7/12/12

VIAJANDO SIN MEMORIA


VIAJES DE UN DESMEMORIADO

BENITO PÉREZ GALDÓS

Edición y Prólogo de Germán Gullón
Evohé-  El Periscopio, 2012


Avanza la colección de El Periscopio con este cuarto libro, que, tras las aventuras de Blasco Ibáñez, Chaplin y Concha Espina, nos sitúa en viajes decimonónicos contados por autores de solera, en este caso el grandísimo y desmemoriado Pérez Galdós.
Don Benito Pérez Galdós (1843-1920), canario de nacimiento, madrileño de adopción y español universal, era un cosmopolita, un viajero impenitente, un flaneur, o, como diríamos en lenguaje vulgar, «un culo de mal asiento». Soltero toda su vida y de espíritu libre, no tenía más ataduras que las de su propio mundo creativo, y ése lo llevaba consigo, aunque tuviera espacios más queridos donde trabajar: Madrid, Santander. De hecho, como parece insinuar el prologuista, podía ser que la convivencia con sus dos hermanas le hiciera viajar más de lo habitual, además de su constante curiosidad e interés por conocer otros países, otros ambientes y en suma, ver mundo.
El libro agrupa una serie de textos viajeros, escritos en diversas épocas, clasificados en esta edición en tres partes: Viajes por España, reuniendo dos deliciosas excursiones por Cantabria y por El Toboso; Memorias de un desmemoriado, que da rápida cuenta de su vida, de la que se han destacado en esta edición las andanzas viajeras, a vuelapluma; y finalmente, Viajes por Europa, en  donde ya, más detalladamente, Galdós relata un viaje a Portugal, otro a Italia y finalmente a Inglaterra. Finaliza el libro con unas cartas de Galdós a Clarín.

Este libro, como nos advierte en el prólogo Germán Gullón, nos muestra un Galdós diferente: Cuarenta leguas por Cantabria, texto con el que comienza el libro, resulta una maravillosa e insuperable descripción de Santillana del Mar, (el propio Pereda dice del texto: la descripción de Santillana «no puede tener rival en su género»). En el verano de 1876 Galdós hizo este viaje por la provincia de Santander en el coche de caballos de Pereda, acompañado de aquél y de Ángel Crespo, y descubrió Santillana, Comillas, San Vicente de la Barquera, la Hermida y Potes. Galdós y Pereda se habían conocido en el verano del 71 en una fonda santanderina y a pesar de las diferencias ideológicas, les unió una fuerte amistad hasta su muerte. Galdós pasaba largas temporadas en Santander, donde acudía los veranos; allí construyó una villa, «San Quintín». En los viajes a Cantabria y a Portugal, sus compañeros son José Mª de Pereda y Angel Crespo. El viaje a Italia lo hace acompañado del también escritor y humorista José Alcalá Galiano y Fernández de las Peñas, nieto del famoso ministro de Marina, D. Antonio Alcalá Galiano. Con Pepe Galiano, como él le llama, viaja también por Europa del Norte: Inglaterra, Francia, Países Bajos, Alemania…Berlín.

