Anatomía de una masacre
SIMON LEYS
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado, 2011
“Para que triunfe el mal solo hace falta
que la buena gente no reaccione.”
EDMUND BURKE
Del suceso real el autor
hace en este libro un breve pero jugosísimo reportaje de lo que ocurrió,
enmarcado en la historia, aliñado con diversos comentarios y consideraciones.
La editorial resume los hechos: la noche del 3 al 4 de junio de 1629, el Batavia,
orgullo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, naufragó a poca
distancia del continente australiano, tras chocar contra un archipiélago coralino.
Buscando ayuda, el representante del
armador y el capitán se dirigieron a Java en una chalupa, dejando a los más de
doscientos supervivientes en manos del ayudante del sobrecargo, Jeronimus
Cornelisz, un ex boticario perseguido por la justicia. Los desgraciados
viajeros, familias enteras -mujeres y niños incluidos- hubieron de soportar
unas dramáticas condiciones donde a las dificultades del espacio –un
archipiélago de islotes desolados- se sumaban las crueldades y violencias del
psicópata Cornelisz.

Así pues, lo que me queda
es resumir y ciertamente recomendar la lectura del resumen. Leys alude a la cantidad de barcos
desaparecidos por toda esta zona entre la India y Australia. En el siglo XVII y
hasta finales del XVIII una vez doblado el cabo de Buena Esperanza, las
embarcaciones debían descender primero hacia el sur, casi hasta el límite del
océano Antártico, para aprovechar los fuertes vientos del oeste que giran
alrededor del globo a partir del paralelo 40 —«los rugientes 40»—. Así seguían
hacia oriente, hasta que consideraban cercano el Estrecho de la Sonda;
cambiaban de rumbo entonces, sin seguridad de dónde estaban exactamente; y empujados por los vientos alisios del
sudeste, navegaban hacia el Norte las aproximadamente dos mil millas que les
separaban de Java.
De todos los barcos que
zarparon durante doscientos años, uno de cada cincuenta desaparecía por estos
lares y no se volvía a saber de él. El Batavia estaba considerado algo así como
un Titanic de la época. Navío enorme
para su época, el Batavia, solo tenía
cincuenta metros de eslora, pero debía transportar durante ocho meses casi
trescientas personas: además de los
cargos oficiales, patrón y timonel, los pasajeros distinguidos, los
gavieros, artilleros y soldados.
Ya salió de Holanda con
problemas, embarrancando en los bancos de Walcheren de los que afortunadamente
volvió a reflotar con la marea. Durante el resto del viaje, lo que ocurrió fue
que crecieron las tensiones, cosa inevitable en un espacio reducido y
superpoblado. El patrón, Ariaen Jacobsz, y
el sobrecargo, Francisco Pelsaert bebían como cosacos y disputaban constantemente;
entre ellos no sólo estaba la cuestión del poder (el sobrecargo tenía más mando
que el patrón), sino su interés por las mujeres de a bordo. Por otra parte,
gavieros y soldados (mercenarios en su mayoría) también se hallaban en continua
bronca. Eso dejando aparte a los artilleros, los artesanos, carpinteros y
veleros, cocinero y marmitones, y el cirujano-barbero. La paz dentro del barco
era poco menos que una utopía. Para más inri, el ayudante del sobrecargo,
personaje oscuro y peligroso, comenzó labores sediciosas, maquinando apoderarse
del barco; reunió a un pequeño grupo de seguidores que más tarde le apoyarían
en sus odiosas crueldades contra el resto de los tripulantes y pasajeros. Sin
embargo, antes de que el motín fraguase, lo que ocurrió fue el hundimiento del
barco, tras chocar contra los arrecifes.

Cornelisz se convirtió
rápidamente en un dictador implacable, apoyado por una camarilla de matones a
los que no les importaba violar, apalear, torturar y realizar todo tipo de
sevicias. Y los infortunados supervivientes casi desearon haber perecido.
Aterrorizados, soportaron aquel infierno en el que fueron muriendo asesinadas
más de ciento veinte personas …hasta que una parte de los abandonados en otro
de los islotes se hizo fuerte y le plantó cara, liderados por un tal Hayes,
soldado raso. En un primer momento pareció que podrían vencer, pero poco a poco
la superioridad de los malvados se hizo evidente. Hubieran perecido,
finalmente, pero les salvó la llegada del Sardam, un barco con que Pelsaert, que había conseguido llegar a Java volvía a
buscar su tripulación…y, sobre todo, el valioso cargamento del barco.
El posterior proceso
judicial hizo justicia y Cornelisz fue ejecutado con lentitud cruel. Los
detalles más escabrosos, los leerán en este interesante y terrible relato.

Fuensanta Niñirola