14/11/14

BLASCO IBÁÑEZ : LA SERIE DEL DESCUBRIMIENTO II


EL CABALLERO DE LA VIRGEN

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ



El Caballero de la Virgen, es la segunda pieza de un proyecto literario alimentado por el autor que no llegó a realizarse más que en sus dos primeras partes, dada su muerte relativamente prematura (a los 61 años). El proyecto era una tetralogía sobre el descubrimiento de América: a esta obra precede otra que trata sobre Colón y su primer viaje, En busca del Gran Kan; la tercera trataría de Hernán Cortés y México, y la última se dedicaría a Pizarro y Núñez de Balboa. Las dos obras que consiguió escribir, se publicaron póstumamente, en 1929.

Gascó-Contell, periodista y amigo de Blasco, nos cuenta al respecto que “En busca del Gran Kan, publicada en febrero de 1929, tres meses después de fallecido el insigne novelista, es la novela de Cristóbal Colón y del Descubrimiento. Ya Blasco había tratado extensamente esta evocación histórica en Los argonautas. Pero el tema le sigue atrayendo, ahonda en él, seducido por el equívoco de aquella ingente figura, en cuya vida hubo tantas zonas de sombra todavía no iluminadas; y a la vez que traza una gigantesca pintura del personaje “de las dos tumbas y de las catorce cunas” narra la esforzada epopeya marinera poniendo en relieve toda su substancia nacional, toda la parte decisiva que tuvo en el acontecimiento la aportación española. El caballero de la Virgen (otra novela póstuma, publicada en noviembre de 1929) es narración independiente de En busca del Gran Kan; pero que la continúa en el sentido de pasar a describir la epopeya de la Conquista, inmediata a la del Descubrimiento. Es la novela de Alonso de Ojeda, personaje también evocado en Los argonautas, cuyo protagonista, un Ojeda moderno, supónese descendiente del Caballero de la Virgen.
Y la serie iba a proseguir. En planta tenía Blasco La casa del océano, que sería la novela de Vasco Núñez de Balboa y del mar Pacífico; El oro y la muerte y otras novelas sobre Magallanes, Cortés, Pizarro, etcétera. Pensaba él que fuesen a modo de poemas en honor de las verdaderas glorias españolas y que representase, en cierto modo, una novedad literaria por transcurrir su acción en la época moderna, siendo al propio tiempo una vasta evocación del pasado.”(GASCÓ-CONTELL, GENIO Y FIGURA DE BLASCO IBÁÑEZ, Public. Del Ayto. de Valencia, 2012)



