13/3/10

EL FINAL DEL DESFILE /FORD M. FORD

Reseña anteriormente publicada en : http://www.la2revelacion.com/?p=350


"No more hope, no more glory, not for the nation,
not for the world I dare say, no more parades."
(No más esperanza, no más gloria, ni para la nación,
ni para el mundo, me atrevería a decir: no más desfiles.)


Ford Madox Ford 1873, Surrey,(Inglaterra)-1939, Deauville,(Francia), novelista, poeta, crítico literario, editor, y uno de los padres fundadores del Modernismo Británico (Conrad, Joyce, V. Woolf y D.H. Lawrence, entre otros), cuyo verdadero nombre era Ford Hermann Hueffer, (se lo cambió en 1919 de resultas de un conflicto entre su mujer y su amante). De origen alemán por la parte paterna, su abuelo el pintor pre-rafaelita Ford Madox Brown, y su tío W. M. Rosetti. Lógicamente, se movió en un ambiente artístico y literario excepcional. Poseedor de una excepcional memoria, estaba capacitado para recitar largos fragmentos de obras clásicas. Ford escribió muchas otras novelas, así como ensayos, poesía, memorias y crítica literaria. Colaboró en un par de novelas con Joseph Conrad, de quien era amigo personal, aunque Conrad tenía cuarenta años y Ford, veinticuatro. En los años de la Gran Guerra, sirvió como oficial en el cuerpo de Reales Fusileros Galeses. Tomó parte en la batalla del Somme, y fue gravemente herido, siendo repatriado. Ford publicó alrededor de ochenta obras. Su leit motiv es el conflicto entre los valores tradicionales británicos con los de la emergente sociedad industrial moderna. Los Modernistas se decantaban, frente a la novela clásica de su época, por una ficción innovadora más interesada en los flujos de conciencia que en las largas descripciones de acciones objetivas. La obra de Ford representó una avanzadilla de la vanguardia literaria de su época, a pesar de estar entroncada en el suelo literario victoriano. Aquí hay un enlace donde ampliar información sobre Ford:
http://www.que-leer.com/196/ford-madox-ford-un-moderno-de-raices-victorianas.html
Se cumplen setenta años de la muerte del autor, por lo que la publicación de esta obra ha sido muy oportuna. El final del desfile se compone de cuatro novelas: Hay quien no... (1924), No más desfiles (1925), Se podría estar de pie (1926) y El toque de retreta (1928), publicadas independientemente, siendo agrupadas por primera vez en un solo volumen en 1950. Asimismo, es la primera vez que se publica en España, y la traducción de Miguel Temprano es muy esmerada, teniendo en cuenta las dificultades que plantea un texto tan difícil. Al parecer recibió la inapreciable colaboración del máximo especialista en Ford, el profesor Max Saunders.
La novela trata del desmoronamiento de una concepción del mundo: la de la sociedad victoriana, que se hunde en el barro con el estallido de la guerra del 14 y sobre todo, con su final. Si todos los países sintieron esa conmoción, Gran Bretaña, exportadora del concepto de victorianismo a toda Europa, del mismo modo que la Reina Victoria expandió su numerosa prole por todas las monarquías e imperios europeos, sintió profundamente la herida producida en sus más firmes convicciones por el caos bélico.
El protagonista principal de la tetralogía, en cierto modo alter ego del autor, encarna en su persona el drama que se extiende a su alrededor y que invade y desgarra Britania. Su vida se ve paulatinamente destrozada a la par que la sociedad que le rodea. Perteneciente a una antigua y poderosa familia de terratenientes, Christopher Tietjens es un inteligentísimo alto funcionario del Gobierno, victoriano hasta la médula, defensor del orden vigente, los modales, las costumbres, las diferencias de clase, tan marcadas en su sociedad en esa época. De físico torpón y voluminoso, (que nos recuerda al propio Ford), nada especialmente atrayente para las mujeres, sin embargo ha de luchar contra la fama que se la ha creado de mujeriego. De familia económicamente poderosa, sin embargo su ausencia de interés por el dinero y su liberalidad le convierte en un insolvente. Sus enormes cualidades intelectuales le marginan de las relaciones sociales que, moviéndose en niveles muy inferiores a él, le envidian y le detestan por ello. Fiel y honrado hasta la médula, ha de soportar las infidelidades continuas de su esposa, Sylvia, elegante y aristocrática, pero una arpía, que le odia a muerte por ser, según ella, perfecto. Y ha de soportar que todas sus amistades, incluso su propio padre y sus hermanos le marginen, creyéndolo un lascivo y un manirroto. Macmaster, su mejor amigo, al que le ha prestado casi toda su fortuna, es un pusilánime trepa social, que se avergüenza de los favores recibidos y, manejado por su mujer, también trepadora y pérfida, desdeña al amigo que le ha favorecido durante años y le hace el vacío social.

