LAS MEMORIAS DE LORD BYRON
ROBERT NYE
Edhasa, 1991
Robert Nye, (Londres, 1939) el autor de este libro, se introduce dentro de la piel de Lord Byron, absorbiendo personalidad y modos lingüísticos del poeta, y reescribe unas memorias que el poeta romántico podría muy bien haber escrito. De hecho, las escribió, pero fueron quemadas por no ser muy adecuadas para el público, a juicio de su albacea, Hobhouse. Al parecer, estaban llenas de obscenidades, detalles morbosos, y descubrían hechos ilícitos y punibles por la justicia del momento. Tampoco quedaba muy bien parado el honor o el prestigio de algunas personas, por lo que su albacea, su hermanastra y su esposa deciden hacerlos desaparecer. Nye intenta reproducir lo que hiubieran podido ser esas memorias, basándose muy fielmente en lo que queda de los Diarios byronianos, cartas y testimonios de terceros. Alterna, a lo largo de cada capítulo, el relato de lo que le está ocurriendo en Venecia en el momento de escribir (relación con varias amantes, encuentros con Shelley y otros amigos, juegos y correrías de su hija Allegra…) con los recuerdos que va desgranando del pasado.
Desde el veneciano Palazzo Mocenigo, donde reside en 1818 rodeado de pavos reales, monos, gallinas de Guinea, grullas egipcias, un cuervo, y su pequeña hija bastarda Allegra, correteando por las escaleras y parloteando en dialecto veneciano, George Gordon, sexto Lord Byron, rememora a los treinta años infancia y juventud en Inglaterra, viajes posteriores a Oriente, los primeros escritos, las relaciones con las mujeres…todo lo encontramos en los dieciocho amenos capítulos y dos post-scriptum de este texto, muy byroniano ―detalles escatológicos incluidos, para dar más verosimilitud. Un epílogo final narra en breve la muerte del poeta en Grecia, probablemente más debida a un absurdo tratamiento médico de unas fiebres, que a la propia enfermedad.
Así, Byron narra la infancia pasada en Aberdeen, fallecido el padre tras haber derrochado la fortuna familiar. El mocoso tullido ―tenía el pie derecho deforme, lo que le producía una cojera― como lo llamaba la madre, recibió de su progenitora tanto besos y como mamporros. A los nueve años, tuvo una primera iniciación sexual a cargo de una institutriz, May Gray, que también alternaba con él golpes y manoseos, aunque, por otra parte, le implantó un gran amor a los espacios naturales abiertos. Cambiando muy a menudo de colegio y tutores, pasó la adolescencia, hasta dar en el colegio de Harrow a los 13 años. El mejor amigo que recuerda de esos días es el segundo conde de Clare, John Fitzgibbon. Byron recuerda esa amistad como limpia y en nada ligada a contactos físicos, por otra parte tan comunes en los internados británicos. El jovencito y futuro poeta destacaba más en ejercicios de brazos, como natación, remo y boxeo, ya que no podía salir por piernas.
Fallece el tío abuelo William, quinto lord Byron, y por azares del destino resulta ser él, George Gordon, el heredero. Con el título hereda Newstead Abbey, un inmueble absolutamente ruinoso, rodeado de un campo arrasado, puesto que su tío abuelo había ido talando árboles para pagar deudas. Newstead le dio solo quebraderos de cabeza y algo de dinero cuando consiguió venderla, desde el exilio.
Posteriormente sabemos de los primeros amores: con una primita, Mary Duff, cuando tenía ocho años; con otra prima, Margaret Parker, a los once, que le motivó unas primeras incursiones en la poesía. Mary Chaworth, dos años mayor que él fue el tercer amor, pero no correspondido: la tal Mary se burlaba de él y lo trataba como a un niño…a los quince años.
El paso del joven Gordon por Cambridge, de 1805 a 1808, le provee de fuertes amistades, que mantendrá a lo largo de su vida, como Elderstone, Hobhouse, Tom Moore, así como de lecturas magníficas: Pope, Scott, Coleridge y Shelley. En 1809 ingresa en la Cámara de los Lores y publica Bardos ingleses, críticos escoceses, que le trae una cierta fama. Según él, no hay nada mejor que citar muchos nombres famosos para conseguir la atención del público.
