5/5/12

EL BYRON NAVEGANTE


VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO

PRECEDIDO DE UN NAUFRAGIO

JOHN BYRON

Ediciones del Viento,  2006


John Byron (Londres, 1723-1785) fue un marino británico, y aunque en sus días disfrutó de reconocida fama y prestigio en Inglaterra, actualmente es más conocido por ser abuelo de otro Byron: George Gordon, sexto Lord Byron, poeta universal, viajero empedernido, iconoclasta, trasgresor y legendario.
El honorable John Byron no es escritor, propiamente: lo que nos cuenta es una relación, a modo de reportaje o bitácora, del viaje que realizó alrededor del mundo, a instancias del rey Jorge III, con fines exploratorios y científicos, a bordo de la fragata Delfín,  barco de la armada británica  que por primera vez recubría su casco con planchas de cobre, como protección. Sin embargo, la mitad del libro está  compuesta por el relato de un naufragio que el joven ―diecisiete años― guardiamarina Byron sufrió en un primer viaje. Relato que su insigne nieto, Lord Byron, el cual admiraba mucho a su abuelo, contará en su obra Don Juan y le inspirará para otra de sus obras, El Corsario.
El joven guardiamarina Byron formaba parte de la expedición del almirante Anson, y su barco, la Wager, encalló en las terribles costas de la Magallania.  Cuatro años tardó en volver a su país, cuatro años de rozar la muerte en distintas ocasiones, de hambruna,  enfermedades y todo tipo de desgracias y penalidades. La mayoría de sus compañeros fallecieron y quizás la juventud y su constitución física de Byron le mantuvieron con vida, a pesar de las infrahumanas condiciones que hubo de soportar.
Pero lo importante es que sobrevivió, y pudo relatar los sucesos y aventuras vividas. Esa primera parte del libro, la calificaría de más interesante aún que la segunda, ya que ésta, a pesar de su interés, no tuvo el dramatismo de aquélla.

La fragata Wager era un viejo barco que había hecho el recorrido de Indias habitualmente, y fue armado y pertrechado ―al mando del capitán Cheap― para formar parte de la escuadra del almirante Anson, que debía enfrentarse a la española del almirante Pizarro, aunque nunca llegaron a hacerlo, ya que ambas escuadras fueron destrozadas y dispersadas por los terribles temporales australes del cabo de Hornos. El naufragio de la Wager se produjo el 14 de mayo de 1741, al norte de las islas Guayanecos, en la fría, desolada y pantanosa costa oeste de la Patagonia. El resto de la escuadra fue desmantelada por el temporal y algunos de los buques hubieron de regresar al Brasil, mientras que otros consiguieron llegar a la isla chilena de Juan Fernández. El joven guardiamarina soportó en tierra, junto a otros supervivientes, condiciones terriblemente inhóspitas y dramáticas. De ciento cuarenta hombres que consiguieron llegar a tierra, fue disminuyendo su número a pasos agigantados, debido a las malísimas condiciones, la falta e insalubridad de los alimentos, el húmedo y gélido tiempo que les mantenía permanentemente empapados y  sin poder apenas guarecerse, las incursiones no siempre amables de los indios y las rencillas internas entre los náufragos, que ocurrieron desde el primer momento. La recuperación de material procedente del barco, mientras estaba a flote, les fue muy dificultosa: «Nos veíamos con frecuencia obligados ―cuenta Byron― a pescar las cosas por medio de grandes garfios amarrados a unas varas, en cuya faena nos venían a incomodar los cadáveres que flotaban entre las cubiertas» cuando trataban de rescatar objetos, herramientas o comida del barco embarrancado. «Hallábame nos diceen el estado más lastimoso, a causa de mi enfermedad, que se había agravado por las infames cosas que comía».
 
Tras diversos intentos de salir de allí y avanzar hacia el norte, buscando lugares civilizados o al menos, de mejor clima y condiciones de subsistencia, hubieron de regresar, mermados de fuerzas y con cada vez menos personal, al campamento base ―por llamarle de algún modo―, que llamaron Isla Wager, para esperar mejores condiciones climáticas e intentarlo de nuevo.
Finalmente, con algunos indios que, con la esperanza de bonificaciones y regalos, les ayudaron a desplazarse, consiguieron avanzar en el arduo trayecto, a veces por mar y a veces por tierra y por cauces de ríos, hasta llegar a tierras habitadas y habitables,  cerca de Chiloé. Allí los indígenas les alimentaron y vistieron, pues su estado era francamente  lastimoso. Byron describe minuciosamente tanto paisajes como el aspecto de los indios, sus costumbres, el trato a las mujeres, etc.

