TEO PALACIOS
Edhasa
pocket 2013
Últimamente la gran pantalla nos
tiene acostumbrados a algunas películas de tinte heroico basadas en la Grecia
clásica. Ésta tiene dos grandes vertientes por las que circula el torrente
histórico y mitológico: la que da origen a Atenas, por una parte, y la que da
origen a Esparta, representando ambas
dos polos contrapuestos: la
alegría de vivir ateniense y la rigidez militar espartana. Tanto uno como otro
disponen de una riquísima tradición heroica y mitológica para explicar sus
comienzos. Pues bien, el autor de esta obra se inclina a novelar los orígenes
de Esparta.
Hay muchos libros que novelan
mitos griegos a la sombra de Mary Renault, Robert Graves, Gisbert Haefs o
Christa Wolf, así como otros que recrean la historia o la inventan. Combinando
historia, mito y ficción literaria, hecho al que estamos ya habituados y que,
en sí, no es ni bueno ni malo (la cuestión es el cómo), Teo Palacios compone la narración. Palacios
es un autor versátil, que lo mismo escribe sobre griegos, mayas o andalusíes.
En este caso concreto, podemos apreciar un esfuerzo notable de documentación.
En cuanto a la estructura del
libro, abarca tres vertientes: por una parte, traza un panorama del surgimiento
de la ciudad-estado de Esparta, las explicaciones mitológicas y los ―pocos―
hechos y personajes documentados, las luchas o alianzas con sus vecinos de
Argos, Mesenia, Corinto, etc.; por otra, cuenta la historia del rey Teopompo,
su familia y los que le rodean, sus hazañas guerreras junto al otro rey,
Polidoro, así como los cambios que introdujo en las leyes y normas de la vida
espartana, probándolas en sus propios hijos. Está situado en la época de las
guerras mesenias, más o menos mediados del año 700 a.C. Una tercera faceta la
presenta el autor en primera persona, poniendo en boca de Arquidamo, el hijo
segundo de Teopompo, resentido desde la más tierna infancia, vengativo y
finalmente traicionero. Así, entre tramos en los que conocemos cómo se fue
formando la ciudad espartana, y las reacciones de los distintos grupos que
componían la población: homoioi o
ciudadanos libres con plenos derechos, los periecos
(libres pero con restricciones), los ilotas
o esclavos… asistimos a rebeliones de
mesenios, de esclavos, guerra con Mesenia y con Argos, rebeliones de parte de la población no muy
contenta con los repartos de tierras tras las conquistas. Sin embargo, la agogé es aceptada sin grandes problemas,
como un honor, cuando representaba una violencia ilimitada en la educación –no
solo desde la óptica actual… también desde la óptica de otros pueblos griegos―,
un tratamiento brutal a los niños, una educación militar desde la más tierna
infancia. La niñez casi resultaba
inexistente: de la primera infancia pasaban a ser adultos y a ser tratados como
tales, que tampoco era un tratamiento muy mirado.
En general, creo que el autor
quiere abarcar demasiado y quizás el lector no demasiado experto en temas
clásicos griegos reciba un torrente de información excesivo, alternando con
partes de ficción, que suponen una
concreción de lo que se nos ha informado. Las detalladas descripciones de la
«brutalidad educativa» del sistema espartano son crudísimas, sin embargo, otros
aspectos son tratados con excesiva ligereza, como la relación entre ambos
hermanos o las relaciones entre los amigos.
En cuanto al estilo, abunda en
frases muy cortas que, sobre todo en los capítulos finales, cansan un tanto al
lector, porque sugieren un ritmo muy sincopado, se leen como dardos lanzados al
aire. Para una novela a caballo entre el
mito y la historia, no hubiera sido necesario introducir largas digresiones
sobre las leyes o la política, que podrían haberse resuelto literariamente,
sobre todo si ello redunda en una merma de la acción, dejándola como mero
acompañamiento o ilustración del relato histórico o mitológico. La mezcla de
algunos textos en primera persona con los de narrador omnisciente creo que no
es afortunada, no queda clara la necesidad de colocar en primera persona la
parte de Arquidamo, así como el primer capítulo en el que habla su hermano
Anaxándridas. Quizás debería haber usado la primera persona para todo el
relato. La última parte baja mucho en tensión narrativa, que queda acumulada
sobre todo en las experiencias educativas tanto de Anaxándridas como de
Arquidamo.
Se aprecia, desde luego, el alto
grado de documentación del autor, tanto histórica como de mitología. En suma, Hijos de Heracles resulta interesante,
pero no acaba de convencer, al menos como novela, si bien su nivel informativo
puede satisfacer al lector.
Ariodante
1 comentario:
¡Hola! soy nuevo por aquí.
La admiración por la Grecia Clásica es general en todo el mundo y en todos los tiempos, pero a mi en lo personal se centra en Esparta, cuna de guarros guerreros que decepcionarían al mas devoto admirador.
Por el título del libro se desprende que sus orígenes están mezclados con el legendario rey Lacedemón cuya esposa Esparta dió el nombre a la ciudad.
A pesar del tiempo transcurrido el legado de los espartanos perdura hasta nuestros días.
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