28/5/10

EL GRAN ALMIRANTE

Reseña publicada en: http://www.la2revelacion.com/?p=1511


COLÓN
Felipe Fernández-Armesto, (Londres, 1950) es historiador británico de origen español, hijo del periodista homónimo. Catedrático de Medio Ambiente en el Queen Mary College de Londres y miembro del Instituto Holandés de Estudios Avanzados. Desde 2005 ocupa la cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Boston. Una amplia bibliografía en su haber, destaca su interés por el descubrimiento de América, al que ha dedicado diversos ensayos y biografías.
Esta es una biografía detallada y muy documentada, en la que trata de separar lo mítico y legendario de la realidad documentada en la biografía del Almirante. En el prólogo bilingüe, Hugh Thomas nos habla de los misterios en la vida de Colón, tanto de su origen como de sus restos, y las incertidumbres de gran parte de su vida, así como su carácter, profundamente perturbador (disturbing personality, dice Thomas); pero, a pesar de todas las críticas o interpretaciones divergentes, Thomas conirma rotundamente la hazaña colombina: Colón fue el descubridor de América.

La edición que he manejado, perteneciente a una serie publicada por ABC en kiosko, en 2004, consta de nueve capítulos: en los tres primeros indaga sobre los turbios orígenes y los pasos previos de Colón, hasta su llegada a Castilla, y su intensa y larga búsqueda de patrocinadores para su proyecto. En los cinco siguientes narra los cuatro viajes, demorándose en uno de ellos para estudiar cómo se formó la colonia en La Española y los problemas que surgieron y que trajeron la desgracia sobre Colón, que del estrellato pasó a ser casi un delincuente. El último capítulo se ocupa de la decadencia y la muerte de Colón. Incluye, además, una cronología, una serie de mapas y láminas, un listado de abreviaturas, notas (donde se ofrece bibliografía citada), índice de láminas, y un índice analítico. Lo cual hace del libro una obra bastante completa, a pesar de su sencillez de edición.



En el prólogo a la primera edición, el autor hace una breve declaración de principios: a primera vista, podría pensarse que Colón era, un chiflado, un excéntrico que escuchaba “voces” celestiales y que vestía de modo extravagante. Las versiones populares dan una imagen, por otra parte, de Colón como un adelantado a su época, como un incomprendido que veía más allá de lo habitual, etc. Hay que rascar un poco en la superficie para ver, tras la leyenda, quién era realmente este hombre, tratando de evitar los errores habituales al interpretar su figura y su epopeya marina. Sus propios escritos, de manejo inevitable al tratar de su vida, han de mirarse con mucho cuidado, ya que Colón tergiversaba y edulcoraba la realidad con fines promocionales, según el autor, y por tanto se ha de ser un tanto escéptico en su lectura. El Colón que he encontrado, nos dice Fernandez-Armesto, el individuo lleno de ambición socia;, el torpe advenedizo, el autodidacto, intelectualmente agresivo pero fácilmente intimidado; el resentido que huye de las realidades que le perturban; el aventurero inhibido por el miedo al fracaso, es, así lo creo, coherente con los datos históricos, pero sin duda sería posible reconstruir la imagen de forma distinta a partir de los mismos datos. El propósito del autor es dar a los lectores la oportunidad de elegir por sí mismos entre las versiones más cercanas a la realidad.

Sin embargo, quiere el autor dejar claro que rechaza tres posturas historiográficas: la tradición mistificadora, (que intenta revelar verdades supuestamente crípticas, ausentes de los datos objetivos), la tradición que utiliza la supuesta escasez de datos testimoniales como pretexto para un trabajo intuitivo de adivinación (reconstrucciones imaginativas); y la tercera, la que suscribe la leyenda inventada por el propio Almirante.

La mejor manera de ver a Colón – afirma el autor- es en los contextos a los que pertenecía: el mundo genovés de las postrimerías del siglo XV; la Lisboa y la Andalucía con fuerte presencia genovesa las que se trasladó en un período crítico de su carrera; la corte de los monarcas españoles, que fue su base de operaciones en la segunda mitad de su vida; el mundo de los exploradores y cartógrafos del Atlántico de su época; el de la especulación geográfica de la que estaba rodeado; y, en un trasfondo más remoto, el lento cambio del centro de gravedad de la civilización occidental del Mediterráneo al Atlántico.

