22/7/10

WALSER : EL PASEANTE SOLITARIO

Reseña publicada en:
http://www.elplacerdelalectura.com/2010/07/robert-walser-una-biografia-literaria.html


Jürg Amann (Winthertur, 1947), autor y crítico literario suizo, estudió Germánicas y periodismo en Zurich y en Berlín, dedicándose por entero a la literatura a partir de 1976 escribiendo guiones para radio, biografías y otras obras. Ha recibido múltiples premios a su labor.

Estamos ante un libro editado con amor, con encanto.  No es una biografía al uso; ya en el subtítulo, el autor nos anticipa que se trata de una biografía literaria, y, efectivamente, lo es. Pero no sólo es una biografía sino, a la vez, una excelente antología de textos del autor biografiado, textos que por su carácter autobiográfico, añaden información sobre el estado anímico de Walser, sobre sus pensamientos e íntimos deseos, sobre sus sufrimientos o sus miedos, en fin, más que datos externos, constituyen un conjunto de anotaciones, o aforismos que nos sugieren estados de ánimo, situaciones, etc. vividas por Walser, aunque puestas en boca de otros personajes de sus libros.
Cada capítulo de los trece que componen el libro, se refiere a una etapa de la vida de Robert Walser (1878-1956). Los textos se acompañan de una gran cantidad de fotografías de la época, dibujos, escritos, carteles o invitaciones, todo ello con un tono sepia que unifica todas las imágenes y les da un carácter de vetustez que nos hace sentirnos como buceando en el baúl de los abuelos, o como investigadores buscando en una vieja librería, imágenes y textos del pasado, mohosos y empolvados, pero con el atractivo de lo oculto, presto a ser descubierto.
Breves textos de Jurg Amann, muy en la línea casi minimalista de la escritura de Walser, , de cortas frases, nos van contando a grandes rasgos la vida del escritor. En cada capítulo hay un documento más concreto, objetivo, que nos sitúa a Walser en cada año de su vida, su actividad, sus relaciones, sus familiares, desplazamientos, etc.
Y por último, cada capítulo incluye un número variable de citas de cortos textos entresacados de las obras de Walser, textos que vienen muy ajustados para ampliar el tono de lo que nos cuenta Amann.
En suma, un libro cuidadísimo, muy atractivo, que invita más a la reflexión, a la lectura en voz alta, mientras miramos las imágenes y nos adentramos en el mundo cerrado del autor.
Walser es un personaje que roza los límites de la cordura y la genialidad. En el arte, suele ser a veces difícil de discriminar entre la locura y la cordura, es común a algunos artistas trasgredir esos difusos límites, incluso pasar temporadas en los que claramente su mente supera la racionalidad y se sumerge en el magma de la fantasía y lo irracional. Walser buscó siempre pasar desapercibido, esconderse, no ser importante, no ligarse a nada. De ahí su constante ir y venir, no quedarse mucho tiempo en el mismo sitio.
Por otra parte, el recuerdo de la madre, omnipresente, retrotrae a su mundo de la infancia, en el que sumergido entre sus siete hermanos Robert Walser se diluye y añora el cariño materno, que debe prodigarse y del que no puede disfrutar en solitario.
Su deseo adolescente de convertirse en actor, frustrado por la familia, y la muerte de su madre, le dejan confuso y ya inicia sus traslados: Basilea y luego Stutgart. En Zurich consigue estar diez años seguidos, pero cambiando de vivienda y de trabajo casi constantemente. De ahí su eterno vagar de una casa a otra, de un trabajo a otro, de una ciudad a otra. Y sus últimos años fueron de paseante sin rumbo, cuando ya estaba tan desnortado que se fue a vivir a un psiquiátrico.
Durante sus años de juventud y primera madurez, escribió una serie de obras, novelas, relatos, microgramas, etc. algunas de las cuales las destruyó, otras se perdieron con tanto traslado. ¿Por qué escribía? Probablemente para exorcizar sus demonios internos, sus sueños y sus alucinaciones, sus deseos o su ausencia de deseos. Pero escribía sin darle importancia a lo que hacía, escribía como si respirase, como si caminase, como solía, cubriendo grandes distancias sin importarle el frío o el agua, el viento o el sol.
Y las temporadas en que convivió con su hermano Karl, pintor en Berlín, o sus hermanas, una vez fallecidos sus padres, constantemente creó problemas por su poca capacidad de relacionarse socialmente. Necesitaba atención pero era incapaz de conseguirla; incluso a veces lo que buscaba era el desprecio y  la humillación: un cierto masoquismo mental. Con las mujeres apenas su relación pasó de un trato distante o incluso sólo por correo. El recuerdo de la madre debió de ser demasiado fuerte.
En cierto modo Walser es un personaje que recuerda a Ludwig Wittgenstein, que también dedicó toda su vida a abandonarlo todo: su acomodada posición social, su numerosa familia, su prometedor futuro; se decidió a perderse, a buscar escondites como cuando se fue a una aldea de Galitzia a impartir clases a niños, o cuando se retiró a una cabaña en Noruega, o a una especie de choza en Irlanda. Esa búsqueda de la soledad, ese desligamiento de la sociedad, les une. Walser, por otra parte, está incluido en el listado de bartlebys del libro de Vilá Matas  Bartleby y compañía. No tanto por la obra que sí escribió sino por el constante desprecio que manifestó a su propia obra y su decisión final de enmudecer, de dejar de escribir y dedicarse a pasear. Wittgenstein también apostó por el silencio en algún momento y su aforismo nº 7 del Tractatus“sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar” podría muy bien aplicarse a la actitud de Robert Walser.


