli, leales al rey Jorge. Pero incluso así, en el seno de las familias también se abre una brecha entre partidarios del rey y los “patriotas”, como se llamaban a sí mismos los independentistas.

Los capítulos dedicados a esta guerra –comparados con los dedicados a la otra, la de Secesión- son más numerosos, lo cual indica la importancia que Rutherfurd le concede. No sólo se entretiene largo y tendido con los detalles de la vida familiar, terriblemente truncada por la oposición entre padre e hijo, aunque los lazos permanecen en la distancia. Solapada a la trama familiar, las batallas se suceden. En un largo capítulo titulado  precisamente Amor, describe el autor los movimientos generales de la guerra, incluyendo una detallada batalla, la de Yorktown, en la que los aliados (americanos y franceses) triunfan frente a las tropas británicas, y a partir de esta inflexión se decide el final de la guerra. Finaliza este ciclo narrativo con unas reflexiones sobre la Constitución y la Primera Enmienda, al tiempo en que la capitalidad se desplaza, con la construcción de una nueva ciudad al lado del río Potomac; la futura capital llevará el nombre del general que los lideró en la guerra.

El siguiente salto generacional nos coloca en 1825 y nos habla de la construcción del canal Erie y de su enorme influencia en el desarrollo del comercio y la vida neoyorquina, con un breve recuerdo a los indios, primero pobladores de la isla de Manhattan.

Volvemos a saltar veinticinco años y dos generaciones; Nueva York ha cambiado radicalmente debido a la masiva inmigración, principalmente irlandesa, pero también judía y centroeuropea. Al sur, los barrios de inmigrantes, superpoblados y con condiciones penosas, se organizan en bandas, y surge la sociedad Tammany y Five Points. La población de los barrios altos, como Gramercy Park, donde se asienta la familia Master, comienzan a desplazarse hacia el norte de Manhattan. Aparecen, junto a la línea dinástica de los Master (ya en su novena generación) nuevos personajes; ahora irlandeses, alemanes, y finalmente italianos como los O’Donnell,  los Heller y los Caruso.

A lo largo de los nueve capítulos que abarca esta etapa, desde 1849 a fin de siglo y  luego hasta 1925, se nos narran los orígenes de la guerra de Secesión, el posicionamiento de la población blanca ante el problema de la esclavitud, y el autor recoge y relata los grandes disturbios que produjo en Nueva York el reclutamiento forzoso de 1863. Otro llamativo suceso que nos cuenta es el de la gran nevada, la Ventisca de Dakota, que cubrió la ciudad en 1888 bloqueándola de tal modo que hizo resaltar a sus habitantes las carencias en cuanto a equipamientos y defensa frente a catástrofes naturales.

La parte dedicada a los primeros veinticinco años del nuevo siglo, tiene varios hitos destacados: la masiva entrada de italianos y los comienzos a su vez, de los camorristi; el primer pánico bursátil de 1907; el famoso incendio en la fábrica textil Triangle, cuyas trabajadoras murieron abrasadas o defenestradas por las malas condiciones del taller, (hecho que se ha tomado como hito para la celebración del Día de la Mujer Trabajadora); el crack del 29, mostrado muy atinadamente a la par que la rapidísima edificación del Empire Estate Building; la entrada de EE UU en la guerra europea y finalmente, la Ley Seca.

El siguiente salto se produce veinticinco años más tarde: 1953, donde se introduce a otro grupo social, del que hasta ahora se ha hablado de refilón: los judíos, muy relacionado con el mundo de la cultura y las artes. Comprobamos cómo, a pesar de todo lo ocurrido hasta el momento y de las guerras europeas, la posición de los judíos como grupo mantiene siempre unas distancias, y a su vez, la sociedad goyim les mira con recelo. Los capítulos van saltando de década a década en esta parte, y el siguiente grupo social insertado es el hispano, que es el último que ocupa una posición importante en la Ciudad, el último en llegar, aunque su expansión haya sido enorme hasta la actualidad.