El encuentro con la guarnición española-chilena es descrito así: «Salieron a encontrarnos tres o cuatro oficiales y un pelotón de soldados, todos con las espadas desenvainadas, y nos rodearon como si tuvieren que custodiar a un enemigo formidable, en vez de tres pobres diablos desamparados que apenas si podíamos con nuestros cuerpos». Fueron mantenidos como prisioneros (España e Inglaterra estaban en guerra) y trasladados de una población a otra hasta llegar a Santiago, donde fueron embarcados finalmente para Europa. Pero la mayoría de las veces el trato que recibieron fue satisfactorio, incluso en Santiago dispusieron de libertad de movimiento, siendo recibidos por el gobernador. Los tres que sobrevivieron finalmente eran el capitán, Mr. Cheap, el oficial Mr. Hamilton y el guardiamarina Byron. Éste describe con bastante interés y detalle las costumbres, apariencia y vestuario de los chilenos de la capital, así como la economía del país y su funcionamiento.

La segunda parte del libro trata del viaje alrededor del mundo, del que el ya comodoro Byron da cuenta del trayecto, las incidencias, descripciones de islas, indígenas, botánica y zoología, en fin, detalles más de tipo científico y geográfico, pero menos atractivo en cuanto a las andanzas y aventuras humanas, reducidas al gobierno de la fragata y su lucha ―victoriosa, por otra parte―contra los elementos, llegando a buen término el viaje. Byron fue el primero que dio a conocer detalles exactos para la navegación por el Estrecho de Magallanes. Partieron de Plymouth (Inglaterra) el 2 de julio de 1764 y regresaron el 9 de mayo de 1766. Veintidós meses en la mar. La Relación del viaje alrededor del Mundo fue publicada póstumamente.

Para el relato del naufragio, se ha usado como base la edición publicada por J. Valenzuela  (Santiago de Chile, 1901), que a su vez se basó en la primera edición inglesa (1768). Para el relato del viaje alrededor del mundo se ha basado en la edición madrileña de 1943, a cargo de Ciriaco Pérez Bustamante.
Destaca el traductor los fallos de estilo y escritura, cosa que percibimos en la lectura, si bien el dramatismo de los hechos nos hace sobrellevar la ausencia de una forma literaria más atractiva. Lo que se echa de menos en esta edición es algún mapa de ambos recorridos, puesto que al emplear nombres que hoy no existen como tales, a veces resulta muy difícil seguir la derrota de los buques.



3/5/12

EL LINCE IBÉRICO


El espíritu del lince
EL ESPÍRITU DEL LINCE.
Iberia contra Cartago.

JAVIER PELLICER

Ed. Pàmies, 2012

Esta es una novela que, de entrada, funciona: lo primero, una portada muy bien diseñada. Lo segundo: un título muy bien elegido. Lo tercero: una publicidad muy bien planificada. Claro que a veces esto engaña y cuando empezamos a leer nos llevamos un chasco. No es el caso. El espíritu del lince tiene un comienzo que atrae, un desarrollo que mantiene el interés, y un broche sorpresa para el final, una pincelada simpática. Novela de aventuras de ambientación histórica, en plena invasión púnica del siglo III a.J. en la península ibérica. Aventuras que en algunos momentos rozan la épica, y en otros rozan lo mágico o lo legendario, aunque no se decida por ninguno de los dos, navegando entre dos aguas.

El lector común –no el especialista o el investigador― dispone de unos medianos o mínimos conocimientos de determinadas épocas o pasajes. Y suele tender a creer que lo que se le cuenta en una novela histórica ocurrió. Antes solía colocarse la advertencia: «Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad» Algunos autores prefieren dejar a sus lectores en la duda o en la confusión acerca de la verdad y la ficción en su novela. No es el caso.  Javier Pellicer (Benigánim, Valencia, 1978)  es un joven autor que, a pesar de tener bastantes relatos en su haber,  se estrena ahora con esta su primera novela. Y lo hace correcta y honradamente,  dedicando unas páginas  a aclarar qué relación tiene su narración con la historia real, qué es ficticio y qué no, qué está sumido en las brumas del pasado y qué está históricamente comprobado. Además, incluye un listado de nombres y topónimos para ayuda del lector, lo que es muy de agradecer, puesto que son nombres poco usuales y difíciles de retener. En la medida que no soy especialista en historia, no podría juzgar la corrección o no de los datos, sino la verosimilitud y su funcionamiento en la estructura interna de la obra, cuya orientación general es de novela de aventuras, dirigida a un público que busca más la acción novelesca que ensayo histórico. En este sentido, funciona bien.

