Leyendo estoy, estos días lluviosos vacacionales, una maravillosa biografía de Miguel Angel, escrita por Antonio Forcellino. Disfruto enormemente con ella y ya conoceréis los resultados de este goce. Porque no sólo es la vida del artista, sino la historia de la Italia convulsa y pariendo una nueva visión del mundo y de la cultura: el abandono del mundo medieval y el paso a la época moderna.
Pero rememoro los días en que visité la Capilla Sixtina, y me impresiona pensar en este gran hombre, tumbado en su andamio, luchando contra un medio hostil al que no estaba acostumbrado, ya que él nunca habia usado la técnica del fresco, técnica que por experiencia sé que es muy difícil. La Capilla Sixtina es una maravilla, pero aun más maravillosa me parece, por increíble, el cómo pudo Miguel Angel producirla.
Y no sólo la Sixtina, pensemos en el David, en los Esclavos, surgiendo inacabados de la piedra, tan contemporáneos, pensemos en el Moisés, de la Tumba de Julio II, aquel papa que le puso ante el reto de dedicarse a pintar y dejar los mármoles por bastantes años.
Este libro me ha recordado una lectura prodigiosa, Bomarzo, de Mújica Láinez, que trata también de la historia italiana en época parecida, con las intrigas entre las grandes familias, las luchas de poder, etc. Puede que lo relea cuando acabe éste, me han entrado muchas ganas de hacerlo. Una vez que nos sentimos inmersos en un mundo, y nos gusta, parece natural que deseemos seguir un tanto más.
Nunca llegué a visitar los Jardines de Bomarzo, que están cerca de Roma, lleno de monstruos de piedra. Y no sé si lo haré alguna vez, aunque lo he visitado con la imaginación mientras leía la novela.