VICENTE BLASCO
IBÁÑEZ
Cátedra, 1999
Edición e
introducción de Facundo Tomás
Los artistas, tanto de la palabra como de
la imagen visual, parten de lo que les rodea o de lo que ven, de la realidad
que observan, o de la que viven y sienten.
Los personajes de una novela suelen llevar rasgos de las personas que el
escritor conoce, o incluso rasgos propios, a veces mezclados: nunca suele
reproducirse un personaje en su totalidad, salvo que sea necesario para la
trama, aunque siempre queda algo del propio artista en lo que hace, su huella
está siempre presente. En algunas ocasiones, demasiado presente, como es el
caso de esta novela, en la que los retratados eran tan evidentes que el impacto
fue fulgurante.
Ave fénix, nunca mejor dicho, esta novela resurge
de sus cenizas muchos años después de haber sido destruida la primera edición
en 1907. De la famosa quema se salvaron
unos pocos ejemplares, que quedaron en manos de la familia. En el año 1953 la
editorial Planeta publicó una versión incompleta, ya que le faltaban numerosas
escenas, que fueron censuradas. Hasta 1977 no se pudo publicar la novela
completa, y ello fue a cargo de la editorial Aguilar, que publicó las Obras
Completas (La voluntad de vivir está
incluida en el tomo IV). Esta edición que reseñamos aquí es la primera que
publica la novela completa de modo independiente, con un magnífico estudio
introductorio del profesor Facundo Tomás.
En la Introducción, el profesor Tomás hace
un interesante estudio comparativo de las cuatro novelas cuyo tema central es
la pasión amorosa: Entre naranjos, Sangre
y arena, La maja desnuda, y La voluntad de vivir. Pero además,
considera que Blasco realiza un guiño a Azorín, retomando una vieja polémica surgida
a partir de la novela azoriniana La
voluntad, teniendo tanto una como otra el trasfondo de la filosofía de
Schopenhauer. Pero en ese tema no vamos a entrar, está suficientemente
desarrollado en la Introducción.
Blasco describe en La voluntad de vivir a una bella joven sudamericana casada pero
insatisfecha sexualmente, imperiosa y arrogante que lleva a un hombre célebre
al suicidio. Las coincidencias autobiográficas con el personaje femenino le
parecieron a Elena Ortúzar, a la que Blasco había conocido hacia 1905, lo
suficientemente peligrosas como para hacer que se bloqueara la edición, lo
cual, sumado a las presiones que recibió Blasco de su esposa y amigos
españoles, le llevó a destruir la obra (como buen valenciano, en plan fallero):
quemó la edición entera ante su casa familiar de la Malvarrosa. La hoguera le
valió la reconciliación con Ortúzar, aunque acabó de consumir el matrimonio de
Blasco, ya muy deteriorado por las continuas ausencias del escritor. Cito todas
estas circunstancias porque han sido determinantes para que la obra llegase
tardía al lector, y a veces, éste se haya fijado en el contexto que ha rodeado
la novela más que en la propia novela en sí.
Constituyen estas páginas una historia donde
Eros lucha contra Thanatos. Eros, símbolo del Amor, que para Blasco significa
la pasión de vivir, la vida apasionada, lujuriosa, explosiva e irracional,
enfrentándose a su eterna enemiga, Thanatos, la Muerte, que espera, soterrada,
calmosa, porque sabe que al fin y a la postre, todos han de caer en sus gélidos
brazos.
Como suele hacer en los primeros capítulos
de sus obras, el escritor valenciano nos sitúa al personaje, su contexto e ideas:
un doctor, científico de renombre en la
cuarentena, Enrique Valdivia permanece soltero y concentrado en sus
investigaciones médicas, apenas se relaciona socialmente salvo con sus alumnos
y asistentes, viviendo una vida recluida salvo cuando por sus investigaciones
ha de recorrer Europa en congresos o simposios de medicina. De costumbres
recurrentes, sólidas, apenas hace de vez en cuando alguna excepción, entrando
en ciertos ambientes sociales donde le veneran pero a los que él no dedica la
menor atención. Prototipo de vida regida por la razón, al margen de emociones
fuertes, salvo las que provoca su propio trabajo, que ama.