Así, las ideas que nos quedan del panorama que nos presenta Fernández-Armesto es que Colón era, indudablemente genovés, y que se movía en los círculos económicos y comerciales genoveses, fuertemente afincados en Castilla; que siendo autodidacta, se había dedicado a leer profusamente sobre el tema que le interesaba: geografía, astronomía y la navegación; que por distintas razones había llegado a la idea de que navegando al Oeste se llegaría al Japón y a China. Y que tenía que encontrar la manera de conjugar su interno e inconsciente hábito comercial con el de la exploración: debía conseguir un patronizador que le financiase la expedición que tenía en mente. La apertura de nuevas rutas le enriquecería y ascendería en la escala social, otra de sus ideas fijas, de ahí su ansia de títulos, prebendas y honores, que le hacía parecer más un trepador que un explorador genial. Efectivamente, era un explorador genial: porque esa faceta, que no explotó demasiado, era la que más le interesaba, y para la que estaba más capacitado: la administración y el gobierno de los territorios descubiertos no era asunto para el que estuviera preparado y de ahí los inevitables errores y fracasos que finalmente le llevaron encadenado de vuelta a España.

De su elección de ruta, unos creen que Colón estaba muy bien documentado y había estudiado el sistema de vientos atlántico (recordemos que años atrás había viajado a Islandia, vía Inglaterra por el norte, y a Madeira por el sur, en viajes comerciales); otros creen que Colón no tuvo elección: al estar a las órdenes de Castilla no podía salir de otro puerto que no fuera Canarias. Navegó directo hacia el Oeste.

Mejoró la navegación por estima, y la astronómica tradicional; el Almirante fue más allá: utilizó un mapa; intentó realizar lecturas astronómicas exactas de la latitud y verificó la longitud calculando la duración de un día solar. Descubrió ya en su primer viaje, las variaciones magnéticas y confirmó el sistema de vientos atlánticos. Contribuyó a cartografiar el nuevo mundo, aunque fuera Juan de la Cosa el que mejor lo consiguió. Pero el Almirante se mantuvo muchas veces entre el genio y la locura: cuando las cosas iban mal, surgían sus visiones y oía voces. Y quizás por ser un visionario, con tendencia hacia lo fantástico, le fue más fácil llegar donde llegó. El problema fundamental es que, persuadido de que lo que iba a encontrar tenía que ser Asia, no fue consciente, salvo que algo intuyera en su último viaje donde exploró la costa continental desde Panamá hasta Honduras, de que lo que estaba descubriendo era otro mundo. Un mundo que no llevaría su nombre.



26/5/10

HOMER&LANGLEY / DOCTOROW




Reseña publicada previamente en: http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=%7E/letras/d/P05454.ascx

BOUVARD & PECUCHET EN LA QUINTA AVENIDA.

