Tenemos en nuestras manos una novela –opera prima del autor- sobre los luctuosos hechos del 98, cuando tuvo lugar la desastrosa pérdida, para España, de la Perla del Caribe. La breve guerra de España contra EE.UU. que vino a poner la guinda al sangrante pastel de las ya largas guerras de independencia cubana y filipina, lo que ocasionó la oscuridad en el imperio donde nunca se ocultaba el astro rey. Con estructura de novela pero con mucho de ensayo histórico o de reportaje histórico novelado, la ficción usa ambos ámbitos con un resultado en general bastante aceptable, si bien mejorable, en cuanto a la parte de ficción se refiere. La parte de historia novelada es notable, con tintes épicos en algunos momentos, y muy emotivos.
El autor, Agustín González Morales (1959), nació en Sevilla pero residió hasta los 18 años en Ferrol. Actualmente es Capitán de fragata del cuerpo de ingenieros, marino de profesión en activo, escritor de diversos ensayos y desde ahora novelista. Nos relata los dramáticos hechos cubanos de 1898, donde se perdieron los restos del imperio español llevándose consigo muchas vidas que podrían haberse evitado. Recurre para ello a dos personajes que, si bien son reales, sólo se sabe de ellos que fueron los cabos de mar que salvaron la vida al almirante Cervera Topete, jefe de la escuadra española, en la batalla frente a Santiago de Cuba. La historia personal de los protagonistas, el andaluz Juan Llorca, y el gallego Andrés Sequeiro, se entrelaza con una mujer, María, futura esposa de uno de ellos, ero amada por ambos. Todo ello conforma la ficción de la novela: el resto es la dramatización de los hechos históricos, con los protagonistas reales.
González Morales recurre a un larguísimo flash back del hijo de Juan Llorca, cuya madre, María la Cubana, a las puertas de la muerte pone en sus manos toda una inmensa documentación, preparada por ambos cónyuges para que el hijo conociera la historia personal familiar y a la vez los dramáticos hechos en los que ambos padres se vieron envueltos. El autor pone el relato de los hechos en boca del padre, Juan Llorca Martínez, que, mientras que cuenta al hijo su historia personal y familiar, le va poniendo en detalladísimos antecedentes de la historia española durante los últimos años del siglo XIX, y de cómo aquellos polvos trajeron estos lodos. De este modo, nos narra sus humildísimos orígenes, su alistamiento en la Marina, sus andanzas y amistades, anticipando que va a narrar la verdadera historia de su propio hijo primogénito, lector para nosotros de estas líneas.
Alternan capítulos más ligeros donde el protagonista se relaciona con los compañeros contando chascarrillos y pequeñas anécdotas, con capítulos más serios y dramáticos –los más- en los que se relata, casi como un narrador en off, la trama política y militar que abocó en el desastre del 98. También se intercalan algunas narraciones adyacentes o tangenciales, como, por ejemplo, la hazaña de Cervera en Pagalugán, (Filipinas), por la que fue ascendido a teniente de navío. Desfilan almirantes, capitanes y ministros, así como marineros y condestables, en un largo prólogo a los hechos del 3 de julio de 1898 en Santiago, Cuba.
En mi opinión, la estructura de la novela es un tanto rebuscada. Creo que hubiera sido mejor obviar algunas partes, por ser innecesarias en el desarrollo de la novela. Y sin embargo, le faltaría imbricar algo más a los protagonistas con el resto de la historia. Toda la primera parte alarga un tanto en exceso los prolegómenos, los datos técnicos o estadísticos, y la narración avanza alternando con las conversaciones a dos lenguas de los marineros hasta que se empieza a contar el movimiento de la escuadra comandada por el almirante Don Pascual Cervera, y el juego de órdenes y contraórdenes, consejos y comisiones, telegramas de ida y vuelta, así como la llegada a Cuba y el desarrollo de los luctuosos sucesos.
El autor fuerza un contraste muy marcado jugando con el lenguaje: cuando se trata de los diálogos y conversaciones entre los marineros, reproduce el habla dialectal de cada uno, con lo que los andaluces y los gallegos, principalmente, crean un juego de lenguaje que en algunos momentos llega a ser cansino. Por otra parte, el resto de la narración está contado en correcto castellano, aunque el narrador sea andaluz, y en sus conversaciones usa el acento gaditano más cerrado posible. Estas barreras, producen saltos radicales entre unos capítulos y otros: parecen pertenecer a dos mundos. Y en realidad lo son: el mundo de la marinería, ajeno casi por completo a lo que se estaba cociendo en los altos niveles político-militares, vive pendiente de sus pequeñas cotidianidades y problemillas, mientras en la oficialidad se respira una tensión y drama intensísimos, puesto que son conscientes de lo que se juegan y de la inmensa responsabilidad de cada decisión que deben tomar. Quizás sea ésa la intención del autor: remarcar la abismal distancia entre la marinería, entre el pueblo llano y los oficiales, los dirigentes de una sociedad a punto de hundirse, y conscientes de ello.
Sin embargo, una vez entrados en la acción, la novela atrapa, tanto en sus tramos de ficción, como en las acciones militares reales y los dramáticos hechos de aquel terrible verano. La trama triangular de los dos amigos y la amada cubana tiene un desenlace de una cierta intriga y tensión, paralela a la tensión in crescendo de la acción militar. Todo lo cual hace que la lectura, conforme se acerca al final, aumente su ritmo y nos interese y atraiga sobremanera.
La posición que, por medio de las explicaciones del protagonista deducimos que mantiene el autor, es la de que Cervera y su escuadra fueron enviados conscientemente al sacrificio, y ellos lo aceptaron, tras dejar clara su opinión contraria. Las fuerzas navales, divididas para ser enviadas unas a Filipinas y otras a Cuba perdieron las pocas posibilidades que tenían frente a la potencia norteamericana (el autor siempre se refiere a ellos como a los yanquis). El gobierno, pues, y no la Marina, fueron los responsables directos del desastre al conocerse el desastre de Cavite.
Hay un capítulo donde el autor reflexiona sobre el valor y los actos heroicos: existen fundamentalmente dos tipos de de actos heroicos, nos dice, aquellos realizados en el fragor de la batalla, y que se realizan como una reacción instintiva, imprevista e inmediata, y otros que se consuman tras meditar y sopesar mucho las consecuencias. Para el protagonista y el autor, son éstos los actos verdaderamente valerosos. Y en esta clase de heroicidad, sin duda alguna, sitúa a Don Pascual Cervera y Topete y los militares que le siguieron. La posición del gobierno de Sagasta, la posición de los políticos, era muy otra, absolutamente alejada de la realidad: la guerra o el deshonor. El Gobierno eligió la guerra, una guerra perdida de antemano, pero con el honor salvado. Los militares fueron donde los enviaron y murieron, honorablemente, por una Patria y un Imperio que ya estaba muerto.
Reseña publicada en:
http://www.hislibris.com/y-en-espana-se-puso-el-sol-agustin-gonzalez-morales/