Daniel Glattauer (Viena, 1960). Escritor y periodista austriaco, ha trabajado para medios como el diario Der Standard, donde tiene una columna de opinión. Ha publicado varios libros, siendo su obra de 2004 Der Weihnachtshund adaptada al cine. En 2006 logró el German Book Prize por Contra el viento del norte, obra que ha supuesto su salto al mercado internacional y que ha sido traducido a más de veinticinco idiomas. Es su primera obra traducida en España, y al parecer, ya ha sido llevada al teatro en su país.
Bóreas, el nombre que la mitología griega da al viento del Norte, es el más fuerte de los vientos. Fuerte y frío, representado en las pinturas clásicas como un viejo. No sabemos exactamente qué busca simbolizar el autor con este viento, pero podría muy bien aplicarse a la pasión humana, que nos obnubila la razón y crea una inquietud, dominándonos por completo.
Se ha dicho de este libro que es una actualización de la novela epistolar. Efectivamente, es epistolar al modo que hoy en día se envían cartas: por correo electrónico. Pero creo que no es sólo eso lo que podemos leer entre líneas: no es casualidad que la protagonista femenina se llame Emma/ Emmi. Versión ultracontemporánea de una virtual Madame Bovary enganchada a la pantalla de su ordenador, que busca encontrarse a sí misma y salir de la monotonía de un “matrimonio feliz” intercambiando mensajes con un perfecto desconocido, Leo, con quien crea unos lazos cada vez más fuertes y en los que va siendo atrapada. En una época rebosante de información, donde podemos conocer hasta los detalles más mínimos de todo y de todos, en cuestión de segundos, podemos establecer contacto con cualquier parte del mundo al instante, lo que nos atrae es lo contrario, aquello de lo que carecemos, es decir, lo oscuro, lo ignoto: el corazón de las tinieblas. Pero la paradoja se da inmediatamente, ya que, en el momento en que lo conozcamos, pierde su atractivo. Por ello todo el juego entre Leo y Emmi es un quiero y no quiero: si desvelan más de lo que ocultan, el interés se pierde. Pero lo natural de los humanos es el deseo de saber, que puede ser tan fuerte o más que el deseo sexual. Es el Deseo, así, con mayúsculas, la pasión; la eterna y desmedida inclinación, hacia lo que no poseemos. Porque ahí radica la clave del misterio humano, de sus logros y sus desdichas.
Al estar construida a base de diálogos, es como una pieza teatral, no es de extrañar que se la haya adaptado a los escenarios. Construida como relación epistolar, a veces minimalista, exclusivamente a base de transcripción de correos electrónicos, dividido en diez capítulos de los que el último funciona a modo de epílogo, y bajo la promesa de una continuación (lo cual, todo sea dicho, no me parece lo más oportuno) en un segundo libro aún por publicar -pero de ventas aseguradas-, los lectores asistimos a algo tan cotidiano que una gran mayoría se podrá identificar en parte o en todo con la narración. Cotidiano por la forma, cotidiano por el contenido. De ahí, en parte, su gran éxito de público. Para los aún no habituados a Internet, podría también entenderse como una larga conversación telefónica entre dos personas que no se conocen, con ecos de El último tango en París, ecos de Nueve semanas y media, pero en mi opinión mucho más intensa, por su brevedad y minimalismo.
Contra el viento del norte lanza un torpedo a la línea de flotación de las relaciones humanas contemporáneas. La era de la hiper-comunicación es la era de la soledad. La era del derroche de información es la del desinterés por la lectura. La excesiva acumulación de imágenes sexuales nos hace indiferentes al sexo; la facilidad de conseguir algo nos lo devalúa. Todo esto es lo que está detrás de esa larga conversación entrecortada que Leo y Emmi mantienen, y que les llevará a un punto de no retorno.
Partimos del azar: Emma, felizmente casada con Bernard, con quien convive felizmente, envía un mensaje a una dirección equivocada. Hasta ahí todo es de lo más corriente. Pero la equivocación se vuelve a repetir y provoca un intercambio de envíos y respuestas entre el receptor de los mensajes, Leo Leike, un asesor de comunicación universitario, que justamente trabaja en la investigación de las relaciones por correo electrónico.
Los intercambios aumentan, los mensajes son cada vez más ingeniosos y la atracción surge entre ambos. Mucho tiempo mantienen entre ellos ausencia de detalles sobre sus vidas privadas, de datos sobre sus familiares o parejas, incluso sobre sus actividades y sobre datos concretos de sus vidas. Tampoco hablan propiamente de sexo, como podría pensarse; no, el sexo está latente, lógicamente, pero no es explícito: perdería todo su sentido si lo fuera. Nos vamos dando cuenta de que la atracción sexual comienza y aumenta. Pero lo que realmente les atrae no es el sexo, es, justamente el misterio. No el qué, es el cómo. El misterio de sus edades, su físico, sus pensamientos...el juego de verdad y mentira, que es una poderosísima atracción, como si de un carnaval veneciano se tratase, un juego de máscaras.
Hay una insatisfacción latente en ambos, sobre todo en ella. Y es lo que le lleva a interesarse por un perfecto desconocido, al que no quiere conocer en persona, al menos durante bastante tiempo, y al que gusta imaginar: ambos juegan con la imaginación y el juego es muy atractivo: tanto, que supera la realidad, o puede superarla: ninguno se atreve a romper esa ficción, a mostrarse una foto o a verse, ya que viven en la misma ciudad. Lo intentan, pero ellos mismos crean sus propias dificultades, en un juego carnavalesco. El pánico a que la realidad destroce su ilusión es fortísimo. La descripción de cada uno al tratar de reconocerse en la cita del bar, recuerda muchísimo a aquella vieja película de Lubitsch, El bazar de las sorpresas, cuando James Stewart y Margaret Sullavan tratan de fingir que son lo que no son en una memorable escena.
Pero Leo y Emmi siguen enviándose correos electrónicos; es lo primero que ven al despertarse o al irse a dormir, y su ausencia les crea una terrible ansiedad: la adicción está servida. Ambos encarnan ante el otro el papel del psicoanalista o del confesor de siglos anteriores: se necesitan para contarse sus más íntimos sueños o para cubrir sus necesidades de comunicación, para saber más de sí mismos y para conocerse por medio de un juego de preguntas, respuestas, y silencios. Pero este es un juego que puede ser peligroso. Llegado un punto la fuerza del deseo es muy grande y su necesidad de saber más les hace implicar a terceros, y aquí ya la baraja se rompe. La tensión llega a ser tremenda, y el final, en mi opinión, debería quedarse como queda. Sin continuación, en todo su dramatismo.
Novela que se lee de un tirón en una tarde, y que mantiene el interés en todo momento, su ritmo avanza in crescendo y sin bajar el tono de ironía, de deseo, de locura. Emma somos todas, como casi diría Flaubert.