RELATOS MINÚSCULOS
ROSA PASTOR CARBALLO
Mauro Guillén/ Jam Edicions
Mauro Guillén/ Jam Edicions
Efectivamente, los microrrelatos, si están
correctamente construidos, pueden funcionar como una aspirina o un omeprazol.
Si no lo están, pueden ocasionar un dolor de cabeza o de estómago, o lo que es
peor, general aburrimiento o indiferencia, que es el peor enemigo de la
literatura y el arte.
Un texto comprimido como es el
microrrelato, no es más fácil de escribir, como quizás algunos piensen. No.
Justo al contrario, resulta muy difícil condensar una historia en tan pocas
palabras.
Esa mini-historia ha de ser sugerente, ha
de crear sorpresa, reflexión, ha de
dejar un poso con el que el lector quede un rato masticándolo, rumiándolo, para
extraer todo el jugo comprimido.
Esas píldoras literarias, como en muchos
prospectos de medicamentos, se aconseja
tomarlas cada equis horas, no
tomarlas seguidas porque podrían general un colapso. Y es así, los
microrrelatos, como los haikus, como los poemas, deben leerse en voz alta, y
nunca demasiado seguidos. Hay que dejar un tiempo para que reposen las ideas
que contienen, para que nuestra mente digiera el contenido, para que genere en
nosotros todo su efecto sugerente, que se expanda y nuestro pensamiento
complete con los detalles ausentes todo lo que se podría haber contado pero
solo se ha sugerido en pocas palabras.
Los textos de Rosa, que ya ha escrito y
publicado dos libros de relatos y tiene una novela en preparación de
publicar, constituyen un conjunto
variopinto, pero en el que el lector puede descubrir elementos comunes, elementos que provienen del propio
inconsciente de la autora. Raro es el escritor que no pone algo de sí mismo en
sus textos. No necesariamente biográfico, no algo que le ha sucedido, sino
ideas, pensamientos, sueños, emociones, ansiedades, alegrías y penas.
Los que conocemos a Rosa rastreamos más
fácilmente esas huellas de sí misma, huellas de las que quizá ni siquiera sea
consciente. Pero las huellas están. A Rosa le preocupan muchas cosas, cosas que
ocurren a otros o que le ocurren a ella, cosas como la vida o la muerte, la
violencia, la soledad y el desamparo, la razón y la locura, el difuso límite
que las separa, como la borrosa indefinición entre el sueño y la vigilia.
"Antes de que vuelva papá,
mamá deja que juguemos a desaparecer. Nos escondemos por todos los rincones de
la casa: en el armario, debajo de la escalera y de las camas. Nos divierte ser
invisible, aunque también nos asusta que un día no nos encuentren.
Puntualmente, cuando se oye el ruido de las llaves en la puerta se acaba
el juego, mi padre nos busca. Aparecemos entre risas y gritos de victoria y nos
sentamos a la mesa para cenar. Esta noche papá no ha vuelto y mamá cena
sola." (Desaparecidos, pág. 29.)
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Por eso muchos de estos minimalistas
textos son oníricos, traspasan esos límites de irracionalidad, gritan agobiados
ante la irracionalidad de lo real y no saben si considerarla mejor como un
sueño. El humor soterrado que les recorre es un humor negro, un humor agridulce
como la vida misma.
Otra huella que encontramos es la
pictórica. Rosa, además de escribir, pinta.
Y sus colores son puros, brillantes. Pues bien, el color es algo que
destilan estos textos, a veces como pequeños manchurrones, a veces como acuarelas
transparentes. Los textos están cargados de color, brillan, oscurecen, mezclan,
dibujan. (Textos:
La consulta, pág.35, El hombre del paraguas, pag.46)
En suma, un conjunto de textos para
leerlos con calma, en ratos perdidos, propensos para la ensoñación, la
reflexión o simplemente para degustarlos como un café, sentados en nuestra
butaca favorita o en la terraza de un bar, observando esa realidad circundante
con la mirada de Rosa, que la colorea con sus palabras transformándola en
sueños.
Fuensanta Niñirola
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