5/2/11

BEAUMARCHAIS Y FÍGARO, INTRIGANTES

Pierre Augustin Caron, Beaumarchais, (París, 1732-1799) dramaturgo, editor, financiero, músico y aventurero francés, es el autor de esta obra teatral que tanto ha dado de sí, no solamente en teatro, sino también en ópera, al recoger la idea Mozart y Da Ponte y producir una de las óperas más deliciosas de su repertorio. Aunque en su caso, hubieron de reducirla, y su libreto sufrió un fuerte marcaje por parte del emperador José I, que quería evitar los sobresaltos de Luis XVI con una obra tan conflictiva.
En palabras del propio Beaumarchais esta comedia se resumiría así: “Un gran caballero español, enamorado de una joven a la que quiere seducir, y los esfuerzos que esa novia, el que debe casarse con ella y la mujer del caballero, reúnen para hacer fracasar en su propósito a un amo absoluto a quien su rango, su fortuna y su prodigalidad hacen todo poderoso para realizarla. Eso es todo, nada más. La comedia está ante vuestros ojos”. Comedia en cinco actos, Beaumarchais nos muestra en la que tituló Una loca jornada, una serie de intrigas, juegos eróticos y de poder, intercambio de papeles y toda una gama de personajes en movimiento, una comedia divertida y a la vez corrosiva respecto a las costumbres de la época (nada más corrosivo que mostrar la cruda realidad, siempre perturbadora).
La obra, mirada desde nuestros días, es una comedia de enredo divertida y entretenida, con  un punto picante. Vista con los ojos de un aristócrata de finales del XVIII, era un alegato contra el “derecho de pernada”, (droit du seigneur), el derecho del señor a disponer de sus súbditos, el abuso del poder, la corrupción, incluso un alegato antimonárquico: “¡Porque sois un gran señor os creéis un gran genio!- recita Fígaro en su famoso monólogo-Nobleza, fortuna, cargos, todo eso anima vuestro orgullo..! ¿Qué habéis hecho para merecer tantos bienes? Os habéis tomado la molestia de nacer, nada más”. Provocó una de las pocas reacciones airadas de Luis XVI, prohibiendo la puesta en escena...lo cual, por otra parte, era lo que el intrigante autor estaba esperando para darle una magnífica publicidad a su obra.
Se ha dicho muchas veces que lo que le importa a un creador no es tanto que hablen mal o bien de su obra, sino que hablen. Ladran, luego cabalgamos, se dice. Pues bien, Beaumarchais era un experto en venta y publicidad de su propia obra, y comprendió que antes que nada, tenían que hablar de ella. Empleó años y todo tipo de artimañas y recursos para provocar la reacción del público a su favor, consiguiendo un éxito absoluto. Y todos sabemos que lo prohibido es lo que atrae irremisiblemente. Se paseó por los salones donde duques, condes y marqueses, y sobre todo las damas, le rogaban hiciera lecturas del texto, cosa que efectivamente hizo y su fama le precedió antes de estrenar la obra en los escenarios.
 Así, aunque la obra era ciertamente rompedora en el sentido de denunciar un estado de cosas corrupto y abusivo, una crítica devastadora de la aristocracia como clase ociosa, privilegiada e inútil, fue la propia aristocracia la que le aplaudía y agasajaba, y reía las bromas sarcásticas como si no fuera con ellos. Es un tipo de reacciones incomprensibles, pero habituales. Hasta Catalina de Rusia se interesó por la obra, y fue la propia María Antonieta la que acabó por convencer al rey de que levantase la prohibición del estreno en los escenarios.
La propia vida de Beaumarchais merece por sí misma una novela, ya que fue todo un personaje, elevado desde un humilde nacimiento, hijo de un maestro relojero, al que ayuda en sus años juveniles, y cuya profesión le abre las puertas de la corte. Conforme crece su capacidad adquisitiva, compra cargos (cosa habitual en la época), lo que posibilita su ascenso social, y participa en diversos negocios, da clases de arpa a las hijas de Luis XV, compra el cargo de secretario del rey, se va casando con viudas ricas –que, al morir, aumentan su patrimonio y títulos, es enviado en misiones de espionaje a Inglaterra y Holanda, realiza sospechosas compras de armas para venderlas a los nacientes EEUU, y mientras tanto, escribe. Después de varias obras publicadas y estrenadas, llegan Las bodas de Fígaro, presunta segunda parte  de El Barbero de Sevilla, donde también el protagonista es Fígaro, que ha cambiado su profesión y es ayuda de cámara e intendente del conde Almaviva.
Pero lo más curioso es que de las múltiples reacciones ante su obra, lo que causaba más problemas era la supuesta inmoralidad, la indecencia de los actos que exhiben sus personajes, el libertinaje, el erotismo a flor de piel, los deseos morbosos del conde Almaviva por Susana, camarista de la condesa y prometida de Fígaro, la atracción de la condesa por el joven Querubín, las maquinaciones de Fígaro para salvar a su novia de las manos del señor...todo ello mostraba como un espejo, a ojos de las preciosas damas y elegantes caballeros de la aristocracia, los mismísimas entrañas del engranaje social del que eran los verdaderos protagonistas. Y lo mostraba de un modo jocoso y  frívolo, lo que llevó a algunos a sentirse agredidos, por identificación. Otros lo tomaron con humor y achacaron tales conductas a otros, sin reconocer las propias. La obra fue un éxito clamoroso, y se dice que el viejo Beaumarchais llegó a asistir en 1793 a la representación de la ópera mozartiana basada en Las Bodas. Desafortunadamente, ya estaba casi completamente sordo, con lo que poco pudo apreciar la bellísima música del maestro de Salzburgo, ya fallecido en esos días.
A destacar el excelente prólogo de Mauro Armiño, el editor de esta presentación, y muy interesante el Prefacio del propio Beaumarchais. Entre ambos nos dan una visión de conjunto con la que emprender la lectura de esta imprescindible y entretenidísima comedia dieciochesca.

