RAFAEL ÁLVAREZ AVELLO
Editorial
La Huerta Grande, 2016
El
presente libro es una bellísima recreación o, si se nos permite, actualización
narrativa del universal poema del prerrenacentista Jorge Manrique. Algunos lo
han clasificado como «novela histórica», aunque el texto supera una
clasificación fácil. Historia hay en ella: los turbulentos años previos al
reinado de los Reyes Católicos, donde los Manrique, familia de nobleza vieja,
intervienen en batallas no solo contra los moros, defendiendo la frontera sur,
sino en las luchas derivadas de las intrigas por el trono de Castilla, tras los
reinados de Juan II Y Enrique IV, ambos reyes débiles, suplantados por validos,
como Álvaro de Luna y el Marqués de Villena. Los Manrique de Lara son una
familia honorable, soldados de prestigio, cuya cabeza visible, tras la muerte
del patriarca Don Pedro Manrique, es Don Rodrigo, Condestable de Castilla y
Maestre de la Orden De Santiago. Este es el marco histórico.
Don
Rodrigo tiene al primogénito, Jorge, nacido de su primera esposa (Doña Mencía).
En la novela, el autor recurre a un personaje imaginario: el bastardo Juan
Manuel, personaje imaginario, que funciona como alter ego de Jorge, narra la historia y da pie a sabrosas
sugerencias, pensamientos y digresiones. Pensamientos que, como en las Coplas, hablan del devenir del Tiempo,
los cambios de la Fortuna, la Vida como viaje hacia la Muerte, el más allá
cristiano, la relatividad de las cosas y
la igualación de las vidas en su
final.
“Los
hombres viven tres veces. Viven todos la vida del cuerpo; dura y efímera .
Después la del cielo, donde el alma no tiene cuerpo en donde morirse. Pero sólo
algunos viven la tercera vida, la de la fama, que es vivir en la memoria de
quienes les conocieron. La peor de las tres. Para llegar hay que atravesar un
desierto donde no hay sombra de vicio para guarecerse de la virtud. Ni
debilidad. Ni descanso. Ni ternura”
Feliz
recurso literario: colocar al narrador, en su solitaria vejez, frente a otro
personaje imaginario, una silenciosa joven desconocida a la que acoge en su
cabaña, compartiendo sus potajes y escuchándole historias. Digo sus historias y
digo bien, porque no solo es la historia de su vida, a grandes rasgos, sino la
de su hermanastro Jorge y la de su padre, principalmente. Le figura del padre,
como en las Coplas, es de tal talla
que impregna sus recuerdos, ideas, emociones. Inserta, asimismo, diversos cuentos, a modo de
parábolas para ilustrar la realidad.
El
alma dormida del viejo bastardo, recuerda, pues. Recuerda la Historia y las
historias. Su vida y las vidas de los que le rodearon, que vivieron y murieron,
los mejores y los peores momentos. Y ocurre que, habituado como suelen los
solitarios, a hablar consigo mismo y con sus recuerdos, el viejo soldado
rememora tanto a Jorge que incluso evocará su presencia, surgido de las sombras
del pasado, sumándose a un diálogo cargado de emoción. Habla el narrador:
“Así
fue nuestro tiempo: crudo, de mucha guerra y pocos libros. Hasta los versos a
medio hacer sólo podían guardarse bajo la coraza, ¿qué lugar es para un poema?…
Yo quería ser Gómez. Fue en quien me fijé cuando despuntó mi hombría y dije:
ése, ese hombre quiero ser. Jorge, en cambio, eligió a Rodrigo. […]Pero ¿es eso
pensar? No es pensar… Buscas a alguien para parecerte y lo conviertes en tu
ídolo. […] Has dejado de ser «lo que sientes» y te has convertido en «lo que
crees»[…]Ya lo decía María la alta: «no hay hombre sin debilidad». Y saberlo te
cambia otra vez. Dejas, entonces, de ser «lo que crees» para convertirte en «lo
que piensas».” Sabias y acertadas reflexiones de una nodriza que conoce a los
hombres desde que nacen.
Así,
toda la novela es un monólogo que deviene en diálogo, en el que el lector se
siente implicado en todo momento; al principio es largo monólogo del viejo,
porque la joven escucha y poco dice, salvo al final.
Dividida
en cuatro partes, narra la niñez y juventud de los dos hermanos, Jorge y el
narrador, la relación con el padre y otros
personajes, el otro abuelo Manuel, la nodriza, María la alta, el tío Gómez, poeta, encargado de su educación; los
primeros amores, la pasión de Jorge y Elvira, además de otros lances y
batallas, la irrupción de Isabel como heredera de Enrique Trastámara frente a
Juana la Beltraneja; las bodas de
Isabel con Fernando de Aragón, a escondidas y contra la voluntad del rey. En la tercera y cuarta parte el texto se
convierte casi en drama teatral: el monólogo –en el que se inserta el cuento/parábola
sobre tres reyes- se convierte en un diálogo más fuerte, con más tensión.
“¿Cuándo se envejece?… Ya te lo dije: cuando
te conviertes en «lo que piensas». Es entonces cuando comienza tu verdadera
vida.”[…]“¿Qué cosas hacen moverse a un hombre? Yo te digo algunas: cualquier
virtud, cualquier vicio, el amor, el odio. Y también la culpa. […]¿Sabes tú lo
que son las marcas?… Un momento como cualquier otro pero que marca tu vida.
Cada uno de tus amores. La primera vez que tocaste el cuerpo sereno de una
mujer. El nacimiento de un hijo. Las muertes de quienes se llevaron con ellos
parte de ti. Lo que hiciste, y te equivocaste, y no pudiste deshacer. Las
palabras que alguien te dijo y enderezaron tu camino o lo desviaron… Todo eso
son marcas: las constantes que no se olvidan. El tiempo pasa a medirse entre el
que pasó antes y el que pasó después…”
El
lenguaje usado por el autor es adecuado a la época sin ser de la época,
verosímil, pensado para hablarle directamente al lector. Los tempos están marcados para que fluya el relato
con pausas estudiadas que permitan al lector asimilar hechos e ideas, y
entender a los personajes. Las reacciones humanas son retratadas fielmente, con
gran madurez y profundidad psicológica; los caracteres disímiles, los ideales
contrapuestos, mostrados con fidelidad histórica, trazando el mapa de una
España dividida y beligerante. La oposición masculino/femenino, motor de
nuestras vidas, siempre está presente. Los pensamientos y las creencias varían,
los sentimientos permanecen a través de los siglos. Deseo, ambición, honor,
pasión, lealtad, violencia y traición. Y son esos sentimientos, esas pulsiones
las que hacen al lector reconocerse en algunos personajes, revelar semejanzas
en otros de nuestro entorno, trasladar aquellas vidas a éstas y darse cuenta
que desde hace siglos los humanos siguen cayendo en los mismos errores o
descubriendo lo que creen nuevos aciertos. Siguen enamorándose de quien no
deben, enfrentándose a enemigos que no lo son o ignorando a los verdaderos
enemigos. Admira la madurez del autor al mostrar a unos y otros sin escorarse
en bandos, sin convertir el discurso en uno más de buenos y malos. Más que
novela histórica, sería mejor entenderlo como una novela de reflexión sobre el
alma humana. Y ¿qué mejor pilar para construir este edificio que releer el
poema de Jorge Manrique?.
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