El ritmo de la narración es rápido, los capítulos, cortos, la emoción in crescendo, y aunque ―como es normal― hay altibajos, fallos en cuanto a diálogos, expresiones o reacciones (demasiados llantos, para mi gusto), muy actuales, y es probable que la juventud del autor le haya condicionado, inevitablemente, en más de una ocasión. A pesar de todo, la narración resulta bastante equilibrada, se mantiene bien. En resumen: es ágil, bien planteada y atractiva.
 El protagonista es un guerrero edetano, Icorbeles, que narra desde su ancianidad la historia de su iniciación a la vida, desde comienzos legendarios. Cómo se convierte en guerrero y las luchas que mantiene con los púnicos… y consigo mismo. Porque entremezclada con su vida pública está la personal, los queridos amigos de la infancia, Alorco y Nistan, la pasión amorosa, en conflicto con el deber que le impone la posición social como futuro líder. Amílcar Barca, Aníbal, y otros personajes históricos desfilan por estas páginas, mezclados con los ficticios. Hay batallas imaginadas y batallas reales, aunque quizás en algunos momentos cojee un poco, introduciendo conceptos  o modos demasiado actuales, y en cambio, se eche en falta algo más de leyenda, de momentos mágicos. En la parte final se desprende una cierta parábola moral sobre el eterno conflicto entre el ser y el deber.

Dirigida, insisto, a un lector no digo joven, sino juvenil, sin embargo es lectura capaz de gustar a un público más amplio, y es precisamente esta posibilidad lo que define una buena novela de aventuras. Javier Pellicer ha escrito una narración entretenida, cuidada,  respetando en lo posible la historia y al lector. Resulta un autor muy prometedor al que auguramos éxito.

El espíritu del lince,
Javier Pellicer
Editorial Pàmies, 2012 
ISBN 978-84-96952-98-0




