LA VUELTA AL MUNDO DE UN NOVELISTA
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ (1924)
La vuelta al mundo de un novelista – Libro I–
Estados Unidos, Cuba, Panamá, Hawái, Japón, Corea, Manchuria. 2007 – Alianza Ed. 352 páginas
La vuelta al mundo de un novelista – Libro II –
China, Macao, Hong Kong, Filipinas, Java, Singapur, Birmania, Calcuta.
2007 – Alianza Ed. 352 páginas
La vuelta al mundo de un novelista – Libro III-
India, Ceilán, Sudán, Nubia, Egipto– 2007 – Alianza Ed. 384 páginas
Blasco, consolidado ya como un escritor conocido mundialmente conocido tras su paso por Hollywood, afincado en su villa de la costa azul, en 1923 quiere desde su madurez ver mundo. Todo el mundo, o al menos, dar la vuelta a este mundo tratando de captar la esencia de los principales y mas diversos puntos del planeta. Y no solo verlo para su propio conocimiento y disfrute, sino para contarlo. Como todo buen novelista, quiere relatar sus aventuras, sus impresiones, en este recorrido que –en esa época– resultaba aventurado, si lo comparamos con los viajes contemporáneos.
LIBRO I:
A modo de introducción, comienza el texto desarrollando un delicioso diálogo/monólogo entre Blasco y su otro yo: un alter ego negativo le recuerda su edad, la tranquilidad de su jardín, las incomodidades de tan largo viaje, y que harían falta años para conocer realmente cada país. Pero su yo positivo responde:
“El valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días de viaje de algunos valen más que los años y los años de otros.” “El artista sólo necesita ver una parte de la verdad. El resto de la verdad lo adivina por inducción, y las torres afiligranadas que levanta con su fantasía son casi siempre más fuertes y duraderas que los edificios de mazacote, escrupulosamente cimentados, que construye la grisácea realidad.”
La base de operaciones, que él llama “mi casa errante” era el yate Franconia, paquebote de 20.000 toneladas de la compañía Cunard, destinado exclusivamente a conjuntar un número determinado de viajeros cuyo objetivo era dar la vuelta al mundo. Iba a ser su transporte y a la vez su hotel, durante seis meses, si bien, en algunos tramos ciertos viajeros –entre ellos, Blasco– harían recorridos por tierra adentro para ver zonas y ciudades del interior, a veces en ferrocarril, a veces navegando por río, etc., pero siempre volviendo al Franconia más pronto o más tarde para seguir viaje.
Desde la cubierta del barco observa las luces y sombras de Manhattan y reflexiona sobre esa gran ciudad, que ya había visitado anteriormente. Una vez en marcha y en altamar, describe el interior de su casa errante, que no funciona con carbón sino con petróleo, lo cual le admira y alegra por las ventajas que supone. Después describe todos los espacios, tripulantes, compañeros de viaje, actividades y reflexiones sobre todo ello, recordando a Magallanes y Elcano, cuya hazaña quiere emular, en cierto sentido.
La Habana, Cuba, es la primera parada. La ciudad es en esa época un hervidero de alegría y de dinero: casinos, restaurantes, hoteles, música, …azuuuúcar! Blasco es recibido con grandes honores y declarado huésped especial. La pena es que allí tiene un ataque de ciática que le mantendrá en su camarote e inactivo bastante tiempo.
El paso al océano Pacífico lo realiza por el recientemente abierto (en 1920) Canal de Panamá, cuya historia describe y detalla, además de admirar los bellísimos y verdes paisajes que rodean el canal, los distintos niveles que han de superar por medio de esclusas. Rememora la hazaña de Balboa descubriendo desde las alturas montañosas lo que llamó Mar del Sur, la importancia de Panamá mientras duró la dominación española y el origen y desarrollo de las obras del Canal. Cuenta su encuentro con el Presidente de la República y con otras personalidades del país.
Una vez parten, ya en el Pacífico, hacia el oeste, pero hacia el Norte primero, siguiendo la costa americana hasta Los Ángeles e incluso hasta San Francisco, donde recogen los últimos pasajeros norteamericanos del Franconia.