“Y Tietjens, que era incapaz de odiar a nadie, al ver a aquel tipo simpático y sencillo con aspecto de colegial, se preguntó por qué la humanidad, que resultaba casi agradable descompuesta en unidades, era, como masas, un fenómeno tan odioso. Si se cogían doce hombres, ninguno de ellos detestable ni carente de interés, porque cada uno de ellos tenía detalles técnicos que aportar sobre su especialidad, y se formaba con ellos un club o gobierno, en el acto, las opresiones, las inexactitudes, el cotilleo, las venganzas, las mentiras, las corrupciones y las vilezas, los convertían en esa combinación de un lobo, un tigre, una comadreja y un mono cubierto de piojos que era la sociedad humana”.

Asistimos, pues, a un verdadero linchamiento moral de Tietjens, el cual lo soporta con un temple y flema inigualables, refugiándose en sus cálculos matemáticos y en los caballos, en un mundo solipsista inevitable. En esas condiciones estalla la guerra y nuestro hombre se alista, ya que el último sitio donde quiere estar es en Inglaterra. Tras una primera etapa en Francia, regresa para reponerse, algo perturbada su mente, por el impacto de los bombardeos en su cerebro. Ford describe así el escenario de la guerra:

“ Un intenso desánimo, una confusión interminable, una locura inagotable, vilezas sin cuento. Todos esos hombres entregados a manos de los intrigantes más cínicos y despreocupados que pululan por los largos pasillos donde se urden las tramas que surcan el corazón del mundo. Todos esos hombres eran meros juguetes y sus agonías meras ocasiones para poner una frase ocurrente en los discursos de unos políticos sin corazón. Cientos de miles de hombres arrojados aquí y allá en ese sórdido, gigantesco y parduzco barrizal invernal…, por Dios, exactamente igual que si fuesen nueces recogidas y arrojadas por las urracas por encima del hombro… Pero eran hombres. No sólo poblaciones. Hombres por los que uno se preocupaba. Cada uno con una columna vertebral, rodillas, pantalones, tirantes, un rifle, un hogar, pasiones, fornicaciones, borracheras, amigos, alguna concepción del mundo, callos, enfermedades heredadas, una verdulería, una lechería, una papelería, mocosos, una furcia por mujer…”

Pero su vida colisiona con una joven, Valentine Wannop, perteneciente a una clase social inferior, hija de una excéntrica novelista con grandes dificultades económicas, que le produce una inquietud y una atracción desconocidas en él, acostumbrado a ocultar sus sentimientos y afecciones. ¡Una mujer con la que se puede y con la que desea hablar! Y además, ¡buena latinista!
Lo que se cuenta no es realmente original, de hecho apenas si hay una acción, y las situaciones las hemos encontrado en otros autores victorianos. Pero la forma, el estilo novedoso de Ford es lo que nos resulta francamente llamativo: un continuo ir y venir de pensamientos en el tiempo y en el espacio, pero ligado de modo tan asombroso que casi ni somos conscientes de ello. Monólogos pensados, paralelamente a conversaciones, tramos de descripciones objetivas, mezclados con saltos al pasado o al futuro. No es de lectura fácil esta novela; de hecho, los primeros capítulos del primer libro desaniman y desconciertan al lector, que ha de hacer un verdadero esfuerzo para seguir adelante. Pero el esfuerzo se ve altamente recompensado cuando consigue entrar en la narración, y darse cuenta de los continuos saltos en el tiempo, de los cambios de punto de vista y de que las explicaciones para hechos inexplicables o absurdos al principio, se nos ofrecen más adelante.
Todo el primer libro, Hay quien no...( título penoso, en mi opinión) trata de situarnos al protagonista y a todo su contexto, complicadísimo, ya que ha de introducir un elenco de personajes secundarios pero relativamente importantes para comprender la trama de mentiras y engaños que se cierne sobre Tietjens. Toda una gama de situaciones aparentemente inverosímiles y en algunos momentos enloquecidas, donde se nos presenta al personaje en el ambiente que le rodea.
En el segundo libro, No más desfiles, se nos sitúa en plena guerra, en Francia, cerca de la línea de fuego, donde el protagonista se mueve, con relativo margen, hasta que le llegan las salpicaduras de su situación familiar, en la forma de Silvia, cual Aracne moderna, que no le deja en paz, tejiendo sin parar su tela de infortunios y mentiras y nos asombra la capacidad para el mal de esta mujer vana y fútil. Por otra parte nos muestra el absurdo de esa guerra que nadie comprendía pero a mucha gente entusiasmaba, hasta que se veían con el barro en los tobillos y los proyectiles zumbando en sus oídos. Su conversación con el general Campion, viejo amigo de sus padres, es memorable.
En el tercer libro, Se podría estar de pie, se introducen otros puntos de vista, como el de Valentine Wannop, en la primera parte, al acabar la guerra; en la segunda parte volvemos atrás a los últimos meses de la guerra, donde sigue Tietjens en primera línea. Las partes dedicadas a la lucha en el frente son terribles. Son las propias vivencias de Ford las que estamos compartiendo. Escuchamos los obuses y casi sentimos el sabor del barro en la boca. Tietjens va descubriendo que se lleva mejor con sus compañeros, e incluso con sus subalternos que con toda la odiosa gente que le espera en Londres. vuelve a pensar en Valentine. La guerra no son desfiles y honor, ni tampoco es un partido de críquet; el protagonista reconoce que esta guerra ha cambiado los conceptos de guerra al uso hasta el momento, así como las relaciones sociales, e incluso las nociones básicas de socialidad: el matrimonio, la familia, las relaciones de clase. Y todo ello conlleva un caos, un desconcierto en las personas que antes tenían unos pilares fijos en los que apoyarse, y ahora descubren que son de barro. La tercera parte del libro describe el encuentro de ambos, Valentine y Christopher, en su piso vacío el día del armisticio, rodeados luego de los compañeros supervivientes de su batallón.
Y en la parte final, El toque de retreta, quizás la más débil literariamente, se nos recapitula sobre los conceptos valorados a lo largo de la obra. Vuelve un poco el caos de la primera parte. Está contada por los demás actores de la historia: su hermano Mark, paralizado tras una apoplejía y su mujer francesa, Marie Leonie, Valentine esperando un hijo de Chistopher, Sylvia tratando de perjudicarles al máximo, su hijo Michael, el heredero de Groby, el general Campion, Lady Macmaster, etc. Christopher es el referente, pero no protagoniza el libro más que en segundo plano. La tala del gran árbol de Groby, simboliza la caída de una dinastía, aunque la espera de un vástago -bastardo- supone que la vida sigue, aunque ya no igual.

