20/5/10

VALENTIA/ GABRIEL CASTELLÓ

Gabriel Castelló Alonso (Valencia, 1972), Valenciano de nacimiento, pensamiento y convicción, comercial y escritor, amante de la Historia, las artes y de la libertad de credo y opinión. Desde muy joven siempre le han fascinado las culturas de la antigüedad, y más en especial la Roma republicana, según se autodefine en su blog.

Aprovechando los vaivenes políticos romanos, derivados de la guerra civil entre los seguidores de Mario y Sila, en los que se enmarca la rebelión de Sertorio, que supuso finalmente la entrada como imperator de Pompeyo el Grande en la península ibérica, el autor hace coincidir estos hechos con la fabulación de la vida de Caio Naso, nieto de uno de los veteranos fundadores de Valentia, la Ciudad de los Valientes.
La obra se estructura con un primer capítulo introductorio, de fuerte dramatismo, situado en el siglo III d.C. justo en el momento de la irrupción de un contingente de bárbaros que arrasan la ciudad, de la que entre otros, Tito, último descendiente de la familia Antonia, escapa y se parapeta tras los muros de la ciudadela de Sagunto para tratar de organizar la defensa desesperada frente al invasor del Norte. En este capítulo, lo poco que puede salvar Tito son unos rollos con la historia de su familia. Y en los descansos entre sus guardias en la muralla saguntina, comienza a leerlas; esa lectura compone el cuerpo central de la novela, a lo largo de la cual asistimos a la saga de la familia Antonia, y a las luchas políticas entre los pueblos ibéricos aliados a uno y otro bando romano.
Comenzamos a leer a Caio Naso, en su ancianidad, recordando su pasado; al principio, desde el momento en que conoce a Nunn, su mujer; y después remontándose a sus recuerdos infantiles, su imagen del abuelo Publio Antonio; de su padre, Caio Antonio Naso, que desarrolla la crianza y comercio de los vinos. A partir de ahí, la novela discurre más lentamente y nos muestra la vida cotidiana de la familia Antonia, de tradición vinícola, y su afinidad con la causa de Sertorio, y los sucesos en los que se ven involucrados, mezclados con los propios de la actividad comercial familiar, que lleva a Caio el joven a viajar por el Mediterráneo, en sus naves bajo el símbolo de la vid, mientras en la península ibérica los disturbios prosiguen. Este viaje da pie al autor a contarnos una serie de historias colaterales, a aventuras con piratas cilicios y peleas con camorristas tarentinos, describiéndonos las costumbres y tradiciones del mundo romano del momento. El fresco histórico se cierra con el desastre de la rebelión sertoriana y la escapada de Caio, desnortado y hundido, hasta el momento en que decide hablar de su pasado dirigiéndose al hijo que hace años se marchó a la siguiente guerra. Un epílogo, en forma de epístola del hijo, cuenta brevemente el renacimiento de la ciudad, años después de aquellos dolosos sucesos.
El autor ha realizado un verdadero y profundo esfuerzo de documentación e investigación sobre un tema y una época que, a pesar de poseer gran cantidad de datos fiables, sigue siendo convulsa y turbia, sumida en las brumas del tiempo y de los conflictos sociales. Quizás la gran atención que ha puesto en documentarse le haya llevado a un excesivo afán de mostrar esa documentación. Prueba de ello es la cantidad de notas a pie de página que a veces son demasiado obvias y por tanto innecesarias, y que le dan un valor casi ensayístico a la novela.
Otro efecto de este afán es que la cantidad de descripciones aportadas, muy interesantes e ilustrativas en su mayoría, a veces interfieren restando impulso en el desarrollo de la trama de la novela, rebajando el ritmo. Porque, no lo olvidemos, no estamos viéndonos con un ensayo ni con un tratado de Historia: la obra que se nos presenta es una novela, más cerca quizás de la historia novelada, pero novela, en fin. Esa multiplicidad de datos, de términos romanos, de acotaciones, puede desvirtuar su apreciación por parte del lector. Quizás un filtrado de ese bombardeo de información hubiera sido pertinente: más fabulación y menos información. Porque capacidad fabuladora tiene el autor, indudablemente; y muy desarrollada. Pero ahora se trata de regularla, de pulirla, de dosificarla.

