9/1/14

CRUZANDO ASIA CON JULIO VERNE

CLAUDIUS BOMBARNAC, CORRESPONSAL DE “EL SIGLO XX”
JULES VERNE
Traducción de Mauro Armiño
Prólogo: El planeta Verne, de Eduardo Martínez de Pisón.
Ilustraciones Léon Benett
Ed. Fórcola, 2013


Magnífica edición esta, donde se combina la excelente traducción del texto de Verne, con una amplísima gama de ilustraciones, unos grabados preciosos. Y no solo eso, sino que se añade un prólogo que es un verdadero ensayo breve sobre las geografías imaginarias y el universo de Verne. Escritor favorito de nuestra adolescencia, —al menos para las generaciones previas a los creadores de El Pequeño Vampiro o Harry Potter—, revisitamos sus novelas con verdadero placer siempre. Verne fue un estudioso de la ciencia y la tecnología de su época, lo que —unido a su gran imaginación y a su capacidad de anticipación lógica— le permitió adelantarse a su tiempo, describiendo muchos inventos que anticipó. Precursor de la ciencia ficción y de la moderna novela de aventuras, sus héroes siempre fueron hombres buenos, bien situados en la escala social, gente de buenos modales y de ideas bastante conservadoras.

Lo curioso es que Verne es un hombre que apenas viajó, sin embargo nos ha hecho viajar por todo el planeta con sus novelas, describiéndonos de modo casi enciclopédico los lugares que eran escenario de sus aventuras. La documentación de sus obras es erudita en extremo, incluso a veces excesiva para el gusto juvenil actual, acostumbrado a una literatura más light, pero en su época resultaba plenamente exitoso. Verne tiene novelas que son más bien libros de viajes novelados, como La casa de vapor, en el que unos viajeros recorren el norte de la India de parte a parte, o el Viaje por Inglaterra y Escocia, en el que recuerda uno de los pocos viajes que realizó personalmente; y en esta serie es donde se enmarca el presente volumen, Claudius Bombarnac, obra publicada en 1892.



El protagonista y narrador es un periodista que es enviado por su periódico, El Siglo XX, a recorrerse toda Asia de parte a parte, desde Bakú a Pekín en un imaginario tren Transasiático. Verne, por boca de Bombarnac, nos va describiendo el recorrido a la velocidad puntera (en su momento, el no va más eran 60 kms/hora) en algunos tramos, y en otros, menos llanos, a una media de 30 kms/hora.  Cruzaban lugares donde los habitantes aún se desplazaban en dromedario, camello, caballo o burro. Seguían la tradicional Ruta de la Seda, aunque Verne no la cite apenas y no se acuerde de Marco Polo. Sin embargo, Verne resalta las novedades introducidas por los rusos en el trayecto. En realidad, lo que los rusos estaban haciendo en la época que Verne escribió esta novela, era construir el transiberiano, que, al fin y al cabo, unía el inmenso país de parte a parte.
El ferrocarril es una de las grandes novedades del siglo XIX que cambió por completo la concepción del tiempo, del paisaje y las comunicaciones entre pueblos. Se identificaba ferrocarril y progreso, y realmente lo era. Pensemos en la novedad que nos supone el tren de alta velocidad actualmente, pues para los viajeros decimonónicos, desplazarse a la velocidad de sesenta kms/h era toda una heroicidad. Fernando de Lesseps en 1870 parece que proyectó algo semejante al trazado que desarrolla Verne. Pero la construcción de tamaña obra quedó como imposible, mientras que la ficción ocupa fácilmente el lugar de la realidad. De hecho, el recorrido que Verne describe no ha sido aun hecho realidad más que en parte (la parte china).

El verdadero héroe de la novela de Verne es, como bien dice Martínez de Pisón en el prólogo, la propia geografía. “Toda tierra incógnita es, mientras dure, fértil para la ficción”, nos dice el prologuista, con sabias palabras. Verne aprovechó tanto los descubrimientos como sus ausencias, siguiendo el lema de Stevenson cuando afirmaba que “no hay mejor materia para  un sueño que un mapa”. Recorría los mapas imaginando sus historias. Y cuando faltaban datos, los suplía con su imaginación.

