22/2/14

¿QUÉ ES LEER?

LA EXPERIENCIA DE LEER
Un ejercicio de crítica experimental
C.S. LEWIS
Alba Editorial, 2000


Es este un ensayo magnífico: claro, conciso, elocuente y muy atractivo. C.S. Lewis fue profesor de Literatura durante muchos años en Oxford, y conoció al público lector, al universitario, sobre todo. En este ensayo  pone de manifiesto sus observaciones, atinadísimas, sobre lo que pudo comprobar acerca de los hábitos lectores. El título original es  An experiment in criticism, más cercano al subtítulo en español, pero creo que el título que se le ha dado en nuestro idioma es más acertado. Porque de lo que trata es de analizar no es tanto el valor intrínseco de un libro, sino más bien dirige su mirada hacia la experiencia lectora, encontrando diversos tipos de lectores, de hábitos de lectura, y desarrollando una serie de teorías a partir de esos análisis. Es decir, en esta obra no busca tanto la distinción entre buena o mala literatura, como buenos o malos lectores.

Hay, por lo pronto, cuando paseamos nuestra mirada por el publico lector, dos grupos muy generales de lectores: uno mayoritario (le llama “popular”) y otro minoritario.  Entre ambas clases no hay una línea clara y distinta. La hay, pero permeable y confusa. Hay lectores que según la época de su vida forman parte de una o bien de otra.  La misma distinción de actitudes se puede aplicar a las artes en general. Quede claro, y esto lo destaca desde el principio, que personas a las que podríamos incluir entre la actitud mayoritaria respecto de la literatura, demuestran tener una exquisita sensibilidad para otras formas de arte, …y viceversa.

Lewis va poco a poco analizando las formas de acercarse a la literatura, intentando no valorar, simplemente describir lo analizado. No quiere humillar a nadie. Utilizar el calificativo de bueno o malo no implica aquí una actitud moral, sino más bien habla de hábitos adecuados o inadecuados. Según él, es perfectamente comprensible que una persona inteligente y de buen gusto pueda no estar interesado por la literatura o ver en ella un mero pasatiempo. Esa persona tiene otros intereses y es altamente probable que le emocione la música o quizás la jardinería. Lo que el autor quiere hacer con este ensayo es, simplemente, clarificar algunas opiniones confusas sobre las maneras de leer.


A modo de comparación, que a veces resulta muy ilustrativo, analiza el modo con que muchas personas se dirigen a una obra de arte. Y lo expresa del modo siguiente: ante el arte, “unos lo usan y otros lo reciben”, identificando a la mayoría con los que lo usan y la minoría con los que lo reciben. Y “recibir” no implica pasividad, sino una especial atención hacia lo que ve, hacia la obra que tiene delante. Nos instalamos ante una obra de arte para que esta nos haga algo, no para hacer nosotros algo con ella. El arte exige una entrega: mirar, escuchar, recibir.
Pues bien, en literatura también unos usan y otros reciben la obra literaria.

¿Qué implica el acto de leer? Implica que, -nos dice el autor- ante una secuencia de palabras, las traspasemos para llegar a algo que no es verbal. Y añade: la primera frase de la Ilíada nos dirige hacia la cólera.

Dedica un capítulo a analizar lo que llama el lector sin sensibilidad literaria o  mal lector, (dejando claro que no es mal lector porque disfrute leyendo de este modo, sino porque solo es capaz de disfrutar así) ofreciendo una serie de características generales: nunca, salvo por obligación, leen textos que no sean narrativos, y lo hacen con los ojos, ignorando los sonidos de las palabras que están leyendo, siendo, asimismo, insensibles al estilo. Pueden leer algo mal escrito y no les afecta.
Gustan de narraciones donde la verbalización es escasa,  prefieren las imágenes. Necesitan narraciones donde haya acción y esta sea rápida. Hechos, es lo que buscan. Necesitan, de igual modo, de lo misterioso y emocionante, que su curiosidad sea exacerbada, y satisfecha. Les gusta participar, a través de los personajes, del placer y de la dicha.
Efectivamente, el lector con sensibilidad literaria, o buen lector, también disfruta de este modo cuando lee buenos libros. Pero no solo disfruta así. Lo que le impide al otro lector alcanzar una experiencia literaria plena no es lo que tiene, sino lo que le falta.

