NIVELES DE VIDA
(2013)
NADA QUE TEMER
(2008)
JULIAN BARNES
Ed. Anagrama
“Un paseo
deslumbrante por los temas favoritos de Julian Barnes: la literatura, la
música, Francia, pero también Dios, la religión y la muerte. ”
Ambos libros se suelen clasificar como
Memorias, al ser principalmente autobiográficos. Julian Barnes es un escritor
atípico, inclasificable, que si bien tiene algunos textos que son novelas en el
sentido más clásico del término, la mayoría de sus obras suponen una mezcla
entre el ensayo, las reflexiones personales, relato y digresiones varias.
Trufados de un agudo sentido del humor, muy británico, pero con toques
“continentales”, por la influencia de sus repetidas estancias en Francia y
relación con amigos franceses.
Niveles
de vida se compone de tres textos, los dos
primeros tienen cierta relación entre sí, puesto que versa sobre los primeros
vuelos aerostáticos y de las iniciales tentativas de fotografías aéreas
realizadas por el fotógrafo y también aeronauta Nadar, así como sobre la
portentosa vida del coronel británico Fred Burnaby —bohemio, aventurero y
viajero, que murió en Jartum— y de su pasión por la actriz Sarah Bernhardt, que
también disfrutaba del placer de ver el mundo desde el cielo.
Sin embargo, la tercera parte del libro da
un giro. Del cielo baja a la tierra, y cambia de nivel: la muerte de Pat
Kavanagh, esposa del escritor, causó una profunda huella en él, y Barnes,
partiendo de su vivencia personal, despliega toda una serie de reflexiones
relativas a la muerte, al modo como la desaparición física afecta a las
personas del entorno cercano a la persona fallecida. Es una carga de
profundidad, a veces amarga, a veces fría, a veces emotiva, mostrando los
diversos niveles en los que se puede vivir una muerte, la pervivencia en el
recuerdo de los otros. No es una muerte cualquiera, sino la de un ser muy
cercano, la que motiva sus reflexiones, en las que el escritor se implica
personalmente, llegando a contar sensaciones muy íntimas.
Nada
que temer, sin embargo, parte de la historia
familiar del autor, haciendo un recorrido lleno de humor y sabrosas
divagaciones, en un tono más distendido, introduciendo historias ajenas, vidas
de escritores cuyas preocupaciones coinciden con las propias, etc., lo que le
sirve de excusa para desarrollar sus temas habituales: la religión, Dios, la
muerte, creencias y razonamientos, sus
obsesiones particulares; todos esos temas reciben una larga atención, quizás
larga en exceso, y en algunos tramos resulta francamente repetitiva. Bien
hilvanado, sin embargo, pasa de un tema a otro, en el sentido que pasa del
temor a la muerte de Voltaire al temor de Ravel, o del temor de Shostakóvich al
de Renard ; de la muerte de su padre y su madre a la de Philip Larkin. A lo
largo de todo el texto, siempre encontramos la contraposición padre/madre y entre su hermano filósofo y él:
“Me gusta la idea —un
deseo que mi hermano podría considerar ilegítimo, por ser el deseo futuro de un
muerto, o el deseo de un futuro muerto— de que alguien que haya leído un libro
mío busque después mi tumba. Esto es sobre todo vanidad literaria” “Estoy
seguro de que mi padre temía a la muerte y casi tengo la certeza de que mi
madre no: temía más la invalidez y la dependencia. Y si mi padre era un agnóstico
temeroso de la muerte y mi madre una atea sin miedo, esta divergencia se ha
reproducido en sus dos hijos. ”
Los miedos de su madre a la vejez y la
realidad de su vejez contemplada por sus hijos. Las visiones de los cementerios
en Europa y en Norteamérica, la religiosidad o la ausencia de ella en uno u
otro continente, con continuas referencias a sus miedos personales, a
conversaciones sobre estos temas entre su hermano, sus amigos y el autor. Agudas
y en algún momento sarcásticas reflexiones sobre la existencia de Dios o su
caracterización como un ser que juega con los humanos, que gasta pesadas bromas
o que se desentiende por completo de ellos.
“Para mí, la muerte es
el único hecho atroz que define la vida; sin una conciencia constante de este hecho,
no puedes empezar a entender el sentido de la vida; si no sabes y sientes que
los días de vino y rosas están contados, que el vino se agriará y las rosas se
tornarán mustias en su agua hedionda antes de que las tiren para siempre,
jarrón incluido, no hay contexto para los placeres y aficiones que surjan en tu
camino hacia la tumba.” […]
Dedica largas digresiones al tema de los
recuerdos, a su poca fiabilidad respecto a la verdad de los hechos, y a
propósito de ello usa largamente a Stendhal, basándose en su diario, escrito
como Beyle, y los textos que escribió sobre Roma y Florencia quince años
después . También usa sus propios recuerdos contrastados con los de su hermano
acerca de algunas anécdotas vividas en su infancia. Y de ahí pasa a reflexionar
sobre, precisamente, el margen que el novelista puede tener cuando los
recuerdos son imprecisos o cuando solo tiene un mínimo hecho, un mínimo dato
para después lanzar al vuelo la imaginación y crear ficción.
Finaliza volviendo a la muerte de Renard y
de sus familiares, mirando siempre con un cierto humor negro alrededor de los
cementerios, las tumbas… imaginando qué le ocurrirá a él cuando le llegue la
hora.
En suma, dos textos difícilmente
clasificables, dentro de lo habitual en este escritor, si bien más cercanos a la autobiografía o
mejor a las memorias, ya que reúne recuerdos con ficciones, salta de una cosa a
otra, lo cual hace más ameno lo que de otro modo sería un tanto abrumador.
Fuensanta Niñirola