YASUNARI
KAWABATA
Título original: 山の音 (Yama no Oto, 1954)
Traducción: Amalia Sato
Emecé, 2007
Deleita Kawabata con esta obra que gira en torno a la soledad, la
muerte y la búsqueda de la belleza. No necesariamente por ese orden. Escrito
con la sobriedad y sencillez que le caracteriza, con frases cortas y sin
alargarse demasiado en ningún tema, a la japonesa: minimalista.
Shingo Osaga es el protagonista de la novela, y el punto de vista
desde el que el lector ha de situarse para mirar alrededor o en el interior del
personaje. Shingo vive preocupado por sus hijos, que
no siguen el camino recto: Shuichi, su hijo, casado con la bella Kikuko, lleva una vida paralela y le es infiel; por otro lado, su hija Fusako está casada con un
drogadicto, su vida es un continuo problema y acaba por separarse. Su esposa, Yasuko,
menos sensible y más realista, ve los problemas desde otro ángulo y desearía
que Shingo, como jefe de la familia, los resolviese, pero éste no es capaz:
vive en un mundo de imágenes, sensaciones, inmerso en el devenir de la
naturaleza, entre la realidad y el sueño, sintiendo reacciones hacia la
belleza, al placer, viendo la vida pasar como pasan las estaciones, entre la
floración y la caída de las hojas. Pero la vida parece ser más alegre en la
compañía de Kukiko, su nuera.
“La luna estaba en
llamas. Por lo menos eso le pareció. Las nubes que la rodeaban le recordaron
las hogueras de una pintura, o el espíritu de un zorro. Tenían forma de
espiral, retorcidas. Y al mismo tiempo, al igual que la luna, eran frías y de
un blanco desleído. Shingo sintió que el otoño se abalanzaba sobre él.
La luna, casi
llena, en lo alto hacia el este, estaba posada sobre un manto de nubes
incandescentes, y cubierta por ellas. No había otras cerca de esa plataforma en
llamas sobre la que yacía la luna. Apenas una noche tras la tempestad y el
cielo retomaba su insondable negrura.”
La atracción que siente hacia ella
es de un suave erotismo, entre paternal y sensual. La distancia que la
edad ha puesto entre Shingo y su esposa Yasuko la ocupa su mirada hacia Kikuko,
la necesidad de su constante presencia. A su vez, Kikuko busca en él al padre y
marido ausentes y lejanos. Ambos se sienten solos, a pesar de que la casa está
llena: la esposa, la hija con sus dos niños, la nuera, y de vez en cuando, el
hijo, que entra y sale. El rechazo de Kikuko a tener hijos, causa en Shingo y en Shuichi un verdadero shock.
El tema del deseo sexual en la vejez es un tema que Kawabata toca
en varias de su sobras, así como las sensaciones del hombre al ir envejeciendo,
viendo que el cuerpo no responde mientras la mente se mantienen mucho mas
juvenil. La inmersión en la naturaleza es una constante, siempre en pequeños detalles, como el florecer de los árboles, el nacimiento de los perritos, el cambio estacional.
Esta novela transita entre el azar y la necesidad, la vida y la
muerte, la vigilia y el sueño. La desintegración de esta familia tras la
posguerra oscila entre el sentimiento de humillación tras la derrota y la rápida
absorción de las pautas de vida occidentales. También se observa un continuo
paralelismo entre el ciclo de la naturaleza (las plantas, los árboles, la
lluvia, la nieve, la reproducción animal,….)
Y la máscara jido, que
simboliza la juventud pone un acento en las fórmulas (las ceremonias, el
teatro, la música) mediante las cuales los humanos intentamos trascender y
sobrevivir espiritualmente.
El “rumor” de la montaña es una sensación que Shingo siente entre
la vigilia y el sueño, que le parece escuchar un fragor interno, un sonido, una
vibración que achaca a la montaña como si cobrara vida al modo de los humanos.
“Era como un
viento lejano, pero con la profundidad de algo que retumbara en el interior de
la tierra. Sospechando que podía tratarse de un zumbido en sus oídos, Shingo
sacudió la cabeza. En ese instante, el sonido se interrumpió y, de repente,
tuvo miedo. Sintió un escalofrío, como un anuncio de que la muerte se
aproximaba. Quería preguntarse, con calma y determinación, si había sido el sonido
del viento, el rumor del mar o un zumbido dentro de sus oídos. Pero había sido
otra cosa, de eso estaba seguro. Había sido la montaña. Como si un demonio a su
paso la hubiera hecho sonar.”

