CRISTINA MORATÓ
Prologo de Manu Leguineche
Plaza& Janés, 2007
La periodista y reportera Cristina Morató, (Barcelona, 1961),
viajera profesional, traza en esta obra un extenso friso donde una serie de mujeres
-desde la antigüedad hasta nuestros días, aunque centrándose en las
decimonónicas- son protagonistas de hazañas viajeras, de investigación
científica o antropológica e incluso de espionaje político en tierras hostiles.
Inicia la autora con este conjunto biográfico divulgativo una variada
producción de publicaciones sobre viajeras insignes, injustamente olvidadas o
ninguneadas por los historiadores o los escritores de viajes, publicaciones que
ya están hace años en librerías.
África, Oriente Medio, Asia, son los principales
escenarios donde desarrollan sus viajes estas damas del pasado. La autora ha
viajado, a su vez, a muchos de los lugares de los que hablará en este libro. Y
compara unas situaciones y otras, comprendiendo en más de una ocasión lo que
pudieron haber sufrido o sentido estas mujeres que viajaron con las condiciones
mucho más adversas y cuyas experiencias no siempre fueron reconocidas. Introduce
el texto explicando lo que le ha llevado a bucear en busca de estas viajeras a
través de los siglos. Fue a partir de sus primeros reportajes periodísticos
como le surgió la idea de encontrar mujeres que hubieran viajado en tiempos
pasados. Descubrió que “la lista era más larga de lo que se había imaginado” y
que en el pasado, incluso en el pasado reciente, una mujer que viajara (y si lo
hacía sola, peor) era una “extraña criatura”. Y sintió que les debía un
reconocimiento, un rescate del olvido en el que estaban sumidas.
Cuando algunas mujeres habían cubierto su
ciclo de matrimonio, hijos y vida familiar y se quedaban solas, o llegaban a
esta soledad en su madurez sin haber probado las delicias de la familia, tenían
dos opciones: el convento o la prostitución. Sin embargo, excepcionalmente algunas
de ellas supieron esquivar estas dos vías, recurriendo a una tercera: el viaje.
Viaje que muchas veces era sólo de ida, sin retorno; en otras ocasiones de ida
y vuelta, a veces con reconocimiento final y a veces con un triste fin.
Generalmente se trataba de mujeres cultas, con inquietudes y deseos de ampliar
horizontes, que en el viaje encontraban abierta una puerta a un mundo nuevo,
distinto, a veces amenazador y problemático, pleno de dificultades para ellas,
pero que afrontaban con valentía y con imaginación. Muchas de estas viajeras
relataron sus viajes en diarios, memorias o incluso libros científicos. O
personas cercanas a ellas contaron sus aventuras. Generalmente, la reacción
mayoritaria fue de rechazo, burla y desprecio, considerándolas “marimachos y
ridículas”.
A veces estas mujeres no iban solas, sino
acompañando a sus maridos, como Lady Mary Montagu, esposa del embajador
británico en el Imperio Turco, o Isabel Arundell, esposa del explorador y luego
diplomático Richard Burton, o Fanny Vandergrift, esposa del escritor y viajero
R.L. Stevenson, o también la esposa del doctor Livingstone, cuya presencia
supuso un apoyo y ayuda a su labor en África. Otras viajaban con su madre, como
la holandesa Alexine Tinne, aunque, eso sí, con doscientos porteadores. Muchas estaban
solteras, civiles, eclesiásticas o incluso casadas, y elegían viajar solas. En
esta obra, obviamente, no sólo se habla de viajeras, sino también de viajeros
que tuvieron alguna relación con ellas o fueron pioneros que abrieron nuevas
rutas.
