KAZUO ISHIGURO
Anagrama, 2016
Es ésta una novela atípica en la obra del
autor. Si bien la obra de Ishiguro presenta diversos perfiles, temas y modos de
tratarlos, con esta novela rompe todos los esquemas anteriores. En realidad es
más bien un largo cuento lleno de simbolismos, metáforas, imágenes mitológicas,
mezclando lo fabuloso con unas gotas de épica; un viaje introspectivo hacia el
pasado y una lucha contra el olvido. Pero también hay que decir que es una
novela irregular, cuya lectura se hace en algunos tramos cuesta arriba por su
lentitud o por sus digresiones. Eso sí, al llegar al final se puede comprender
mejor el conjunto.
Aquellos que hayan leído “La Torre Vigía”
de Ana María Matute se reconocerán inmersos en un ambiente, un clima muy
parecido. Impreciso, brumoso, atemporal. Porque si el autor sitúa la narración
en una Britania post artúrica, donde aún sobrevive un viejo guerrero de la
Tabla Redonda, un anciano Sir Gawain, los personajes se mueven entre las brumas
del terreno y las de la memoria.
Sorprendentemente, los protagonistas son
dos ancianos, no una juvenil y ardorosa pareja, sino dos achacosos personajes,
lentos, olvidadizos, temerosos y descuidados, que viven en una aldea imprecisa,
indefinida, y tratan de llegar a donde
suponen que vive su hijo, del que no recuerdan por qué se fue ni en qué
condiciones. De hecho, Axl y Beatrice del pasado no recuerdan prácticamente
nada, salvo breves retazos de imágenes, de sensaciones, ideas… pero por alguna
razón, están persuadidos de que visitar a su hijo es la solución de sus
problemas, o al menos, la idea más feliz que han tenido en mucho tiempo. Y se
deciden al viaje.
Pero en el viaje no solo se enfrentan a la
dureza de las condiciones climáticas y geográficas, sino a múltiples peligros
humanos y sobrenaturales, a seres que no son lo que parecen o cuyas
potencialidades superan lo humanamente conocido. Ogros, duendes, brujas,
animales fabulosos… Y un miedo difuso a cualquier cosa que surja de la bruma
que les rodea.
La pareja de ancianos carga con una
culpa, una culpa que agobia a cada uno
de ellos, sobre todo porque es una culpa oculta, arraigada en unos hechos
perdidos en la niebla que invade su memoria,
pero que no libra del dolor de sentirse culpables. La niebla que borra
sus recuerdos les protege de esas culpas; por un lado desean disiparla, por
otro, temen que ocurra. Sin embargo, ambos mantienen una fuerte ligazón: su
amor es un lazo que no puede romperse, y que les ayuda a soportar el peso que
arrastran.
Interviene además un personaje misterioso,
Wistan, guerrero sajón, y no britano como los protagonistas. Este caballero les
va a acompañar una parte del camino, junto a Edwin, un silencioso joven
estigmatizado por una herida. Tanto Wistan como Sir Gawain, al que encuentran
después, sufren los efectos de la niebla que borra sus recuerdos. Todos parecen
sentir que hay algo que les unió o les enfrentó en el pasado. También han
olvidado sus culpas pasadas. Sir Gawain transita cabalgando por la narración,
asegurando que su misión es matar a Querig, el dragón hembra, que al parecer es
el causante de todos los males que aquejan a los habitantes de esas tierras
brumosas. Su aliento forma la peligrosa y olvidadiza niebla, dicen. También
Wistan reconocerá que su misión es la misma, produciéndose una competición
entre ambos para ver quién será el que finalmente acabe con el dragón.
“En mi opinión, la amenaza de Querig viene menos de sus
propias acciones que del hecho de su permanente presencia. Mientras se la deje
en libertad, todas las formas del mal no pueden sino expandirse por nuestra
tierra como una pestilencia. (…) Puede que Querig se deje ver raramente, pero
de ella emanan fuerzas oscuras, y es una desgracia que no hayamos sido capaces
de exterminarla durante todos estos años.”
El camino que retoman, después de una
parada en una aldea sajona, pasa por la búsqueda de un monasterio donde un
monje sabio quizás les pueda ayudar a reconocer el mal de Beatrice. Wistan y
Edwin, a los que conocen en la aldea sajona, se les unen en su viaje hacia el
monasterio. Edwin parece tener otro objetivo en el viaje, que es encontrar a su
madre, de la que solo tiene una vaga imagen pero una fuerte atracción.
En el trayecto al monasterio se tropezarán
con soldados de Lord Brennus que vigilan un paso, por el que han de cruzar
necesariamente. La situación se pone tensa. Finalmente en el monasterio podrán
ver al viejo monje que buscan, pero también surgirán peligros imprevistos.
La narración está hecha principalmente en
tercera persona, en algunos momentos adoptando el punto de vista de Edwin, o de
Wistan o incluso de Sir Gawain, si bien el punto de vista central es el de la anciana
pareja. Al comienzo y casi al final el narrador omnisciente se dirige al lector,
en segunda persona:
“Algunos de vosotros tendréis hermosos monumentos por los que
los vivos podrán recordar la maldad que padecisteis. Algunos de vosotros
tendréis sólo austeras cruces de madera o piedras pintadas, mientras que otros
deberéis seguir ocultos entre las sombras de la historia. Formáis en cualquier
caso parte de un antiguo cortejo, de modo que siempre es posible que el túmulo
del gigante fuese erigido para marcar el lugar de alguna tragedia ocurrida hace
mucho tiempo, cuando niños inocentes fueron masacrados en la guerra.”
El conjunto se divide en cuatro partes: la
primera presenta a los personajes, crea el clima y comienza el viaje,
concluyendo con la llegada al monasterio; la segunda relata lo que les ocurre
allí y la dispersión del grupo; en la tercera se producen las ensoñaciones de
Sir Gawain, (narradas en primera persona), el reencuentro de Edwin y Wistan, el
viaje desmemoriado de Beatrice y Axl por el río(¿Leteo?). Finalmente, el desenlace se produce en la
cuarta parte tras el encuentro con el dragón; un Barquero desconocido toma la
palabra para guiar a los ancianos protagonistas en el final de su viaje,
mientras la niebla va disipándose.
En suma, una narración muy ambiciosa, que a
tramos consigue interesar, emocionar, aunque en otros –principalmente algunos
diálogos- puede llegar a aburrir, por la lentitud de las digresiones, de las que
a veces resulta difícil ver una relación con el conjunto. El gigante es una
metáfora; de hecho, el texto está lleno de simbolismos, a veces evidentes, a
veces más oscuros. El gigante enterrado se revuelve bajo tierra:
“¿Pero quién sabe qué viejos odios aflorarán ahora por estas
tierras? Sólo nos queda esperar que Dios encuentre un modo de preservar los
lazos entre nuestra gente, aunque las costumbres y las suspicacias siempre nos
han dividido. ¿Quién sabe qué sucederá cuando hombres con facilidad de palabra
relacionen antiguos agravios con un nuevo deseo de tierras y conquista?”
Fuensanta Niñirola