19/7/10

REBELIÓN A BORDO

Reseña publicada en:
http://www.melibro.com/la-verdadera-historia-del-motin-de-la-bounty-william-bligh-ediciones-del-viento-2009


William Bligh (Cornualles, 1754, Londres, 1817), marino, alistado desde los siete años en la Marina Real Británica, acompañó –con veintidós años- a Cook en 1776 como maestre de la Resolution, en su tercer viaje al Pacífico, obteniendo múltiples datos de la zona que pondrá en práctica en el viaje de la Bounty, en 1787. Después de sobrevivir  al motín y al viaje de retorno, fue sometido a un consejo de guerra que le absolvió, continuando como oficial de la Armada hasta su muerte.
Este libro, compuesto por las notas de su diario de a bordo y con algunas anotaciones posteriores, es el relato del viaje hasta Otaheite (Tahití), su estancia en el archipiélago de la Sociedad y la posterior rebelión que le abandonó a él y dieciocho personas más de la tripulación, en una lancha en la cercanía de la isla Tofoa. La última parte es la descripción del terrible viaje de retorno (3.618 millas náuticas) en condiciones muy adversas hasta Timor, donde ya consiguió embarcar para Batavia y de allí, a Inglaterra.
El propio Bligh nos dice en su diario: “Apenas podíamos creernos que, en un bote abierto y tan mal abastecido, hubiésemos sido capaces de alcanzar la costa de Timor en cuarenta y un días después de salir de Tofoa, habiendo recorrido en ese tiempo, según nuestro cuaderno de bitácora, una distancia de tres mil seiscientas dieciocho millas náuticas; y que, a pesar de nuestra extrema aflicción, nadie hubiese perecido durante el viaje.”(Pág. 246)
La historia del Motín de la Bounty ha dado para mucha literatura e incluso aún ha sido más popular por las películas realizadas sobre el tema. Solamente la aventura del viaje hasta Otaheite y la temporada pasada felizmente con los nativos, amistosos y muy hospitalarios, ya es suficiente para una maravillosa narración. Pero el punto de vista que aquí leemos nos muestra una versión altamente diversa de la recogida tanto por Frank Lloyd, en su película de 1935, como la de Lewis Milestone de 1962. Existe una última, de 1982,  a cargo de Roger Donaldson. En 1935 Charles Laughton nos muestra una imagen de un capitán Bligh cruel y arbitrario, versión que se repite con Trevor Howard en la de 1962, mientras que el personaje de Fletcher Christian, protagonizado por Clark Gable y por Marlon Brando no deja lugar a dudas de quién va a contar con el favor del público. Inmediatamente se nos coloca en la posición de los sublevados: han recibido malos tratos en el viaje, el capitán es un tirano, el barco va sobrecargado de plantas y la tripulación hacinada,....y se vive mucho mejor en Tahití, disfrutando del favor de los indígenas, y, sobre todo, de las indígenas.
El verdadero Capitán Bligh tenía 33 años cuando hizo el viaje con la Bounty. Tras la lectura de su diario de a bordo observamos una personalidad ponderada, un buen marino, sus comentarios son en general estrictos y atinados, y, la única vez que se refiere a un castigo físico es a raíz de una falta en el viaje de ida, a las diez semanas de viaje, y en su anotación leemos un deje de incomodidad; en la isla hay otro castigo por un robo, y se captura a tres desertores, que también son castigados físicamente. Nada fuera de lo normal en un barco