NIKOLAI GOGOL
Traducción: Víctor Gallego
Ilustraciones: Noemí Villamuza
Ed. Nórdica, 2012
Este es un entrañable relato que
el gran escritor ruso Gogol publicó en 1842 y que ahora Nórdica nos presenta en
una edición magníficamente ilustrada con unos dibujos muy imaginativos y
expresivos. Llevada también magníficamente al cine por Alberto Lattuada (Il capotto, 1952), el narrador cuenta la
historia de un insignificante y oscuro funcionario, Akaki Akakievich, cuya
anodina existencia consiste en copiar
constantemente todos los documentos que le proporcionan sus superiores, la
gente importante, en una oficina de la administración pública. Ante la oferta
de subir un escalafón y ampliar sus actividades prefiere seguir como hasta el
momento, cumpliendo su rutina, que por otra parte es lo único que sabe y le
gusta hacer.
Pobre de solemnidad, este segundo Bartleby
–algún parecido podría encontrársele con el personaje de Melville o incluso con
el Samsa kafkiano, como sugieren en la contraportada― repite diariamente los
mismos ritos, inasequible al desaliento, ignorando las burlas de sus compañeros
de oficina y al desprecio de sus superiores. Pero un día la gota rebasa el vaso
y se da cuenta que ha de cambiar de capote, se acerca el invierno y en Rusia no es una broma ir sin un buen
abrigo. Su capote ya no da más de sí; pero tampoco su bolsillo, a pesar de que
tiene algún dinero ahorrado con grandes esfuerzos, resulta suficiente para
pagar al sastre. Éste, sin embargo, es
un personaje muy gogoliano, un vivalavirgen que lo mismo exprime que
regala la ropa que cose. Finalmente llegan a un acuerdo y nuestro hombre encarga
su ansiado y necesitado abrigo, tras meses de ahorro y estrecheces.
El capote se convierte no sólo en
una necesidad invernal, sino en todo un símbolo. El capote lo encarga como los
mejores, como los que llevan sus jefes en la oficina, eligiendo un buen paño y
confeccionándolo a la manera de los que ve llevar a aquellos que ocupan un escalafón
superior. Le parece ascender de posición al llevarlo; Akaki se siente muy
feliz, como si se hubiera convertido en otra persona al vestirlo; pero no
sólo por dejar de pasar frío e ir bien
abrigado en las gélidas mañanas petersburguesas, sino porque llevar el capote
nuevo y a la moda burguesa supone un progreso, un aparente nuevo escalón de
nivel de vida, aunque al llegar a casa haya tenido que acostarse sin cenar y hacer
muchos sacrificios para poder pagarlo. Incluso, con su nueva vestimenta es
invitado a una pequeña fiesta junto a sus compañeros de oficina, para
celebrarlo, y aunque él preferiría no ir, se ve impelido por la nueva posición
que parece haber adquirido de pronto.
Sin embargo, la felicidad dura
poco y la vida de los pobres es corta. La desgracia siempre se ceba en ellos y
así le ocurre a nuestro pobre funcionario. En la parte final del cuento Gogol se manifiesta en su aspecto más imaginativo, y la fantasía
se abre paso, entrando ya en lo legendario, como en sus mejores cuentos, Las veladas en un caserío de Didanka,
donde fantasmas, aparecidos, demonios y duendes hacen un desfile por sus
páginas. En este caso, el propio Akaki se convierte en aparecido, que
aterroriza a todos aquellos que disfrutan de sus capotes y sobre todo, al
«personaje importante» que le ha negado su ayuda y le ha despreciado
públicamente. Con una parte de fábula
moral Gogol quiere mostrarnos la venganza de este personajillo que no perdona a
los que le han humillado hasta que los pone en la circunstancia de
comprenderle.
Muy bien ilustrada, como digo,
por Noemí Villamuza, cuyos dibujos a grafito mostrando figuras que se
interrelacionan muy bien con el texto, siguiendo muy de cerca el tono
imaginativo de la narración, creando imágenes con una cierta influencia del artista
ruso Chagall.
Ariodante