5/7/13

ARNOLD BENNETT EN ESTADO DE GRACIA

ENTERRADO EN VIDA
ARNOLD BENNETT
Traducción Vicente Vera
Presentación Jesús J. Pelayo
Edición José C. Vales

Impedimenta ed. 2013

El protagonista de esta narración, que juega todo el tiempo con la doble identidad y las complicaciones que crea la confusión de las dos personas, es un pintor británico, Prian Farll, famosísimo artista casi podríamos decir que agorafóbico,  al que no le atrae nada la fama, aunque viva muy a gusto con las altas rentas que ésta le proporciona.  De hecho, no solo no le gusta la fama: lo único que le atrae de la vida es la pintura, es su arte. Lo demás, el mundo exterior, le produce verdaderos sarpullidos, y trata de mantenerse lo más distante posible. Obviamente, depende de alguien que le sirva de hilo conductor, de contacto con la realidad cotidiana a la que detesta pero inevitablemente necesita. Ese contacto es su criado y factótum Henry Leek, un bribón que sabe sacar partido de tal dependencia. El problema se produce cuando el criado falta, y el mundo exterior cae sobre nuestro protagonista como una losa.
Pero lo que en El Sirviente, (film de J. Losey que nos viene a la mente al comienzo de la novela) es presentado de modo dramático, en Enterrado en vida se nos presenta desde el principio con un humor desbordante, un humor divertido con un punto fuerte de acidez, un relato con varias lecturas, que ridiculiza el mundillo artístico a la vez que plantea preguntas nada ridículas sobre el arte y la vida, sobre el amor, la lealtad, la traición y el valor de las cosas. Siguiendo con el patrón cinematográfico, Enterrado en vida más estaría en la línea de Bienvenido Mr. Chance, de Hal Ashby, en la que un jardinero, (Peter Sellers) que solo sabe de plantas y vive en un mundo aislado irreal, es transportado a otro, el mundo real, del que no tiene noticia y al que mira con ingenuidad infantil.

Poco conocido y poco publicado en España, Arnold Bennett ha sido para mí todo un descubrimiento. Tanto la presentación de Jesús J. Pelayo como el postfacio de Jose C. Vales desvelan al lector gran parte de la vida y obra literaria de este prolífico autor que vivía de su escritura, y que era partidario de una literatura que describiera el mundo real, cotidiano, común, frente a los excelsos modernistas, partidarios de ahondar en el mundo interior. Famosa fue la polémica que mantuvo el autor con su contemporánea Virginia Woolf (excelente escritora, por otra parte, aunque haya que reconocer que desplegaba una gran dosis de elitismo y de esnobismo). Bennett afirmó en uno de sus artículos, que la señora Woolf «tenía un gran éxito en un mundo pequeño», lo que le acarreó al pobre Bennett diez años de encendido intercambio de críticas. Mientras Bennett defendía el common sense, el mundo material, la Woolf  insistía en que la realidad está dentro del espíritu humano, en la mente humana: de ahí su teoría del flujo de consciencia, de la que participaba con otros como Joyce, Proust, Tolstoi…y que ciertamente tiene su interés, pero a veces puede llevar al solipsismo.
En su momento, como bien se nos va explicando en el postfacio, Bennett vendía miles de ejemplares y vivía bien de ello, mientras los exquisitos bloomsburyanos, que no necesitaban de la escritura para vivir, apenas vendían sus obras. El público tardó mucho en reconocerlos y, si bien siguen formando parte de una élite literaria, han subido bastantes enteros en la apreciación general, que les considera mucho mejor escritores que a Bennett, que en sus días era reconocidísimo por el gran público y a la sazón, hoy parece un escritor menor. A pesar de todo, el tiempo todo lo equilibra, y se vuelve a reconocer que Bennett tiene obras magníficas, si bien la prolijidad de su producción hace que encontremos un poco de todo y la valoración global resulte irregular.
Justamente esta discrepancia entre el objeto del arte y la mirada del artista, esta tensión fluye como subtexto de la presente novela, entre otras ideas. El excelso pintor Prian Farll lleva rumiando un cambio de vida. Se da cuenta de que su contacto con la realidad es inexistente, y de pronto, una conjunción de hechos le hace ver lo que se estaba perdiendo. Baja de su pedestal, sale de su jaula dorada (más bien se ve forzado a salir) y se mezcla con la gente corriente, pero lo hace por medio de una suplantación: se convierte en su propio criado, ya desaparecido.
Todo ello conduce a una serie de despropósitos y confusiones delirantes, aunque también le lleva a conocer a la mujer de su vida, la viuda Alice Challice, una mujer del pueblo, que será su Sancho, su contrapunto, cumpliendo el papel del criado ausente: será su contacto con la realidad. Ella se ocupará de todo. Y desde este momento, resuelto el problema del mundo exterior, es cuando el artista que vive en su interior vuelve a reclamar su puesto y entonces verdaderamente todo se complica, hasta llegar al juicio final, en el que curiosamente la única manera de resolver el caso es atenerse a la estricta observancia de la naturaleza: dos lunares. Dos lunares físicos, muy sutilmente situados y habitualmente ocultos, son los que darán la puntilla a una larga serie de desternillantes y satíricas situaciones, que traslucen una finísima ironía sobre la sociedad británica y sobre las nociones del arte.
Repito, para finalizar, el texto que Bennett pone en boca de Farll, y que a su vez que cita Jesús Pelayo en la introducción: «En arte, nada vale ni cuenta salvo la obra misma». Leamos, pues, con placer esta novela y valoremos al autor por esta obra que nos divertirá, nos hará pasar un rato muy simpático y nos dará qué pensar.