Ah, pero he aquí que su vida va a cambiar
radicalmente. Es invitado a la recepción de un millonario, ex político
suramericano, “el Napoleón de los Andes”, “el Padre de las Leyes”, un militar que
quiere publicitarse y escribir sus memorias, residiendo en Europa mientras sus
asuntos políticos los lleva un hombre de paja, allá en su país. Valdivia es
invitado como figura de las Ciencias, como hombre importante, para mostrar que
el general se codea con los mejores. Pero en la recepción no está solo el
general Valenzuela; su joven esposa, Lucha, hace su aparición, descrita por
Blasco como un pájaro multicolor: “¡Qué magnífico ejemplar de belleza! Luego la
frivolidad, la ligereza mental de aquella mujer le hacían sonreír y la comparaba interiormente con las más
vistosas aves de su país. Debía de ser una hembra admirable…para unos cuantos
días.” Luchita es opulenta (a Blasco le gustaban así), voluble, sonriente y
encantadora. Con los más llamativos modelitos de ropa, las joyas más costosas,
los perfumes más seductores, y todos los aditamentos necesarios para
convertirse en el centro de atención, el florero que embellezca y atraiga la
atención al general andino.
Y Valdivia finalmente cae bajo su embrujo.
Ella le atrae pero le mantiene a distancia, seduciéndolo pero sin dejarle
avanzar. Nada más seguro para crear adicción. Y luego los Valenzuela parten
para París, donde el general piensa afincarse. La separación consigue rematar
la faena: Valdivia está definitivamente prendado de Lucha, la desea cuanto más
difícil es conseguirla; con tal fuerza
que, en cuanto le es posible, se desplaza a la capital francesa. Y allí se
desarrolla todo el romance. Viven meses de locura pasional, donde solo son el
uno para el otro, y la vida aparece con otro matiz para el oscuro y racional
hombre de ciencia. Olvida las investigaciones, los alumnos, su vida anterior:
es un hombre nuevo, rejuvenecido por el amor.
Pero todo esto es, obviamente una ficción,
un autoengaño. La pasión nunca es permanente: la diferencia de edad, de
intereses, de ideas, etc. y las separaciones a que se ve obligada la pareja,
acaban por hacerle estallar. Valdivia está corroído por los celos, unos celos
devastadores, que le perturban hasta el punto de trastornar su razón y rozar la
locura. Primero son infundados, pero finalmente acaban por tener fundamento. Llega
hasta la agresión física, lo cual hace que Lucha abra los ojos y se enfrente a
él.
Luchita está arropada por su complaciente
marido, que ignora o prefiere ignorar sus devaneos mientras se mantenga a su
lado y cumpla su papel social, y llega un momento en el que Valdivia deja de
ser para ella objeto de admiración: el
velo se cae, mostrándole un hombre que le dobla la edad, que ya no brilla como
científico porque ha descuidado su profesión para estar con ella, que la
persigue con sus celos y que le amarga la vida. Un viejo.
Sin embargo, Valdivia, que no tiene una
familia a la que retornar, que su trabajo ya ha dejado de importarle, que ha
descubierto el amor ya en una edad madura, no tiene otro horizonte que amar o
morir. Si ya no hay una Razón ni un Amor rigiendo su vida, solo le resta morir:
su destino queda marcado. La voluntad de vivir se convierte en la voluntad de
morir. Y el drama se realiza sin mostrarlo al lector: es Lucha, en el último
capítulo, la que descubre a posteriori lo ocurrido.
Novela apasionante, ardiente y llena de
connotaciones y sugerencias, en la que Blasco plasma su reciente desengaño
amoroso, tratando de desahogarse con la pluma, cual si de una terapia
psicológica se tratase. Y el resultado es esta magnífica novela.
Fuensanta Niñirola