En suma, la novela no solo nos proporciona un delicioso y exótico viaje en compañía de personajes variopintos (franceses, rusos, chinos, mongoles, norteamericanos, alemanes e ingleses…incluso rumanos) presentados con fino humor e ironía donde se trasluce la proclividad de Verne hacia unos u otros en ese momento, sino unas descripciones de las inmensas extensiones asiáticas, desiertos, valles, montañas, ciudades y aldeas. La transición de lo que considera como la civilización occidental, el progreso moderno, a la oriental, o mundo aún sumido en la antigüedad y arcaicas costumbres. Es curioso que sea precisamente Rusia, los rusos,  lo que Verne ponga como modelo de occidentales, cuando en el siglo XIX, desde el resto de Europa, Rusia siempre era contemplada como oriental, atrasada y decadente. La aristocracia rusa imitaba las modas, el idioma y las ideas francesas…a pesar de Napoleón. Y a Verne, sin embargo, los rusos le caen bastante bien…a pesar de Crimea.
Durante el imaginario recorrido de Bombarnac ocurrirán toda una serie de aventuras y conforme nos acercamos al final la tensión se incrementará y sucederán insospechadas situaciones. Manteniendo siempre el tono viajero, Verne siempre entretiene e ilustra.
En suma, tanto el interesante prólogo como la novela y las ilustraciones, constituyen un conjunto altamente recomendable.


Ariodante

7/1/14

CONRAD: MÁS CUENTOS


ÚLTIMOS CUENTOS
JOSEPH CONRAD
Traducción y prólogo de J. L. Piquero
Editorial Navona, 2011


Joseph Conrad siempre es bienvenido entre nosotros. Poco va quedando sin traducir al español, pero incluso nuevas traducciones de un autor tan difícil como él, cuya meticulosidad con el idioma (un idioma que no era el suyo de nacimiento) y la profundidad de sus textos constituye un verdadero reto para un traductor. Esta nueva edición de relatos de Conrad recoge cuatro textos de una época ya tardía, más cercana a su muerte, que ocurrió en 1924. El oficial negro (1908), El príncipe Román (1911), El alma del guerrero (1917) y El cuento (1917, también) resultan un conjunto apropiado y nada discordante. La primera historia y la última son marineras, es decir, pertenecen al universo habitual del escritor polaco-británico. Las otras dos, sin embargo, abordan historias más atípicas en cuanto al escenario, si bien no lo son en el tema que tratan y el modo de hacerlo. Pero es curioso destacar que, en ambas, Conrad vuelve un poco a sus orígenes eslavos, de los que siempre quiso mantenerse un tanto distante.

El universo conradiano, sin embargo, sigue ahí en todos ellos. Los personajes de Conrad siempre  guardan un conflicto interior, un pasado oculto, un problema moral que a veces les convierte en seres solitarios y algo inquietantes. Así, aunque son novelas de aventuras, están protagonizadas por personajes con un drama particular, que domina toda la historia. No son pura aventura como lo son las obras de Stevenson, por dar un nombre, sino que el drama humano prima sobre la acción, que sin dejar de ocupar un lugar importante, no es el centro de atención. Temas como el del honor, la amistad, la traición, el deber, la culpa o el sacrificio son recurrentes en toda la obra conradiana y es lo que le da su más conocido sello personal, las señas de identidad de toda su obra.

En El oficial negro (The black mate) hay, incluso, un fino humor, puesto que el secreto alrededor del cual se mueve la historia es algo baladí, pero que está a punto del costarle  la vida a alguien. El tema del espiritismo en esa época estaba muy de moda entre determinados ambientes británicos, y el propio Conan Doyle lo practicó e incluso le dedicó múltiples artículos y un ensayo. Conrad parece burlarse de esto, muy sutilmente. Pero las descripciones del barco, de los marinos y los momentos angustiosos en cubierta, son los propios de quien los ha vivido en su propia persona.
En El Principe Román (Prince Roman) Conrad vuelve a su infancia y primera juventud.  Ambientada en la revuelta nacional polaca de 1830-31, transmite las emociones encontradas de un aristócrata polaco emparentado con la aristocracia rusa, a la que finalmente traicionará. El padre de Conrad fue un activista polaco forzado al exilio siberiano, lo que acabó con la vida de su madre (que le acompañó) y en breve tiempo, a pesar de su retorno, con la del padre mismo. Conrad quedó a los doce años huérfano de padre y madre, al cuidado de un tío. Las historias que le contaran su padre y su tío, más lo que averiguará años después, cuando visitó su tierra natal justo el 1914, han podido verse reflejadas en este relato, en el que el príncipe polaco decide apoyar la rebelión y traicionar a Rusia.
El alma del guerrero (The warrior's soul) trata un tema de amistad y sobre todo, honor. Se ambienta en la retirada de las tropas napoleónicas, la Grande Armee destrozada y mutilada por el frío y la nieve de las estepas rusas. El enfrentamiento entre franceses y rusos, dos pueblos que en principio eran amigos, plantea la confrontación entre el deber y la amistad.
Y en El cuento (The Tale) de nuevo el mundo marinero vuelve a ambientar una historia con fondo de guerra, el avituallamiento de los submarinos alemanes por parte de barcos mercantes de países neutrales. Pero el planteamiento sigue siendo el bien y el mal, la terrible decisión que ha de tomar un comandante ante un hecho que es evidente pero no probado.

