Gabriel Castelló Alonso (Valencia, 1972), Valenciano de nacimiento, pensamiento y convicción, comercial y escritor, amante de la Historia, las artes y de la libertad de credo y opinión. Desde muy joven siempre le han fascinado las culturas de la antigüedad, y más en especial la Roma republicana, según se autodefine en su blog.
Aprovechando los vaivenes políticos romanos, derivados de la guerra civil entre los seguidores de Mario y Sila, en los que se enmarca la rebelión de Sertorio, que supuso finalmente la entrada como imperator de Pompeyo el Grande en la península ibérica, el autor hace coincidir estos hechos con la fabulación de la vida de Caio Naso, nieto de uno de los veteranos fundadores de Valentia, la Ciudad de los Valientes.
La obra se estructura con un primer capítulo introductorio, de fuerte dramatismo, situado en el siglo III d.C. justo en el momento de la irrupción de un contingente de bárbaros que arrasan la ciudad, de la que entre otros, Tito, último descendiente de la familia Antonia, escapa y se parapeta tras los muros de la ciudadela de Sagunto para tratar de organizar la defensa desesperada frente al invasor del Norte. En este capítulo, lo poco que puede salvar Tito son unos rollos con la historia de su familia. Y en los descansos entre sus guardias en la muralla saguntina, comienza a leerlas; esa lectura compone el cuerpo central de la novela, a lo largo de la cual asistimos a la saga de la familia Antonia, y a las luchas políticas entre los pueblos ibéricos aliados a uno y otro bando romano.

El autor ha realizado un verdadero y profundo esfuerzo de documentación e investigación sobre un tema y una época que, a pesar de poseer gran cantidad de datos fiables, sigue siendo convulsa y turbia, sumida en las brumas del tiempo y de los conflictos sociales. Quizás la gran atención que ha puesto en documentarse le haya llevado a un excesivo afán de mostrar esa documentación. Prueba de ello es la cantidad de notas a pie de página que a veces son demasiado obvias y por tanto inneces

Otro efecto de este afán es que la cantidad de descripciones aportadas, muy interesantes e ilustrativas en su mayoría, a veces interfieren restando impulso en el desarrollo de la trama de la novela, rebajando el ritmo. Porque, no lo olvidemos, no estamos viéndonos con un ensayo ni con un tratado de Historia: la obra que se nos presenta es una novela, más cerca quizás de la historia novelada, pero novela, en fin. Esa multiplicidad de datos, de términos romanos, de acotaciones, puede desvirtuar su apreciación por parte del lector. Quizás un filtrado de ese bombardeo de información hubiera sido pertinente: más fabulación y menos información. Porque capacidad fabuladora tiene el autor, indudablemente; y muy desarrollada. Pero ahora se trata de regularla, de pulirla, de dosificarla.
No es ésta una novela complaciente, aunque complace: al lado de la amistad y el amor, la buena comida y el trabajo, las batallas y los terribles resultados de la devastación y las periódicas luchas intestinas, se nos muestran con la misma emoción y fuerza que los encuentros amorosos: Eros y Thanatos, la vida y la muerte están muy unidas en esta obra, como en la realidad. Caronte siempre está al final del viaje, y hay que llevar la moneda para cruzar la laguna.