“Transcurren los días sin que veamos un buque ni una tierra. Creemos vagar sin rumbo por el desierto marino, como si la vida humana hubiese terminado en todo el globo y fuésemos nosotros los únicos supervivientes de la universal catástrofe.”
Blasco pasará muchas jornadas sin ver tierra y dedica sus reflexiones a recordar la historia: Magallanes y su viaje pionero, los descubridores españoles de diversas islas del Pacífico, más tarde los galeones españoles desde Manila hacia Acapulco, etc. Muchas de las historias las va conociendo Blasco por medio de diversos informadores en el Franconia, otras las va recordando. La historia de Hawai y sus diversos gobernantes, las sorprendentes costumbres y atuendos, bailes y canciones le llevarán a imaginar aquellas islas como un lugar idílico. Así lo expresa Blasco:
“Empieza la música y empieza igualmente el encanto adormecedor, suave, «poético» —no puede emplearse otra palabra más exacta—, que vos va a acompañar todo el tiempo que permaneceremos en el archipiélago, siguiéndonos de una isla a otra.”
El paisaje de las islas, los volcanes tan especiales y distintos a los ya conocidos en Europa y América, el contraste entre el clima tropical selvático y el aire más templado e incluso frío de las áridas mesetas de lava petrificada, todo ello también sorprende y admira nuestro escritor, sobre todo él que había visitado el Vesubio, ahora visitará el Kilauea:
“Es una claridad roja, semejante a la de un incendio; pero un incendio inmenso, sólo comparable al de una ciudad que ardiese entera. Cuando nos aproximamos al lago de fuego las luces de los automóviles palidecen, hasta parecer unos redondeles opacos pintados de amarillo”.
Blasco también admira el tipo de sociedad hawaiana, donde el papel de la mujer es preponderante. Visita la capital y recibe una recepción del Gobernador y la Asociación de la Prensa.
De Hawai parten hacia el oeste, y al cruzar el meridiano 180,
“nos ocurre algo extraordinario que sólo pueden conocer los que hayan dado la vuelta al mundo. Todos los pasajeros y tripulantes del Franconia perdemos un día de nuestra vida; mejor dicho, dejamos de vivir veinticuatro horas de nuestra existencia, que caen al mar sin ser utilizadas.”
Saltaron del día 16 al día 18 de diciembre de 1923.
Conforme se van acercando a Japón, han de ir cambiando de vestuario porque las temperaturas bajan de modo radical. Japón había sufrido unos meses atrás un fuerte terremoto que había destruido Yokohama, Kamakura, afectado grandemente a Tokio y otras ciudades japonesas. Al acercarse se destaca la inmensa mole del monte Fuji, con su gorro de nieve en la cima. Los amigos japoneses de Blasco han resultado ilesos y le relatan con gran detalle los dramáticos sucesos que han destrozado las ciudades y que aun pueden apreciarse sus huellas. Llama la atención a Blasco el modo de desplazamiento por Japón: el koruma es un carrito del que tira un hombre. Se explaya el escritor en la descripción de la mitología japonesas, su concepción del mundo, de sus propios orígenes y de la ligazón entre las dinastías reales del Mikado y las divinidades. Visita detalladamente los templos de Kamakura. Su estancia en Japón, visitando Tokio e interesándose por las costumbres, ritos, alimentos, vestuario y relaciones sociales de Japón, el encanto de las geishas, la música japonesa…
“La situación social de cada mujer se conoce por su peinado: La etiqueta japonesa creó cinco maneras de peinarse, para que los hombres no sufran equivocaciones al sentir interés por alguna de ellas.” “Un peinado japonés (femenino, se entiende) es algo complicado, dificultoso, monumental. El edificio de negros cabellos queda tan compacto y brillante, que parece de laca. Las mujeres generalmente sólo rehacen este peinado por entero una vez a la semana. Los otros días atienden a su alisamiento y brillo, dándole un baño de aceite de camelia.”
Advierte Blasco que en Japón se funden las tradiciones de 2.600 años y las rápidas transformaciones de un progreso que solo tiene medio siglo. Los japoneses se han incorporado al mundo occidental casi de golpe, por lo que los contrastes y la pervivencia de las tradiciones se alternan y conviven en la sociedad japonesa.
