COLETTE
Postfacio Luis Prat Claros
Ed. Nortesur
“Alain volvió la cabeza sin levantar la nuca hacia la puerta vidriera abierta por donde entraba un suave olor a espinacas y heno fresco, porque habían segado el césped durante el día. La madreselva que cubría un gran árbol muerto también aportaba la miel de sus primeras flores. Un tintineo cristalino anunció que los azucarillos de las diez y el agua fresca entraban en las temblorosas manos del viejo Émile, y Camille se levantó a llenar los vasos.” En el relato es recurrente esta continua alusión a los perfumes y olores, a la naturaleza que les envuelve en el viejo jardín, a la vida vegetal y animal, a las sensaciones, como contrapuestas a la vida racional. Un espíritu de irracionalidad impregna el texto.
En La gata (1933), efectivamente, hay un derroche de sensualidad que podríamos calificar de salvaje. Lo que nos narra la escritora francesa es una breve historia de amor y de celos. Pero una historia peculiar. En el triángulo que se produce, el tercero en discordia es una gata. La pasión de Alain por su Saha, que a su vez le resulta un recuerdo vivo de su adolescencia, consigue crear una situación límite en su recién constituido matrimonio con Camille, una jovencísima y ardiente morena, amiga de la infancia, que pertenece a un medio social distinto, económicamente boyante, pero no aristocrático como la familia de Alain, que posee un nivel sociocultural alto, pero su economía está en retroceso. Ese choque desnivelado, y a la vez, el abandono definitivo de la infancia, de la protección familiar, del nido, que supone el matrimonio, son elementos destacados en la novela. Dos seres que se atraen sensualmente, que se desean y que creen amarse, viven en un perpetuo estado de tensión por la presencia continua y perturbadora de Saha, la gata de Alain.
“Se tiró sobre el campo fresco de las sábanas, sin molestar a la gata, y, rápidamente, le dedicó algunas letanías rituales, adecuadas a los encantos característicos y a las virtudes propias de una gata conocida como de pelo gris ceniciento, de pura raza, pequeña y perfecta. -Mi osezno mofletudo..., mi gatita, palomita azul..., demonio de color perla...En cuanto Alain apagó la luz, la gata se puso a escarbar delicadamente en el pecho de su amigo, atravesando cada vez, con una sola garra, la seda del pijama, rozando apenas la piel para que Alain sintiera un placer ansioso. -Todavía siete días, Saha... -suspiró.”
En la novela prácticamente o ocurre nada, o muy poco. Nos limitamos a ser testigos de una relación imprecisa, inquietante y completamente irracional, dominada por impulsos y pulsiones. Y a la vez, percibimos impresiones diversas del ambiente que rodea a los protagonistas, percepciones que nos sumergen en un mundo semejante al de Von Keyseling, cuyo impresionismo literario, aunque anterior en el tiempo, podría compararse en cierto sentido con el estilo de Colette, aunque en esta autora predominan las pinceladas impresionistas sobre la historia narrada, cuya solidez es mucho menor que la de las obras de Keyserling.
Obra de lectura amena y rápida, no entra en profundidades y donde tampoco hay una trama, sino una sutil urdimbre por la que la gata se pasea, reinante y vencedora, con suave ronrroneo.
Reseña publicada en http://www.elplacerdelalectura.com/2011/06/la-gata-colette.html