Estos días pasados he tenido el placer de visitar la exposición IMPRESIONISTAS, U N NUEVO RENACIMIENTO, organizada por la Fundación Mapfre del Paseo Recoletos, en Madrid. Aunque hube de soportar una espera de una hora, en la cola donde una gran cantidad de amantes de la pintura pacientemente soportábamos el paso del tiempo y veíamos con cierta inquietud cómo grupos de escolares de la más tierna edad, gozosos y silenciados constantemente por sus profesores-vigilantes, entraban decididamente por delante de nosotros, encantados de pasar la mañana en una lúdica clase que con toda seguridad importase más a los profesores que a los niñitos.
Una vez accedido al recinto, respiramos a fondo y nos disponemos a admirar una importante cantidad de cuadros procedentes del Museo D’Orsay, de París. Aunque lógicamente esto no es más que una pequeñísima muestra de los inmensos fondos del Museo que tuve el gozo de haberlo disfrutado en años pasados, se agradece volver a verlos, en mi caso y para los que no hayan tenido la ocasión, resulta un magnífico descubrimiento.
La idea base sobre la que se ha organizado la exposición es que, aunque el impresionismo supuso una ruptura respecto a la pintura académica realizada hasta el momento, no se originó de la nada, sino que surgió codo con codo entre otros tipos de pintura, que, si bien no eran tan radicales, también representaban un cierto tipo de desviación respecto a la norma académica, creando entre todos un clima que finalmente floreció con un grupo de pintores y artistas que representaban una nueva mirada hacia el arte y hacia el mundo a representar por ellos.
Una vez accedido al recinto, respiramos a fondo y nos disponemos a admirar una importante cantidad de cuadros procedentes del Museo D’Orsay, de París. Aunque lógicamente esto no es más que una pequeñísima muestra de los inmensos fondos del Museo que tuve el gozo de haberlo disfrutado en años pasados, se agradece volver a verlos, en mi caso y para los que no hayan tenido la ocasión, resulta un magnífico descubrimiento.
La idea base sobre la que se ha organizado la exposición es que, aunque el impresionismo supuso una ruptura respecto a la pintura académica realizada hasta el momento, no se originó de la nada, sino que surgió codo con codo entre otros tipos de pintura, que, si bien no eran tan radicales, también representaban un cierto tipo de desviación respecto a la norma académica, creando entre todos un clima que finalmente floreció con un grupo de pintores y artistas que representaban una nueva mirada hacia el arte y hacia el mundo a representar por ellos.
Así, mientras que Manet sigue siendo considerado como el padre de los impresionistas, y sus cuadros nos reciben a la entrada de la exposición con un delicioso Pífano, que nos saluda e introduce, hay otros muchos artistas no impresionistas pero contemporáneos suyos, como los simbolistas Gustave Moreau, con sus ambientes oníricos y irreales, Puvis de Chavannes, con tres deliciosas pinturas casi monocromáticas, los realistas Courbet y Millet; el norteamericano James Whistler; el altísimo y algo naif Bazille; a caballo entre el academicismo y el pre-impresionismo, Fantin-Latour, del que recientemente pudimos disfrutar una exposición antológica en Madrid el otoño pasado; el propio Degas, que sólo parte de su obra puede ser considerada como impresionista, y los rechazados al Salón, que conforman propiamente el grupo: Monet, Renoir, Sisley, Berthe Morissot, Pissarro, y el primer Cezanne.
