Julien Gracq, pseudónimo de Louis Poirier (Saint-Florent-le-Vieil, 1910-Angers, 22 de diciembre de 2007), escritor francés, también profesor de Historia y geografía, es el autor de esta novela atípica, relacionada por muchos autores con el surrealismo, aunque en realidad de surrealista sólo tiene el espíritu, creo yo. Está cerca de Kafka, por una parte, de Buzzati, por otra, en fin,...yo diría que es inclasificable, que se parece a sí mismo, que es el mejor elogio que podemos hacerle a un artista.
Gracq, que eligió ese seudónimo por considerarlo estéticamente relevante, por su sonoridad, conoció a Breton en los años 30 y fue introducido al surrealismo, como también lo fue al Partido Comunista francés, del que abandonó pronto sus filas, en cuanto comprobó las costumbres de Stalin. La fama le llegó con el rompedor artículo La litterature à l’estomac, en la que criticaba los premios literarios y la devaluación comercial de la literatura. De hecho, en 1951 rechazó el premio Goncourt que le fue concedido ese año.
En cuanto al Mar de las Sirtes, se ha traducido como Mar aunque literalmente su significado sería Ribera, con la consiguiente connotación de límite, frontera, demarcación..., y a la vez la perspectiva, la expectación, la espera; temas por otra parte muy queridos por su autor. Por otra parte, Sirtes, también es un nombre cuidadosamente elegido: la ligazón entre el nombre de Sirtes con las sirenas, me parece una idea muy interesante. En mi opinión, es una idea que domina toda la obra, no en balde eligió ese nombre: ya los clásicos* comparan sirena y sirtes, cuando por sirtes se entendía “bancos de arena”, que atraen con corrientes a los barcos a encallar en ellos.
Él mismo dice de su obra:
“Lo que intenté hacer, entre otras cosas, en El mar de las Sirtes, más que contar una historia intemporal fue liberar por destilación un elemento volátil, el “espíritu de la historia”, en el sentido con el que hablamos del “espíritu del vino”, y a refinarlo suficientemente para que pueda incendiarse al contacto con la imaginación. En la Historia hay un sortilegio emboscado, un elemento que, aunque mezclado con una masa considerable de excipiente inerte, tiene la virtud de embriagar”.
Gracq, que eligió ese seudónimo por considerarlo estéticamente relevante, por su sonoridad, conoció a Breton en los años 30 y fue introducido al surrealismo, como también lo fue al Partido Comunista francés, del que abandonó pronto sus filas, en cuanto comprobó las costumbres de Stalin. La fama le llegó con el rompedor artículo La litterature à l’estomac, en la que criticaba los premios literarios y la devaluación comercial de la literatura. De hecho, en 1951 rechazó el premio Goncourt que le fue concedido ese año.
En cuanto al Mar de las Sirtes, se ha traducido como Mar aunque literalmente su significado sería Ribera, con la consiguiente connotación de límite, frontera, demarcación..., y a la vez la perspectiva, la expectación, la espera; temas por otra parte muy queridos por su autor. Por otra parte, Sirtes, también es un nombre cuidadosamente elegido: la ligazón entre el nombre de Sirtes con las sirenas, me parece una idea muy interesante. En mi opinión, es una idea que domina toda la obra, no en balde eligió ese nombre: ya los clásicos* comparan sirena y sirtes, cuando por sirtes se entendía “bancos de arena”, que atraen con corrientes a los barcos a encallar en ellos.
Él mismo dice de su obra:
“Lo que intenté hacer, entre otras cosas, en El mar de las Sirtes, más que contar una historia intemporal fue liberar por destilación un elemento volátil, el “espíritu de la historia”, en el sentido con el que hablamos del “espíritu del vino”, y a refinarlo suficientemente para que pueda incendiarse al contacto con la imaginación. En la Historia hay un sortilegio emboscado, un elemento que, aunque mezclado con una masa considerable de excipiente inerte, tiene la virtud de embriagar”.