Novela independiente aunque continuación de la anterior, nos sitúa en las recién descubiertas islas antillanas, y Blasco retoma a sus personajes de ficción, Fernando Cuevas y Lucero, afincados en Isabela y posteriormente trasladados a Santo Domingo, ciudad emergente que será la sede del Virreinato. Estos personajes sirven al autor como hilo conductor para ir enlazando las historias de unos y otros descubridores.  De hecho, si bien esta novela sigue la vida de Alonso de Ojeda desde que se embarca para Indias hasta su muerte, en realidad la novela abarca mucho más, porque nos cuenta no solo de este peculiar capitán y descubridor, sino de otros muchos que -en relación o en oposición con él-, van desfilando por estas páginas. Así, sabemos de los primeros pasos de  Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Valdivia, Núñez de Balboa, Nicuesa, Enciso, Rodrigo de Bastidas,  y un largo etcétera. Asimismo, continúa Blasco contándonos de las aventuras de Colón, de sus siguientes viajes y de la desastrosa administración que mantenía (él y sus hermanos Diego y Bartolomé) y que llevó a los Reyes Católicos a quitarle el monopolio que al principio le habían concedido. La desaparición de este monopolio es el detonante que dispara la formación de múltiples y muy variadas expediciones indianas, no tanto por el afán de descubrir tierras…como el de descubrir oro y riquezas.
La eclosión de esta multitud de gentes ansiosas de probar fortuna en las nuevas tierras, que ya nadie considera (como Colón sigue manteniendo hasta el fin de sus días) como Asia, sino como un nuevo continente, se produce de modo desordenado y caótico, y ya no es tanto protegida económicamente por la corona (que, metida en guerras en el Mediterráneo, no está para pagar expediciones) como por particulares, gente adinerada que invierte en expediciones con la intención de aumentar su riqueza.
Los problemas se acumulan en las nuevas tierras: los buques que van llegando de España traen principalmente aventureros y guerreros, pero lo que necesitan los colonizadores son precisamente colonos: agricultores, carpinteros, artesanos, gente que edifique ciudades, y sobre todo, familias. Familias que se aclimaten y vivan en aquellos espacios nuevos. Todo eso irá llegando, pero más tarde, cuando se masifique el deseo de probar fortuna allende los mares.
Otro hecho que destaca Blasco en su narración es las constantes inquinas y pendencias entre los que van poblando las tierras, la competencia constante entre los gobernadores  de cada nueva tierra descubierta, entre los promotores de cada una de las nuevas expediciones, las luchas intestinas, traiciones y bellaquerías, incluso el nacimiento de la piratería en el Caribe. La explicación la halla sobre todo por el ansia de poder, por la consecución de tierras en propiedad, cargos, prebendas …y oro.
Rememorando los sucesos pasados, Fernando Cuevas relata como conoce al capitán  Alonso de Ojeda, al mando de uno de los navíos que componen la siguiente expedición de Colón, en el que volverán a las nuevas tierras descubiertas, con la imaginación cegada por el oro del cual el Almirante estaba tan seguro de encontrar a manos llenas. Pero del oro apenas si hay rastros. Se da noticia de él, pero siempre está lejos. Alonso de Ojeda, una vez establecido en Isabela, se da cuenta de que aquello no es lo que pensaba. Inicia exploraciones hacia el interior de la isla, en busca del ansiado metal, y descubre su brillo en las montañas de Cibao, exploraciones que les llevan a conocer a la famosa reina Anacaona (Flor de Oro), y que al parecer cautiva a don Alonso…y a Cuevas.  Las luchas con los caciques indígenas son a veces muy cruentas. Ojeda, que llega con veinte años a La Española, cobra fama inmediatamente por su arrojo y valentía, así como por su invulnerabilidad en las batallas, supuestamente por la protección de la Virgen, cuya imagen lleva consigo siempre, cual talismán, y le tiene gran devoción.

En Isabela, las reacciones en contra de Colón, enfermo y desencantado, se suceden. Hay conatos de sublevación que Colón reprime, pero luego deja a su hermano Diego al mando de la ciudad y parte en una expedición hacia Cuba, llevándose tres carabelas. Los buques que quedan en Isabela son capturados por los insurgentes, que no soportan el mandato del hermano menor de Colón. En la segunda parte, El oro del rey Salomón, Blasco cuenta como Ojeda, tras seis años en España, retorna y se ocupa de guerrear contra los caciques que detentan las minas descubiertas en La Española; se lanza en una búsqueda compulsiva del oro, mientras Colón es llevado encadenado a España, acusado de diversos fraudes y de su mala administración. Blasco presenta a la familia Colón como a una desafortunada especie de clan endogámico, dirigidos por un visionario, el Almirante, que cada vez estaba más convencido de sus visiones y menos creído y seguido por la gente, que le seguía viendo como un extranjero y un lunático.

Ojeda, mientras tanto, explora la costa de Tierra Firme, descubre la Pequeña Venecia o Venezuela,  de Panamá con su amigo Juan de la Cosa y sus aventuras con los indios, que acabarán con la vida de su amigo y gran cartógrafo. Los viajes que Alonso de Ojeda hizo por las costas de lo que llamaban Tierra Firme, o Veragua, es decir, por los territorios de lo que hoy son Venezuela, Colombia y Panamá, resultaron un fracaso. Tuvo que enfrentarse con toda clase de adversidades, sobre todo con un ambiente selvático y agresivo, así como con una población indígena francamente hostil.  El pasaje con la muerte del cartógrafo y piloto Juan de la Cosa es de una intensidad dramática tremenda. Agobiado por todo tipo de carencias, Ojeda intentó regresar a Santo Domingo en busca de recursos en un barco pirata en lastimoso estado, con el que consigue finalmente llegar por un punto no identificado de Cuba. La travesía es un infierno y allí pierde su poder y su fama Ojeda, pese a conseguir salvarse.

