21/8/15

VIAJEROS LITERARIOS

VIAJEROS LEJANOS
ANTONIO PICAZO


Ediciones del Viento, 2015


Es esta una antología que selecciona, de modo algo aleatorio, sesenta personajes viajeros a lo largo de la historia. El autor nos informa en el prólogo que los textos, en su mayoría, fueron publicados en la revista Altaïr, si bien luego los ha revisado y aumentado su longitud, así como añadido cuatro textos más. En la elección de los autores, Picazo es consciente de que a pesar de ser muchos, son también cantidad los desechados, por lo que ya advierte al lector de que no pretende hacer un listado completo, sino uno lo más variado posible, tratando de mostrar no solo a los famosos y archiconocidos viajeros, sino descubrir al público lector personajes ignotos o poco conocidos.
Así, la inevitable brevedad que tienen los artículos, se compensa con la variedad, y el libro viene a ser como una obra de consulta, una especie de diccionario incompleto, pero que nos remite a otros libros o películas que den más información a aquel lector interesado por uno u otro personaje. Ciertamente, no todos interesan por igual, porque los hay muy conocidos, de los que ya disponemos de muchísima información, como Mark Twain o R.L. Stevenson, por poner un ejemplo, y sin embargo hay otros rescatados del olvido que llaman mucho la atención por algunos misterios en sus vidas o porque éstas son francamente novelescas, con lo que animan al lector a buscar más información o a a leer más sobre uno u otro autor. Encontramos, obviamente, una mayoría masculina, puesto que a nivel histórico es un hecho que los hombres han viajado más (el autor aclara el concepto de viajero: muchas mujeres han acompañado a sus maridos o a sus padres en viajes, pero ello no las convierte en viajeras). 

El libro comienza dando noticia  del aventurero vikingo Erik el Rojo (mediados siglo X) y acaba con el escritor y viajero contemporáneo Paul Theroux, aún en activo. Hay, en mi opinión, algunos que su inclusión es menos ajustada al concepto de viajero, como por ejemplo, los hermanos Wright, más en la línea de los inventores que de los viajeros.
Desde los clásicos exploradores y descubridores como Balboa, Juan de la Cosa, Cabeza de Vaca, Pedro Páez, Fernandez de Quirós, Vitus Bering, George Vancouver, pasando por Humboldt, Malaspina, Mungo Park, el dibujante Audubon, John Franklin, (eterno buscador del Paso del Noroeste), hasta Gertrude Bell, Isabelle Heberhardt  o Ada Maria Elflein, pionera de los viajes femeninos independientes.
Sin embargo, el autor tiene hallazgos muy curiosos, como el hombre en quien se inspiró Julio Verne para escribir «La vuelta al mundo en 80 días», con el punto chocante de que George Francis Train, el viajero que realmente dio la vuelta al mundo en el plazo fijado, en 1870, se sintió indignado que su hazaña fuera eclipsada por la fama de la novela del escritor francés. Y abundando en este mismo tipo de viaje, o sea el viaje como competición, a plazo fijo, destaca a la periodista Nelly Bly ( Elizabeth Jane Cochran) que incluso rebajó el récord de Train a 72 días, en 1888.
Otro personaje llamativo y desconocido es el de Búho Gris (Archibald Stansfeld Belaney), inglés del sureste británico, que con 18 años, en 1908, emigró a Canadá y vagó por montañas y valles, trabajando como trampero y guardabosques, inventándose una nueva identidad como indio mestizo, adoptando vestimenta y costumbres indias, y casándose con una india ojibwa. Desarrolló una vida trashumante y muy especial.  
Desconocido fuera de Polonia es el hombre que atravesó África de norte a sur y viceversa, Kazimierz Nowak, un polaco de pinta frágil y endeble, que sin embargo se recorrió mas de cuarenta mil kilómetros en condiciones a veces durísimas, casi siempre en bicicleta, camello o caballo, en barca o a pie. El esfuerzo y la malaria que contrajo allí acabaron con su vida apenas cumplidos los cuarenta años.

