Reseña publicada en:
http://www.elplacerdelalectura.com/2011/01/especial-tolstoi-4-el-cupon-falso_02.html
Se aúnan en esta edición dos relatos cortos del gran escritor ruso, escritos en su última etapa (1904) y publicados póstumamente, en 1911 y 1912. El conde Lev Tolstoi (Yasnaia Poliana 1828-Astápovo, 1910), un clásico de la literatura mundial, cuyos máximos exponentes literarios son Ana Karenina y Guerra y Paz. La vida de este gran hombre, de este inmenso escritor, discurre en tres periodos: su juventud, turbulenta, peligrosa, arriesgada, apasionada; su madurez, creativa, productiva, canalizando toda su fuerza impetuosa, su torrente vital en la literatura, plasmando su vida por medio de historias; y su vejez, donde la pasión, que continúa en este león humano, se dirige hacia la mística religiosa, hacia un amor a la humanidad, desbarrando por derroteros problemáticos, que le sitúan en un estado de guerra entre la familia y ciertos grupos que quieren aprovecharse de su genial senilidad. Es en esta última etapa donde se ubican los textos que analizamos.
El cupón falso, que es como decir el cheque falso, es la historia de cómo un pequeño y aparentemente poco relevante hecho, una travesura adolescente, para conseguir un poco del dinero que el padre le niega, deriva en una cadena de delitos y de crímenes que van subiendo de tono hasta alcanzar el asesinato a sangre fría, la violencia gratuita y el odio en las entrañas.
Así mismo, en la segunda parte del texto introduce el tema religioso: las pesadillas diabólicas del recluso, el remordimiento y el recuerdo de sus crímenes, así como el contacto con los sectarios del primitivismo cristiano, que postulan el hermanamiento, el amor a la humanidad, y a la vez el igualitarismo: la idea robinhoodiana de robar al rico para darlo al pobre como una igualación a la fuerza, todo esto dentro de un juego de posiciones, en el que las historias van pasando de un personaje a otro, encadenadas, y vemos la evolución de los que han delinquido a partir de aquella primera estafa juvenil. Como en un juego de sillas, donde cada jugador ocupa el lugar que antes ocupaba el vecino y viceversa, en la narración los personajes van cambiando de posición, hasta cerrar la historia con el personaje del comienzo, Mitia. De carácter y forma parabólicas, en cierto modo ejemplarizante, pero con una forma literaria impecable, Tolstoi abre y cierra la historia, anudándola.
Jadzhi Murat, el segundo relato, espléndido texto en el que el narrador nos introduce en sus recuerdos de los años pasados en el ejército, concretamente la campaña rusa en Chechenia, mediado el siglo XIX. Una historia sucedida en Cáucaso- nos dice Tolstoi- hace muchos años, que en parte contemplé en persona, en parte conocí por boca de testigos presenciales y en parte completé con el apoyo de mi propia fantasía. Hay, por tanto, un equilibrio feliz entre la parte histórica, con personajes reales, incluyendo al propio Jadzhi Murat, lugarteniente del cabecilla musulman Shamil, el zar Nicolás I, el príncipe Voróntsov, el príncipe Chernishov...y otros muchos.
Murat, por discrepancias con el jefe Shamil, decide pasarse a los rusos y negociar con ellos, tratando de recuperar a su familia, retenida por Shamil. Los generales rusos mantienen ciertas discrepancias sobre cómo manejarle, que la intervención del zar en persona deja zanjadas. Pero Murat pertenece a otra cultura más atávica, no se aviene a los hábitos civilizados de los rusos. El viejo conflicto entre chechenos y rusos, musulmanes y cristianos, dos culturas antagónicas, en fin, estalla constantemente.
Tolstoi va saltando de un campo a otro, entretejiendo la narración de un soldado ruso y la de Murat y sus seguidores, la del príncipe Voróntsov y el hilo de pensamiento del propio zar, y vuelta a Murat, la intervención de Butler, soldado que en mi opinión representa al propio Tolstoi, en su juventud. La magnífica imagen de Murat a caballo, nos deja una huella indeleble: una presencia majestuosa, erguida como el cardo florido pero rodeado de espinas que origina los recuerdos del autor. Principio y final bellísimamente engarzados, con la metáfora del cardo mutilado en medio del campo yermo.