Tras los años universitarios hace el primer viaje a Oriente, donde realiza la proeza de cruzar a nado el Helesponto, y observa las curiosas costumbres otomanas. Con las experiencias del viaje oriental, escribe y publica en 1812 Las peregrinaciones de Childe Harold, poema autobiográfico en cuatro cantos que le convierte en un autor famoso con 24 años.
Augusta |
En Londres, de nuevo, asiste a fiestas aristocráticas, alterna con muchas mujeres, salta de una amante a otra e inicia una tormentosa relación con Lady Caroline Lamb, a la que presenta como una desequilibrada. Pero el amor de su vida no es ninguna de ellas. Es, curiosamente, su hermanastra Augusta Leigh, casada con un personaje anodino. Augusta, a la que apenas ha visto en su niñez, comienza a relacionarse con él en 1813, generándose una profunda pasión entrambos, con el resultado del nacimiento de una niña, Medora. Esta pasión la transporta a su poema La novia de Abydos.
Para acallar rumores y frenar un poco esa pasión incestuosa, se casa en 1815 con Annabelle Milbanke, a la que sólo soporta durante un año, pero con la que tiene una hija: Ada. Parece ser su destino tener sólo hijas: las mujeres, con las que mantiene relaciones de amor-odio, parecen condenarle a un mundo femenino. Más adelante, tendrá otra hija, Allegra, resultado de breves momentos de sexo ―en los días de la separación matrimonial― con Claire Clairmont, cuñada de Shelley, que le perseguirá hasta Italia y le causará incontables complicaciones, aunque con esa hija convive en Venecia y Rávena, y llega a quererla, lamentando profundamente su muerte a los cinco años.
Byron afirma no soportar a las mujeres comiendo (él solía comer en solitario). Insiste en que los hombres, al contrario que las mujeres, buscan la perfección. Quizá por eso la visión de una dama con la boca llena o los dedos manchados de dulces le resultaba catastrófica. Su esposa recibe de él el calificativo de «ecuación matemática con pechos», admitiendo que el dinero de la dote era parte importante de su decisión de casarse con ella. Sin embargo, esta mujer aparentemente fría pareció acoger con gusto las demandas sexuales de su esposo, que eran de muy diversa índole.
Annabelle |
Tras la separación, y ante la amenaza de Annabelle de acusarle de incesto y sodomía (práctica que aceptó placenteramente mientras estuvo casada) Byron parte de Inglaterra con idea de no volver, como efectivamente así fue. Tras visitar Waterloo, deplorando la derrota de Napoleón ―Byron era ardiente bonapartista―, pasa una temporada en Suiza, en la Villa Diodati con el poeta Shelley, con quien le une gran amistad. Allí también están Mary Shelley y su hermana Claire Clairmont, ya embarazada de Allegra. Después viajará por Italia, instalando su cuartel general en el Palazzo Mocenigo de Venecia. Desde allí visita Roma, que no le impacta como a Stendhal. Prefiere las oscuras y pútridas aguas de la laguna veneciana. Convive con su amante Teresa Guiccioli y se siente fuertemente impactado por la muerte, primero de su hijita Allegra, y luego, en condiciones dramáticas, Shelley: los detalles de la exhumación de los restos del poeta es un pasaje francamente escatológico y morboso, como el de la asistencia a una ejecución pública en Roma.
Publica los primeros cantos de Don Juan, en 1822. Byron siempre se ha sentido atraído por ese personaje, con quien de algún modo se identifica, asistiendo a las representaciones del Don Giovanni de Mozart con verdadero placer. Pero la obra no goza de buenas críticas y es rechazada por el público. A Byron cada vez se le considera más como obsceno y poco recomendable, políticamente incorrecto, diríamos hoy. Reside temporalmente en Pisa, en Rávena, Bolonia, se implica en la sociedad secreta de los Carbonarios y finalmente parte para Grecia, que será su final, ya que morirá allí. El libro dedica un epílogo a narrar brevemente esa muerte.
En suma, la novela cumple muy bien su papel de memorias imaginarias, ateniéndose a la vida y al lenguaje que el propio Byron usa en los textos que de él pueden cotejarse, así como las ideas y comentarios del poeta. Es atractiva y entretenida, ya que en la vida de Byron no hay un momento de sosiego, podríamos decir. Cargada de humor y detalles con morbo. Sin desperdicio, podríamos decir.
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