Ariodante

3/7/13

SHACKLETON EN LA ANTÁRTIDA

ATRAPADOS EN EL HIELO
La legendaria expedición a la Antártida de Shackleton.
CAROLINE  ALEXANDER

Las grandes expediciones de descubrimiento tienen un atractivo natural. Además del descubrimiento en sí, lo que nos atrae de ellas es el reto que algunas personas, quizás con un carisma especial, se plantean y son capaces de afrontarlo, lo logren o no, poniendo su vida en juego –y muchas veces, dejándosela allí, como en el caso de Scott.

Acabados de explorar los continentes, quedaban los casquetes polares y las rutas más o menos nuevas de una a otra parte del globo. Hacia el Polo Sur se vuelven las miradas. Scott y más tarde Amundsen inician una batalla que culminaría con el éxito del noruego y la muerte del británico. En la primera expedición de Scott, en 1901, participó el oficial de marina mercante Ernest Shackleton, a bordo del navío Discovery. Expedición fracasada, tras la que Shakleton, años más tarde, en 1907, lo intentará de nuevo a borde del Nimrod, consiguiendo rebasar el avance hacia el sur de Scott en más de 500 km. A su regreso, a pesar de no haber conseguido llegar al Polo, fue recibido con honores en Inglaterra y se le concedió el título de sir. De nuevo, en 1911 lo intentó Scott…pero también Amundsen, visto que en el Norte ya había plantado su bandera Robert Peary en 1907. Scott fracasó (murieron todos) mientras Amundsen coronaba con éxito su meta.

Pues bien, Shackleton lo intenta una tercera vez en 1914, y es esta de la que trata el libro, la Expedición Imperial Transantártica: a bordo de la goleta Endurance, capitaneada por Frank Worsley y con un equipo expedicionario en el que figuraban T. Orde-Lees, G. Marston, J. Wordie, F. Wild, F. Hurley y otros, hasta un total de 28 hombres, incluyendo a la tripulación. Partieron de Grytviken el 5 de diciembre. La idea era que el barco les dejara en la bahía Vahsel, y atravesar el continente por su parte más estrecha, hasta la bahía de Ross. Pues bien: nunca llegaron a pisar tierra firme. El Endurance se quedó atrapado entre los hielos de la placa antes de llegar a su destino, y a partir de ese momento hubo que ir improvisando. Tanto los expedicionarios como la tripulación del barco se vieron implicados primero, en un forzoso enclaustramiento invernal dentro del barco, que a su vez se desplazaba con la placa con los vientos y corrientes por el mar de Weddell y después, cuando el barco acabó por hundirse,  todos ellos hubieron de atravesar a pie kilómetros y kilómetros de hielo y nieve, arrastrando tres lanchas y toda la impedimenta que necesitaban para sobrevivir, y finalmente navegar en las balleneras hasta la isla Elefante, donde quedaron varados y aislados y de donde fueron recogidos por el Yelcho, un pequeño vapor chileno.
Las incidencias, rutinas, problemas entre los hombres que componían la expedición y la tripulación marinera, la lucha por la supervivencia en condiciones extremas, todo ello nos es narrado por la autora con todo detalle, aportando asimismo una gran cantidad de fotografías interesantísimas y muy ilustrativas de las condiciones que habían de soportar y también, cómo no, la belleza de la inmensidad blanca.
Mientras el mundo estaba en guerra (de hecho, salieron poco antes de que Inglaterra entrara en guerra, con la anuencia de Churchill) los expedicionarios luchaban a brazo partido con témpanos de hielo, focas, elefantes marinos, con tormentas fortísimas, humedad constante, hambre, soledad y miedo.