En las Memorias…, Galdós presenta su vida de modo muy sucinto, además, el editor ha optado por eliminar aquellas partes no relacionadas directamente con los viajes, como pueden ser diversas digresiones sobre su propia obra literaria o ajena, la intervención parlamentaria, etc. así que vemos muy a vista de pájaro los distintos recorridos, incluyendo, además de los europeos, un delicioso viaje a Ansó, en el Pirineo aragonés. Fechas, nombres, etc. son tomados con manga ancha, y memoria débil, según el propio Galdós afirma a modo de disculpa, y queda el lector con la esperanza de que más adelante nos hablará con detalle.
Es en la parte de los Viajes por Europa donde el escritor entra a fondo y  describe con gran detalle y jugosas reflexiones y comentarios sobre aquello que le llama la atención entre lo que ve, manteniendo siempre una distancia respecto a su propia persona, aunque a veces reconozca que ha sido impactado fuertemente. En Lisboa, lo que le llama la atención es el silencio, frente al bullicio madrileño. Y como otra cara de la moneda, una cierta tristeza, un clima amable pero decadente, frente a la acogedora alegría madrileña. Visita Cintra, Coimbra, Oporto…y vuelve por Galicia, cruzando la frontera del Miño en barca pues aún no era transitable el puente, recién construido. Estamos en 1885.
En Italia le llama la atención el fuerte sentimiento de unidad italiana, frente a la ausencia de tal emoción en España, que da por sentada tal unidad. Confirma cómo la unidad italiana ha hecho prosperar en muy poco tiempo el país, antes dividido y enfrentado. Por otra parte, se siente en Italia como en casa, sentimiento muy habitual en los españoles que viajan a tierra italiana. El omnipresente arte es otro de los impactos visuales que recibe. Visita Milán,Verona, Venecia, Padua, Bolonia y Florencia, llegando a Nápoles coma la culminación del viaje. De cada ciudad tiene palabras donde destaca lo que le choca, lo que ve como importante, pero sobre todo lo que le parece llamativo y novedoso. La inevitable ascensión al Vesubio y visita a Pompeya recuerda mucho el viaje que había hecho dos años antes un joven Blasco Ibáñez y las impresiones que a su vez había reportado (aunque publicado diez años después). Notamos que los diecinueve años de Blasco le llevan a ardorosas proclamas mientras que los cuarenta y cinco de Galdós le hacen ser más comedido en sus comentarios, aunque no faltos de atinadas comparaciones y sesudas reflexiones.
Por último, Galdós viaja a visitar la cuna del gran poeta y dramaturgo británico, en el corazón de la vieja Inglaterra: Stratford-upon-Avon, donde nació y murió Don Guillermo Shakespeare, como le llama Don Benito. Como prefacio, una serie de admirados y sorprendidos comentarios acerca de la red ferroviaria británica y la famosa guía Bradshaw, la tranquila y verde campiña inglesa, la sobria (y repetitiva) comida británica (entonces exactamente igual de sobria que en la actualidad, al parecer). Se hospeda en uno de los dos hoteles del pueblito, Shakespeare’a Hotel, donde cada habitación lleva el nombre de una obra shakespeariana, y cuyas paredes llenas de estampas y grabados de temas inspirados en la obra del bardo inglés, hacen soñar al huésped con los distintos personajes. La visita es corta: la casa natal, la casa donde murió y que es en realidad otra edificación, la tumba del bardo y su esposa, y poco más.

Cierran el libro  tres de cartas a Clarín, donde hace referencia a un viaje por Alemania visitando  la casa natal de Goethe, anuncia el viaje portugués y comenta brevemente el viaje a Inglaterra. En resumen, una agradabilísima lectura, unos textos bien elegidos y combinados, y un acertado prólogo, lo que nos rescata del olvido una parte de Galdós que quizás no sea muy conocida, tengamos o no buena memoria.

Ariodante






3/12/12

MIRADAS QUE MATAN


LA MIRADA DE SATURNO

GUILLERMO GALVÁN

Ed. Evohé, 2012

Un buen título es aquel que engloba la esencia del texto al que precede. Puede hacerlo de manera con una larga y detallada explicación, o por el contrario, concentrarse en pocas palabras, capaces de motivar distintas lecturas. Este es el caso de La mirada de Saturno, novela publicada por primera vez en 1998 y galardonada con el premio Tiflos en 1999 y ahora, en edición revisada, se publica por cuarta vez, tras las ediciones de la ONCE, Brand y Booket, y por vez primera en formato e-book, de la mano de Evohé Ediciones.
Saturno es el equivalente romano del Cronos griego, el dios que simboliza el Tiempo. ¿Algún concepto ha generado tantas interpretaciones, sugerido tantos mitos, provocado tantas metáforas o poemas como el del Tiempo? Saturno devorando a sus hijos, Zeus atacando a Cronos, haciéndole vomitar a los hijos devorados, desterrándole al Tartaro. La eterna tensión hijo-padre, la sustitución de unas generaciones por otras: El Tiempo, la Memoria, el Recuerdo…Y también la mirada. Los ojos como un arma, ojos que pueden expresar amor, miedo, odio, ira, la mirada de la Medusa mataba, según el mito griego. Y Perseo, dicen, usó el espejo de su pulido escudo para que el reflejo de los letales ojos de Medusa causaran la muerte del propio monstruo.
En esta novela, la Mirada de Saturno refiere, además, a un objeto de usos oscuros y legendarios, un objeto de culto, de poderes inimaginables, algo así como el anillo de Tolkien, que se transmite a lo largo de generaciones, se pierde entre las nieblas de la historia y es buscado por distintos caminos y con diversas intenciones, en general todas poco sanas y razonables.

