"La vida depende de la voluntad de otros;la muerte, de nuestra propia voluntad" (Montaigne, Ensayos).
El 22 de febrero de 1942, en Petrópolis (Brasil), el escritor austríaco Stefan Zweig fue encontrado sin vida, pulcramente vestido, con su casa en orden. A su lado y también sin vida, su segunda esposa, Lotte. La declaración que dejó escrita como epitafio a su vida se puede leer aquí.
Jean-Jacques Lafaye (Saint-Germain en Laye, 1958) es escritor y ensayista francés. Ha dedicado varios artículos, conferencias y homenajes a la figura literaria y moral de Stefan Zweig, y contribuido a la edición francesa de su biografía sobre Montaigne. En 1999 publicó 12 vidas para la música, de Bach a Rachmaninov. Como bien dice en su prólogo nuestro desaparecido filósofo Aranguren, esta biografía es más bien un ensayo con el que logra plenamente su propósito de adentrarse en el personaje, hasta la plena identificación con él.
Efectivamente, Lafaye ha conseguido captar hasta tal punto el tono y el estilo de la obra de Zweig, que casi podría pasar por un ensayo supervisado por el gran autor vienés. En menos de doscientas páginas nos hace una biografía impresionista, como cita Roland Jaccard, en Le Monde. Es decir, leemos la biografía como si de una novela se tratara, aunque no está novelada. Pero entramos perfectamente en la mente y en el corazón de este autor, tan contradictorio; profundo conocedor del alma femenina y sin embargo en su vida personal conflictivo con las mujeres; tan decidido transmisor de ideas democráticas y a la vez tan aristocrático en su vida; tan internacionalista y tan vienés; tan decidido con su trabajo y a la vez tan indeciso con su vida.
Publicada esta obra en 1989, ha habido otras biografías posteriores, entre ellas, las memorias de Fridericke, su primera -y en su corazón, la única- esposa, la mujer en la que se apoyó sin grandes miramientos, pero que le fue absolutamente fiel, cosa que no se puede decir de él, por su carácter débil y su obsesiva necesidad de independencia. Pero al margen de lo que se haya podido decir en ellas, que en este momento desconozco, creo que la biografía de Lafaye es bastante objetiva, casi diría que se inmiscuye hasta lo más hondo en la intimidad del autor vienés, que le radiografía completamente, llega hasta la médula en su intento de mostrarnos una vida interior altamente desgarrada tras la apariencia de tranquilidad y poderío.

Además, el éxito le viene muy pronto; desde sus primeras publicaciones es reconocido como un gran escritor, lo que le catapultó, seguro de sí mismo, a viajar por una Europa aún gozosa y viviendo de las rentas del victorianismo y los últimos coletazos imperiales. Creando fuertes lazos con muchos escritores, se codea con lo más florido de la intelectualidad; se deja admirar por las mujeres, con las que mantenía una cierta distancia, no quería compromisos que le ataran. Es hacia los treinta años cuando conoce a Fridericke, con la que mantendrá una relación que pasará por distintos niveles pero que perdurará hasta casi el último momento de su vida. Primero bastantes años de relación en la que ella, que estaba casada y con dos hijas pequeñas, oscila entre su marido y él. Una vez abandonado el marido, aún no se deciden a vivir completamente juntos, sino que lo hacen en mansiones independientes y no se casan hasta obtenido el divorcio, ya tras la guerra, cuando el ánimo de él empieza a doblegarse y su necesidad de apoyo moral empieza a ser enorme. Pero nunca fue una relación normal, dado el carácter obsesivamente independiente y a la vez inseguro de Zweig, que no soportaba la más mínima atadura, que viajaba constantemente y a cuyo ritmo no podía Fridericke, muy ligada a sus hijas, ajustarse.
El conflicto bélico que destrozó económica y políticamente Europa a la vez que desmanteló ideas, mentalidades, y concepciones sobre la vida, desmanteló la magnificencia de Zweig. El hombre que se comía el mundo antes de la guerra, el aristócrata, el hipersensible, dejó que el mundo le devorase a él después, convirtiéndole en un ser depresivo, inseguro, desnortado, incluso renegando de su propio pasado y de su historia, buscando cada vez con más ahínco, el dulce abrazo del ángel de la muerte. No fue un cambio radical, de un día para otro, sino progresivo. Sin embargo, la segunda parte del decenio posterior a la guerra, y sobre todo, los años 26 y 27 destacan como los más fecundos de su vida literaria. Es en su trabajo en donde encuentra el verdadero refugio, y a partir de sus series biográficas desarrolla su verdadero estilo.
Aunque algo se rompe en el interior del autor vienés cuando realmente asume el significado de aquella guerra, que, incluso en un primer momento, dejándose llevar por la marea belicista imperante, aceptó incluso celebrar y publicitar. Mucho se lamentó de haberlo hecho, y a partir del instante en que lo advierte, recrudece su militancia pacifista y sobre todo, su neutralismo, hasta situaciones incomprensibles. La ascensión de Hitler y del nazismo en Alemania le dan la puntilla. Primero incrédulo y luego ofendido, humillado, abandona su casa, su país y su familia, renunciando a todo su entorno, enviándolo al pasado, al ayer, no queriendo tener nada que ver con esa sociedad que estaba generando y preparando el genocidio y el holocausto.

Autoexiliado en Inglaterra, donde se atrinchera, rodeado de algunos cientos de libros, lo poco que pudo rescatar de su inmensa biblioteca de Salzburgo, se refugia en el trabajo, ayudado por su secretaria Lotte, y en esos terribles años produce unas de las mejores obras salidas de su pluma. La magnífica biografía de Balzac, la de Erasmo, la de María Estuardo, la lucha de Castellio contra Calvino, en ellas vuelca las opiniones que no quiere expresar de otro modo, desarrolla un mutismo ante lo que está sucediendo, que es criticado por muchos, y que responde a un feroz enrocamiento en su torre; en Londres, sólo se relaciona un poco con Freud, que está a punto de morir, pero apenas mantiene otras relaciones, allí no es conocido, ha de sufrir la humillación de ser austríaco, de hablar alemán, en una Inglaterra donde el alemán representa al enemigo.
Su divorcio de Fridericke, que se queda en Austria por voluntad propia, atrapada entre su marido y sus hijas, que ya son mayores; su matrimonio con Lotte, la joven y devota secretaria que su propia esposa le coloca como sustituta de sí misma; su periplo americano, Nueva York, Buenos Aires, Brasil...esos últimos años de su vida, en la cincuentena, recayendo cada vez más a menudo en sus delirios suicidas, exprime su obra hasta el máximo, pero al mismo tiempo se agota, ya no puede más. En Nueva York se reencuentra con Fridericke, modelo de fortaleza, que ha conseguido salir de Europa con sus hijas, y hay un impasse donde los tres -ambas mujeres y él- se relacionan y trabajan en relativa paz. Pero su espíritu está enfermo y finalmente parte para el Sur, a Brasil, donde pone punto final a su vida, aunque Lotte, como una Julieta desesperada, le siga inmediatamente a la muerte. Con ese solo acto, Zweig justifica su vida entera. (...)Cuando la vida ha perdido su sentido, la muerte le ofrece otro. Con ese gesto de soberana independencia, alcanza la eternidad de las sublimes figuras trágicas.