“Hay dos Japones (sic): uno que ha entrado a todo vapor en la evolución universal del progreso, y otro que, por razones políticas interiores y por inercia, quiere permanecer unido a la primitiva tradición. Este espectáculo contradictorio y paradojal (sic) no puede durar. Ha persistido algunos años como los platillos de una balanza, no obstante sus pesos distintos, permanecen durante una milésima de segundo igualados en el mismo nivel. ” “Queda por ver en lo futuro si el japonés es un simple imitador o si al dar por terminado el ciclo de esta asimilación podrá contribuir al progreso universal con un aporte puramente suyo.”
Blasco abandona su base en el Franconia para recorrer el interior del Japón (Nikko, Kioto, donde describe los templos, las costumbres religiosas, la influencia del budismo, etc. Osaka y su población industrial, y por el camino hacia el norte, los campos de té. Pasará luego a Corea que, en esa época estaba ocupada por Japón) y de allí a Manchuria, camino de China. Relata todo este recorrido, lo que observa, las diferentes tradiciones en Corea y en Manchuria, la historia de estos países y el concepto de samurái y del Shogunato.
El frio reina en Seúl y Blasco ha de abrigarse bien en sus recorridos por Corea, donde asiste a los teatros y bailes coreanos, visita los templos y el famoso Buda Blanco. Sale en tren para Manchuria y China tres días después de visitar Seul.
LIBRO II:
Comienza con la llegada a China, que desde hace 14 años se ha convertido en una república tras deponer al emperador, estableciendo un Estado nuevo y excepcional. Aun así, hay mucho caos y los caminos son peligrosos por los bandoleros, por lo que los viajeros reciben la protección del ejército.
“Hay en todas las estaciones muchedumbres vestidas de azul. Hombres y mujeres usan el mismo traje, de idéntico color. El pantalón y la blusa son el uniforme de la nación china sin distinción de sexos. En los pueblos rurales se conserva la trenza varonil. Sólo los chinos de las grandes ciudades y los que viven en el extranjero aprovecharon la caída del Imperio para cortarse este apéndice tradicional.”
“Verdaderamente sólo a partir del régimen republicano forma Pekín una ciudad única. Mientras existieron los emperadores estuvo compuesta de tres ciudades: la china, la tártara y la imperial, llamada también «Ciudad Prohibida», cada una de ellas con su defensa de anchos muros y puertas profundas, coronadas por castillos.”
Y se pierde hablando de Marco Polo, de Gengis Kan y de los geomantes. Luego describe costumbres, edificaciones, la cocina china, los pies de las mujeres…la religión y la filosofía: Confucio y Lao Tsé. Visita la Ciudad Prohibida, ya que la República ha abierto todas las residencias imperiales salvo una parte en la que aun vive el último emperador destronado, cuya existencia es un misterio, según Blasco. Describe detalladamente todo lo que ve en las distintas partes de la antigua ciudad imperial, jardines, lagos, edificaciones, su historia y vicisitudes. También relata la historia de las relaciones de China con los países de Occidente. Tras visitar Pekín es llevado a conocer la Gran Muralla, que, según Blasco representa para China lo que las Pirámides para Egipto. 2.400 km. de muralla es una obra inmensa de ingeniería y un trabajo de muchos años. Para llegar a ella, primero usa el tren y después a caballo. En tren, de nuevo hacia Mongolia, donde continúa la muralla, que recorre ahora, caminando.
Posteriormente se dirige a Shanghai en un tren especial, muy protegidos por tropas para evitar ataques de bandidos, en aquella época bastante habitual. En el trayecto, Blasco reflexiona sobre lo que ve:
“La China no es un pueblo uniforme; existen dos Chinas: una la tradicional, que todos conocen, la China milenaria de los biombos, con ceremonias enrevesadas hasta la puerilidad y supersticiones distintas a las nuestras. La otra es el inmenso pueblo chino, agrupación humana la más dispuesta al trabajo, que soporta alegremente la fatiga y siente en todo momento el ansia de saber. (…) Indudablemente la joven República vive en un estado anárquico. Existen dos Repúblicas: la del norte, que es donde estamos, y la del sur, o sea la de Cantón, dirigida por el doctor Sun Yat Sen.”