Shackleton se comportó en todo momento como un gran líder, a juzgar por los diarios de sus compañeros y subalternos. Tratando siempre de mediar entre las inevitables disputas, de animar y  levantar la moral de su equipo, pero siempre aportando ideas y soluciones ante los distintos problemas y penalidades que se les iban presentando. A diferencia de Scott, que marcaba muy radicalmente los estamentos y la posición social de cada uno, Shackleton se saltaba las distinciones, favoreciendo muchas veces al más insignificante marinero por encima de la oficialidad o los miembros científicos de la expedición. Esto salvó en más de una ocasión al grupo de caer en reyertas o indisciplinas.
El libro está copiosamente ilustrado con las imágenes que el fotógrafo Frank Hurley fue tomando y conservando cuidadosamente a lo largo de todo el viaje. Dan fe de que lo que se cuenta, aunque parezca mentira, es dramáticamente verdadero. Libro interesantísimo y de lectura muy atractiva.
Caroline Alexander (Florida,USA, 1956), de padres británicos, y ha vivido en Europa, África y el Caribe. Estudió filosofía y teología en Oxford como becario Rhodes y un doctorado en los clásicos de HA de la Universidad de Columbia.  Ha escrito para The New Yorker, Granta, Condé Nast Traveler, Smithsonian y National Geographic. Enseñó a los clásicos en el Chancellor College en Zomba, que forma parte de la Universidad de Malawi, de 1982 a 1985, durante el gobierno de Hastings Banda.

PUBLICADO EN LA REVISTA GENERAL DE MARINA, NÚM. DE MAYO.



FICHA TÉCNICA DEL LIBRO:
Título: Atrapados en el hielo. La legendaria expedición a la Antártida de Shackleton.
Autora: Caroline Alexander
Traducción: C. Boune y P. Elías
Fotografías: Frank Hurley
Editorial: Planeta booket
Año edición (4ª impresión): 2010
ISBN:978-84-08-06739-9
Págs.: 306




30/6/13

EL JOVEN MOORE

CONFESIONES DE UN JOVEN
GEORGE MOORE
Ed. Belvedere, 2013

Texto muy peculiar, a caballo entre la autobiografía, diarios, ensayos sobre arte y literatura, conjunto irregular de propuestas y pensamientos, esas Confesiones resultan atractivas por la frescura y la soltura con que están escritas, así como por la crónica que representan de la vida cultural parisina y la londinense. En esta obra se vierte la vida y pensamiento de su etapa juvenil escrita cuando aún era joven, (entre los 29 y los 36 años) y pisaba ya la siguiente década, que en su época ya era considerada como madurez.
El escritor llevó una vida muy irregular en su juventud, tardando en darse cuenta que era lo que más le podía interesar en la vida. Probó suerte primero con la pintura, en el París de  los impresionistas, lo que le llevó a darse cuenta de la ausencia de talento para el arte, y luego descubrió a los literatos simbolistas, y más tarde a los realistas, lo que le abrió las puertas a la escritura, que finalmente fue la dedicación definitiva.