Destaca Blasco cómo los españoles sufrieron para aclimatarse y aprender a alimentarse con los productos de los lugares que conquistaban; las hambrunas se sucedían constantes. Soportar el clima tropical también  les resultó arduo y difícil, produciéndoles múltiples enfermedades y muertes. No fue tarea fácil la colonización de América. Con el gobernador Ovando llegaron multitud de colonos, familias enteras decididas a salir adelante en aquellas tierras, a vivir cultivando el terreno y adaptando las semillas traídas de España. Esto supuso el engrandecimiento de Santo Domingo como ciudad y el progreso de la isla en general, así como el desvío de múltiples expedicionarios a Tierra Firme. La institución de las “encomiendas” y los inicios de lo que más tarde se llamarían “ingenios”  para el cultivo de caña de azúcar, se produce a partir de estas fechas.

En la tercera y última parte, El ocaso del héroe, cuenta la deriva y la decadencia de Ojeda, que tras su dramático fracaso en Veragua es herido por las flechas emponzoñadas, quedando desolado por la terrible muerte de su amigo y piloto el cartógrafo Juan de la Cosa, se ve en la necesidad de embarcarse en un buque de piratas al mando de un tal Talavera, sufriendo tempestades llega hasta Cuba, deambulando un mes por la isla, en los manglares, viviendo un infierno y perdiendo el apoyo de su famosa Virgen. Se narra, asimismo, las aventuras de Enciso en su expedición para salvar lo que quedaba de las tropas de Ojeda, su encuentro con Pizarro, con Balboa y Nicuesa…y su desconocido final. Y narra el triste final de Ojeda, que, abandonado de todos y humillado, muere, renunciando a comer, en Santo Domingo en 1515 o 1516. Su último deseo es que sus restos sean sepultados en la entrada del Convento de San Francisco, para que todo el que cruzase el umbral pisase su tumba como desprecio por los pecados cometidos.

En suma, la historia de los primeros descubridores y de los comienzos de la colonización, desde que se abre la veda y los expedicionarios pueden constituir libremente sus viajes y hacer realidad sus proyectos. Los problemas con Colón, al que a pesar de hacerle responsable (a él y a sus hermanos) de la mala administración y muchas matanzas y desgracias sucedidas, aunque sigue siendo el descubridor y le trata con cierta indulgencia, destacando siempre que fue mejor marino que político. Pero tampoco a los demás Adelantados, Gobernadores y Virreyes les salva de cometer muchas equivocaciones, corrupciones y tiranías. Y a los aventureros y exploradores los presenta como más ansiosos por las riquezas y el poder que por el honor, el interés del propio descubrimiento o la extensión de la religión. Las eternas luchas intestinas que ocurrían en España, se reproducían en las nuevas tierras conquistadas, originando gravísimos problemas, y retrasando un proceso que podría haber sido mucho más efectivo y seguro si hubiera estado bien dirigido. Pero la lejana metrópolis tenía otros problemas y no parecía estar muy interesada en apoyar la conquista. A las Indias se iban los segundones de las casas nobles, los delincuentes perseguidos en España, y los desesperados que trataban de encontrar una nueva vida. Además de militares sin destino, y aventureros en pos de una fortuna que les faltaba en su propio país. No fue hasta que empezaron a instalarse las familias enteras  y a trabajar el suelo, crear industria y ciudades, que la colonización tuvo realmente una extensión y un progreso.
Pero Blasco dejó su proyecto inacabado. Los restantes libros que pensaba escribir quedaron en el aire, pospuestos eternamente por su fallecimiento.



Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867, Menton, Francia, 1928), escritor, ensayista, periodista, viajero, político, hombre de acción, como solía definirse. Realizó estudios de Derecho (que no ejerció nunca) en la Universidad de Valencia; entre 1898 y 1907 participó en política como diputado republicano; más tarde, huyendo quizá de un fuerte enamoramiento, marchó a La Argentina, donde pasó años tratando de sacar adelante una hacienda, perdiendo dinero y amigos; luego marchó a París, volviendo con su amante y coincidiendo con la primera Gran Guerra, sobre la cual escribió la obra que en el cine le haría famoso:  Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Con el telón de fondo de la guerra escribió otras, como Mare Nostrum o Los enemigos de la mujer.  Desde que se afincó en Francia, realizó diversos viajes y su obra se hizo más cosmopolita, abandonando los temas regionalistas y costumbristas así como los políticos. En sus últimos años concibió su proyecto de novelas históricas, que comenzó con las de los papas españoles y siguió con los descubridores. De una grande y variada producción literaria, autor controvertido y versátil, consiguió en vida bastante éxito con la literatura, siendo incluso algunas obras suyas llevadas al cine en época temprana. Escribió su obra en castellano en su totalidad.






