ARTURO PÉREZ-REVERTE
Ed. Alfaguara,
2012
Se ha escrito mucho y muy bueno sobre esta novela, y la verdad es que
resulta difícil decir algo novedoso. Pues bien, sin quitarle mérito a las
anteriores novelas, creo que en esta nueva obra Pérez-Reverte se demuestra como
un escritor literariamente maduro, abordando un tema que en sus manos ha
resultado un verdadero objeto de deseo. Y no empleo esta expresión por
casualidad, porque es precisamente ese deseo, esa atracción que a través de los
años se mantiene entre un hombre y una mujer el eje de la narración. Cuenta el
autor en una entrevista, que empezó la novela en 1990 pero que hubo de esperar
bastantes años, dejándola sedimentar, porque «me faltaba madurez para escribirla, arrugas en la cara, canas,
conocer el mundo interior de mis personajes cuando se hacen mayores.» Ahora,
sin duda, ha conseguido esa madurez plenamente.
La novela relata una historia de amor, pero es bastante más que eso,
aunque lo sea como eje principal. El propio
Pérez-Reverte confirma que «lo central
es la confrontación entre esos dos personajes, sus sentimientos, recelos,
memorias.» Lo demás está en segundo plano, aunque determine los silencios,
las separaciones, las distancias. Estamos leyendo historias de amor desde que
existe la literatura, pero lo importante es cómo contarlas: porque el autor nos presenta dos personajes, Max y
Mercedes, Mecha, a cuál más atractivo; porque nos traza un
dibujo de tres épocas que supusieron tres maneras de ver la vida (los felices 20, con la vida loca y el
preludio de la gran crisis; los tensos 30 con la guerra civil española y el
preludio de la segunda guerra europea; y los prodigiosos sesenta, Beatles, guerra fría y conquista de la luna
incluidos) y, finalmente, rodea a esos personajes de tal emoción y tensión en
sus vidas que consigue mantener la atención del lector y el impacto constante
hasta la última página.
El personaje masculino, Max Costa, es un vividor, un buscavidas,
alguien que se ha hecho a sí mismo desde la nada, ha luchado muy duro, aunque
optando por una vía no muy ortodoxa, pero ha sabido hacerlo con elegancia. La
vida le ha ido dando bandazos, a veces buenos y a veces muy malos. Pero también
le da sorpresas: y la sorpresa es encontrar a Mecha (Mercedes Inzunza), el
personaje femenino, una dama de clase alta, gente
guapa, que se mueve en un mundo en el que el dinero garantiza todo, y ella
lo tiene…además de tener un marido famoso. Una mujer muy especial: inteligente
y que sabe adaptarse a su edad, lo cual es algo de lo que «no todas las mujeres son capaces», según el autor. Sin embargo, al
encontrarse ambos, brota electricidad, hay química, como suele decirse. La hay,
aunque las condiciones no son las más
adecuadas: siempre hay un encuentro y una huída. La atracción que surge entre
ellos es agresiva, violenta, fuertemente erótica, pero las circunstancias les
separan. Por eso el símbolo del tango es perfecto. Toda la novela es un tango
(el baile más erótico) entre ellos, un largo tango que poco a poco se va
transformando en otro baile: «requería–dice
el autor– un tipo de sexo muy carnal,
muy complejo, que después tenía que ser analizado desde la vejez con la lucidez
que dan los años. Y que el lector viera esa imagen desde la vejez mirando hacia
atrás. Contar esas escenas tórridas, sin caer en la vulgaridad y que fueran
elegantes ha sido un desafío técnico bastante interesante.»
De las tres líneas de acción, dos se sitúan en el pasado (1928 y 1937) se relatan en pasado, mientras
que la tercera, contada en presente, se sitúa en 1966. El tiempo lo vamos
descubriendo por las descripciones de ropa de moda, de las noticias de la
prensa, los eventos políticos, deportivos o sociales, las canciones o los
cantantes, etc. Y los escenarios son, respectivamente: Buenos Aires (precedido
de un sustancioso viaje en transatlántico), Niza y la Costa Azul, y finalmente,
la napolitana Sorrento. En este último lugar se reencuentran casualmente los
dos protagonistas, (como casualmente se encontraron en el transatlántico o en
Niza) y ello hace revivir los violentos, ardientes y dolorosos recuerdos… y el
resurgir de la atracción. El autor entiende que es necesario llegar a la madurez de los protagonistas para
poder asumir el proceso amoroso vivido.
Es, pues, muy importante esa constante comparación entre los años
jóvenes y los maduros con que dosifica la narración. Verla desde los ojos de la
madurez, de la vida vivida, acumulada, recordada.
Hay varios elementos a destacar en la novela, además de la relación
entre Max y Mecha. Los paisajes:
caminamos por los viejos barrios porteños con una cierta ansiedad, recorremos
el Paseo de los Ingleses de Niza como si estuviéramos allí, admiramos la bahía
de Nápoles desde Sorrento y suspiramos de emoción. El clima de la acción está muy bien logrado: las descripciones
detalladas y precisas de la ropa, los movimientos para vestirse, las miradas,
la presencia continua de los cigarrillos, el tabaco: fumar es todo un rito. Las
descripciones de los tugurios, los bajos fondos, la morbidez del sexo, todo
tratado muy elegantemente pero sin quitar ni un gramo de la fuerza erótica. No
hay un solo movimiento que no esté calculado y que no tenga su importancia.
Une la simbología del
ajedrez y la del tango: todo es cuestión de los pasos a dar, de las figuras que
se dibujan, que forman una intrincada malla, para la que no es imprescindible
la música: la escena en que bailan el tango en silencio, con la música en las
mentes y en los cuerpos, es arrebatadora. Qué símil mejor que un tango para
explicitar el nexo que va del sexo puro al amor.
Por otra parte, la imagen del collar de perlas, está muy bien elegida;
ese collar es el recuerdo de un pasado que permanecerá a través de los años. Pero
si cabe, el símbolo mejor utilizado en mi opinión es el del guante. El guante
simboliza una provocación, un desafío que la dama lanza al caballero…y que él recoge.
El ritmo de la narración
también es destacable, porque el autor consigue equilibrar los tres tiempos, desde
la narración contemporánea al recuerdo del primer encuentro en el barco y en
Buenos Aires, mientras que la narración de los sucesos de Niza y los de Sorrento
van acercándose hasta ser paralelos, con un tempo
que paulatinamente va subiendo de tono: de un allegro moderato a un allegro
vivace y finalmente a un presto
vivacísimo. El final, con todo el dramatismo y la tensión acumulada a lo
largo de la historia, es coherente con ella. Todo está descrito lo justo para
que nos impacte. Y el resultado es inmejorable. En suma, una obra espléndida.
Ariodante
Agosto 2013