30/1/11

ARISTÓTELES Y ALEJANDRO

La novela que nos ocupa trata de la relación entre dos grandes hombres, aunque en este caso uno de ellos aún es un joven: el príncipe macedonio Alejandro, llamado por la posteridad El Grande, y Aristóteles, el filósofo que también fue grande aunque nadie lo llamó así. Aunque el título en español utilice una perífrasis para referirse al filósofo, ya que al gran público se le hace más conocida la figura del joven Alejandro que la del viejo maestro y pensador, creador del Liceo ateniense. Annabel Lyon, (Vancouver, 1971) autora y profesora canadiense, nos presenta una visión intimista, narrada en primera persona, en la que conocemos no sólo la relación entre maestro y alumno -un alumno muy especial- sino también su vida familiar, su esposa, sus criados, su sobrinos, sus hijos, la vida de la corte macedónica, su antigua amistad con Filipo, el rey, y sus recuerdos de la infancia.
La estructura está muy bien engarzada: comienza con la llegada a Pella de Aristóteles, procedente de Asia Menor, con el encargo de ocuparse de la educación del príncipe y acaba cuando el príncipe ya es rey (tras el asesinato de Filipo) y Aristóteles declina la oferta de Alejandro para acompañarle a Oriente, marchando a Atenas para abrir el Liceo. A lo largo de la narración se van sucediendo recuerdos de su vida pasada, así como interesantes digresiones y charlas entre unos y otros personajes, cuya casi totalidad son históricos.
Lo primero que me gustaría resaltar es que, tanto el título que la editorial ha decidido poner en la traducción como el título original  The Golden Mean (que podríamos traducir como el promedio dorado, o la mitad dorada) se refieren a Aristóteles. En español se ha usado la perífrasis para resaltar el nombre más conocido -buscando, lógicamente la atención del público- pero el maestro de Alejandro sigue siendo Aristóteles, que es el verdadero protagonista de la novela. El título inglés es más abstracto, se refiere a la idea central que gravita sobre la  novela, y que a su vez, es una de las ideas centrales del pensamiento filosófico aristotélico: la idea del justo medio, de la mitad justa, in mitus, virtus. Y a su vez, juega con la idea de la sección áurea,el número de oro, el punto ideal  en las artes.
Lo que la autora ha tratado en esta novela, que se lee muy bien y resulta a la vez históricamente interesante (todos sus personajes, salvo cuatro o cinco de ficción, son reales), es ofrecernos una imagen del filósofo, paradigma de todos los filósofos: una imagen íntima, contada en primera persona, donde sus pensamientos, deseos, dudas, tristezas y alegrías nos describen muy acertadamente lo que muy bien pudo ser la personalidad del gran maestro. También tenemos una visión distinta de la habitual si reparamos en el joven Alejandro, magnificado por la historia y actualmente, por el cine, publicitado como un perfecto líder casi sin aristas. Estas aristas las apreciamos aquí. Lyon contrapone al hombre racional, mesurado, tranquilo, con el hombre de acción, impetuoso, inteligente pero poseído de la pasión de la guerra (corazón de soldado) y a su vez, las contradicciones  implícitas, esa faceta de crueldad que brota como una mala hierba, sin control.
Los demás personajes giran alrededor, son un contrapunto a lo que se nos muestra como principal. Pitia, la joven esposa de Aristóteles, es el polo opuesto: tiene los pies en la tierra, se ocupa del mundo doméstico, marca su territorio. Y mientras su esposo cumple sus obligaciones maritales como un trámite, ella descubre que pueden cumplirse de modo más placentero para ambos, lo que les lleva a su primer hijo: la pequeña Pitia. El hermano retrasado de Alejandro, Arrideo, el actor de teatro Carolo (de nombre imposible en un griego), la criada Herpilis, futura segunda esposa del filósofo y madre de Nicómaco, Filipo, el gran rey macedonio, siempre guerreando, pero admirador de su antiguo compañero de juegos, Calístenes, su sobrino, y futuro historiador de Alejandro, Hefestión, el amigo preferido del príncipe, Olimpia, la terrible madre y reina, Lisímaco, el competidor de Aristóletes por la atención del príncipe. En fin, toda una gama de individualidades interesantes, ricas en matices y que en su conjunto nos hacen amable y atractiva la novela.
¿Fallos? Pues algunos que considero más de traducción, como varias palabras que no se comprenden en Grecia: doncella, armarios, chic, ¡Carolo! (nombre italiano, nunca griego), algunas actitudes de Herpilis respecto al sexo, que considero demasiado actuales, y quizás una cierta vulgaridad en el lenguaje, buscada, creo, para conectar con determinado público, que considero innecesarias.
Por lo demás, veo que la edición incluye un listado de personajes, lo cual es de agradecer, así como una nota final de la autora donde nos indica sus referencias, muy buenas, por cierto (Werner Jaeger, M. Nussbaum, Mary Renault...) y también nos indica qué personajes son inventados, así como el pasaje en el que Aristóteles es obligado a asistir a la batalla de Queronea...como médico. Pasaje que no está comprobado que ocurriera realmente, pero que la autora considera muy oportuno imaginar. Estas explicaciones, tan necesarias en otras novelas históricas, aquí se nos ofrecen sobria y oportunamente.
En suma, una buena novela, a la vez que una imagen más personal de uno de los más grandes filósofos de la historia. Libro altamente recomendable.

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