HENRY ADAMS
Traducción
Introducción y notas de Javier Alcoriza y Antonio Lastra
Alba Clasica, 2001
Es esta una autobiografía muy peculiar. En realidad lo que el
texto nos muestra es la adquisición, evolución y cambios en la concepción del
mundo del autor, no tanto su vida, aunque retazos de ella podemos ir viendo a
lo largo de sus páginas. Pero como su titulo indica muy acertadamente, es de su
aprendizaje intelectual de lo que se trata, no de su vida. Porque este Adams
(¡hay tantos destacados Adams en su familia!) orienta su vida hacia un
aprendizaje continuo. No un aprendizaje académico, ciertamente; de hecho, no
pareció destacar demasiado en su paso por los centros escolares y
universitarios. Él mismo no daba ninguna
importancia a las enseñanzas recibidas en Harvard (supuestamente, una de las
universidades más importantes de Norteamérica). Le interesaba la enseñanza de
la vida: el contacto con personas influyentes en la política, la ciencia, la
literatura, el arte…los viajes continuos, el reconocimiento de primera mano de
los textos clásicos, la visita a bibliotecas y lugares donde algo importante e
histórico ocurrió…Es todo ese bagaje el que va acumulando a lo largo de su
vida, y aportando ideas para la construcción de una cosmovisión que le haga
enlazar el pasado histórico con lo que se espera en el futuro para la
humanidad. Esa es la educación a la que hace referencia en el título.

Además de todo esto, es interesante destacar el modo asimismo
peculiar en que está escrito el texto: siempre en tercera persona, refiriéndose
a sí mismo primero como el niño, el muchacho, el estudiante, después el
secretario personal (cuando ejerció ese cargo como ayudante de su padre en
Londres), el profesor (haciendo referencia a sus años como tal en Harvard), el
historiador, etc.
Por otra parte, en el progresivo avance del texto, hay un
salto de veinte años en los que no hay referencias. De 1871 a 1892 no hay
comentarios. Tampoco hay comentarios respecto a su matrimonio y la prematura
muerte de su esposa, Marian Clover
Hooper. Todo eso probablemente es lo que ocupó esos años de los que no desea
dejar constancia en este texto. Según él, no aprendió nada en esa etapa y por
tanto, la aparta.
Desde el nacimiento, en
1838 , hasta 1905, con el
paréntesis ya mencionado, Adams diserta
sobre ese niño que crecerá con un abuelo (que conoció) y un bisabuelo (al que
no conoció). Cuenta algunas anécdotas, pero se concentra en la mirada que va
dirigiendo al mundo que le rodea. Inevitablemente, en lo relativo a la infancia
y juventud, es cuando podemos encontrar más detalles de tipo personal. Pero
paulatinamente se va concentrando en cómo se enfrenta a la vida, cómo encara
los problemas generales, principalmente políticos, cómo vive la guerra civil
americana, el asesinato de Lincoln, las distintas administraciones hasta llegar
a Roosevelt, la política exterior, etc. El lugar natural de Henry Adams, está,
como se nos sugiere en la Introducción, siempre en el límite del ejercicio de
poder, siendo “fiel compañero de estadistas” en momentos clave de la política
exterior ( en la que fue educado por su propio padre). Al mismo tiempo, sigue
de modo muy cercano el desarrollo científico y el vertiginoso progreso técnico
y tecnológico, lo que le acarrea grandes dificultades para adecuar su
pensamiento a los importantes cambios generados por los incontables avances: el
carbón, el vapor, el ferrocarril, la dinamo, …Asistía sin perderse una a todas
las Exposiciones Universales. Viajaba por toda Europa y por los Estados Unidos,
para ver, siempre de primera mano todas aquellas novedades que se presentaban
al público.
En suma, un eterno aprendiz, un eterno scholar, siempre atento a lo nuevo, siempre dispuesto a mover sus
puntos de vista si se la convencía de los nuevos. Buscando siempre maestros,
tanto en las personas como en las ciudades, en los paisajes y en la Historia.
Adelantando teorías para el futuro, tratando de adivinar cómo sería el hombre
del nuevo siglo. Curiosamente, él, que vivió en el XIX y conoció el XX en sus
dos primeras décadas, se consideraba intelectualmente un hombre del XVIII, como
su bisabuelo y su abuelo lo fueron. Por eso quizás le chocaban tanto las
novedades continuas de la época en que vivió, y luchaba contra viento y marea
para adaptarse a la inevitabilidad del avance científico-técnico.
Paulatinamente va lanzando lo que fueron las teorías generales
que mantuvo hasta su muerte, aplicando las leyes científicas a la Historia,
para su análisis y proyección hacia el futuro.
El libro es denso y contiene muchos fragmentos
inspiradísimos, quizá en otros se hace algo más complicado de seguir al lector
que no esté muy versado en la historia política de Norteamérica. “Esta es una
historia de la educación, ¡no de aventuras!” nos dice el propio Adams.

Ariodante