La novela tiene dos niveles de lectura. La introducción y la parte final, más relacionados con los hechos históricos reales, cuyo tono es muy dramático, y todo el cuerpo central de la narración, en un tono mucho más distendido, gozoso, aventurero, y épico, en el que la imaginación del autor se expande con las peripecias del protagonista. El viaje del joven Caio circunnavegando el Mar Interior, Nuestro Mar, tiene inevitables connotaciones homéricas. Todo el desarrollo de la vida familiar, sus negocios, sus actividades, nos dan una idea de cómo funcionaban las cosas en la Edetania romana. Sus descripciones del paisaje, de las playas y montañas, los frutos y las comidas (podría compilarse un libro de recetas con la información culinaria que se nos aporta) y sus encuentros amorosos, son un leit motiv en toda la obra; nos ofrecen una imagen de un pueblo cuyo carácter es plenamente mediterráneo: lleno de alegría de vivir, de disfrute de los placeres, pero a la vez belicoso, emocional, de puñal y garrote a mano, como en la pintura de Goya. Este dionisíaco modo de vida se ve empañado por la guerra. En la última parte, que es la más trágica, donde se describen las batallas, donde suceden los terribles hechos que destrozan la familia y la ciudad, Gabriel consigue implicarnos en la acción y emoción del combate y de las fatalidades que siguen. Impacta la terrible escena de la muerte de Sertorio, premonitoria de otra muy semejante, la de Julio César. Creo que el autor ha buscado repetir incluso hasta las palabras julianas para remarcar hasta qué punto las luchas civiles y fratricidas eran endémicas en Celtiberia y en Roma. Desgraciadamente ésta ha sido una tradición en el país que heredamos de estos antiguos pobladores, belicosos y, al mismo tiempo, amantes del buen vivir.
No es ésta una novela complaciente, aunque complace: al lado de la amistad y el amor, la buena comida y el trabajo, las batallas y los terribles resultados de la devastación y las periódicas luchas intestinas, se nos muestran con la misma emoción y fuerza que los encuentros amorosos: Eros y Thanatos, la vida y la muerte están muy unidas en esta obra, como en la realidad. Caronte siempre está al final del viaje, y hay que llevar la moneda para cruzar la laguna.

8 comentarios:

Unknown dijo...

Muchas gracias por esta reseña tan sincera. Que mejor placer para un autor que dejar a un lector/a satisfecho/a...

Isabel Barceló Chico dijo...

Estupenda reseña, ariodante. Gabriel es un vastísimo conocedor de la época y más específicamente del territorio valenciano (lo digo así para que lo entienda todo el mundo). Su pasión es contagiosa y admirable. Y, según creo, está ya preparando su siguiente libro... Un abrazo.

Fuensanta Niñirola dijo...

Libro que espero ser una de las primeras en leer. Incluso diría más, me ofrezco para correcciones...jajaja! Gabi debe saber a qué me refiero.

Arturo dijo...

Estupenda reseña, Ario, como de costumbre. Tengo ganas de conocer a Gabriel y leer su libro, a ver si prospera ese proyecto que tienes/tenemos entre manos. Como esto siga así voy a tener qu acabar empadronándome en "Valentia".

Fuensanta Niñirola dijo...

Oye, pues no sería mala idea; podríamos ir de vez en cuando a hacernos una paellita a la Malvarrosa, frente al mar. Cuando reduzcas tu movimiento a lo largo y ancho de este mundo, y te dediques sólo a escribir, ya verás; el mar ayuda.

Arturo dijo...

¡Hmmmm! El mar y escribir, y una paellita en la Malvarrosa. Qué bien suena...

Gabriel Castelló dijo...

Pues sólo hay que poner fecha a esa paellita... El Mare Nostrum, un arroz como los Dioses mandan y buena compañía... Mejor que los Elíseos!!!

Pamplinas dijo...

¿He oído algo de una paella en Valencia?

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