29/4/12

EL GRAN MEAULNES


MEAULNES, EL GRANDE

ALAIN-FOURNIER

Trad.: Ramón Buenaventura
Ed. Alianza literaria, 2012


Estamos ante un clásico de la literatura juvenil francesa contemporánea. Una novela de culto, que ha sido lectura de cabecera de una gran parte de la población juvenil gala durante años. Contiene en sí distintos elementos, si bien podría decirse que el hálito de Proust la impregna en su conjunto: la iniciación a la vida de un adolescente; la introspección psicológica y el recuerdo; el ambiente de la Francia rural; una profunda descripción del paisaje, que cobra un enorme protagonismo, y un toque de romanticismo decimonónico, con pinceladas de misterio, brumosas, inquietantes, como toda la secuencia en la que Meaulnes descubre la misteriosa Heredad, y la fiesta que allí se desarrolla, los disfraces, los niños…todo un mundo onírico. La acción discurre entre los últimos años del siglo diecinueve y los primeros del veinte.
La narración es contada en primera persona –aunque con incisos: cartas, diálogos, relatos de terceros― por uno de los dos protagonistas, François Seurel, un adolescente introvertido, inseguro y marcado por una enfermedad que le mantuvo durante años apartado de juegos y  deportes, y por tanto de la vida social infantil. Vive en el internado que dirige su padre, en el pueblito de Sainte Agathe (región de Sologne), pero sin embargo apenas ha hecho amistades entre los alumnos. Acostumbrado a la soledad, a la vida ordenada y normativa, prosaica, desarrolla una intensa vida interior, hasta que se encuentra con otro solitario, Augustin Meaulnes, el verdadero protagonista, cuyo carácter es todo lo opuesto a François: aventurero, pura acción, en constante búsqueda del ideal, la utopía y el paraíso perdido. Atrae inmediatamente la atención de todos: en unos, la envidia, en otros, el seguimiento apasionado.  
Más tarde aparecerán dos personajes clave: el evasivo Frantz de Galais, y su dulce hermana Yvonne. El primero produce una vívida impresión en Meaulnes, cuando le conoce en la fiesta de la mansión familiar, perdida en la foresta.  Surge una fuerte amistad entre ambos: los dos tienen un temperamento semejante, romántico, aventurero. Yvonne, también en la fiesta, provoca en Meaulnes una reacción distinta: la pasión amorosa, como la que existe entre Frantz y Valentine, la novia perdida. La aventura está servida. A partir de este encuentro se suceden los acontecimientos que determinarán la vida de este grupo juvenil.
Los espacios donde se desarrolla la acción son, principalmente, los campos, bosques, prados que rodean el colegio y el pueblo; la vida interna del colegio, con las rutinas y los sobresaltos; la Heredad, mansión de los Galais; y una breve parte urbana, en París y en algunos de los pueblos de la comarca. La naturaleza, flora y fauna, clima, etc. se convierte en un protagonista más de la narración, hasta el punto de que los personajes están en íntima relación con ella, dando un tono de misterio e irrealidad a muchos tramos de la historia.
La amistad y el amor, la iniciación, pues, a la vida adulta de estos jóvenes que viven inmersos en sueños e ideales, la búsqueda del paraíso perdido, ideales que más tarde verán truncados, es el tema central de la narración. Aunque, como decía Rimbaud, «una obra de arte se puede interpretar literalmente  y en todos los sentidos» por lo que podemos hacer distintas lecturas de esta obra. Y es, entre otras cosas, esa capacidad de generar muchas interpretaciones la que le confiere ese carisma que la ha convertido en novela de culto. Henry Miller sugirió que «algunos como Alain–Fournier jamás lograron desertar de esta orden secreta de la juventud». La corta vida de Fournier no dio para más. La huella de esta obra podría rastrearse en otras, como por ejemplo en la de Julien Gracq, que tiene muchos elementos semejantes, sobre todo en su interpretación de la naturaleza, cargada de misterio; y también en el cine: Los chicos del coro o Adiós, muchachos, por ejemplo, son películas donde se respira un clima parecido. Como tal novela, fue llevada a la gran pantalla en 1967  por Jean-Gabriel Albicocco. En 2006 se estrenó una nueva versión cinematográfica, con la actuación del cantante francés Jean-Baptiste Maunier y la actriz francesa Clémence Poésy.
En esta edición, el traductor ha optado por cambiar el orden de las palabras en el título: Meaulnes, el grande,  según Buenaventura, resalta el doble sentido del adjetivo, ya que el remoquete que los alumnos le colocan a Augustin se debe, en principio, a su altura y constitución física, y posteriormente, a su capacidad para acometer empresas, una vez ganada la fama. También se ha posicionado en cuanto a otros términos, como la Heredad en vez de la Mansión, o los bohemios en vez de los gitanos. Todo ello lo explica en una nota previa.

Henri-Alban Fournier, (1886-1914) que adoptó el seudónimo de Alain-Fournier, nació en La Chapelle d'Angillon, donde sus padres eran maestros. Pasó su infancia en el campo, en la Sologne. En 1903 Alain-Fournier comenzó los estudios preparatorios en Lakanal (Sceaux) antes de intentar examinarse para la facultad de Literatura. Fue allí donde conoció a su mejor amigo, Jacques Rivière. Ambos mantuvieron correspondencia durante toda su corta vida. Rivière se casó con Isabelle, la hermana de Fournier, en 1909. A los dieciocho años se topó con la mujer de su vida: una bella desconocida, a la que siguió y esperó insistentemente hasta que consiguió un encuentro, a la salida de la iglesia. Al preguntarle su nombre, ella susurró: «Yvonne de Quiévrecourt». Pero inmediatamente le advirtió que no tratase de volver a verla pues estaba comprometida en matrimonio. Este frustrado encuentro, junto a otros evidentes elementos autobiográficos, proporcionaron las bases de la novela. Fournier sólo vio un medio para mantener su recuerdo: darle vida como Ivonne de Galais, personaje de El Gran Meaulnes. Aún bajo los efectos de aquel encuentro, escribió múltiples poemas y ensayos, publicado en el volumen Miracles.  En 1910 trabajó como periodista para el Paris Journal, y por esta época se enamoró de Jeanne Bruneau, que luego aparecería como Valentine en la novela, que escribió a lo largo de los dos años siguientes. El gran Meaulnes se publicó diez meses antes de su muerte, ocurrida en septiembre de 1914, justo un mes después de alistarse. En octubre, Fournier hubiera cumplido los 28 años.





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