Del tren pasará a un barco que recorrerá el Yang-Tsé o Rio Azul, y cruzan el Rio Amarillo (Hoan-Ho), viendo desde el barco los arrozales:
“Los arrozales del Japón, pequeños y tan escrupulosamente limpios como los estanques de un paseo, no son comparables con estas llanuras acuáticas que atravesamos durante horas y horas camino de Nankín, antigua capital de la China a orillas del río Azul.”
Shanghai le maravilla, descubriendo allí la parte más internacional de China:
“En la Concesión Internacional, verdadero núcleo de Shanghai, los edificios están ocupados por bancos, grandes oficinas mercantiles, y bazares enormes a lo norteamericano, fundados y dirigidos por chinos. Estas construcciones de numerosos pisos, al estilo de Nueva York, se alinean a lo largo de un río navegable cuya agua sólo se ve a pequeños trechos, tan abundantes son los vapores de comercio y los buques de guerra anclados en él. Unos policías indostánicos de anchas barbas y turbantes abultados, traídos por los ingleses, vigilan las calles de este Shanghai internacional.”
De Shanghai viaja por el Mar Amarillo a Hong Kong, Cantón y Macao, llegando por fin a las Filipinas, Java y finalmente, se abre la puerta de la India: Calcuta.
LIBRO III:
Comienza en la India y más tarde recorre Ceilán, pasando luego a África: Sudán, Nubia y Egipto. Queda admirado e impresionado por el ambiente de la India, tan distinto de China. Las multitudes en los bazares, los encantadores de serpientes, el «padre Ganges» y los palacios que le bordean en Benarés, las costumbres funerarias de los hindúes y los musulmanes, el brahmanismo y el budismo, sobre los cuales se explaya Blasco, aprovechando la visita a Benarés.
“La unidad de la India es hasta ahora una vana expresión geográfica. Existen tantas Indias como religiones. Y las religiones son los grupos humanos que más difícilmente llegan a entenderse para marchar juntos.(…)Si musulmanes y brahmanistas (sic) olvidasen sus odios religiosos, se verían obligados los ingleses a retirarse de la India, tal vez sin disparar un tiro, vencidos por la resistencia pasiva de centenares de millones de seres.”
Tras la India cálida visita la India fría, visualizando de lejos en Darjeeling las cumbres del Himalaya. Y de vuelta al mar, navegando en el Franconia hacia el sur, arriban a Ceylán –actual Sri Lanka–, de la que cuenta su interesantísima historia mitológica y real.
Ceylán le llama la atención por muchas cosas, visita el interior con las inmensos campos de té y canela, comprobando que los elefantes son usados para arar, entre otras cosas. El budismo tiene un ascendiente especial en esta zona, comprobando la gran cantidad de bonzos mendicantes, cargando su olla de cobre bajo la capa azafranada. Y la famosa reliquia, el diente de Buda, tiene su templo y su historia. La herencia portuguesa también llama la atención:
“No hay calle en que no viva algún Silva, Fonseca, Costa, Gómez, Fernando o Perera. (…)El vecindario indígena de Colombo parece ocuparse del porvenir político de la India más que del de otras ciudades. Casi todas las tiendas ostentan el retrato de Gandhi en lugar preferente.(…) Gandhi está en la cárcel desde hace meses a causa de su propaganda en favor de la independencia de la India, pero lo van a libertar de un momento a otro. Muchos comerciantes han colocado un anuncio sobre el mostrador declarando que venderán con rebaja de cincuenta por ciento el día que Gandhi salga de su encierro.”
Continua viaje recalando en Bombay, de la que resume su historia, remarcando la huella indeleble de San Francisco Javier, cuyos restos se encuentran en Goa. Esta zona de la India es la que más católicos y cristianos conserva, según afirma Blasco.
Desde Bombay se dirige en tren al interior para visitar las ciudades norteñas, las que pertenecieron al antiguo impero mogol. Delhi ya era la capital en esos años, (antiguamente lo era Calcuta). Desde el tren, Blasco se asombra ante la cantidad de ruinas inmensas y monumentales:
“Pasan ante nosotros mezquitas semejantes a pueblos, campos cubiertos de escombros, mausoleos agrietados, fortalezas partidas y tapizadas de musgo, que sirven de aduares a muchedumbres harapientas, palacios sin puertas entre jardines que tienen la verde melancolía del abandono. Todo es Delhi… Pero aún no hemos llegado al Delhi moderno; nos falta mucho para entrar en él.”
