EDITH WHARTON
Ed. Funambulista, 2011
El libro que hoy comentamos agrupa una serie de siete relatos en el más puro estilo Wharton: una mirada profunda, certera y, por qué no decirlo, dramática, del alma femenina. La escritura es, como siempre, elegante, pero lo que de ella extraemos son las almas de mujeres en toda su crudeza, en su infelicidad, muy en su papel desvaído, secundario, de soporte, siempre a dos pasos por detrás del marido. Echamos en falta en esas vidas lo que Virginia Woolf llamó muy acertadamente “una habitación propia”. La propia existencia de la escritora probablemente le dio mucho tema para sus relatos. Su anodino e infeliz matrimonio y su posterior divorcio le permiten analizar su interior y poner sobre el papel sus vivencias. Los relatos están ordenados y presentados cronológicamente y seguidos por un Postfacio de Laura Gimeno.
Edith Newbold Jones Wharton (Nueva York, 1862-Saint-Brice-sous-Fôret, 1937) escritora norteamericana con vocación europea, nació y vivió en ambientes aristocráticos de alto nivel económico. Su conveniente matrimonio a los veintitrés años con E. R. Wharton, mucho mayor que ella, acabó en divorcio tras veinte desafortunados años. Empezó a publicar a los veintinueve, lo que la convertía en punto discordante en un mundo superficial y elegante, mundo que diseccionó en sus novelas, siguiendo la sugerencia de James, sobre que debía escribir de aquello que conocía: “the first hand account is precious”: Lo importante es contar aquello que hemos vivido, aquello que conocemos muy bien; hablar de lo que sabemos. Y lo que Wharton conocía perfectamente era la alta sociedad neoyorquina, que tan magistralmente plasmó en La edad de la inocencia.
El primer relato, Las vistas de la señora Manstey (1881) casi recuerda a aquella película La calle sin sol, en la que los vecinos se turnan para recibir los pocos rayos de sol que en un rincón del patio duran apenas unos minutos. La viuda Manstey sobrevive mirando por su ventana, que da a la parte trasera del edificio, y desde allí ve pasar las nubes, atisba reflejos de sol en las copas de algún árbol,…Esa ventana es su mundo, su perspectiva vital hecha de retazos, pero que aún así le sirve de tabla de salvación. Tabla que amenaza hundirse cuando las próximas obras en el edificio colindante se anuncian, y su universo se tambalea.
La plenitud de la vida (1893) es el siguiente relato, que personalmente me ha parecido más flojo, un relato que desarrolla la fantasía de una conversación -en una especie de limbo – entre una dama que acaba de morir y el Espíritu de la Vida, desarrollando una reflexión sobre su matrimonio y lo que esperaba encontrar en la vida y ahora, tras la muerte.
En El dedo del destino (1901) tenemos un relato interesantísimo, en el que nos vienen ecos de películas clásicas como Laura, o novelas como El retrato de Dorian Grey, (aunque no en el sentido en que Wilde la escribió), o incluso un cierto aroma a La obra maestra desconocida, de Balzac. Un pintor inmortaliza a la esposa de un amigo en un maravilloso retrato, pero, tras la muerte de la dama, y el paso del tiempo, el amigo requiere que el retrato sea modificado. La interacción entre el espíritu de esa mujer -por medio de la pintura- con los hombres que caen bajo su influjo nos causa na hondísima impresión.
El pretexto (1908) es igualmente una profundísma mirada en el fondo del alma femenina, desde otro ángulo. Una fiel y madura esposa que se ve asaltada por una fortísima pasión, que domina pero que a su vez la impregna y condiciona su vida, hasta que descubre que ha sido utilizada como un pretexto para otros fines.
En El diagnóstico (1930), Wharton descubre otro aspecto de las mujeres, poniéndose en la piel de un hombre ante las puertas de lo que cree su final, con lo que nos descubre que también una mujer puede usar sus armas para conseguir sus objetivos. No por el hecho de ser mujer todo está permitido, obviamente. Y en este caso es el hombre el que se da cuenta de haber sido cruelmente usado por una mujer que dice amarle.
Encanto y Compañía (1934) es una delirante sátira, absolutamente cargada de humor corrosivo, en la que un exitoso hombre de negocios de Wall Street hace el negocio de su vida casándose de modo algo precipitado con una emigrante rusa supuestamente de alto postín, cuya característica principal es la de poseer una interminable parentela que va cayendo sobre las espaldas del sufrido esposo.
La permanente (1935) es el último relato, una corta narración sobre malentendidos y confusiones, que en cierto modo recuerda El diagnóstico, aunque menos elaborada. La importancia de saber si es miércoles o jueves puede hacer que cambie toda la visión de la vida de una mujer…o de un hombre. La traducción de este relato me ha parecido mejorable, francamente. El resto de los relatos, traducidos por otras manos, los considero correctos, pero éste emplea términos algo vulgares y giros que no cuadran bien con el contexto, en mi opinión.