Edgar Lawrence Doctorow (Bronx, Nueva York, 1931) es un escritor norteamericano, de origen judío y ruso, en tercera generación. Autor de varias novelas aclamadas por la crítica especializada, en las cuales mezcla historia y crítica social. Ragtime fue su primer gran éxito, llevado al cine posteriormente. Recibió en 1998 la National Humanities Medal. A partir del 52 impartió clases en la Columbia University. Fue editor de la New American Library y de la Dial Press en los 60. Desde 2006 ocupa la plaza Glucksman Chair de Letras Estadounidenses en la Universidad de Nueva York. Doctorow es un autor muy lúcido, cuya mirada sobre Nueva York y por ende, sobre América, es interesante de seguir.
En este caso, el autor se apoya en un hecho ocurrido durante su infancia en su ciudad. En 1947 se descubrieron un par de cadáveres aplastados bajo una montaña de todo tipo de objetos inverosímiles, convertidos en basura por el paso del tiempo y el almacenamiento, todo ello ocupando el interior de lo que fue en su momento una gran mansión de la Quinta Avenida de Nueva York. Los cadáveres pertenecían a los dos hermanos Collyer, uno de ellos ciego, los últimos vástagos de una potentada familia, cuyos padres, un conocido ginecólogo y una cantante de ópera, murieron en la primera juventud de los hijos, que quedaron solos en la gran casa familiar, a cargo de la servidumbre, que poco a poco fue desapareciendo, hasta que finalmente los hermanos se apañaron solos por completo pero a la vez, rotos sus contactos con el mundo exterior, se atrincheraron en su mansión, hasta su definitivo final.
Doctorow utiliza esta historia, que por si ya tiene un cariz legendario, como una metáfora de la historia del siglo XX.
La novela, con la prosa ágil y amena de Doctorow, se lee de un tirón. Redactada en primera persona, se nos presenta como una suerte de diario o memorias de Homer, el hermano ciego –como no podría ser de otro modo-, que nos cuenta el origen del estado en que se encuentran él y su hermano Langley y el proceso por el cual llegaron a ello: ese proceso incluye, de modo indirecto, el desarrollo que siguió América a lo largo de casi un siglo: desde 1909 hasta los años ochenta. Así, aunque el autor se apropia de unos hechos que realmente sucedieron, su reconstrucción es fabulosa, modificando los años para hacer coincidir la historia con las distintas fases de la política y la sociedad americana y neoyorkina: por los distintos objetos que el obsesivo y gaseado Langley va trayendo a casa, como una urraca, seguimos la evolución del mercado: desde el material desechado de la primera guerra y la segunda mundial, las máquinas de escribir Remington y Underwood, el viejo Ford T, los primeros televisores (que no servían para nada a Homer), los pianos de toda clase, hasta los primeros y monumentales ordenadores.
La guerra de los Collyer contra una sociedad a la que ya no comprenden y que les molesta, de la que se sienten distintos y a la que no quieren pertenecer, pasa por ir apartándose poco a poco de ella; Homer, por su ceguera, y Langley por sus obsesiones, su manía depredadora y recolectora de periódicos, primero y luego de todo tipo de objetos, anticipada por el singular coleccionismo de su padre (animales y fetos en formol); su Teoría de los Reemplazos, teoría que fracasa estrepitosamente con ellos mismos, que ni representan un reemplazo para nadie, puesto que con su vida acaba su familia, ni con su producción reemplazan nada.
El hecho de que el narrador de la historia sea Homer, (que, sin ser ciego de nacimiento, va perdiendo paulatinamente la vista) es por un lado muy simbólico, y por otro, nos presenta un análisis poco habitual: conoce el mundo por los recuerdos del pasado y por el aguzamiento de sus otros sentidos, así como por lo que su hermano Langley le cuenta, aunque el propio Homer está convencido de que su hermano no rige muy bien desde que lo fumigaron con gas mostaza en la primera guerra mundial. Saca sus propias deducciones táctiles y auditivas, que no siempre coinciden con la realidad, pero a él –y a nosotros- nos llega de ese modo, mucho más sugerente.
Hay un tono general en la novela que destila un humor ácido, corrosivo, aunque a veces resulta hasta delirante. En algunos momentos casi nos parece que estemos leyendo el final de la familia Buendía, de García Márquez. La locura de Langley, tolerada por Homer, llega a situaciones como la de la ocupación de la casa por los gángsters en los treinta, o los bailes organizados en los salones en la etapa de la Gran Depresión, la llegada del director del banco para reclamar el pago de la hipoteca, o simplemente, la invasión hippie en los setenta, que ocupa el edificio durante una larga temporada y que supone, en realidad, su último contacto con gente real, aunque también enloquecida. La progresiva degradación de la mansión, la vuelta a una especie de asilvestramiento de las costumbres de ambos hermanos, su obsesión por la música o por los periódicos, su necesidad de contar lo que ocurría, aunque fuese escribiendo a una ficticia o idealizada mujer...todo ello nos crea un mundo, un imaginario que es inmensamente sugerente de sensaciones e ideas.
Si la historia real era francamente disparatada, la que nos narra Doctorow es, dentro de su disparate, la visión de una decadencia, de un mundo que dejó de existir hace mucho tiempo, pero que algunos quisieron mantenerlo a costa de su vida. Y que, como el poeta ciego, nos lo contaron.