Aunque el noventa por ciento de la narración ocurre en 1975, entre Madrid, Segovia y París, con algunos excursos a 1936 o a los años sesenta, hay tres capítulos que el autor introduce dando un barniz ancestral a la historia. Un primer capítulo a modo de explicación de cómo llega el misterioso objeto a Somosierra, otro capítulo sobre el Kabisuaar celtibérico, y el tercero sobre La Mirada de Sobek, el dios cocodrilo, en la Tebtunis egipcia. Estos excursos no los considero imprescindibles para entender la narración, y probablemente el relato de Ricardo hubiera podido funcionar perfectamente sin ellos, en mi opinión, pero están ahí, y quizás a otros lectores les sirva de apoyo informativo.

Ricardo Asensi, el protagonista de esta historia, se enfrenta con el distorsionado recuerdo de su padre, Carlos, y al mismo tiempo de su pasado, en una búsqueda desenfrenada, que le lleva a transitar por la frontera entre la razón y la locura. Tras muchos años viviendo con la muerte de sus padres como una terrible losa sobre su vida, ausente del cariño y ternura maternos, descubre que su progenitor no murió cuando ocurrió el accidente aéreo, sino mucho tiempo después, y en un psiquiátrico. Ese descubrimiento le perturba hasta el punto de iniciar un rastreo compulsivo de las pistas que pudieran llevarle a comprender qué había pasado en esos años, quien era, en realidad, su padre, y qué había pasado con su madre. Pero no es solo él quien sabe de la oculta existencia paterna, alguien más sigue sus pasos en la sombra, lo que a veces le lleva a situaciones francamente peligrosas. Ricardo se siente perseguido, vigilado, objeto de esa mirada que viene del pasado y que podría acabar con la vida que ha llevado hasta ahora.

Una trama cuyo telón de fondo son los días previos y posteriores a la muerte de Franco, días de inquietud y de inseguridad, pero que a Ricardo le traen sin cuidado, ya que la figura de su padre y el misterio que le rodea cobra una importancia vital, hasta el punto de identificarse con la búsqueda de ese Grial que suponía La Mirada de Saturno, el objeto cuya interpretación había perturbado a su padre hasta el punto de traspasar la frontera de la cordura, alejándose del mundo. Pero son sus ojos los que ven a Lucía, cuyo luminoso nombre y femenina presencia hace irrupción tanto en la vida final del padre como la del hijo, y el intercambio de miradas es un juego que lleva a otros juegos. Segovia, Madrid, París, Praga, Cuba…escenarios que se suceden y donde el autor va situando la acción.

Novela pues, de intriga, con fondo de la historia reciente española y europea, relatada con agilidad, corrección, y que despierta el suficiente interés como para leerla de una sentada. La portada, en la que un tramo de la acción se ve reflejada en la persecución nocturna, incluye esos ojos demenciales de Saturno devorando a sus hijos que Goya plasmó con fuerza en su pintura y que en la portada rivalizan con la luna, una luna brillantísima, que intuyo simboliza a Lucía, luz sin la que Ricardo hubiera caído en las sombras de la locura.

Guillermo Galván Olalla, (Valencia, 1950) periodista y escritor. Desde 2005 se dedica en exclusiva a la narrativa. Comenzó su tardía actividad literaria en 1998,  con la primera de sus novelas, La Mirada de Saturno, Tras ella, ha publicado El aire no deja huellas (finalista del Rodrigo Rubio 2001), Aislinn-Sinfonía de fantasmas (premio Río Manzanares 2002), De las cenizas (premio Felipe Trigo 2003), Llámame Judas (premio Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca), Antes de decirte adiós (2009) y pasó diez años investigando y documentándose para escribir Sombras de mariposa (2010), que trascurre en el último tercio del siglo XI, y por la que ganó el premio Hislibris a la mejor novela histórica 2011.


Ariodante

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