Pero quizás el que me resulta más atractivo por el misterio que encierra es Percy Harrison Fawcett, un coronel del ejército británico que deambuló durante más de quince años por las selvas bolivianas, brasileñas y colombianas, al principio en misiones oficiales de cartografía y exploración, y después ya por su cuenta, en la primera década del siglo XX. Los relatos de sus aventuras le dieron mucha fama y parece que Conan Doyle se inspiró en él para escribir «El mundo perdido». Fawcett estaba persuadido de la existencia de una antigua ciudad perdida -a la que llamaba Z- en la selva, pues había conseguido un plano donde parecía figurar, sin nombre, tal ciudad. Por otra parte, su amigo el escritor  Rider Haggard, (otro que tal) le había proporcionado una estatuilla misteriosa con signos e inscripciones sugerentes, y al parecer procedentes del Matto Grosso. Allí se dirigió hacia 1925, y allí desapareció, junto a su hijo mayor y un amigo, habiendo despedido al resto de expedicionarios. No se volvió a saber de ellos, salvo algunos restos materiales de su impedimenta.
En suma, un buen compendio de viajeros del que se han quedado fuera muchos, inevitablemente.  Sin embargo encontramos muy de agradecer que el autor haya sacado a la luz muchos oscuros e ignorados protagonistas de aventuras increíblemente interesantes y valiosas.

En cuanto a la redacción de los textos, al ser procedentes de artículos de revista, tienen un carácter muy periodístico, muy de reportaje rápido y divulgativo al máximo. Quizás sobran algunos comentarios personales del autor, al que se le nota cierta francofilia y anglofobia, así como algunas exageraciones en cuanto a la valoración de las habilidades o los planteamientos de algunos viajeros, la identificación de lo colonial con el colonialismo, en fin, valoraciones de tipo ideológico que creo están de más (si bien el autor es muy libre de hacerlas). En concreto, calificar de «crueles» los métodos de Audubon para poder dibujar y catalogar con todo detalle  la fauna ornitológica norteamericana, me parece absurdo. La obra de Audubon es valiosísima y científicamente impecable.
El trabajo de edición, por otra parte, es espléndido, como no podía ser de otro modo en esta editorial. El libro contiene muchas ilustraciones, fotografías, pinturas, grabados, además de las referencias bibliográficas y cinematográficas en cada artículo. Su lectura se hace francamente amena.




Ariodante

Agosto 2015

18/8/15

BUSCANDO A HERÓDOTO

TRAS LAS HUELLAS DE HERÓDOTO

ANTONIO PENADÉS


Prólogo de Gisbert Haefs
Almuzara, 2015


Al comenzar la lectura de este libro, aparentemente un libro de viajes, Gisbert Haefs nos advierte en el prólogo que no espere el lector encontrar una guía turística.  Efectivamente, el texto, al que acompañan diversos mapas y fotografías, pertenece a la literatura de viajes, y tiene como excusa o si se quiere, como base, el viaje físico realizado por el autor en solitario, siguiendo la ruta de los lugares visitados por Heródoto en Asia Menor, y la ruta asiática del persa Jerjes hacia su destino europeo durante las guerras Médicas, tema de la Historia de Heródoto.  Además de literatura de viajes, es todo un repaso a la cultura clásica, a la historia y los mitos, a la filosofía y la ciencia. Y todos nuestros comienzos culturales se hallan contenidos allí.

Antonio Penadés, gran amante de la Grecia Clásica, profundo investigador y rastreador de todas las huellas de ese pasado que representa nuestro pasado, los orígenes de la cultura occidental, realiza aquí un seguimiento del primer historiador, llamado padre de la Historia, del primer hombre que conocemos que se ha tomado la molestia de recorrer en parte el mundo conocido y escribir sobre lo que vio, lo que le contaron y lo que pudo saber que sucedió. Heródoto, es, pues, presentado como hombre, historiador, narrador, e incluso, en opinión de Kapuscinski, como primer reportero. Y entremezclada con lo que cuenta del insigne griego, encuentra el lector la reflexión actual de Penadés, el reportaje de su periplo asiático, la inevitable comparación de lo que va encontrando y lo que había u ocurrió en cada localización, además de unos cuantos excursos o digresiones en los que ya no habla Heródoto sino el propio Penadés, que se explaya sobre la novela histórica, la educación, el arte, la libertad o la felicidad, mismamente.

A comienzos de un otoño pasado Penadés elige viajar durante quince días solo, ligero de equipaje, como decía Machado. Alquila un coche que, no sabemos si por elección o por azar, resulta ser de marca Clío, que es justamente la musa de la Historia. Lo que busca con su recorrido es percibir, sentir las palpitaciones, los ecos del gran historiador griego, y de todos aquellos que recorrieron, como él, esa ruta. Trata de imaginar cómo fueron los hechos, las personas, las ciudades y monumentos: los templos, acrópolis, murallas y en fin, cómo eran aquellos que vivieron, lucharon y murieron allí.  En qué creían, cómo imaginaban el mundo, qué costumbres tenían. Las emociones de ese recorrido las va entreverando con fragmentos del propio Heródoto y otros autores clásicos, en un intento de comprender y transmitir lo que considera relevante. Obviamente el viaje se ha gestado mucho antes, en todos esos años de estudio e investigación, en las lecturas de los Nueve libros de la Historia, que tanto le impactaron en su adolescencia, y otros muchos que fue leyendo después sobre la civilización y cultura griegas clásicas.