En suma, un buen conjunto de historias que gustará a los seguidores de este magnífico escritor y quizás sirva para que nuevos lectores le descubran y le disfruten.




Fuensanta Niñirola


5/1/14

MEMORIAS DE UN ILUSTRADO


EL CUADERNO ROJO (2008)/ CÉCILE (2009)
BENJAMIN CONSTANT
Ed. Periférica, Biblioteca portátil
Prólogo y Postfacio del traductor, Manuel Arranz (ECR) y Wenceslao Carlos Lozano (C)

El Cuaderno Rojo y Cécile son dos textos autobiográficos, escritos ambos, curiosamente, cuando su autor tenía cuarenta y cuatro años, en 1811. Al momento de escribirlos, ya se había casado dos veces y tenido unas cuantas amantes. El primer texto está escrito literalmente como memorias y el narrador y protagonista es el propio autor, mientras que el segundo, Cécile, está novelado, sustituyendo los nombres originales por otros ficticios. En la medida en que ambos están publicados por la misma editorial en años sucesivos, y continúan el recorrido vital y las aventuras de este controvertido personaje ilustrado, he creído conveniente reseñarlas conjuntamente, dando así una mayor amplitud a la mirada sobre Constant, el inconstante.

El Cuaderno Rojo es un libro de memorias muy especial. Divertido, políticamente incorrecto y muy espontáneo, aunque lo retocó posteriormente, así que no podemos saber exactamente los cambios que realizó. Comprende los primeros veinte años de la vida del incontinente escritor. En realidad, lo tituló Ma vie, pero el cuaderno donde lo escribió tenía las tapas rojas, lo que al final pareció un título más original que el otro, ya muy usado en anteriores memorias por otros autores. Actualmente también este título ha sido repetido por diversos escritores, por ejemplo, Paul Auster. Pero Auster, en los años que paso en Francia, seguramente habría leído a Constant.
El texto, unas cien páginas, conforma un librito al que se le añaden un jugoso prólogo y una cronología realizados por el traductor, Manuel Arranz.

Los primeros veinte años en la vida de cualquiera suelen ser, salvo excepciones, aquellos en los que se cometen las mayores trastadas e imprudencias. La iniciación a la vida conlleva experimentos, pruebas y errores, como todo aprendizaje que se precie. Constant se llamaba a sí mismo en broma "el inconstante"; más bien parecería que debiera llamarse "el contradictorio" aunque ello no haga juego con su apellido. De ese comportamiento contradictorio tenemos una amplia muestra en estas breves páginas, donde el saltarín y travieso Benjamin da veinte tumbos a diestro y siniestro, siempre huyendo de su padre, figura lejana y alejada, distante y distinta, que le produce temor y temblor. Las damas también le producen cierto temblor, pero ellas parecen verle demasiado joven e inmaduro, a falta de un hervor, como suele decirse. Sin embargo, se lee como si lo hubiera escrito pocos años después de las aventuras relatadas. Se describe a sí mismo como si fuera otro, con la distancia que da la edad.