Como hechos a destacar en esta parte: el gran apagón de 1977 y los violentos disturbios que asolaron Nueva York, sobre todo en Harlem y el Barrio, ambos muy degradados y desatendidos por los ayuntamientos sucesivos, donde se había acumulado una población con gravísimos problemas, en un continuo clima violento, con la marcación de una frontera, situada en la calle 96, tras la cual se abría otro mundo, muy distinto del tranquilo y elegante situado al sur, la Milla de los Museos, donde la alta sociedad residía.
En estos últimos capítulos van atándose varios cabos sueltos en la ficción, en cuanto a que personajes que habían aparecido y olvidado después, resurgen en la figura de sus nietos o bisnietos, que acaban relacionándose con aquellos otros que han figurado como hilo central de la historia. El libro termina con el paso del milenio y, obviamente, con los luctuosos y dramáticos ataques terroristas a las Torres en septiembre de 2001;  un breve epílogo fechado en 2009 pone punto final, retomando la idea central: ante todo, la libertad. En suma, una gran novela.


Reseña publicada en http://www.la2revelacion.com/?p=2251

28/2/11

EN BUSCA DEL TÉ CHINO: TEA RACES

LA CARRERA DEL TÉ/ VICTOR SAN JUAN
Ed. Noray, 2010

 Víctor San Juan (Madrid, 1963) es ingeniero, capitán de yate, y autor de varias novelas. Ha participado en regatas tanto en el Mediterráneo como por el Atlántico, navegado en veleros y se considera un gran admirador de los autores clásicos que de algún modo han tocado el tema marino: Conrad, Melville, Pla, Galdós, y Kipling. Tiene publicados varios libros: Soy capitán, Memorias de Trafalgar, y el presente texto. Ganó el premio Nostromo en 2001.
Las famosas carreras del té (Tea Races), eran aquellas en las que los clippers, barcos muy ligeros que, coexistiendo ya con los navíos a vapor, competían todos los años para llevar a Inglaterra, hasta las teteras reales y de toda la población, los primeros cargamentos de té del año. El primero en llegar era premiado con una libra esterlina por tonelada descargada, y el capitán del barco ganador recibía un jugoso porcentaje. Concretamente, en el año 1886 hubo una carrera con un emocionante final,  en el que el clipper Taeping estuvo disputando con su homólogo Ariel  hasta el último momento, llegando casi a la vez.

Ocurría que, en la provincia de Fujian, frente al estrecho de Taiwan, se recolectaba el té dos meses antes que en el resto de China, en mayo y junio, lo que facilitaba a los barcos que cargaban tan codiciada planta un adelanto a los monzones, -que soplan en julio y agosto- y por tanto una más feliz navegación por aguas chinas y malayas, garantizando un más rápido retorno. En el Fondeadero de las Pagodas, en Fuzhou (capital de Fujian), se reunían los clippers a la espera que los sampanes llenos de té fresco fueran bajando a lo largo de cien millas por el rio Min, en cuyas riberas se cultivaban las plantaciones de té. El fondeadero bullía como un hormiguero en las fechas de embarque de las cajas de té en los barcos. Carga lenta y minuciosísima, ya que el producto debía ir suficientemente aislado para no enmohecerse y perfectamente estibado para no desestabilizar el clipper, barco muy ligero y rápido pero también algo inestable. Salir a mar abierto suponía también pericia y suerte, debido a las peligrosas corrientes, muy tornadizas, por lo que era necesario un práctico que guiase a cada navío.

La presente narración se inscribe en este marco.  Inspirado en parte en aquella disputada carrera, el autor nos cuenta en este relato una mezcla de competición marinera con ingredientes que le dan un toque de misterio, de intriga y de casi persecución policíaca; los marinos no sólo compiten entre sí en su anual batalla contra el tiempo y la naturaleza para llegar puntualmente a llenar la tetera real, sino que otros factores desconocidos, el recuerdo de otros barcos y sobre todo, el fantasma de unos asesinatos no castigados, planea sobre los tripulantes y los capitanes de los principales participantes de la carrera. El recuerdo de Conrad es aquí inmediato. No podemos evitar recordar el Patna y al torturado capitán de Lord Jim; como también evocamos al capitán de la abarrotada nave en Tifón, así como al confuso y culpabilizado Almayer.

El autor desarrolla un juego de nombres y de suplantación de identidades en este relato que en algunos momentos resulta algo confuso, sobre todo porque los combina con nombres chinos, lo que al lector occidental pueda trastornar en su seguimiento. Tiene, sin embargo, muy buenos momentos de maniobras marinas, en los que casi sentimos las salpicaduras de agua salada en la cara y escuchamos las gaviotas chillar y el viento inflando las velas.  Y el mayor mérito que le veo es el de recrear el ambiente de las carreras del té y los clippers, para un público que quizás desconoce aquellas competiciones y aquellos retos marineros.




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