En el Postfacio, Edith Wharton en la distancia corta, Laura Gimeno nos habla de la biografía de la escritora, sus influencias y sus filias. De la biblioteca paterna a su fuerte amistad con Henry James, al que siempre se le ha considerado como su maestro y del que ella ha querido mostrar su independencia. La crítica de la sociedad que mejor conocía, la neoyorquina, así como el descarnado análisis de la institución matrimonial, que en su propia experiencia tan desgraciada le resultó, así como los registros de la mente y el corazón femeninos, y también los masculinos, son temas que le preocupan y le interesan sobremanera a Wharton. En estos siete relatos es el matrimonio, la relación matrimonial, el eje sobre el que gira cada historia. Curiosamente, en ningún caso hay hijos de por medio, quizás para que el análisis de la relación de pareja sea más limpio, sin las interferencias añadidas que los hijos suelen producir.
En conjunto, una obra interesantísima, breve pero densa y jugosa, de lectura atrayente, que la presentación de la editorial hace aún más agradable por su estética y su cómo do manejo.
Reseña publicada en http://www.elplacerdelalectura.com/2011/07/encanto-y-compania-edith-wharton.html
9 comentarios:
Siempre, exquisito su relato. Me llevo la intensidad de haber compartido un té con ud.
http://enfugayremolino.blogspot.com/
Interesante lo que comentas del libro. Tiene, para mí, el innegable atractivo de la época en la que vive la escritora, pues nos faltan (aunque los hay) relatos de ese inicio de la transición hacia la igualdad de géneros (que para mí aún no ha llegado, y no digamos en mundos que no sean el nuestro de occidente) escritos por mujeres.
Wharton es encantadora. Sabía ser dulce y femenina, pero tenía la fortaleza de un roble cuando era necesario. Leyendo "Francia combatiente", sus artículos sobre la Francia en guerra, cuando recorrió las trincheras y estuvo oyendo el silbido de las balas, me encontré con su lado desconocido, que aumentó mi admiración por esta mujer.
La igualdad, si me permites, Trecce, es una utopía. Porque la verdad es que no somos iguales, sino, simplemente, semejantes. Al menos es mi opinión.
Ariodante, he disfrutado mucho leyendo esta entrada!! Me gusta mucho Edith Wharton. Y el libro lo había visto...pero no me decidí. Leyendote, ahora mismo, no estoy con ganas de relatos, pero como siempre, veo que sabe deslizar su pluma de forma magistral.
Me encanta esas analogías que haces con otros otros autores, Balzac, Wilde o incluso Virginia Woolf...Ciertamente, aún necesitamos de esas habitaciones propias...
Un abrazo grande!! (espero que estés pasando un agradable verano)
Hola, María! Sí, en cuanto a lecturas es un verano muy interesante e ilustrativo. He conocido autores nuevos, he releído a los clásicos, y en general he disfrutado con mis lecturas. Y queda todo septiembre, aún queda verano de lecturas.
No era "esa igualdad" a la que me refería.
Era la igualdad posible.
Es evidente que desde el momento en que somos hombre y mujer, por más que se empeñen, no somos iguales (a mí me encanta que no lo seamos, me gustan las mujeres y el día que sean "hombres" me dejarán de gustar), me refiero a que sigue siendo más fácil nombrar director que directora. En las empresas, es más sencillo llegar a presidente que a presidenta... Y no es por falta de capacidad de las mujeres.
Pues yo discrepo, Trecce. De hecho, hoy en día existe la discriminación positiva, con la que no estoy de acuerdo. Es decir, si una per-so-na (sea hombre o mujer), está más capacitada para ocupar un puesto, debe ocuparlo. No digo que en algunos sitios haya incongruencias e injusticias, el cielo me libre, pero hay puedes encontrar mujeres en los puestos más impensables. Y no siempre los ocupan por su capacidad, te lo puedo asegurar. Siento ser un tanto incorrecta políticamente, pero no veo la razón de primar a nadie por su sexo, ni por su color de piel, o religión.
Tú discrepa, que es muy sano.
Opino que esa llamada discriminación positiva, forma parte de una especie de mala conciencia de la sociedad en general y se da, porque se intenta arreglar a golpe de norma (equivocación, creo yo), lo que aún no se ha logrado y es que se prime la capacidad sobre el sexo. Yo lo que sé es que mucha igualdad, mucha igualdad y la que se ha logrado en algunos sectores (sobre todo en la política), es a base de decretos y repito que no me refiero a "esa igualdad". Y ni te cuento en el mundo en general, porque a veces nos circunscribimos a lo nuestro, pero el mundo es muy grande y mira cómo está el panorama.
Entonces estamos de acuerdo, la discriminación positiva no arregla nada, sino que empeora las cosas. Y tampoco creo que haya que cargar el mochuelo al hombre, como si fuera el único malo de la peli. En esta vida hay buenos y malos en todas partes. Ya sé qe siguen existiendo injusticias y habrá que ir presionando para resolverlas. Pero presionando para que el que vale triunfe y el que no vale, se busque la vida de otro modo, y no esté a expensas de otros.
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