11/3/10

CINE: WILLIAM WELLMAN

The star witness (1931), traducida como El testigo, es una espléndida película de William Wild Wellman, con guión de Lucien Hubbard, b/n, de 68 min. de duración, y producida por la Warner. Walter Huston en el papel de fiscal Whitlock, un genial Nat Pendleton como el abuelo Henchman Big Jack, y unos simpáticos niños, sobre todo el encantador Dicki Moore, en el papel del benjamín de la familia Leeds, siempre pensando en alubias, siempre hambriento.
La película, que podría clasificarse a primera vista como cine de gángsters, es mucho más que eso. En un tono amable y casi de comedia, nos muestra a una familia media americana, madre ama de casa hacendosa, honrado padre contable en una empresa donde también trabaja la hija mayor, enamoradiza y voluble; hijo mayor que ha dejado los estudios y pierde un poco el tiempo sin decidirse a trabajar, y los dos pequeños, Donny, aficionado al beisbol, y Ned, el chiquitín, interesado por todo, principalmente por la comida y los pasteles de chocolate.
El primer trastorno a una habitual reunión familiar en torno a la comida, lo produce la llegada, precedida del sonido de una flauta casera, del abuelo materno: un entrañable Nat Pendleton, de piernas arqueadas, barba a lo Lincoln, con el sombrero y los aires de recién llegado de la guerra civil, tocando el flautín y algo más aficionado al alcohol de lo que debiera. Saludado con efusión por los más pequeños y con resignación por el resto de la familia, a la que le esperan dos días de aguantar abuelo, que normalmente reside en un hogar de ancianos, veteranos combatientes.
En pocos planos nos hacemos cargo de la situación: el abuelo contando sus batallitas, los jóvenes discutiendo con los padres, y los niños comiendo y pidiendo historias al abuelo. Papá y mamá Leeds se miran, algo angustiados. Todo muy normal, absolutamente cotidiano: conflicto de generaciones: la familia.
Pero en este pequeño universo irrumpe la realidad exterior, un universo mucho más brutal y feroz: son los años treinta, impera el crimen en la ciudad; en la calle se produce un tiroteo, un choque de coches, gritos, el caos. La policía persiguiendo unos gángsters, y el asesinato de un policía en la refriega. Toda la familia observa desde las ventanas, aterrorizada. En su huída, los gángsters se introducen, justamente, en la casa de los Leeds, a los que únicamente el abuelo, creyéndose en Gettysburg, les planta cara y es derribado. Los demás, son conminados al silencio, los bandidos huyen por la puerta trasera, pero el capo, Maxey Campo es detenido, aunque su banda escapa. Cuando llega la policía les conminan a que testifiquen contra el mafioso delincuente.
La familia, ingenua e indignada por el sobresalto sufrido, está inmediatamente decidida a testificar: sí, lo han visto con sus propios ojos; es un delincuente y hay que encarcelarlo para que no siga asesinando ni atemorizando a la población. Es gentuza, y su sitio es la cárcel.
Pero surge un problema: la banda de Maxey, decidida a impedir que testifiquen contra él, lo primero que hace es atizarle una paliza brutal al sorprendido e ingenuo señor Leeds, cuando sale de su trabajo; secuencia en la que las imágenes son de una violencia tremenda, para la época. A pesar de todo, los Leeds, insisten, aún más indignados, en testificar. Son recluidos en su casa y sometidos a una vigilancia exhaustiva, lo que origina una incomodidad y protestas por parte de la familia, a la que ya de por si, le perturba mantenerse tanto tiempo juntos y encerrados.
