
Hay varias adaptacionesde esta novela al cine, de las que habría que destacar: la primera, una producción italiana del 1964 en la que Vincent Price protagoniza el papel de Neville, en este caso rebautizado como Dr Morgan, y cuyo guión, con algunos cambios, lo escribió el propio Matheson, aunque bajo seudónimo. En 1971 hubo otra película, titulada The Omega man, protagonizada por Charlton Heston, una producción deleznable que se aleja bastante de la obra introduciendo elementos satánicos e imágenes muy al uso en aquellos años. Finalmente, tras un frustrado intento de Ridley Scott en los noventa, en 2007 se estrenó la última versión protagonizada por Will Smith, para darle el toque afro y multicultural, dirigida por Francis Lawrence, trasladando de Los Ángeles a Nueva York los escenarios. Si bien tampoco ésta es completamente fiel a la novela, las imágenes de la desolada ciudad vacía son realmente impactantes.



En sus rutinas, surge un día algo diferente: aparece un perro. La emoción con la que advierte su presencia y le intenta atraer con comida, el entusiasmo con que celebra que el perro esté vivo, haya sobrevivido a la epidemia, la compañía que le supone un simple animal, le hace revivir, y retomar sus investigaciones sobre la enfermedad, le proporciona una esperanza de que haya alguien más, que no esté solo. Neville, que a pesar de no tener estudios específicos se ha ido documentando sobre la enfermedad y experimentando con los cuerpos que recogía, tratando de comprender, de buscar un antídoto, de aislar la bacteria. Pero sin llegar a nada.
El perro finalmente está infectado y muere, produciéndole un dolor inmenso, porque con él no sólo muere un animal, muere una esperanza. La cordura de Neville se tambalea, sufre accesos de cólera, de rabia, de tristeza inaudita, siente deseos de morir, no encuentra sentido a su vida, y sobre todo, necesita desesperadamente compañía: lo que menos soporta es la soledad.Más tarde aparece una mujer: Neville duda, ella parece huir, amedrentada. Finalmente se la lleva a casa, sucumbiendo ante la inmensa necesidad de hablar con alguien, tener a alguien al lado, y finalmente, de amor. A pesar de sus dudas y su pesimismo, no puede evitar bajar la guardia con ella, y dejar para el día siguiente la prueba de su posible infección. Ella le cuenta la verdad, finalmente: un nuevo grupo humano ha mutado, no en vampiro, sino en una clase de humano infectado pero controlando la enfermedad, una humanidad afectada pero viva, una humanidad manchada, portadora del mal, cual pecado original, que sobrevive y poco a poco va acabando con los vampiros definitivamente. Pero ante esa nueva humanidad, Neville es un extraño: un humano diferente, perfecto, inmune. Un peligro. Era para ellos un monstruo terrible y desconocido, una malignidad aun más espantosa que la plaga.(...)Neville miró a los nuevos habitantes de la Tierra. No era como ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían destruir.(...)Soy leyenda.