Para muchos lectores, éste es el libro emblemático de Gracq, el libro que resume su trayectoria. El libro desarrolla una historia lenta donde apenas hay acción, en un país imaginario con nombres italianos y que podría estar situado en el Adriático, en Dalmacia, en alguna parte cercana a países musulmanes, que constituirían el país rival de Orsenna (nombre, por otra parte, muy francés, y muy aristócrata), que en la novela se denomina Farghestán, nombre entre turco y mongol. Las Sirtes es la región más al sur, fronteriza, una tierra baldía, poco habitada, sin apenas actividad económica, con poblaciones fantasma, abandonadas, y sólo la capital, Maremma, aglutina la poca población que resiste en el sur. Arenales, marismas, pantanos, todo esto sugiere el nombre de Sirtes, que, si indagamos un poco sobre él descubrimos que se consideraba históricamente así.**
El caso es que Las Sirtes es una comarca olvidada de Dios y de la mano del hombre, salvaje, cuyas riberas están bañadas por un mar que al otro lado baña el país tradicionalmente enemigo de Orsenna: el Farghestán, nombre impronunciable en la zona, donde sólo hablan de “allá” entre miradas torvas y murmullos. A este lugar es enviado, a petición propia, el protagonista de la historia, Aldo, un noble aburrido de su cotidianeidad insulsa, y deseoso de avistar otros horizontes. Y es en las Sirtes donde conoce a Marino, su jefe en el Almirantazgo, y a sus compañeros de “destierro”: Fabrizio, Roberto y Giovanni (otro guiño a Buzzati), todos nombres italianos. La vida allí es tediosa, pero a él le resulta atractiva la soledad, las cabalgadas por los páramos, las ciudades olvidadas como Sagra, la desolación circundante y el paisaje más agreste.
Las descripciones del paisaje son impresionantes. La poesía que derrocha, el virtuosismo lingüístico llega a emocionar con metáforas encantadoras. Sus descripciones de esos paisajes imaginarios, que recuerdan las Ciudades Nocturnas de Delvaux o algunos cuadros del Chirico surrealista. Hasta la mitad de la historia oscilamos entre las inquietudes, pensamientos y recuerdos de Aldo, sus conversaciones con Marino, personaje triste y anclado en el pasado, pero con el que se crea una atracción mutua. Después surge la chispa, lo inusual, lo inesperado (o más bien lo largamente esperado). Porque en aquel lugar todos esperan algo, no se sabe bien qué, una señal, un aviso, algo distinto, nuevo. Algo que les haga movilizarse y romper la rutina ancestral. Este es otro de los temas favoritos de Gracq, y que nos hace recordar la espera de Giovanni Drogo, protagonista de El desierto de los tártaros de Buzzati, traducida y publicada en Francia dos años antes que Las Sirtes. Aunque si la comparamos con la obra de Buzzati, aquélla es más kafkiana, en mi opinión, mientras que ésta es más esteticista, destila una especie de melancolía, de decadentismo, en fin, algo fuera por completo de las modas existencialistas de la época en que la escribió. Gracq nunca quiso seguir modas, lo que, a mi juicio, le honra.
La chispa que surge, a partir de la mitad de la narración, está ligada a la figura de Vanessa Aldobrandi, personaje también inquietante, descrito en algunos momentos como una ninfa marina, una sirena: “A veces la observaba durmiéndose a mi lado, apartándose insensiblemente de mi como de una orilla, alejándose mar adentro con una respiración mas amplia (...). El hombro, por el que se escurría su cabellera de ahogada, levantaba la sábana y parecía alejar de ella la inminencia de una ola enorme.(...) Apreté los labios en la cabellera enmarañada de Vanessa, recobrada por la noche e hinchada por ella en la cama, como una mata de algas por la marea (...) y yo me hundía con ella en el agua plomiza de un estanque triste con una piedra atada al cuello.”. Vanessa es a la vez un acicate y un recelo, una figura evanescente. Las relaciones que surgen con ella y con el palacio Aldobrandi, con la ciudad de Maremma, crean un clima brumoso y de sospecha, la idea de la traición surge, como un tema más de los que rondan por la historia, una sospecha finalmente materializada en hechos posteriores.
Y su momento culminante, curiosamente, como destaca Vidal-Folch en su prólogo, es su encuentro frente al volcán, el Tangrï, tras una escapada nocturna, una huída hacia delante. Su éxtasis al contemplar la gran montaña humeante transmite una emoción impresionante, como una atracción irresistible, al modo de las sirenas, el volcán, surgiendo de la bruma del alba, impone su presencia ante un Aldo y su tripulación petrificados de pasmo.