En los diversos capítulos Morató hace un
recorrido histórico: desde la abadesa gallega Egeria (siglo IV), que, tras
peregrinar a los Santos Lugares y más allá, escribió el primer libro hispánico
de viajes; pasando por Isabel Barreto, (s. XVI) esposa del adelantado Alvaro de
Mendaña, primera navegante española que consiguió el título de almirante. Las
peregrinas sin nombre del Camino de Santiago o de Tierra Santa, o las reinas
que hubieron de acaudillar guerras o regencias en tiempos convulsos, y como
Leonor de Aquitania, se unieron a los cruzados. Mujeres soldado ha habido unas
cuantas, como Catalina de Erauso, nuestra “monja alférez” o la famosa Juana de
Arco. A pesar de este repaso previo, el interés del libro se centra en las
viajeras decimonónicas, con alguna pionera del dieciocho, como Lady Montagu.
Dedica un capítulo a las viajeras
religiosas, como las misioneras en el Tíbet y China, entre las que destacan
Mildred Cable, Evangeline y Francesca French y Annie Taylor; varios capítulos a
las viajeras solteras o viajando solas, que sin ser investigadoras ni escribir
libros, tuvieron relación con personajes importantes y unas vidas muy viajeras:
es el caso de Anita Delgado, Lola Montes, Anna Leonowens; dedica una breve sección
a las mujeres piratas, Anne Bomney y Mary Read; también a las viajeras victorianas
por África, como Ida Pfeiffero Freya Stark; otro a las de Asia, como Alexandra
David-Néel; otro a las esposas a la sombra de viajeros insignes; otro a las
exploradoras e investigadoras como Mary Kingsley, de vida breve pero intensa, y
la longeva Isabella Bird (s. XIX), que viaj ó
por todo el mundo: Australia, el lejano oeste americano, Persia, India, China…Finalmente
se ocupa de las viajeras del siglo XX, como Osa Johnson que, junto a su marido
viajaron por Oriente y Africa filmando documentales antropológicos, así como
Jane Goodall, Dian Fossey y B. Galdikas, estudiosas de gorilas, chimpancés y
orangutanes; y la aventurera Amelia Earhart, aviadora pionera en viajes
trasatlánticos, desaparecida en el Pacífico en 1937.
Siempre intercalando anécdotas de sus
propios viajes como reportera, con comentarios interrelacionando o comparando
las actitudes de unas viajeras con otras. Por ejemplo, había quienes viajaban
por todo lo alto, portando kilométricos equipajes, vajilla de porcelana y
cristal, bañera, cama y sábanas…o las que iban adaptándose a lo que
encontraban. También estaban las que, como la arqueóloga Gertrude Bell, vestían
como si siguieran en Europa, paseando por el desierto o la selva africana con
corsé, botines, enaguas, faldas, y sombreros floreados,…o las que se
disfrazaban de hombre o de mujer árabe como Isabelle Eberhardt, Lady Anne Blunt
(nieta de Byron) o Hester Stanhope para llevar ropajes sueltos o pantalones
anchos, sin el odiado corsé. Las que seguían consumiendo en lo posible la
comida europea y las que se zampaban lo que les ofrecían los nativos del lugar.
Algunas vieron reconocido su trabajo de
documentación, como Gertrude Bell, que aleccionó a T.E. Lawrence sobre Arabia,
y ayudó a confeccionar el mapa de Oriente Medio a Winston Churchill. Famosa es
la foto en la que los tres posan, sobre sus correspondientes dromedarios ante
una de las pirámides de Egipto.
Otras, por el contrario, fueron menos
afortunadas y murieron en la indigencia o víctima de enfermedades tropicales
como Mary Livingstone, o Mary Kingsley.
CRISTINA MORATÓ |
Todo ello compone un libro amenísimo, muy
variado, escrito a modo de reportaje, al
que quizás lo único que se le podría achacar es la sobreabundancia de personajes
que son tratados solo con breves trazos, y también un cierto desorden repetitivo en cuanto
al relato de cada vida. La propia autora insiste en que no es un ensayo, no
avanza ninguna tesis, simplemente quiere rescatar a todas estas mujeres del
olvido. Se impone, pues, una lectura pausada, más con objeto de consulta y
descubrimiento de personajes sobre los que leer más abundantemente en lecturas
posteriores.
Fuensanta Niñirola
Agosto 2016