Empiezan a flojear, y el fiscal Whitlock, a su vez, les somete a una fuerte presión psicológica: ha muerto un policía, esto no puede quedar así, hay que condenar a Maxey Campo como sea. Pero el hogar de los Leeds se convierte en un infierno: el padre en cama, lleno de vendas y apósitos; la hija yendo con escolta al trabajo; el hijo mayor sin poder salir, harto de revistas y de pasar el rato de charla con sus guardianes; el abuelo jugando con los nietos y tocando el flautín hasta exasperarlos; el chico menor, empeñado en jugar su partido de beisbol...y la madre atendiendo a todos sin saber cómo calmarlos.
Así que tenemos ya un hogar destrozado por la violencia que ha irrumpido por partida doble: los gángsters, por una parte, y los policías, por otra, ambos sometiéndoles a un fuerte marcaje.
El golpe de gracia ocurre cuando, obsesionado con su partido de beisbol, Donny se escabulle para ir a jugar con su equipo. Inmediatamente es raptado por la banda de Maxey y se desata el caos. La familia se viene abajo: como una piña, se olvidan del gángster y lo único que quieren es tener a Donny en casa. Salvo el abuelo, que, en pie de guerra, no olvida: quiere a su nieto, pero aún más quiere castigar al malvado y luchar contra el mal que asola la ciudad; hoy somos nosotros, mañana serán otros los atacados: hay que arrancar la raíz. ¿Para esto hemos luchado?, se pregunta. Se produce el eterno conflicto: la familia o el Estado. El bien individual o el bien colectivo. La decisión de Antígona: Polinices o Tebas.
La familia elige a Donny, y se niegan a declarar. Pero no el abuelo, símbolo de un mundo ya en desuso, de un pasado viviente, la defensa de los ideales de la Nación Americana en sus orígenes lincolnianos, frente a la vida cotidiana de las familias medias americanas, concentrada en sus negocios, defendiendo sus asuntos privados, su libertad, la no injerencia de extraños, la defensa de su hogar frente a las presiones de la sociedad.
Sin embargo, el fiscal duda de la fiabilidad del abuelo, Big Jack es demasiado aficionado a la bebida, sus ojos no ven muy bien, es un viejo: no sirve. Y recae sobre la familia una fortísima presión, brutalmente expresada: de todas maneras el chico va a morir, ¡testifiquen! Mientras esto ocurre, Wellman nos muestra una secuencia con los secuestradores del chico, tratándolo brutalmente, y nos damos cuenta de que realmente el chico puede morir, va a morir, es un peón más del juego. Lo que parecía una amable comedia familiar, una de tantas escenas cotidianas de la vida americana, se convierte en una situación terriblemente actual, universal: el conflicto entre el individuo y la sociedad, entre el bien privado y el mal público.

La salida del conflicto viene de la mano de la vieja América: el abuelo decide actuar por su cuenta, al más puro espíritu pionero americano, y al conocer la zona aproximada donde tienen al chico secuestrado, callejea haciendo sonar su flautín, para que su sonido llegue, liberador, hasta su nieto y pueda reconocerle. Un plano resulta muy ilustrativo: cuando le dan una moneda creyendo que es un indigente que pide limosna con su flauta. Es considerado un outsider, un marginado, pero él continúa su búsqueda. Finalmente el chico, que está jugueteando con su bola de béisbol, mientras charla de tácticas con uno de sus secuestradores algo más humanizado, escucha el flautín e inmediatamente lanza la bola, que lleva sus iniciales. El abuelo la reconoce, acude la policía, se produce un caos porque nadie le cree –es un viejo borracho- y finalmente el chico es rescatado, la familia testifica y el gángster es condenado.
Todo vuelve a su lugar natural, finalmente. Los últimos planos, con el viejo Big Jack de regreso a su residencia de ancianos, retornando a su mundo de viejos, a la América profunda y al olvido. Perfecta imagen de cómo funcionan las cosas.

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