 
El viaje propiamente comienza en Halicarnaso, (actual Bodrum) en la costa del Sudeste de Asia Menor, donde nació Heródoto; después va desplazándose hacia el norte para acabar, tras la inexcusable visita a Troya, cruzando los Dardanelos y finalizando en Estambul. Penadés no cesa de asombrarse y maravillarse ante lo que ve, aunque a veces le sobreviene algún que otro sobresalto e inconveniente, (incluso un sorprendente encuentro final) ya que un viaje en solitario tiene luces y sombras. Sigue su ruta a rajatabla, escuchando bullir en su mente los recuerdos de lecturas pasadas, así como muchas ideas y reflexiones nuevas que van surgiendo ante la observación de lo que encuentra cada día.
Reflexiona sobre el papel de Heródoto como precursor de la novela histórica, ya que en su obra muchos pasajes están novelados (como botón de muestra, la narración sobre el anillo de Polícrates); también hace un largo excurso sobre este género literario, recordando a Caritón de Afrodisias como primer novelista histórico, ya en el siglo I d.C., y recuerda también al lector que, así como en la actualidad es mayor el número de lectoras que de lectores, en la época romana las mayores lectoras eran las mujeres patricias (únicas que sabían leer).
Asimismo dedica otra larga digresión al comienzo de la escritura a manos de los fenicios, además de exportar a la diosa Astarté, que se convirtió en Afrodita...pero luego pasa a reflexiones directamente filosóficas, como el concepto de armonía, partiendo del mito de Armonía como hija de Afrodita y Ares. Muy a menudo el autor recurre a mitos, leyendas o narraciones del propio Heródoto, que a su vez, transcribía lo que le contaban a él. Otro largo e interesantísimo excurso cuenta la historia de Asclepio y los comienzos de la medicina como ciencia, para hablar de Hipócrates, un medico jonio contemporáneo de nuestro historiador.

Respecto a Heródoto, el autor destaca en varias ocasiones su «teoría del ciclo» para hablar de aquellas personas o aquellos ciudades o pueblos que llegan a tan algo grado de expansión, riqueza, fama, ...que necesariamente la caída es inevitable; la explicación mítico-religiosa es que los dioses no soportan que los humanos tengan más éxito que ellos. Esto puede parecer una ingenuidad, pero era la creencia generalizada y Heródoto lo repite varias veces en su obra, así como la idea de que la culpa (y el castigo consiguiente) era algo a heredar por los descendientes... Por lo que el castigo podía sufrirlo un descendiente y no el verdadero culpable. Con la historia de Creso ilustra esta teoría, narrando las hazañas de Giges, su tatarabuelo. Y relacionado con Creso y el inmenso tesoro que acumulaba, repasa la leyenda de Alcmeón, cabeza de una dinastía, los alcmeónidas, a la que pertenecieron grandes hombres, como, sin ir más lejos, Pericles. Curiosa la narración de como el príncipe Tirreno y sus súbditos lidios se ven obligados a emigrar por la hambruna que les asolaba, llegando a Italia y fundando allí diversas poblaciones que darían origen con el tiempo, a la cultura etrusca.
Penadés remarca el relativismo cultural de Heródoto, que admite costumbres muy diversas en pueblos y razas diversos, mirándolas con una tolerancia exenta de juicio moral. Algo que hoy en día no podemos permitirnos ignorar  tan llanamente (canibalismo, tortura, etc.).

Muy sugestiva me parece la relación entre los bosques sagrados, morada de las divinidades y la posterior edificación de templos porticados de columnas acanaladas, simbolizando los ausentes árboles. Del mismo modo, es interesante la digresión sobre los raptos femeninos y el origen de la guerra de Troya, contrastando las leyendas y versiones homéricas con el sentido común y los datos que Heródoto pudo obtener.
No podemos citar en esta reseña todas las historias contenidas en el libro, que son muchas y muy amenas, bien engarzadas con el hilo conductor, que es el autor a bordo de su Renault Clío devorando kilómetros de carretera, extasiándose ante las maravillas que ve o que sus restos le hacen evocar como si los viera realmente. Un libro que anima a viajar, pero que también anima a leer, a pensar, a repasar nuestros clásicos . En suma, un buen libro.




Fuensanta Niñirola ( Ariodante)

Julio 2015

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