23/5/10

ROBERT WALSER/ JAKOB VON GUNTEN














Robert Walser (Biel, 1878-Herisau,1956) escritor suizo muy peculiar en su trayectoria, ya que practicó diversas ocupaciones compaginándolas con la poesía y la literatura; a principios de siglo pasó una temporada en Berlín, (donde escribió las tres novelas que le hicieron más conocido) con su hermano mayor, sufriendo posteriormente depresión y alucinaciones, acabando por hacerse necesario su internamiento en un psiquiátrico, donde pasó el resto de su vida. Su obra está compuesta de poemas, relatos, novelas cortas, ensayos y los textos conocidos como microgramas. Bibliografía de Robert Walser: Vida de poeta (Alfaguara, 1990). El paseo (Siruela, 1996). Poemas. Blancanieves (Icaria, 1997). La rosa (Siruela, 1998). Los cuadernos de Fritz Kocher (Pre-Textos, 1998). Los hermanos Tanner (Siruela, 2000). El ayudante (Siruela, 2001). Jacob von Gunten (Siruela, 2003). Historias de amor (Siruela, 2003). El bandido (Siruela, 2004). La habitación del poeta (Siruela, 2005).
Su solitaria muerte, en la Navidad de 1956, en que fue encontrado su cuerpo inerte en la nieve, ocurrió un tanto como su vida: tratando de pasear y de pasar desapercibido. Paseante compulsivo, no sólo físico sino mental, sus textos se caracterizan por un vagar de pensamientos, una serie de reflexiones encadenadas y un intento de sacar de sí lo que llevaba dentro, como un paseo mental. No fue muy conocido en su momento, porque, entre otras cosas era un autor esquivo y sus inclinaciones eran más hacia el anonimato y a evitar destacar, huyendo de publicidad y de la vida social. Es, sin embargo conocido más por los elogios que otros autores, grandes atores, han hecho de su obra. Kafka, Walter Benjamin, Elías Canetti...todos ellos se han interesado y han proclamado el interés de una obra dispersa y vaga, pero con importantes y maduras reflexiones. En España, Vilá-Matas le incluye entre los autores que considera como Bartlebys en la literatura.
Los límites entre locura y cordura son muy difusos en el caso de los artistas y lo que llamamos genios, la locura siempre roza la genialidad. A veces, es un fenómeno de ida y vuelta y a veces, no. En el caso de Robert Walser, paulatinamente fue alternando entre un polo y otro y llegado a un punto, se sumergió definitivamente en ese profundo pozo de ensimismamiento interior que le desmarca de la vida.
La obra, que se enmarca en el conjunto de su breve producción, es una novela atípica: en realidad, es un monólogo interior, un diario mental que el joven protagonista Jakob, procedente de una familia de alcurnia, lleva desde que ingresa en una escuela privada, el Instituto Benjamenta, regentado por dos hermanos, a cual más críptico y misterioso. Las ideas generales de Walser salen a flote constantemente: el derecho a la pereza, al anonimato, al vagabundeo, el deseo de cortar con toda la cultura que nos rodea y marchar hacia un desierto donde poder vagar impunemente...la transición constante entre el sueño y la vigilia, entre sus ensoñaciones, cargadas de connotaciones crípticas, y su mirada hacia sus compañeros, hacia sus profesores, hacia lo que se supone que es el mundo que ha de acogerle al terminar sus estudios. El deseo de cortar con la familia, con sus padres, con su casa y su jardín, aunque sustituido por la relación con el hermano mayor, que cumple el rol de mentor, también define sus posiciones. Walser, según Luigi Amara en un artículo sobre él en Letras Libres, se interesa por las cosas sencillas, ordinarias, fugaces; por esa concatenación imprevista de minucias que a causa de su fluir y evanescencia invocan una mirada igualmente inestable y contraria a toda pedantería; una mirada que las haga brillar por unos segundos para dejarlas después perderse, irremediablemente, abismadas en su futilidad, hundiéndose en la corriente del hábito que todo lo enmohece y degrada.(...)sellando así una de las más singulares alianzas entre los motivos para escribir y las razones para la vida: la alianza entre la literatura, entendida como paseo, y el paseo como única forma de vida.)
El libro, muy breve, en sus apenas ciento veintiséis páginas, se nos hace una lectura ligerísima y a la vez, nos deja pensativos, nos hace reflexionar sobre las ideas que destila, sobre ese mundo interior que ha salido a la superficie, flotando sobre aguas mansas como Ofelia, con su mirada perdida y sus brazos oferentes.










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