A ORILLAS DEL ALTO YANG TZE
(Young Fu at Upper Yang Tze)
Elizabeth Foreman Lewis
Traducción de María Sepúlveda
Ilustraciones de K. Wiese.
Encontré este libro, una edición de 1942, poniendo orden en la biblioteca de mi madre, tras su fallecimiento. Recuerdo, en los últimos tiempos, de haberla visto con él en la mano. Era muy aficionada a la lectura. Las páginas, gruesas y amarillentas, hay que tratarlas con cuidado. Conforme iba leyendo, me iban apareciendo retazos maternos: un recorte de periódico con una receta de cocina; un pétalo de flor aplastado e incoloro ya; un antiquísimo resguardo de la compra de un electrodoméstico; hasta un cabello blanco me apareció, como una última presencia física de mi madre. Su nombre aparece en la primera página, con la fecha de 1950, dos años antes de concebirme. Quizás lo leyó entonces o quizás lo leyó mientras esperaba mi llegada a este mundo. Pero las preocupaciones de mi madre, que gustaba de leer sobre sitios exóticos, también se cernían sobre la infancia y la juventud, en esos años en los que mis hermanos eran adolescentes, y probablemente ambas cosas le atrajeran del libro.
Elizabeth Foreman, (Baltimore,1892-1958), fue a China en 1917, para colaborar con una Misión Metodista, supervisando y trabajando como profesora en diversas escuelas de Shangai, Chungking y Nanking. En ésta última ciudad se casó con John Lewis, en 1921. Trabajó durante unos años allí hasta que, por motivos de enfermedad hubo de regresar a su país, donde se dedicó a escribir basándose en sus experiencias chinas.En 1933 ganó el premio Newbery por esta novela, en la que incluso se incluye de modo indirecto como personaje secundario, como "la extranjera de pelo amarillo que trabaja en la Casa Extranjera".
La narración nos habla de un chico, Fu, un ingenuo niño de 13 años que llega a la ciudad y queda deslumbrado de su esplendor, tan diferente del tranquilo campo y de las costumbres ancestrales a las que está habituado. Su madre consigue una pobre habitación y un miserable trabajo, con el que complementar el aprendizaje del niño en el taller. El chico encuentra un segundo padre en su jefe, Tang, el dueño del taller, respetable y a la vez cariñoso con él. Wang, un vecino letrado, le ilustra con el idioma y su dificilísima interpretación; su compañero, Li, es un amigo fiel y se ayudan en lo posible. Pero todo no son rosas y el chico va encontrándose con problemas derivados de su ingenuidad y también de la mala fe de otros, y de la situación política, muy revuelta en esos días. Soldados, bandidos, delincuentes, jugadores, activistas políticos, desfilan por las páginas del libro, profusamente ilustrada con grabados de Wiese. Estos problemas son los que le hacen madurar, ya que se enfrenta a ellos y no rehuye su responsabilidad ni su castigo. También con los años el chico madura y se convierte en un joven jornalero fuerte y con iniciativas, lo que le augura un futuro prometedor.
Así, tenemos una pintura de la China prerrevolucionaria, a caballo entre la tradición y el progreso, donde las ideas comunistas van apareciendo a la vez que los primeros autobuses y coches de motor; entre dos universos, Oriente y Occidente, donde los extranjeros occidentales son vistos en general como un peligro, como fuentes de mala suerte, pero a la vez como generadores de ayuda y novedades; y en este escenario es donde crece y se desarrolla la vida; una vida que es como en cualquier otra parte: una vida humana, corriente, con los problemas implícitos de la iniciación: los deseos, las obligaciones, el amor, la familia, los amigos, el equilibrio entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, etc.
Y sobre todo, China: ese inmenso país, el modo de vida tradicional de sus habitantes, sus ideas, sus sueños, sus paisajes: el gran río que rodea la ciudad, a veces discurriendo apacible por sus riberas y a veces rugiendo como un milenario Dragón dormido que de pronto decide despertar.
Un relato sin grandes ambiciones, salvo la de emocionarnos con las penas y alegrías de unos personajes que deambulan por un mundo en profundo cambio, un mundo que a los occidentales nos parece exótico y ancestral pero a la vez atractivo precisamente por su diferencia. Y contado desde la óptica del joven Fu, y desde la óptica china, en la que la autora consigue introducirse de un modo bastante creíble, intentando dejar de lado su perspectiva occidental y tratando de ver el mundo como lo vería Fu.
3 comentarios:
Hola Ariodante¡¡ No conocía este libro y, por lo que cuentas, me ha recordado un poco a los de Pearl S. Buck que leía de niño.
En cualquier caso me quedo con el principio de tu entrada, sobre cómo un libro atesora recuerdos e historias, cómo puede evocar a quienes lo leyeron y cómo el gusto de la lectura suele transmitirse de padres a hijo. Hermoso, sí señor.
Un abrazo.
Imagino, Ario, que debe ser una experiencia doblemente gratificante leer un libro que de por sí sea meritorio, pero además suscite recuerdos personales y permita establecer una especie de comunicación con un ser querido que ha dejado de sí en el libro.
Muy bonita entrada, contertulia.
Gracias a ambos, GWW y Rodrigo, por vuestros comentarios. Si,GWW, a mi también, ahora que lo dices, me recuerda a Pearl S. Buck.Y en el principio de mi entrada está el motivo de escribirla.
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