Fuensanta Niñirola

10/11/14

BLASCO IBÁÑEZ: LA SERIE DEL DESCUBRIMIENTO I

EN BUSCA DEL GRAN KAN
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ


En busca del Gran Kan, es la primera pieza de un proyecto literario alimentado por el autor que no llegó a realizarse más que en sus dos primeras partes, dada su muerte relativamente prematura (a los 61 años). El proyecto era una tetralogía sobre el descubrimiento de América: a esta obra sigue otra que trata sobre Alonso de Ojeda y el segundo viaje de Colón; la tercera trataría de Hernán Cortés y México, y la última se dedicaría a Pizarro y Núñez de Balboa. Las dos obras que consiguió escribir, se publicaron póstumamente, en 1929.
Gascó-Contell, periodista y amigo de Blasco, nos cuenta al respecto que “En busca del Gran Kan, publicada en febrero de 1929, tres meses después de fallecido el insigne novelista, es la novela de Cristóbal Colón y del Descubrimiento. Ya Blasco había tratado extensamente esta evocación histórica en Los argonautas. Pero el tema le sigue atrayendo, ahonda en él, seducido por el equívoco de aquella ingente figura, en cuya vida hubo tantas zonas de sombra todavía no iluminadas; y a la vez que traza una gigantesca pintura del personaje “de las dos tumbas y de las catorce cunas” narra la esforzada epopeya marinera poniendo en relieve toda su substancia nacional, toda la parte decisiva que tuvo en el acontecimiento la aportación española. El caballero de la Virgen (otra novela póstuma, publicada en noviembre de 1929) es narración independiente de En busca del Gran Kan; pero que la continúa en el sentido de pasar a describir la epopeya de la Conquista, inmediata a la del Descubrimiento. Es la novela de Alonso de Ojeda, personaje también evocado en Los argonautas, cuyo protagonista, un Ojeda moderno, supónese descendiente del Caballero de la Virgen.
Y la serie iba a proseguir. En planta tenía Blasco La casa del océano, que sería la novela de Vasco Núñez de Balboa y del mar Pacífico; El oro y la muerte y otras novelas sobre Magallanes, Cortés, Pizarro, etcétera. Pensaba él que fuesen a modo de poemas en honor de las verdaderas glorias españolas y que representase, en cierto modo, una novedad literaria por transcurrir su acción en la época moderna, siendo al propio tiempo una vasta evocación del pasado.”(GASCÓ-CONTELL, GENIO Y FIGURA DE BLASCO IBÁÑEZ, Public. Del Ayto. de Valencia, 2012)


Tanto los orígenes de Colón como sus restos son inciertos. Las pruebas documentales parecen indicar su nacimiento en Génova, en una familia de tejedores. Blasco, en un epílogo final, opina que el Almirante, con sus ansias de grandeza, probablemente le interesase cubrir con un discreto velo a sus ancestros, y aunque cercano a la muerte afirmó ser genovés, en realidad él se consideraba ciudadano del mundo. Por otra parte, según Blasco, que dedicó ¡dieciocho años! a investigar sobre el tema, Colón era un embustero compulsivo, falseaba incluso sus diarios, por temor a que otros los leyeran, y por intenciones ocultas que siempre barajó. Se imaginaba constantemente perseguido, sojuzgado, y siempre estaba a la defensiva y en guardia. Ni su hijo ilegítimo Fernando, ni sus hermanos, ni Bartolomé de las Casas, que manejaron la documentación familiar y sus diarios de navegación, pudieron arrojar luz sobre aquello que el Almirante se empeñó en ocultar, dando pie a oscuras leyendas. 
Hablaba, como suelen los navegantes, varias lenguas y casi todas, mal. La española es la que mejor dominaba y escribía. No se le conocen escritos en italiano, curiosamente.
Además de la oscuridad de la primera parte de su vida, Colón fue un personaje muy controvertido, y, como dice Blasco, “vivió y murió ignorando la existencia de América, convencido de que había llegado muy cerca del Asia Oriental”. Tampoco como hombre de ciencia es que fuera especialmente destacado: “no fue un Copérnico ni un Galileo”, nos dice Blasco. Era un autodidacta, carecía de formación académica y  sus intensas lecturas las hizo sin orden ni concierto. Su doctrina científica, basada en la ya admitida redondez de la Tierra, era simple: llegar a Asia navegando al Oeste. Su mayor cualidad fue esa testarudez que le hizo insistir e insistir hasta conseguir que se cumpliera su proyectado viaje.
 