Se explaya el autor sobre el concepto de mito, no en el sentido filosófico sino literario.  Asimismo, en otro capítulo estudia el concepto de la fantasía literaria y sus significados, distinguiendo entre fantasía egoísta y fantasía desinteresada, dando un ejemplo muy clarificador: “Cuando se construyen fantasías desinteresadas, puede soñarse con el néctar y la ambrosía, con pan mágico y con rocío de miel; en cambio, cuando se practica la modalidad egoísta, solo se sueña con huevos con tocino o con un filete. ” Cristalino, ¿no?
Después analiza los realismos, distinguiendo también dos, que luego servirán para definir al tipo de lector: realismo de presentación ( podríamos decir cuando la obra es descriptiva, vívida en los detalles) y realismo de contenido (cuando una obra es probable o verídica). En una obra podemos encontrar el realismo de presentación sin el de contenido o viceversa…o ambos a la vez pueden estar presentes o ausentes.

Pasa después a reflexionar el autor sobre el posible “engaño” de una obra de ficción al lector. Y este radica en aquellas obras que, aparentemente son sobrias y serias, y sin embargo están pensadas para transmitir comentarios sociales, éticos, religiosos o antirreligiosos sobre la vida. “Toda lectura es en un sentido evidente siempre una evasión”-nos dice el autor-“Cuando leemos, nuestra mente se aparta durante cierto tiempo de la realidad que nos rodea, para dirigirse a algo que solo existe en la imaginación o en la inteligencia.” La evasión, pues, es una práctica compartida por tanto unos como otros lectores. No conlleva necesariamente el escapismo, pero puede llevar a él, ciertamente. Lo importante es hacia donde nos escapemos…

En cuanto a los errores del buen lector, Lewis plantea una idea interesante: se trata de la confusión entre vida y arte, la creencia de que los libros buenos lo son porque nos enseñan verdades “sobre la vida”, conocimientos, al modo de la filosofía o las ciencias. Por el contrario, una obra literaria es buena porque su estructura interna y composición es correcta y armónica, cada parte debe ser agradable e interesante por sí misma.
Lewis también trata el tema de la poesía, a la que considera una pequeñísima provincia en el mapa literario general.
Estudia también la función del crítico literario, y manifiesta una decidida opción por una función descriptiva, más que valorativa. En cuanto a los historiadores de la Literatura, considera que lo más importante que nos pueden ofrecer es darnos a conocer la existencia de las obras. La valoración dominante de las obras literarias varía según las modas y las épocas, pero la diferencia entre las maneras de leer es permanente. “Partimos del principio –dice Lewis- de que si las personas aficionadas a leer bien consideran que algo es bueno, hay bastantes probabilidades de que en realidad se trate de algo bueno”. Y ¿qué hacer para mejorar nuestro gusto literario? Lo mejor, según nuestro autor, no es precisamente denigrar a sus autores favoritos, sino “enseñarle a disfrutar con otros mejores”.

Resumiendo, toda obra puede ser recibida o usada; el contenido es ese “algo imaginario” que unos usan como medio para conseguir otras cosas y otros  lo consideran un fin en sí mismo. El usuario prescinde de las palabras y va a la idea general; el receptor se demora en ellas poniéndoles color, sabor, olor…las palabras imponen su voluntad al buen lector, y el usuario se queda sin este placer. Todo lo típico del mal lector se puede encontrar igualmente en el buen lector, como hemos dicho antes, pero este último va más allá, le saca más jugo a lo que lee. El buen lector busca una ampliación de su ser: quiere ser más de lo que es. “Queremos ver también por otros ojos, imaginar con otras imaginaciones, sentir con otros corazones (…).Cuando leo gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de ser yo mismo(…).Veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve.”



