
No soy capaz de recordar el primer libro que leí, aunque mis recuerdos primeros vayan asociados a un enorme libro de tapas bermejas con preciosas ilustraciones sobre la vida de un elefantito. Se llamaba Babar. Y ese recuerdo va a asociado a mi padre, que me ayudaba a leer las líneas, que eran breves y en una escritura muy grande, en letras como de caligrafía. Mi padre, que me inculcó el amor a los libros y a la lectura.
Pero de lo que quiero hablar aquí, es del libro de Harper Lee, Matar un ruiseñor, publicado en 1960. Asocio ese libro, que me impactó profundamente cuando lo leí, a muchas cosas que ya no existen: la casa de mi infancia, mi familia agrupada, la salita de estar donde yo ponía mis vinilos en el pick-up y escuchaba a los Beatles mientras hacía los deberes para clase, y donde pasaba horas y horas leyendo en el sofá, en las más inverosímiles posiciones mientras imaginaba mundos y vivía otras vidas.
Matar un ruiseñor, que posteriormente fue llevada al cine con gran éxito, es una obra que trata de muchas cosas, pero sobre todo del conflicto entre el mundo de la infancia y el mundo rea