En 1739 el rey de Persia Nadir Shah arrasó Delhi lo que dio comienzo al final del imperio mogol, que aun resistió, en plena decadencia, un siglo más, hasta la famosa sublevación de los cipayos en 1837, cuyo centro fue Delhi. La ciudad ciudades aledañas aun guardaban en tiempos de Blasco las huellas de la famosa sublevación. Agra conserva mausoleos y mezquitas, palacios y diversos pabellones que recuerdan el poderío imperial. El más impresionante es el Taj Mahal, construido por Shah Jahan para su esposa prematuramente fallecida Arjumand Banu, y que alberga los restos de ambos. Blasco se emociona:
“Soñaré toda mi vida al otro lado del mundo con el palacio blanco y sus jardines donde canta el agua bajo la luna… Y esta noche, que parece de otra existencia y no quisiera ver terminada nunca, sólo será un pobre recuerdo.”
De vuelta a Bombay visitará la isla de Elefanta, admirando sus templos socavados en la roca, preciosa arquitectura subterránea.
Ya en el Franconia y alejándose de la India, Blasco reflexiona sobre el sistema de castas, los rajás, los sijs del Punjab, etc., mientras empiezan a encontrar los barcos de peregrinos que van hacia la Meca: es el Mar Rojo…que, curiosamente admira como el más densamente azul de todo el viaje.
Desembarcan en Port Sudán, país del que nos cuenta historias y leyendas, como la de la Reina de Saba y Salomón.
“Hace siete días los indígenas que nos rodeaban eran indostánicos sonrientes, tímidos, bien educados. Ahora nos vemos entre negros atléticos, de jeta bestial, con los miembros de ébano surcados por rayas profundas, cicatrices de bárbaras heridas. ”
La visita a Jartum, largamente esperada por el escritor, requiere citar al general Gordon y al Mahdí, de cuya historia hace larga exposición. Dias después se halla, al amanecer, ante los Colosos de Abu-Simbel, en el Nilo:
“Estamos en un templo egipcio, el más lejano de todos los construidos a orillas del Nilo. Para los que vienen de Europa, es el último monumento de tal especie que pueden visitar; para nosotros que llegamos de Asia, el templo subterráneo de Abu-Simbel significa nuestro primer encuentro con el arte egipcio.”
Después visitará Assuán y viajará por el Nilo cuyos cambios e influencia en la vida de Egipto son ampliamente descritos. Llegar a Assuán le parece a Blasco que ya es contactar con Europa:
“Los criados llevan zapatos; en los hoteles hay domésticos franceses e italianos; en todo comedor se encuentra un maître d’hôtel que ha trabajado en la Costa Azul.”
Menfis y Tebas, Karnak, la historia de los faraones, el culto a los muertos, el Valle de los Reyes, las pirámides…
“El rostro de la Esfinge es de una fealdad monstruosa. Le falta la nariz, y esto parece dar a sus ojos, que se conservan enteros y son de una fijeza perturbadora, cierto aire de ferocidad, semejante al de los guerreros tártaros, de cara achatada. (…) Esta antigüedad incalculable que se pierde en las brumas del amanecer protohistórico se va apoderando de nuestro pensamiento y reemplaza la primera y vulgar admiración de las dimensiones brutalmente grandes.”
Visita inevitable es la del Museo de El Cairo y la historia de la piedra Rosetta, así como la universidad de El-Azhar. Finaliza Egipto con la visita a Alejandría, en las tierras del delta. Blasco no puede evitar hablar de la famosa Biblioteca, incendiada por las tropas de Julio César. Y ya en el Mediterráneo, el Franconia desembarcará a nuestro escritor en Montecarlo.
“Permanezco dudando unos momentos: ¿Será verdad mi viaje alrededor del mundo, o lo he soñado y acabo de despertar?….”
Fuensanta Niñirola