Ariodante








19/2/14

TRAS LAS HUELLAS DE CONRAD EN ORIENTE

EL ORIENTE DE JOSEPH CONRAD


SALVADOR SEDILES
La línea del horizonte Ediciones, 2013


Estamos ante un breve pero jugoso ensayo divulgativo sobre Joseph Conrad, principalmente centrado en los paisajes y espacios que el autor polaco-británico recorrió en sus años de navegante. En sus apenas setenta y cinco páginas aborda, por una parte la biografía de Conrad, a muy grandes rasgos, y por otra, la principal, esa parte de Oriente,  el archipiélago malayo, que el joven marino venido de tierra adentro llegó a conocer al dedillo, surcando sus aguas, sufriendo tempestades, naufragios, esquivando escollos y aprendiendo a conocer a sus gentes, así como a los curiosos especímenes de marinos occidentales afincados en aquellos mares. De muchos de tales especímenes surgieron sus personajes, tema del que también trata este libro.
El autor nos hace ver cómo el niño y el adolescente que vivió en Cracovia y que soñaba con el mar llegó a embarcarse en Marsella, dando comienzo a una larga carrera que solo cambió para desembarcar en la literatura, de modo que continuase evocando el mar con su pluma, desde su rincón en tierra firme.
Conrad pasó de la marina francesa a la inglesa, entonces reina indiscutible de los mares, y poco a poco fue asimilando su papel hasta el punto de adquirir la nacionalidad británica, que finalmente le acogería en sus años en dique seco, y a la que devolvería con creces una prolífica obra en inglés, el idioma que aprendió en el mar y que perfeccionó en tierra.
Singapur, en tiempos de Conrad centro indiscutible del comercio con Malasia, puerto exótico, concurridísimo; los hoteles que Conrad conoció, como el famoso y espectacular Hotel Raffles, la Fonda de South Bridge Road, El Hogar de los Oficiales, el almacén de McAllister & Co., todos estos espacios que podemos encontrar en Lord Jim, Victoria, Salvamento, La locura de Almayer…

La navegación en la época en que coexistían los barcos de vela y los de vapor, y que Conrad experimentó: los clippers, canto de cisne de la navegación tradicional; las tormentas y tifones tan habituales en esa zona, que vemos reflejados en las obras como El negro del Narcissus, Tifón, El vagabundo de las islas,…Los míticos lugares como Patusán y Sambir, escenario de sus novelas, estaban inspirados en espacios reales como Berau y Tanjung Redeb, en Kalimatan. Conrad deambuló por esas islas, por los ríos misteriosos que luego reprodujo en sus narraciones, y por aquellos parajes encontró a los que serían algunos de sus personajes más impactantes: el empleado holandés Charles Olmeijer, que inspiraría a su primer personaje, Almayer, o James Brooke, llamado “el rajá blanco”, instalado en Sarawak y que le ayudó a crear su Lord Jim. El capitán William Lingard, el “Rajá Laut”, personaje real, famoso comerciante y marino, que también se mueve, -bajo el nombre de Tom Lingard- por las páginas literarias de Conrad.


Los nativos, las distintas tribus y etnias, como los bugis de las islas Célebes, que resultaban terribles piratas en sus praos y pinisis y hoy son pacíficos habitantes de la zona; o los dayaks de Kalimatan (Borneo) o Sarawak (Malasia), también piratas y cortadores de cabezas.
Todo esto, aliñado con profusión de imágenes: fotografías o grabados de la época, mapas, planos, edificaciones, fotos de indígenas, fotos del propio Conrad, de su estudio, de su máquina de escribir…ofrece al lector un atractivo paseo por la vida, la obra y sobre todo, los escenarios que inspirarlo la imaginación de este escritor que supo plasmar maravillosamente sus años marineros y su capacidad de captar la naturaleza humana así como la naturaleza geográfica y el espíritu de la mar.
Una breve pero excelente publicación que hará las delicias de los aficionados a Conrad y le descubrirá a los que no le conocen, sirviendo de introducción a la obra de un clásico.


Ariodante

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