12/4/20

FAROS Y MARES

BAJAMARES
Antonio Tocornal
Prólogo de Nadal Suau
Ediciones Insólitas, 2020

“Si tuviese que elegir entre las horas de pleamar y las de bajamar, prefiero las bajamares, porque es en esas horas cuando revive la Posibilidad, cuando la muerte acecha y cuando un día, de forma inesperada, puede ser diferente a todos los demás.” (p. 96)



Novela peculiar, que llega al público en unos momentos en los que el aislamiento es preceptivo, y cuya lectura lleva a simpatizar con el protagonista de la narración. Una narración sobre la soledad gozosa, buscada, todo un canto a la vida interior. Es la soledad de alguien que se siente más parte de la naturaleza que de la sociedad humana.
 “Una isla no es una cárcel como la percibe la gente de tierra firme; es lo contrario: el insoportable encierro del revés, donde cada punto cardinal oculta una posibilidad.” [p.25]

En el imaginario islote Roque Espino, un joven, recién acabado el servicio militar, elige confinarse allí como guardafaros y vivir en aislamiento casi total el resto de su vida. Sesenta años, más o menos, pasará en la isla. Curiosamente sufre desde niño de acrofobia, miedo a las alturas, cosa que no le impide, como mínimo, subir a encender y apagar el faro dos veces al día.  De lo que no sufre es de soledad. Al contrario, la desea, la defiende y vive felizmente su misantropía. Durante años, cada quince días recibe la visita de la única persona con la que mantiene un breve contacto periódico, el barquero que le provee de comida fresca, piezas de recambio para el faro o cualquier otra necesidad que tenga y pida... menos limones (esto tiene su secreto).
A siete millas ve las luces de su pueblo natal, Malamuerte, al que no quiere volver -tampoco es de extrañar, con ese nombre- ni para el funeral de su madre. Por los recuerdos que va desgranando, el lector entenderá paulatinamente muchas cosas. Esos recuerdos le retrotraen a una vida angustiosamente regida por obligaciones, preceptos, relaciones familiares y sociales opresivas. Y una dolorosa pérdida, que revive en sus sueños llenos de duplicidades.

La vida diaria transcurre llena de posibilidades, entre el encendido y el apagado del faro, vagabundeos por la isla, seguido de un cortejo de lagartos, principales pobladores del islote, acompañado de un perrito que le lleva el barquero, con el que mantiene largos monólogos. Además de lo que le traen del pueblo, come lo que recoge del mar, así como lagartos, que le parecen saber a pollo, higos de una higuera que casi tiene los mismos años que él. Visita y adecenta el cementerio de náufragos que se creó antes de que se instalase el faro, puesto que a partir de ese momento ya no se producen más naufragios. Talla pequeñas ballenas –otro símbolo importante en la narración- en maderas que llegan al islote arrastradas por el mar, y las devuelve al mar, cada una con un nombre distinto, escrito en su lomo.

En un determinado momento, siente la necesidad de proteger y ampliar su lenguaje, y pide que le envíen un diccionario enciclopédico, que compra con sus acumulados ahorros en el banco de Malamuerte, ahorros que no tocará para nada más.  Por cierto que el relato de la llegada a la isla de las múltiples cajas con la enciclopedia y la estantería que la contendrá, acompañados de un empleado de la editorial, está cargado de humor, así como otras partes narrativas.
Su vida a partir de ese momento se verá ilustrada, enriquecida y animada por las palabras, palabras cuyos conceptos e imágenes ampliarán su conocimiento de cosas que nunca verá. Y le introducirán en un mundo completamente ajeno, pero que le acompañará toda su vida, tanto la diurna como la nocturna: sus sueños se poblarán de imágenes y de increíbles aventuras, hasta el punto de que a veces no distinga la realidad del sueño. Los sueños son el otro mundo en el que vive el guardafaros. Los dos capítulos relatando sueños traen ecos muy borgianos. Respecto al sueño, el farero dice:
“Ese es un privilegio que tenemos los humanos: poder vivir en dos mundos que se alternan. Vivir dos vidas y desconocer en una lo que ocurre en otra.” (p. 98-99)
Y así pasarán los años, el barquero envejecerá y enviará a su hijo con la barca, y al guardafaros finalmente le llegará la noticia de su próxima jubilación, a la vez que aparecerá por fin la ballena de sus sueños, mil veces tallada sobre maderas lamidas por el mar.

Formalmente, la novela es un conjunto bien escrito, bien engarzado de distintos capítulos que alternan varios narradores o reproducen un documento oficial. Del guardafaros, su historia personal y actividades en la isla se informa por varias vías: una, por su propia voz. Otra, por lo que contará el barquero; otra, por los documentos, que a veces describen la geografía o historia local y a veces son cartas de la Compañía que le emplea. Asimismo, hay incluso una intervención muy especial de la madre, muy emotiva, por la cual sabrá el lector cosas de su infancia y orígenes que no se han dicho hasta ese momento. Y alternando entre unos y otros, un narrador universal adopta el punto de vista del guardafaros y cuenta sus movimientos.  El modo de contar varía según qué narrador hable. Entre todas las versiones se va completando la vida y la filosofía de este peculiar personaje, mezcla de realidad y ficción, de vigilia y sueño.
El punto de vista del barquero es muy interesante, porque es la mirada del Otro. Cómo lo ve una persona común, del pueblo, que no comprende en absoluto su misantropía, aunque conoce los orígenes de sus fobias y le tiene afecto, se apiada de él, sin darse cuenta de que el guardafaros no sufre, sino que vive feliz en su soledad.

La narración podría considerarse como un cuento, o más bien como un conjunto de cuentos (porque hay muchas historias dentro), con algún toque moralizante, ciertos retazos de humor algo escatológico, y bastante carga simbólica. Porque simbolismos hay, y muchos: el faro, el cementerio de náufragos, los lagartos, el ojo de cristal encontrado dentro de un pez, sus sueños con las antípodas, el diccionario, la higuera, la ballena… Cada  lector sabrá elegir el símbolo que más le seduzca,  quizás todos. Texto muy borgiano, que da para varias relecturas, calmosas, rumiadas, pensadas y repensadas. Disfrute asegurado para todo aquel que no busque acción trepidante sino más bien emoción y serena reflexión.


Antonio Tocornal (San Fernando, Cádiz, 1964) cursó estudios de Bellas Artes en Sevilla y, tras una larga estancia en París, se instaló en la isla de Mallorca. En 2013 publicó la novela La ley de los similares (Editorial Dauro) y en 2017 obtuvo el XXII Premio de Novela Vargas Llosa, que convoca nuestra Cátedra Vargas Llosa, la Fundación Caja Mediterráneo y la Universidad de Murcia, por su obra La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie (Editorial Aguaclara). Por Bajamares recibió en 2018 el XIX Premio de Novela Corta de la Diputación de Córdoba.



Fuensanta Niñirola

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