La novela desarrolla esencialmente la gestación de la idea, la preparación del viaje, y el viaje en sí: lo que se encontraron y lo que contaron y mostraron al volver. Escrita con prosa ágil, desde un punto de vista impersonal, a veces nos recuerda que nos habla desde su época, con reflexiones y análisis sociales, y a veces adopta el lenguaje deliciosamente arcaico del propio Almirante, usando términos, vocablos y hasta expresiones completas a la manera de la época que se relata. Blasco, en su narración se ciñe mucho a lo relatado en El primer viaje, de fray Bartolomé de las Casas, que a su vez resumió los Diarios de Colón. En algunos tramos parecemos estar leyendo un ensayo histórico más que una novela, pero Blasco alterna también partes de análisis sociológico con partes noveladas claramente.
La obra se divide entres secciones: El hombre de la capa raída; El señor Martín Alonso; y finalmente, El paraíso pobre. Introduce el autor una ficticia pareja de jovencísimos amantes, el cristiano Fernando y la judía Lucero, huidos de Andújar, que al entrar por causalidad al servicio del Almirante como criados nos sirven para seguirle en sus andanzas, hacen de contrapeso de la historia principal, y dan pie a que Blasco se expansione sobre el problema ocasionado por la legislación de los Católicos Reyes sobre los judíos, consistente en: conversión o exilio, perdiéndolo todo. Este tema está latente en toda la novela, como un nubarrón tormentoso en el horizonte. Toda la larga introducción del principio sobre la situación del los judíos en España en el momento de su expulsión, así como el hecho de hacer coincidir en su salida a las tres naves colombinas  con los convoyes que transportaban el éxodo judío a Marruecos, indican la importancia que Blasco concede a este asunto.

En esta primera parte, el futuro Almirante es un hombre pobre, desgastado, malhumorado, errante por cortes y castillos  tratando de convencer a algún patrocinador de su  proyectado viaje, que si bien transmite su entusiasmo, no convence con datos fiables a los expertos. Ni su experiencia como navegante ni como geógrafo e incluso cartógrafo atrae atención sobre sus propuestas, más bien lo contrario. Tampoco el momento es oportuno: en Portugal le niegan apoyo, a pesar de haber realizado varios servicios comerciales para ellos y estar casado con Felipa Muniz, perteneciente a una noble familia portuguesa; y en España, país más prometedor para él, todo estaba supeditado a la conquista de  Granada. Así que vemos al pobre Colón con sus raídas vestimentas, llamando a todas las puertas, sin obtener más que años de aplazamientos, vagas promesas, discusiones. Se instala en Córdoba, y comienza desde allí a lanzar sus redes para ir atrayendo apoyos importantes; muerta su esposa, y acogido en La Rábida su hijo Diego, vive unos años en feliz amancebamiento con Beatriz Enríquez, de baja extracción social. Blasco, gran mujeriego, describe con comprensión esos años y las íntimas emociones que pudo sentir Colón, ya maduro, con esta mujer mucho más joven que él, y que le trae al mundo otro hijo: Fernando.

Finalmente, Granada cae. Colón vuelve a la carga, ahora bien pertrechado de personalidades en su favor. De esto nos habla Blasco en la segunda parte de la novela.