del siglo XVIII, donde la disciplina y el orden han de mantenerse firmemente por las condiciones de larga convivencia en espacio pequeño. La autora Caroline Alexander, ha investigado bastante sobre el tema en cartas y en las actas del proceso que juzgó a los amotinados, y en un interesante artículo nos dice, respecto a las condiciones de la navegación: En la Bounty, como en los barcos de Cook, se establecieron tres guardias en lugar de dos, de modo que la tripulación pudiera disfrutar de ocho horas de sueño ininterrumpido. Bligh se preocupaba de un modo casi maniático de la dieta de su tripulación e incluso del ejercicio que realizaba y antes de zarpar de Inglaterra se tomó extraordinarias molestias para contratar a un violinista para el largo viaje con el fin de que a sus hombres no les faltaran ni baile ni diversión en las largas veladas, una innovación que, sin embargo, los conservadores marineros británicos no supieron apreciar”
Pero era 1789, corrían tiempos revolucionarios, y es posible que algunos marineros estuvieran impregnados de las ideas francesas;  sin embargo, el capitán Bligh en ningún modo advirtió qué se estaba cociendo en su barco, y al parecer, los otros tripulantes tampoco. De un modo u otro, lo que es cierto es que los días felices que pasan en ese paraíso isleño del Pacífico, viviendo cómodamente y atendidos y agasajados continuamente por los indígenas,  hizo concebir esperanzas de una vida mejor que la llevada  hasta ahora por la mayoría de la tripulación y algunos oficiales. Lo cierto es que no hay más evidencias del motivo de la rebelión.
Pero si rastreamos, como ha hecho Caroline Alexander, en las relaciones entre Bligh y el oficial de cubierta Fletcher Christian, que se conocían con anterioridad, de hecho Christian había navegado a las órdenes de Bligh en la Marina Mercante. Bligh, caballero sin fortuna, trataba las cuestiones económicas  minuciosamente, como es obvio en la lectura de este diario de a bordo. Christian provenía de una familia aristocrática, de rancio abolengo pero habituada a vivir en un tren de vida que no se podía permitir, en bancarrota permanente. La animadversión soterrada de Christian hacia Bligh pudo explotar al llegar a Tahití, al darse cuenta de que allí podría vivir como un rajá, simplemente quitando de en medio a Bligh. Sin embargo, lo que se nos ha transmitido es la idea de un marino tiránico y cruel y una tripulación heroica en su sublevación contra la “opresión”.
La lectura de este libro, en modo alguno da pie a creer esa idea, viendo cómo Bligh se preocupa de los tripulantes de su barco y luego, tras la rebelión, de su bote, y cómo hace un esfuerzo sobrehumano para ponerlos a todos a salvo. Y es el único texto escrito del que disponemos. Además de narrarnos el viaje con todo lujo de detalles sobre mediciones, datos botánicos, zoológicos, antropológicos, de los lugares que va encontrando, las costumbres de los habitantes de Tahití y sus relaciones, idioma, etc., el relato de la odisea en la lancha de sólo siete metros de eslora cargada con dieciocho hombres hasta llegar a Timor, es estremecedor; impresiona la capacidad marinera de Bligh, y su temple, que  con tan pocos medios pudiera orientarse y arreglárselas para dar buen fin a tan luctuoso suceso.


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