A lo largo de estas páginas, lo que el escritor irlandés nos confiesa no son tanto sus andanzas cuanto su periplo mental: lo que iba pensando de la vida, del arte, de las personas que lo rodeaban y de los tres países que le acogieron alternativamente: Irlanda, Inglaterra y Francia. Poco se nos cuenta sobre la vida que llevaba, (aunque nos dé pinceladas) porque salta de una cosa a otra y apenas se detiene; cuando lo hace, a veces resulta que cuenta detalles nimios, absurdos, o comentarios grotescos. Habla con su conciencia en un capítulo, discute consigo mismo sobre diferentes modos de enfocar la escritura en otros, analiza a unos y a otros, inserta textos propios y ajenos, en fin, el libro es una miscelánea, aunque desarrolle, grosso modo, la trayectoria vital que Moore siguió hasta los treinta y seis años. «No soy más que un estudiante de salas de baile, bares, calles y alcobas. ―afirma― He leído muy poco: pero puedo aprovechar cosas de todo lo que leo, y me acuerdo de todo» (pág. 95). Las opiniones sobre las mujeres son demoledoras, y no he encontrado referencias de que matrimoniara con ninguna. Las consideraba como los símbolos de la esclavitud masculina, poco más o menos. «Debido a la esencia de su ser, una mujer joven no puede evocar ningún ideal más que el del hogar; y el hogar es, a los ojos del soltero, la antítesis de la libertad, del deseo, de la ambición» (pág. 80) Y no es que no le gustaran, y que no visitara alcobas femeninas… pero a sus jóvenes años no quería compromisos de esa índole.

Además de los dieciocho capítulos de las Confesiones, el propio Moore añade a esta edición (que reproduce la de 1926) cinco artículos sobre diversos temas: teatrales, literarios, incluso religiosos. Todo ello conforma un conjunto pleno de vitalidad, ideas, recuerdos y propuestas culturales, a veces tremendamente radicales. «¡Arte democrático! El arte es la antítesis de la democracia(…) La masa no puede apreciar más que las emociones simples y naïve, la belleza pueril, por encima de cualquier convencionalismo» (pág. 109). Estas son algunas píldoras de su pensamiento: «El arte no es cuestión de matemáticas, sino de individualidad»(pág. 108); «Para mí, literatura es cuestión de sensaciones, intelectuales si se quiere, pero sensaciones al fin y al cabo, y reguladas por los mismos caprichos (…) Sin duda alguna que una obra de arte es, por un lado, juzgada por el cerebro y por otro lado, por las sensaciones» (pp. 92-93) Moore es un diletante, un disoluto que añora a los snobs. Odia la masificación de la cultura y la democratización del arte. No soporta el nuevo aire de vulgaridad que se respira en los círculos culturales, y parece estar siempre en contra. «En aquel entonces no sabía, como ahora lo sé, que el arte es eterno, que es solo el artista el que cambia, y que las dos grandes divisiones ―las únicas posibles divisiones―son: los que tienen talento y los que no lo tienen»(pág.90)

George Moore (Moore Hall, 1852 - Londres, 1933) Escritor irlandés, uno de los introductores del naturalismo francés en Inglaterra. Tras una indisciplinada infancia en la hacienda paterna, aprendió más de los mozos de cuadra que de los maestros de la escuela; estudió en Oscott College, Birmingham, pero fue expulsado por vago; abandonó los estudios y se marchó a París a aprender pintura, asistiendo a la Académie Julian y, lo que resultó para él más importante: a la tertulia de escritores y artistas impresionistas del café Nouvelle Athènes, haciendo amistad con Manet, Degas y Corot. Los escritores Pater, Balzac y Turguenev fueron sus modelos en literatura, aunque  su primera influencia literaria fue la de Baudelaire, publicando en 1877 una colección de poesías (Flowers of Passion); tras una rápida visita a sus propiedades irlandesas en  1880, al año siguiente comenzó a escribir (en francés) la primera versión de Confesiones de un joven, versión que fue retocando más adelante y reescribiéndola en inglés. La publicó por primera vez en 1888. Durante la década de los ochenta, vivió y escribió en Londres. La década de los noventa la pasó en Irlanda, relacionándose con W. B. Yeats, J. M. Synge, lady Gregory, Edward Martyn. En 1911 volvió a Inglaterra, y describió sus relaciones con los escritores irlandeses, sus entusiasmos y sus desilusiones en la trilogía autobiográfica Salutación y despedida (1914).

Ariodante

Abril 2013

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