SANTIAGO ÁLVAREZ
Almuzara, 2016
El espectáculo
de las Fallas es algo impresionante. El fuego siempre lo es, y si además está
programado y controlado, mejor. El título y la portada de esta novela, que
empieza con una mascletá y acaba con
la cremá, aluden inevitablemente al
fenómeno fallero. Porque es cierto que, si bien hay muchos detractores del caos
que originan a los sufridos ciudadanos -cada año antes- las fiestas valencianas
conocidas por el ruido de los petardos y el olor de la pólvora, tampoco deja de
ser cierto que la primera vez que uno presencia una mascletá (para el profano, se trata de un concierto de petardeo que
puede llegar a límites insospechados para nuestros tímpanos) no puede menos que
emocionarse. Y cuando arden los muñecos de cartón-piedra y toda la ciudad se
convierte en una hoguera, el espectáculo, visto desde algún punto alto, resulta
sublime.
Pues bien,
este es el escenario donde se desarrolla la acción de la novela. Si bien no se
modifica el esquema de la anterior, el marco elegido tiene en esta ocasión una
fuerza mucho mayor: en La ciudad de la
memoria era la propia ciudad, Valencia, el continente de la acción. En El jardín de cartón el continente es
Valencia en fallas. El autor ha ceñido su narración principal a un espacio y un
tiempo muy concretos: los veinte días que duran los festejos falleros del mes
de marzo en la ciudad de Valencia. Veinte días de petardos, olor a pólvora, a
buñuelos con chocolate, ruido, caos y música fallera, con final apoteósico,
tanto en la realidad como en la novela.
Santiago
Álvarez ha querido mostrar las dos caras de las Fallas, porque todo tiene su
envés. Un autor que no ha nacido en Valencia quizás sea capaz de ver con más
objetividad un fenómeno que, los que han crecido oyendo petardos y oliendo a
pólvora, son incapaces de ver sin emoción y sin cariño. Sin embargo, la
narración está escrita con un fuerte toque esperpéntico, muy en el espíritu
fallero. Sus personajes funcionan como ninots
de falla, satirizando a diestro y siniestro, empezando por el propio Mejías.
Una narración muy en la línea del Eduardo Mendoza en El laberinto de las aceitunas. Jocosa, satírica, socarrona,
…fallera.

Hay otros
personajes, muchos de ellos esperpénticos, como la delirante familia Fuster al
completo, Dimitri, el guardaespaldas ruso, etc. y otros marcados fuertemente
por el tópico: empresario corrupto/negocio inmobiliario asesino. Los
empresarios son, obviamente, los malos,
y a la vez son los que pagan. Es un tópico imprescindible en el género, como la
figura del héroe/perdedor, el que recibe todas las palizas, generando
complicidad.
Mirándolo
desde un punto de vista más crítico, es la parte de flash-back la que queda algo dispar: carece de ese tono satírico y
socarrón de la narración central,
presentando los hechos de modo dramático, incluso demasiado dramático,
lo que hace perder un poco el tempo,
si lo expresamos en lenguaje musical. Cuenta una historia de amores, odios,
corrupción, sexo prohibido, lealtades y traiciones, casi de novela romántica,
pero se alarga en exceso entrando en demasiados detalles, quizá innecesarios.
Los hechos que se relatan podrían salir a la luz de otro modo, de un modo más
en concordancia con el tono narrativo central.
Por otra
parte, un punto a destacar de esta novela –similar a la anterior- son los
recorridos por la ciudad, rescatando valores históricos, rememorando nombres,
tradiciones, rincones o edificios que fueron importantes y que han quedado
olvidados en bibliotecas o archivos.
A nivel
temático, es esta una nueva historia detectivesca del autor– Mejías ataca de
nuevo- bien aderezada, entretenida y con un final explosivo y muy fallero. El
detective murciano se debate en un continuo tira y afloja, un quiero y no
puedo, entre la honestidad y la colaboración. ¿Quién gana? La respuesta está en
el libro: la intriga sigue su curso, como debe ser en este género, y la acción
va subiendo de nivel como una buena mascletá.

Fuensanta Niñirola