Todos ellos fueron discípulos de Manet, que estaba en la frontera del realismo y el impresionismo, pero nunca se consideró a sí mismo como impresionista. Fue, eso sí, un gran director de la nueva orquesta pictórica. Un introductor de una nueva manera de mirar, y sugirió no sólo nuevos métodos sino nuevos motivos, nuevos objetos a quien dirigir la mirada artística. Mientras el academicismo (romanticismo y neoclasicismo) se concentra en los temas clásicos, en retratos aristocráticos, en grandes temas mitológicos o históricos, los realistas ya empiezan a mostrarnos a la gente de la calle, a los campesinos, a las modistillas, a las fulanas, a los borrachos en la taberna. Manet, con su Olimpia, o con su Desayuno en la hierba, desató furores en la crítica, al plasmar en un cuadro los rasgos de una mujer vulgar en una pose de diosa o gran señora. La total ausencia de un motivo elegante, el reconocimiento de que cualquier motivo puede ser pictórico, era ya de por sí una revolución en la pacata sociedad victoriana europea. Manet fue un gran admirador de la gran pintura española, de hecho pasó tiempo en España contemplando a Velázquez y a Goya, y produciendo muchos cuadros en los que la influencia de nuestros grandes artistas es evidente. Y ello supuso el paso siguiente. Manet actuó como intermediario entre Velázquez y Goya y el impresionismo. Las ligeras pinceladas velazqueñas con que pinta los retratos de los enanos, o del Esopo, o la Lechera de Goya, junto a sus pinturas, previas a la serie negra, son un claro antecedente de lo que vendrá después. El paso que dan los impresionistas es no sólo en los motivos: paisajes, figuras sin nombre, bodegones, caballos, etc., sino en la técnica: color, luz y color. Olviden el dibujo, olviden la línea negra, pinten con el color: con los miles de matices que la luz crea sobre las formas de la naturaleza, sobre los vestidos de las mujeres, sobre la hierba, sobre el agua, en el cielo...Salgan a pintar al aire libre, miren lo que hay al exterior del estudio, del taller. Olviden el taller y disfruten el espectáculo de la primavera, o de la nieve, o de las regatas en el río, o de los desfiles callejeros, explosivos de luz y color. Eso es lo que supuso el impresionismo: la alegría de vivir traspuesta a un lienzo de dos dimensiones.
Todos ellos fueron discípulos de Manet, que estaba en la frontera del realismo y el impresionismo, pero nunca se consideró a sí mismo como impresionista. Fue, eso sí, un gran director de la nueva orquesta pictórica. Un introductor de una nueva manera de mirar, y sugirió no sólo nuevos métodos sino nuevos motivos, nuevos objetos a quien dirigir la mirada artística. Mientras el academicismo (romanticismo y neoclasicismo) se concentra en los temas clásicos, en retratos aristocráticos, en grandes temas mitológicos o históricos, los realistas ya empiezan a mostrarnos a la gente de la calle, a los campesinos, a las modistillas, a las fulanas, a los borrachos en la taberna. Manet, con su Olimpia, o con su Desayuno en la hierba, desató furores en la crítica, al plasmar en un cuadro los rasgos de una mujer vulgar en una pose de diosa o gran señora. La total ausencia de un motivo elegante, el reconocimiento de que cualquier motivo puede ser pictórico, era ya de por sí una revolución en la pacata sociedad victoriana europea. Manet fue un gran admirador de la gran pintura española, de hecho pasó tiempo en España contemplando a Velázquez y a Goya, y produciendo muchos cuadros en los que la influencia de nuestros grandes artistas es evidente. Y ello supuso el paso siguiente. Manet actuó como intermediario entre Velázquez y Goya y el impresionismo. Las ligeras pinceladas velazqueñas con que pinta los retratos de los enanos, o del Esopo, o la Lechera de Goya, junto a sus pinturas, previas a la serie negra, son un claro antecedente de lo que vendrá después. El paso que dan los impresionistas es no sólo en los motivos: paisajes, figuras sin nombre, bodegones, caballos, etc., sino en la técnica: color, luz y color. Olviden el dibujo, olviden la línea negra, pinten con el color: con los miles de matices que la luz crea sobre las formas de la naturaleza, sobre los vestidos de las mujeres, sobre la hierba, sobre el agua, en el cielo...Salgan a pintar al aire libre, miren lo que hay al exterior del estudio, del taller. Olviden el taller y disfruten el espectáculo de la primavera, o de la nieve, o de las regatas en el río, o de los desfiles callejeros, explosivos de luz y color. Eso es lo que supuso el impresionismo: la alegría de vivir traspuesta a un lienzo de dos dimensiones.
Y de esa alegría fuimos partícipes los que paseamos por las salas a media luz, admirando las bellezas que se nos muestran y disfrutando del goce estético, transportados por unas horas a otros mundos, lejos del ruido y la furia de las calles, de las zanjas, del tráfico y de la ajetreada vida cotidiana.