Educado por tutores que eran sistemáticamente despedidos, ausente el padre por su trabajo y fallecida la madre al parirle, sin hermanos, el asimismo primogénito y benjamín de la familia desarrolló un carácter compulsivo, hiperactivo y absolutamente atolondrado. Lo mismo perdía el dinero a raudales en el juego, que se enamoraba locamente de una mujer para olvidarla al día siguiente cuando encontraba otra más atractiva. Viajaba constantemente, siempre corto de dinero, pedía prestado, viviendo siempre a costa ajena. En suma, una vida de locura, esos primeros años juveniles.
Gran parte de estas memorias cuentan el tiempo que pasó en Inglaterra, cuando se escapó de la tutela paterna y trató de vivir por su cuenta, visitando antiguos amigos, y requiriendo ser ayudado por todos, lo que al final le condujo a una situación verdaderamente lastimosa, obligándole a volver con su padre con la cabeza gacha. Tiene momentos que son hilarantes, y en otros él mismo muestra cuán ingenuo y simple era. En suma, una lectura breve, entretenida y fresca. Una introducción a la obra posterior de este personaje que, como la mayoría de los ilustrados, cuando menos es sumamente atractiva por su variedad y por las referencias a su vida, que rebasaba en mucho la propia ficción.

Por lo que comenta el prologuista y traductor, los siguientes años no fueron muy diferentes, como veremos en Cécile; algo más calmado, aun así continuó siendo un viajero impenitente, un amante inconstante que volvía una y otra vez a los amores pasados, (véase, si no, el caso de la Staël, o la Recamier ), un hombre inquieto y cambiante. La descripción  que da Manuel Arranz de Constant corrobora lo dicho: “prototipo de ilustrado, fue un hombre de una actividad incesante y casi compulsiva, tanto pública como privada. Viajó por toda Europa, ocupó cargos públicos en distintos gobiernos, habló cuatro o cinco idiomas, fue amigo de los hombres y mujeres más célebres e influyentes de su tiempo. Jugador empedernido y amante obsesivo, se batió en duelo más de veinte veces y se granjeó con sus panfletos políticos y discursos tantas amistades como enemistades.” Y el propio Constant afirma en estas memorias algo que dice mucho de su carácter: “mis reflexiones en aquel estado de ebriedad eran mucho más sensatas y razonables que las que me había hecho cuando gozaba del pleno dominio de mi razón.” (Pág. 87)

Cécile se divide en siete capítulos o “épocas”. Comprende quince años de su vida, desde 1793 hasta 1808, es decir, desde que conoce a Cécile (Charlotte de Hardenberg, en la vida real) hasta que se desposa en secreto con ella, aunque esto no llega a figurar en el texto. A la vez describe el encuentro y enamoramiento desmesurado con Madame de Malbée (Madame de Staël, en la vida real). La distribución del tiempo real en las distintas épocas es irregular, como pasaba también en El Cuaderno. Tiene, como destaca el traductor en el postfacio, un carácter más novelesco que memorialista, y por tanto la interacción de elementos imaginados o tergiversados es mayor. Constant, según el traductor, “jamás afirmó haber escrito una autobiografía con Cécile, un texto que no dio a leer a nadie, y del que no se tenía más noticia de su existencia salvo por alusiones de otros autores, hasta que en 1948 salió a la luz y fue publicado en 1951 ¡por primera vez!
La vida amorosa de Constant oscila entre ambas damas. Con Cécile tiene una relación especial, de ida y vuelta, y es Cécile la que aguanta el vendaval de la vida de su amante hasta que consigue que la despose. Pero el amor más turbulento de Constant fue con la Staël, mujer de armas tomar que exigía sumisión absoluta. A pesar de todo, consiguió romper con ella y amar a otras mujeres, como Madame de Recamier (si bien esto no se cuenta en el texto, aun no la había conocido). Pero Cécile continuó siendo su esposa fiel, la mujer que le aceptó tal y como era, sin pretender cambiarle. Le amaba y eso era todo.
En suma, este es un texto que nos dibuja la personalidad de este diletante, un hombre que vive al día, a pesar de ser un ilustrado, un político y un hombre culto y religioso (a su manera). Además, vive en una época muy conflictiva, en la que los vientos políticos cambiaban de dirección tan a menudo que nunca se podía saber bien en qué lado se hallaba cada uno. Leer estos dos textos seguidos es recomendable para comprender esta vida tan agitada. Y como apenas superan las cien páginas, es sencilla y atractiva lectura.


Ariodante


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