Según Vidal-Folch, “las intenciones que le animaban al escribir esta novela sobre el deslizamiento voluntario hacia su final de un país antiguo, vetusto, decadente y cansado de sí mismo, a manos de la decisión de una sola persona, una especie de sonámbulo fatal. Seguramente pensaba Gracq en la alegría suicida con la que Francia y Alemania, pudiendo haberse ahorrado la I Guerra mundial, se lanzaron a ella alegremente, con un entusiasmo juvenil que está sordamente documentado”. También esta opinión la habría sustentado Stefan Zweig, que nos cuenta en su autobiografía, El mundo de ayer, con qué alegría veía la sociedad venir el conflicto bélico. Del mismo modo recuerda a la expectación que existía entre los jóvenes caballeros del Sur norteamericano, ante la posibilidad de la refriega civil que posteriormente arrasó el país.
En fin, esta es una obra madura, una reflexión nostálgica y a la vez anticipatoria, estéticamente deliciosa, de un autor muy personal y al mismo tiempo, desencantado, desengañado del progreso histórico, pero con una mirada hacia la naturaleza y hacia a atracción mórbida de lo terrorífico, cual sirena/sirtes que con su canto atrae al navegante.
*NOTAS.
Juan de Mena (1411-1456), en Laberinto de Fortuna, habla de que:
“Vimos allende lo más de Etiopía
E las provincias de Africa todas
Las Sirtes de Amón, do son los tripodas”
http://books.google.es/books?id=Xo0Bpm4Ip_sC&dq=laberinto+de+fortuna+juan+de+mena&pg=PP1&ots=VMQGJfj8Qe&sig=3HafVE4t8B0vveLNUBEfmDGTEHo&hl=es&prev=http://www.google.es/search%3Fsourceid%3Dnavclient%26hl%3Des%26ie%3DUTF-8%26rlz%3D1T4GZHZ_esES228ES228%26q%3Dlaberinto%2Bde%2Bfortuna%2Bjuan%2Bde%2Bmena&sa=X&oi=print&ct=title&cad=one-book-with-thumbnail
**Y él mismo cita a Salustio para afirmar que “Sirtes ser llamado así porque traiga a sí las naves, llegandoles al vadoso mar encallen e perescan,(sic) las cuales sirtes se fallan mucho en el mar Egipciano”; según Isidoro de Sevilla, son “arenosos lugares en la mar”, bancos de arena, bajíos, etc., cercanos al tempo de Hammon, probablemente en la desembocadura del Nilo, cerca de Alejandría. También Agustín de Rojas (1572-1635), en El viaje entretenido, hablando del Leteo, el mítico río del Olvido, dice de él que “...es en realidad una laguna africana que riega la ciudad de Berenice, situada en lo postrero de las Sirtes, y allí se hunde (el río) y desaparece bajo tierra...”
Tirso de Molina, Celos con celos se curan, p.223-224:
“Sirena en fin, que en las sirtes 1585
De amor a los que navegan
Para anegar voluntades
Fue en nombre y obras sirena,”
Y Tirso, en “¿Tan largo me lo fiáis...?”:
“y en su margen más sirenas
Que engendra el mar en sus sirtes
Con quien no hay sordas orejas
Ni hay ingeniosos Ulises”
Sirena...sirtes, ninfas del mar, atraían con sus cantos a los navegantes que pasaban por sus parajes; los barcos encallaban y las sirenas devoraban a sus tripulantes. Recuérdese la historia de Ulises. Al peligro de las sirenas se une el de las sirtes o syrtes: “peñascos en los golfos con bancos de arena muy peligrosos”
http://books.google.es/books?id=xO6S89QBFbEC&pg=PA223&lpg=PA223&dq=sirtes+sirenas&source=web&ots=qhtDHkj7AJ&sig=fzuYancfqoM1quJh51rnf0doaWg&hl=es#PPA224,M1
Calderón, en La redención de los cautivos, p. 1.323:
“de ser la mar la vida, llena
De bajíos y de escollos
De sirtes y de sirenas”
http://books.google.es/books?id=ocSKAzk_tbcC&pg=PA145&lpg=PA145&dq=sirtes+sirenas&source=web&ots=xymE7K_MnF&sig=9EyCBMm8q0cMtMVZBKkaEe9WeeM&hl=es