El primer problema con que se enfrenta Colón es él mismo: su insoportable y altivo temperamento, su  arrolladora seguridad en sí mismo. Cuando el Católico rey Fernando escucha las pretensiones del navegante, al momento su reacción es la de mandarlo a tomar viento.  Sin embargo, la Reina, como mujer, se admira de este empecinado varón, insolente y empeñado en utópicas expediciones. Siente curiosidad, se asesora. El consorcio financiero de su banquero valenciano, Luis Santángel, y su confesor,  Fray Hernando de Talavera, así como otros nobles y eclesiásticos, hablan en favor de los inmensos beneficios que podría proporcionar a España este viaje: las riquezas que se puedan conseguir y la evangelización de los pueblos orientales, y el banquero está dispuesto a colaborar económicamente.  Y por otra parte, los consejeros sugieren que las desproporcionadas pretensiones de cargos y títulos, honores y prebendas que exige Colón, que molestan tanto a los monarcas, serán papel mojado si no hay tales beneficios. Así, se le permite que busque “islas y tierra firme en la Mar Océana”.
Sin embargo, el verdadero empuje que hizo realidad el viaje colombino provino de Martín Alonso Pinzón, jefe del clan familiar, de Palos (Huelva). Este gran piloto, armador y experto marino fue el eje sobre el que  se organizó la expedición. Conseguido el placet real, el dinero de Santángel y  la bendición de la Iglesia, Colón no pudo reclutar ni un solo marinero en Palos hasta que los Pinzones se pusieron de su parte. Martín Alonso movilizó a medio pueblo para cubrir las tripulaciones de las naves, que también corrieron de su cuenta.
El 2 de agosto parten, finalmente, dos carabelas (Pinta y Niña) y una nao, la Marigalante,  rebautizada como Santa María  porque el otro nombre sonaba frívolo. El viaje, vía Canarias, donde permanecen hasta el 6 de septiembre, se desarrolla sin complicaciones, mar y brisas favorables, aunque alargándose demasiado para las expectativas de la marinería, que en los últimos días anda revuelta. Acaba esta segunda parte con el grito de ¡Tierra!  Por parte de Rodrigo de Triana, al divisar la primera isla del grupo Lucayas, Guanahani, en la madrugada del 12 de octubre.



La tercera parte del libro narra el desconcierto y la decepción de Colón, a la vez que su sorprendida mirada ante el paradisíaco espectáculo que ofrecían las distintas islas, llenas de frutos y aves exóticas, indígenas desnudos y emplumados,...pero nada de palacios, oro ni especias, que era la mayor obsesión del Almirante y de toda la marinería.  Aquellos ingenuos isleños, que fumaban hierbas desconocidas, les regalaban cocos y algodón, papagayos y tabaco. Erraban de una isla a otra, hasta que en La Española (Haití) encuentran más piezas de oro y consiguen reunir un pequeño botín. Pero encallada la nao capitana, perdido Alonso con la Pinta por un cambio de rumbo espontáneo, Colón decide volver, dejando unos cuarenta hombres acuartelados en un pequeño fuerte, a la espera de un próximo viaje. Comienzan sus controversias con Alonso cuando finalmente aparece, y se inicia el retorno, por una ruta distinta, más al norte, para aprovechar vientos favorables. Este viaje es más accidentado, con grandes tormentas, arribando a puertos portugueses antes que a españoles, originándose conflictos diplomáticos. Los Pinzones, verdaderos artífices materiales de la expedición, quedan en Palos, y muere Martín Alonso, molido y quebrantado tras infortunado viaje de regreso. Un entusiasta Colón con su séquito de indios emplumados, piezas de oro, frutos exóticos, aves y animalillos, y la propuesta de armar una mejor escuadra para volver pertrechados a un segundo intento, se presentan en Barcelona a rendir pleitesía a sus católicas altezas, que celebraron amablemente su retorno. La población en general, no prestó atención ni fue consciente de la importancia del evento. Tampoco el propio Colón fue consciente (ni tras el primer viaje, ni siquiera tras el último) del nuevo mundo descubierto. Siempre pensó que había llegado a alguna parte cercana a Cipango (Japón) y a la corte del Gran Kan.



Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867, Menton, Francia, 1928), escritor, ensayista, periodista, viajero, político, hombre de acción, como solía definirse. Realizó estudios de Derecho (que no ejerció nunca) en la Universidad de Valencia; entre 1898 y 1907 participó en política como diputado republicano; más tarde, huyendo quizá de un fuerte enamoramiento, marchó a La Argentina, donde pasó años tratando de sacar adelante una hacienda, perdiendo dinero y amigos; luego marchó a París, volviendo con su amante y coincidiendo con la primera Gran Guerra, sobre la cual escribió la obra que en el cine le haría famoso:  Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Con el telón de fondo de la guerra escribió otras, como Mare Nostrum o Los enemigos de la mujer.  Desde que se afincó en Francia, realizó diversos viajes y su obra se hizo más cosmopolita, abandonando los temas regionalistas y costumbristas así como los políticos. En sus últimos años concibió su proyecto de novelas históricas, que comenzó con las de los papas españoles y siguió con los descubridores. De una grande y variada producción literaria, autor controvertido y versátil, consiguió en vida bastante éxito con la literatura, siendo incluso algunas obras suyas llevadas al cine en época temprana. Escribió su obra en castellano en su totalidad.



Fuensanta Niñirola




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